Category: EL ATNAS ANIRAM

C A P I T U L O VIII

“EL SABUC”

Por mil millones de tormentas! ¡cómo sigamos haciendo caso a este loco, nos vamos a matar!

– ¿De que te quejas?, tú nos metiste en ese agujero y yo os he sacado de la forma más rápida posible.

– Eso no hace falta que lo jures Príncipe -le contesté-mientras me esforzaba en sacudirme la nieve que tenía encima.

– ¿Todos bien por lo que veo? -preguntó Hello-.En realidad habíamos caído en blando y cómodamente sentados, con la excepción de Zoom, el cual entró de cabeza. Pero como él siempre decía, -esta es la parte más dura de mi cuerpo, antes se rompe la montaña que mi cabeza-.

– ¿Dónde calculas que hemos ido a parar, Príncipe?

– Me resultaría difícil asegurarlo, pero lo que no me cabe duda es que hemos descendido mucho en poco tiempo. La temperatura aquí es prácticamente de cero grados y la nieve no es tan dura como la de las montañas. Efectivamente y esto era lo que nos había salvado de rompernos todos los huesos, pues una vez recuperados de la impresión de nuestro meteórico descenso, pudimos comprobar que el túnel por que habíamos salido estaba situado unos quince metros por encima de nuestras cabezas; de no haber encontrado tan cómodo colchón, mal lo habríamos pasado.

– Amigos -continuo Hello-, el mapa que nos confió Feni, indica claramente la existencia de un gran río: “El Sabuc”. El haber tomado otra ruta distinta a la suya nos obliga a buscar ese río, que deberá conducirnos al objetivo previsto.

– Desde luego -interrumpió Oso- cuando empiezas a hablar como los generales del ejército no hay quien te soporte.

– Bueno general o no -respondió Hello- no hay tiempo que perder, el sol aún nos permitirá buscar ese condenado río. Una última aclaración antes de ponernos en marcha. El aumento de la temperatura que podemos apreciar, entraña el peligro de que un nuevo alud pueda sorprendernos.

– Mira -cortó Oso- como aparezca otro alud de esos, te lo tragas.

– Esta bien, esta bien…, pero no estará de más extremar las precauciones. El descenso que teníamos por delante fue una larga media ladera. Todos íbamos unidos por una cuerda. Esta vez Zoom fue el encargado de abrir la marcha mientas que su inseparable Fox, se tuvo que resignar a cerrar el grupo, ya que la nieve constituía un buen problema para el perro y de esta forma se beneficiaba de un camino mucho más pisado. Los turnos se fueron sucediendo al frente de la expedición. Lentamente fuimos avanzando y descendiendo por aquella majestuosa montaña. Cuando me tocó a mí el turno de cabeza, el sol había caído considerablemente y todo aconsejaba buscar algún sitio para pasar la noche. Algunos cuantos metros más adelante el terreno, que hacía tiempo dejó de ser una suave ladera se había vuelto más abrupto y los claros faltos de nieve comenzaron a aparecer. Uno de esos claros coronados por dos grandes piedras, que sin duda hacía muchos años rodaron por la montaña, parecía el lugar ideal.

– Bueno… basta por hoy – dije- el día ha sido bastante movido y este parece un buen sitio para acampar. Ni que decir tiene que mi proposición fue aprobada por unanimidad. Al abrigo de las piedras instalamos el campamento. Las maltratadas toldillas impidieron que pasáramos la noche al raso, pues si bien la temperatura había aumentado, no conviene olvidar que varias horas de inactividad, podían ocasionar graves congelaciones. Afortunadamente Zoom, encendió otra de sus maravillosas hogueras, inapreciables en aquellas alturas. – La comida se está terminando -comentó Zoom-mientras hacía recuento de las provisiones.

– Mañana convenía bajar de una vez estas montañas y buscar algo de comer.

– Cierto mi querido Zoom contestó Hello-, en cuanto salga el sol emprenderemos la marcha hasta llegar a algún sitio en donde podamos dar gusto al “dedo”.

– Ya era hora que se nos ocurriera algo sensato me muero por una buena pata de ciervo.

– Mañana la tendrás Oso no desesperes. Ahí abajo nos está esperando ungían bosque lleno de buenas presas para tu cuchillo.

– Bien, entonces no se hable más. Mañana bajaremos instalaremos un rápido campamento en esos atractivos bosques y pasaremos el día cazando y comiendo

– Hasta mañana pues. Y sin más comentarios, asegurándonos de que la noche se presentaba tranquila, con el cielo plagado de estrellas me limité a echar un buen tronco al fuego y a quedarme completamente dormido. Cuando me desperté vi a Hello escudriñando con su catalejo el terreno; sin duda esperando dar con el Sabuc, que a pesar de ser un río tan grande, se resistía a aparecer.

– ¿Algo de interés, pregunté?

– ¿Cómo…? ¡Ah eres tu! buenos días Raquet – Que lo son -respondí-.

– Pues de interés muchas cosas aunque sigo sin ver el condenado río. He estado repasando el mapa de Feni y el Sabuc nace en estas montañas, alimentado por el deshielo tan fabuloso que aquí se produce y como podrás ver -dijo mostrándome el mapa-, efectúa un largo recorrido en el que atraviesa varios bosques yendo a parar en forma de gran cascada al mismísimo ¡Atnas Aniram! ¡Ah, daría todo el oro del mundo por estar ya allí!

– Calma Hello todo se andará. Hoy de momento a todos nos vendrá bien un día de descanso. Debemos estar en forma para enfrentarnos a ese gran río.

– Cierto Raquet, mi precipitación a veces raya en la locura.

– ¿Más locos? ¿Os parece poco loco ese monstruo de Príncipe y la montaña que ronca a su lado? el despertar de Oso nos hizo reír. No estaba tranquilo si no se metía constantemente con alguien, pero pocos podían contar con más valeroso compañero.

– Fijaros, fijaros en su pluma, -continuó éste refiriéndose a la elegante pluma que coronaba el gorro de Príncipe y que milagrosamente aún conservaba a pesar de la accidentada bajada por el túnel.

– ¿Os podéis creer que dice que le sirve para averiguar la dirección de viento? ¡Si será el tío cursi!, pues ahora mismo se la corto de un tajo o dejo de llamarme Oso. Afortunadamente para la pluma de Príncipe éste se despertó en el preciso instante en el que él afilado cuchillo de Oso, destellaba en el aire.

– ¡Eh…! ¿pero, qué te propones, asesinarme mientras duermo?

– ¡Y vosotros que! ¿Se lo vais a permitir…? Creía que estaba entre amigos. ¡Ni la banda del Cerdo se comporta así! Las sonoras carcajadas de todos, aumentadas por los ladridos de Fox, sirvieron para despertar el pesado sueño de Zoom.

– Bueno amigos, en marcha.

El descenso no tuvo ningún incidente digno de resaltar y con Fox que ahora, ante la escasez de nieve ocupaba la cabeza del grupo dejamos en menos tiempo del necesario para pensarlo, la cordillera negra. La vegetación hizo acto de aparición y al bosque bajo, o al pino solitario, se le fueron uniendo más y más árboles a cada cual más alto frondoso. El canto de los pájaros y los ruidos inconfundibles del bosque nos devolvían a un terreno en el cual estábamos más acostumbrados a desenvolvernos. Cuando el desnivel parecía terminarse y la nieve solo se veía ya en la cima de algún que otro pino encontramos un sitio ideal para acampar. Un pequeño claro, tapizado de frondoso verde, invitaba a no dar un solo paso más.

– ¡Muchachos, este es el sitio! Mientras Príncipe y yo tratamos de orientarnos, Zoom se encargará de instalar el campamento y vosotros a ver, tanto que habláis, sí sois capaces de buscar carne fresca.

– Eso está hecho Hello. Vamos Raquet, tú también Fox, no hay tiempo que perder, ¡me muero por un venado! Oso, Fox y yo fuimos pues, los encargados de suministrar víveres El inteligente animal -me refiero a Fox-, no tardó en dar con el rastro de agua pieza. Oso y yo lo seguimos con gran sigilo. El menor ruido podía espantar la cena y no era cosa de quedarse en ayunas.

– Chisss…, cuidado Raquet, Fox se ha parado ahí delante y no hace otra cosa que mover el rabo Me parece que la cena ya está servida. Medio agazapados y sin hacer el menor ruido, llegamos a la altura de Fox, apartamos unas ramas…, y, ¡allí estaba el ciervo más precioso que jamás hayan visto mis ojos! La sorpresa que recibimos ante tan impresionante animal, estuvo a punto de costarnos la cena.

–      El ciervo levantó rápidamente la cabeza, miró desconfiado hacia donde nos encontrábamos. Estaríamos a unos ciento cincuenta metros de distancia lo que dejaba descartado puñal de Oso, con que apuntando cuidadosamente nuestros fusiles, cedí el primer disparo a Oso. Conteniendo la respiración y en un segundo que pareció eterno, Oso apuntó cuidadosamente y disparó.

– Un seco sonido y el quejido del animal herido confirmaron la diana de Oso en el pecho del ciervo. Fox se abalanzó sobre él y antes de que llegara un segundo disparo mortal de necesidad acabó con el sufrimiento del animal.

– ¡Bien rematado Raquet! ya es nuestro. Efectivamente el increíble ciervo, cuyas astas pasaban el metro y medio de longitud, yacía ante la atenta mirada de Fox. Allí mismo lo desollamos. Quitarle el mayor peso posible a un bicho que rondaría los ciento cincuenta kilos siempre serán un alivio para transportarle al campamento. El cuchillo, diestramente manejado por Oso le abrió en canal Oso era un experto a la hora de desollar y por supuesto también cuando de arrancar cabelleras se trataba.

– Bien, esto ya está. -dijo satisfecho Oso-. Una vez atado por los cuernos, lo remolcamos pesadamente , para lo que tuvimos que construir con palos una especie de camilla, evitando al máximo el reforzamiento con el suelo, lo que haría imposible nuestro esfuerzo. después de varias paradas, Oso soltó uno de sus aullidos preferidos que seguido de cuatro o cinco maldiciones anunciaba el regreso al campamento.

– ¡Ya estamos aquí! por todos los buitres del cielo y ¡mirad que pieza! Una vez felicitados por tan buena caza Oso ayudado por Zoom fue limpiando y preparando la cena Rápidamente empaló al ciervo, que comenzó a girar bajo la experta mano de Zoom, en la hoguera que había preparado. Mientras el comunicativo cocinero hacía dar vueltas y vueltas a la cena, pocas palabras se intercambiaron. Aquella noche el cielo estrellado seguramente también el cansancio que arrastrábamos, y sobre todo el aroma que del fuego salía, rodeaba el campamento de una magia especial, difícil de describir. En aquel gran silencio de la noche del bosque tan solo rasgado por el chisporroteo de la hoguera y el quejido de algún que otro estómago impaciente, todos esperábamos la oportunidad de roncar el diente a la apetitosa pieza. De vez en cuando Zoom dejaba de dar vueltas al venado y cuando nos disponíamos a devorarlo, se acercaba, probaba con gran exquisitez un pequeño trozo y frunciendo el ceño, volvía a hacer girar la cena. Esta maniobra la repitió dos o tres veces y como era de esperar, el Oso soltando un aullido de lobo hambriento, que por cierto, confieso, en esta ocasión lo agradecí, hizo ver a Zoom que la cena sí estaba a punto. La verdad es que al paso que iba, se la hubiera comido él solo, trocito a trocito. Con el derroche de palabras que nos tenía acostumbrados y haciendo un despectivo gesto como diciendo: ¿queréis comer carne cruda? pues ahí la tenéis, peor para vosotros; nos lanzamos a por la cena. Cierto es que le faltaban un par de vueltas más, pero… a todos, incluido el sibarita Príncipe, nos supo a gloria. Cuando éste encendió su pipa que siempre olía diferente, y oso hubo apurado los últimos tragos de alcohol, la cena tocó a su fin. Hello aprovechó para ponernos al corriente de sus planes, antes de que nos venciera el sueño.

– Mientras, Raquet y Oso nos suministraban tan deliciosa cena, excelentemente preparada por Zoom, -no cabía duda de que Hello sabía como halagar la vanidad humana-, Príncipe y yo, hemos hecho algún que otro cálculo. Si el mapa de Feni se corresponde con la realidad, y hasta ahora no lo podemos poner en duda nos encontramos a unos cuarenta días de marcha para llegar al Atnas Aniram, siempre y cuando no encontremos algún nuevo impedimento.

– ¡Cuarenta días dices! -rugió Oso-, y antes de que Hello respondiera, me adelanté:

– Me parece recordar la existencia de un río, ¡de un gran río!, “el Sabuc” -dije-, que sin duda y con las piraguas del buen Azrolre, reducirán considerablemente este tiempo, ¡no?

– Efectivamente Raquet, era lo que precisamente iba a exponeros, si me dejáis terminar de hablar. -El tono de Hello no admitía discusión, así que continuó diciendo…-El Sabuc será en adelante nuestro objetivo, no puede andar lejos mañana, con un poco de suerte lo encontraremos. Una vez en él solo tendremos que dejarnos deslizar, y espero que lo hagamos mejor que por el túnel de hielo. Todas las miradas se centraron en Príncipe recordando la accidentada bajada que tuvimos al emplear sus métodos de deslizamiento.

– Bien, pues no hay más que hablar -concluyo Hello-conque propongo avivar el fuego para alejar desagradables visitas nocturnas, e imitar a Zoom que hace rato ronca a pierna suelta. Efectivamente, el buen Zoom, hombre que daba por buena cualquier decisión que tomáramos, no perdía el tiempo escuchando proyectos, prefiriendo reservar sus energías para cuando hubiera que llevarlos a la práctica. El día quiso hacer los honores a la noche y si ésta estuvo plagada de estrellas, la mañana, aunque fresca, aparecía tan clara como las aguas del Sabuc deberían serlo. Cuando despegué perezosamente los ojos, que no querían abandonar el descanso confortable del sueño, vi cómo Hello, madrugador como siempre, conversaba con Zoom e inmediatamente éste empezaba a recoger el campamento. Yo observaba sin mover un solo músculo que pudiera descubrir mi fingido sueño. Zoom, activo como siempre, preparó un ligero desayuno con la carne de ciervo que milagrosamente sobró de la cena y cuando estuvo a punto, procedió a despertar al grupo, bien ayudado por Fox, quien a una sola indicación suya, se lió a ladrar y pegar unas lamidas al pobre Príncipe que si en un principio lo dejaron sordo, instantes después era una baba asquerosa. Mientras Fox ahogaba prácticamente a Principe, Zoom le atizaba una “cariñosa patadita” a Oso, que le hizo rodar tres metros. Por supuesto, en vista del panorama, me levanté como impulsado por un oculto resorte. No se habían apagado los rugidos de Oso ni la desesperación de Príncipe, cuando de nuevo caminábamos hacia el norte, ese norte que no tiene fin, y que daba la sensación de que en lugar de avanzar hacia él, nos venía siguiendo.

El bosque frondoso y “vivo”, nos sirvió durante varias horas de inmejorable compañía. Si bien a veces hacíamos paradas procurando orientarnos, éstas eran aprovechadas por el cuchillo de Oso, para proveernos de caza abundante. La caza era tan grande, que tuvimos que desperdiciar varias piezas, por no cargar más nuestros ya saturados hombros. Caía el sol cuando un sonido maravilloso se dejó oír…

-¡Quietos!, ¿no oís nada? Oso fue el primero en apreciarlo. En el bosque hay cantidad de ruidos que pueden confundirte pero el sonido del agua corriendo tiene una característica especial difícil de olvidar.

– ¡Por fin! ¡ El Sabuc! -Hello no pudo reprimir un grito de victoria-.

Como si no llevásemos horas de marcha y fuéramos sin carga alguna, como si el Sabuc representara el final de nuestra meta y no un nuevo y peligroso paso, salimos corriendo deseosos de ver lo que nos esperaba. Un pequeño declive del terreno y allí apareció majestuosamente. El agua que aún reflejaba los últimos rayos del sol de la tarde seguía su curso haciendo caso omiso a nuestras muestras de júbilo. La alegría fue unánime y rápidamente festejada. En el sitio en el que nos encontrábamos, el Sabuc era bastante tosco. Se trataba de una curva del río, que si bien nos mostraba su fuerza al arrastrar el agua, que lentamente iba ensanchando aquella cerrada curva y limando pacientemente ambas riberas, sin embargo nos impedía hacernos una buena idea de su total magnitud, pues rápidamente desaparecía rodeándonos como si quisiera salirse de su cauce para internarse en el bosque. Estábamos unos quince metros por encima del Sabúc y tratar de instalarnos allí tampoco nos pareció conveniente, con que continuamos la marcha dejando a nuestra espalda, aquella primera y extraordinaria visión del Sabuc. La anchura del rio no pasaría de los cincuenta metros, esto junto a la fuerza con que bajaba, nos indicaba que no debíamos andar muy lejos de sus fuentes.

De nuevo aquel confortable día de marcha anunciaba su fin estirando hasta el infinito las sombras del bosque, cuando quiso regalarnos, a modo de despedida, otra curva del que en adelante sería compañero de viaje. La orografía del terreno cambió considerablemente y esta vuelta que daba el Sabuc, formaba un pequeño remanso donde se amontonaban los troncos con las piedras que no quisieron seguir su curso. El remanso era perfectamente accesible y una pequeña claridad a pocos metros nos ofrecía el sitio ideal para pasa la noche. Con la cabeza, supongo, al igual que mis compañeros, si excluimos a Zoom, llena de interrogantes sobre lo que nos esperaba al día siguiente conseguí conciliar un impaciente sueño. Apenas despuntaba el sol cuando todos en pie empezamos a preparar el descenso del rio. A un ligero almuerzo devorado más que comido siguió el montaje de las canadienses. A pesar del trato que habían sufrido los bultos nada parecía en mal estado. El tiempo que empleamos aprendiendo el montaje de las canoas dio su fruto cuando vimos tres estupendas canadienses listas para desafiar al Sabuc. El recuerdo de Azrole pasó por todos nosotros y creo que se sentiría orgulloso del flamante aspecto de las piraguas. Como última precaución impregnamos abundantemente con crasa de caballo las tres canadienses y seguidamente con la quilla mirando al cielo, esperamos impacientemente a que el sol hiciera su trabajo secando y estirando si cabe aún más los barcos, consiguiendo con ello una impermeabilización perfecta.

– Bueno muchachos, llegó la hora de meternos al agua. – Confieso que estoy impaciente -respondió Príncipe al animoso Hello-.

– ¿Impaciente…?, será por ahogarte pero descuida que no estaré contigo para acompañarte.

– Vaya Oso, parece que a fuerza de estar juntos me consigues leer el pensamiento porque eso mismo iba a proponer yo.

– ¿Qué quieres decir?

– Digo, que ir contigo y acabar con la cabeza abierta contra una piedra en el río, es todo uno.

– ¿Ah sí…?, pues tranquilo que si lo que quieres es una cabeza abierta, te la abro ahora mismo.

– Bueno, bueno…, ya está bien. Dejad vuestras energías para el río.

– En vista del cariño que os profesáis, tu Oso irás con Zoom.

– ¿Con el mudo…?, estupendo no me faltarán temas de conversación.

– Si no cierras tu bocaza, te vas a beber el río de un guantazo.

– Tranquilo, tranquilo Zoom, como sigas así -dijo Hello-vas a tener que ir solo.

– Está bien, iré con Zoom.

– De acuerdo entonces, abriendo paso: Zoom y Oso.

– Tú Raquet, si no tienes inconveniente, irás solo llevando a Fox.

– Sin problemas Hello, -contesté-.

– Bien y por último, recogiéndoos a todos, a medida que os vayáis bañando, iremos Príncipe y yo.

– Ja…, entonces Hello no dudes que seremos nosotros los que tendremos que remontar el río para rescataros.

– Ya veremos Oso…, ya veremos.

– De acuerdo si no hay más preguntas -dijo Hello-, el Sabuc espera.

Tal y como Hello planeó, fuimos metiéndonos en el río. Mi canadiense compensaba la falta de peso, con la mayoría de los bultos, si bien éstos se habían visto reducidos a una tercera parte, ya que en esta ocasión lo que tan pesadamente habíamos transportado por la cordillera negra pasaba a convertirse en nuestro transporte; invirtiendo por esta vez los papeles. De todas formas, aún llevábamos una cuarta canadiense embalada por si tuviéramos necesidad de usarla. Su flotabilidad fue, como esperábamos, magnífica y en un cómodo remanso del Sabuc, Zoom y Oso -pesados en todos los aspectos de la palabra- demostraron el acierto de Azrole al diseñar las piraguas. Una vez instalados y con la ayuda de Hello y Príncipe, se colocaron el ingenioso “bota-aguas”, hecho de piel de bisonte y tratado con grasa de caballo para que no hubiera posibilidad de que se filtrara el agua, que sin duda iba a tener que soportar. Unicamente de nuestra cintura para arriba, quedábamos al descubierto, ofreciendo un extraño, pero sólido, aspecto.

– Espero no dar vuelta, porque con este chisme… – Bota-aguas, -corrigió Principe a Oso-.

– Mira si yo digo chisme, es chisme y como no te largues…, eres el primero que va a empezar a botar.

– Vale, vale, no empecéis de nuevo. Chisme o bota-aguas, sin él no dudaríamos un minuto, ademas no tienes tu cuchillo a mano, pues ya sabes lo que hay que hacer en caso de que deis vuelta; con un rápido tajo quedaréis libres.

– No lo dudes Hello, no pienso pasarme la vida con la cabeza al revés, como lo vea mal. corto el chisme, la piragua y la pluma de alguno, -dijo Oso en clara alusión a Príncipe-. este no se dio por aludido con lo que terminaron las conversaciones. A continuación fui yo el que me introduje en la segunda piragua y de igual manera Hello y Príncipe se encargaron de aislarme las piernas del tronco, con el polémico bota-aguas, también conocido por “chisme”. Fox, completamente tapado, pasó a ser un bulto más. Finalmente Hello y Príncipe ocuparon la tercera y última canoa, no sin darnos un toque de precaución, especialmente dirigido a mí, ya que iría solo llevando la cuarta canadiense y la mayoría de los pertrechos, -incluido Fox-, … nos metimos en el río.

– ¡Adelante Oso demuestra tus habilidades!

– ¡Allá vamos! y con una fuerte palada, Zoom y Oso comenzaron el descenso seguidos por mí y cerrando la comitiva Hello y Príncipe, como se había acordado.

El Sabuc, no se hizo esperar y pronto las canadienses tomaron velocidad. La corriente era fuerte, denunciando un importante desnivel en el transcurrir del río. Bajábamos a buen ritmo, indudablemente caminábamos el triple de rápido por el río, aunque también las dificultades y riesgos aumentaban proporcionalmente a la velocidad. En principio bajábamos bastante juntos y confieso que en un intento de no perder la popa de la primera piragua, casi la abordo, obligando a Zoom y Oso a una maniobra muy arriesgada, para mantenerse a flote. No se habían recuperado del susto cuando Oso casi se queda afónico, dedicándome toda serie de cumplidos, que por esta vez me permito no enumerar. De todas formas la razón estaba de su parte y a mí me tocó cometer la primera imprudencia.

El río, a medida que bajábamos se convertía en escuela y maestro haciéndonos corregir los errores conforme se presentaban. Algunas zonas eran verdaderamente impresionantes y el agua pasaba por encima de la piragua resbalando limpiamente por el “chisme”, yendo a explotar con refrescante furia en nuestro pecho, empapándonos una y otra vez. Zoom y Oso manejaban con destreza y me iban indicando perfectamente el camino a seguir. Mi piragua al ser la más ligera respondía propiamente a las maniobras. En un momento en que sorteé con dificultad una enorme piedra semi oculta por el agua, miré hacia atrás para ver cómo la libraban Hello y Príncipe. ¡Qué espectáculo…! su canadiense cabeceó unos metros antes y pesadamente levantando espuma por doquier se dirigió a gran velocidad contra la piedra.

– ¡Cuidado! -grité-.

En una arriesgada, pero perfecta maniobra de Príncipe que iba en proa, sacando prácticamente todo el cuerpo de la canoa, hasta el punto de escorarla peligrosamente logró remar hacia sí, consiguiendo hacer las veces del que tira de una imaginaria cuerda lateral, logrando en último extremo apartar la proa del temible obstáculo.

– ¡Bravo Príncipe…! -grité-.

– ¡Cuidado!, el grito esta vez no lo daba yo venía de delante. Volviendo tranquilamente la cabeza a la vez que contestaba a Zoom.

– No os preocupéis, han pasado. No había terminado la frase, cuando comprendí que ese ¡cuidado! se dirigía a mí y que si ellos habían pasado, yo no tendría tanta suerte. Completamente horrorizado, vi cómo con la velocidad de un búfalo salvaje, me abalanzaba sobre otra piedra cuatro veces mayor que de la que logró salir Príncipe. ¡No pude contener un grito de horror! Milagrosamente me vi varado a un metro de altura del nivel del río, completamente en seco. Y aunque la canoa sufrió un fuerte golpe no parecía dañada de seriedad. Nuevamente cometía una torpeza imperdonable. No habían transcurrido tres segundos desde que Príncipe librara la primera piedra, cuando yo ya estaba en dique seco Un lastimero aullido surgió de dentro de mi piragua constituyendo la única protesta de Fox. En adelante no apartaría la vista de mi proa, pasará lo que pasara.

– ¡Vámos! no te quedes ahí arriba! -gritó Hello pasando a mi lado-.

Desde luego, no era para estar mucho tiempo en esa posición. Entre otras cosas porque la proa colgaba en el aire y se podía romper la piragua en dos, con lo que mí complicada situación llegaría al límite. No me los pensé dos veces… Aseguré como pude la pagaya a la piragua, y sacando los brazos por ambos lados me di el impulso necesario para que la proa cabeceara y volviera al río. Se hundió prácticamente la mitad del barco, volviendo a resurgir con un enorme crujido, que me hizo pesar lo peor y otra vez volví al río, dando tumbos y con el corazón a punto des salírseme de pecho. Continuamos un buen trecho y cuando di alcance a Hello y Príncipe, comprobé que no había salido de balde de la piedra, puesto que comenzaba a entrar agua en mi piragua. Rápidamente comunicada la situación, Hello indicó a Oso -que seguía sin ningún inconveniente en cabeza-, que buscara algún lugar para acampar. Al principio la cosa parecía difícil, ya que enormes paredes de piedra iban flanqueando el río pero afortunadamente la situación no duró mucho y cuando ya mi seguridad empezaba a desaparecer, vi con alivio cómo la canoa de Oso y Zoom se dirigía a tierra. Me apresuré ayudado por mis compañeros a salir del barco. Tan pronto liberé a Fox de su encierro saltó a tierra ladrando, -no se bien si festejando o dando gracias- y sacudiéndose el agua que empapaba su tupido pelo blanco. el examen del barco fue breve, un gran corte cerca de la proa y alguna costilla rota, fue el tributo que rendimos a la gran piedra, y el motivo de la vía de agua.

– Bueno , podía haber sido peor -comentó Hello-.

– Instalaremos aquí el campamento y repararemos el barco.

El pequeño remanso donde estábamos permitía montar con relativa comodidad las lonas que evitarían pasar la noche al raso. Zoom práctico como siempre, no tardó en encender la hoguera y preparar algo para reponer fuerzas. Mientras, los demás, terminábamos la reparación y la revisión del resto los barcos. Unicamente el mío tenía daños de consideración, por lo que después de honrar las viandas de Zoom, repararíamos la canoa. Como todos los guisos de Zoom, fueron devorados más que comidos. El chasquido seco de los huesos que trituraba Fox y algún que otro ruido, no identificable fuero poniendo fin a la cena. Príncipe encendió ceremoniosamente su pipa, Oso rugió por la falta de alcohol que echarse al gaznate; apenas si bebía el suficiente agua para no atragantarse, -cómo él decía-, bastante agua tenía el río, como para ponerse a beberla las pocas horas que pasábamos fuera de él. Hello sacó de su zurrón el mapa de Feni y lo extendió en el suelo. Todos nos apiñamos a su alrededor escuchando sus explicaciones.

– Bien muchachos, el primer día en el Sabuc casi nos cuesta caro. No hace falta que ose recuerde la exhibición de Raquet aunque espero que no la olvidemos ninguno. si mis cálculos no fallan, hemos descendido con bastante rapidez y casi estamos a mitad del río. Las enormes piedras que hemos viso flanqueadas por paredes de roca de gran altura, así como la estrechez del río concuerdan perfectamente con el mapa de Feni, por lo que si seguimos a este ritmo de descenso en dos días llegaremos al valle de Atnas Aniram.

– Espero que tengan un buen tugurio donde atizarnos algún golpe de algo que no sea agua, en el dichoso valle ese -dijo Oso-

– No se si tendrán tugurio Oso pero de lo que puedes estar seguro es de que el golpe te le puedes atizar como no andes listo. Recordad ese salto de casi ochocientos metros cortado a pico con el que finaliza el río. Mañana si todo sigue como lo previsto será un descenso cómodo, el río va perdiendo desnivel y ensanchándose por lo que el agua estará tranquila. De todas formas, el camino a recorrer es bastante largo por lo que sugiero reparemos el barco de Raquet y descansemos lo mejor posible.

La operación de cosido no fue muy complicada, sin embargo, tres costillas estaban seriamente dañadas. Las atamos con cuerdas fuertemente entrelazadas.

– Supongo que aguante bien, mañana no sufrirán la prueba de hoy, de todos modos vigílalo bien Raquet y al menor problema vete a tierra -me advirtió Hello-. Una vez cosido la grasa de caballo hizo su trabajo impermeabilizando lo mejor posible la zona afectada.

– Señores, mañana aprovecharemos los primeros rayos de sol para ponernos en camino, con que a dormir. -dijo Príncipe-.

El cielo nuevamente cuajado de estrellas y los familiares ronquidos de Zoom y Oso fueron lo último que recuerdo ese aquella noche en el Sabuc. Una extraña sensación me despertó a la mañana siguiente. Apenas si me había despertado cuándo el chapoteo de la lluvia salpicaba mi mano, llevándome una sensación de humedad a la cara. Por un momento en mi semi inconsciencia, imaginé alguna broma de Oso. No se trataba de ninguna broma. ¡Llovía! mansa pero insistentemente y a juzgar por las nubes no tenía intención de parar.

– ¡Ja,ja,ja…! ¿Conque con los primeros rayos de sol…? Si ya sé yo, que tenemos un gafe con nosotros. Fue el despertar de Oso, que sirvió como despertado general. Sin contestar a sus ironías, vi, protegido bajo la improvisada tienda cómo la lluvia caía haciendo saltar pequeñas motas de tierra. Me estiré perezosamente sin quitarme mi preciada piel de oso y de buena gana hubiera seguido en el precario refugio todo el día.

– Conviene que nos pongamos en marcha. Un poco de agua no va a detenernos ahora -dijo Príncipe-contestando al pensamiento de todos.

– Agua por arriba, agua por abajo. Parecemos peces. ¡por las barbas de mil salmones barbudos!

Al grito de guerra, del que evito indicar su procedencia, siguieron una ya familiar serie de imprecaciones que fueron poniéndonos en marcha. Se recogió concienzudamente el campamento y preparamos las canoas. La avería que reparamos tenía un buen aspecto y a pesar de la lluvia, parecía estar perfectamente. Sin cruzar muchas palabras fuimos embarcando. Fox, con las orejas gachas y no de muy buena gana fue el primero en subir esta vez iría a proa, pero al igual que el resto de las expedición disfrutaría del paisaje gracias a un pequeño agujero por donde podía asomar su cabezota cuando le viniera en gana. Di un golpe de remo y dejé sitio para que se fueran embarcando el resto. Hello y Príncipe, con una naturalidad impropia del que acaba de despertarse se introdujeron ágilmente en la canoa. Por último, Oso y Zoom, con algo más de ruido por parte de quién ya sabemos, nos siguieron.

Comenzamos a bajar, la lluvia no cesaban aunque caía mansamente y la visibilidad en las primeras horas del amanecer era buena. Remamos, remamos y remamos…, alternando las posiciones de marcha y ayudados por la corriente. Al principio descendíamos en silencio pero a media que pasaban las horas, hicieron aparición ciertas bromas que rompían la monotonía del viaje. El río comenzaba a ensancharse y el descenso era cómodo. La comodidad da confianza y no tardaríamos en comprender que no podíamos permitírnosla en el Sabuc. En efecto, cuando el sol debía estar en lo más alto de su recorrido, empezó a dejar entrever sus tímidos rayos colándose entre los nubarrones y ofreciéndonos un maravilloso espectáculo. Esto parece ser animó a Oso, que comenzó a cantar siendo coreado por todos, las viejas canciones de siempre. Estaba el coro de lo más animado cuando en una amplia curva del río, que cortamos tangencialmente a la orilla hasta el punto de tocar con la pagaya en las rocas, apareció como por arte de magia un enorme oso gris que sin duda se encontraba pescando y entendía de música, ya que a los alaridos de Zoom y Oso, que iban en primer lugar, correspondió con un atronador rugido, seguido de un zarpazo dirigido a la piragua de nuestros amigos, que sorprendidos y horrorizados se apartaron instintivamente, inclinando la piragua hasta el límite.

El vuelco no se hizo esperar la confusión fue enorme. Fox ladraba y se movía en mi canoa, haciéndome temer por mi propia seguridad. Yo gritaba tratando inútilmente de calmarles y Hello y Príncipe remaban apresuradamente al rescate de los infortunados cantantes. Por toda contestación a este lío organizado en uno de los lugares más tranquilos del río, el oso gris se echó a la boca un buen ejemplar de salmón y moviéndose pesadamente desapareció. Serán imaginaciones mías pero a juzgar por la expresión del bicho, y viendo el espectáculo que había organizado…, juraría que se iba riendo.

Volviendo al río, Zoom -mientras oso se medio ahogaba recordando todo un rosario de lindezas referentes a la paternidad del animal peludo-, Zoom, no perdiendo tiempo enderezó la canoa evitando que se hundiera completamente. A pesar de todo, habían embarcado demasiada agua como para pretender subirse.

Hello con su canoa remolcaron la piragua a tierra y Zoom, junto con el semiahogado Oso, les siguieron nadando. Como el susto fue cerca de la orilla, pronto estaban achicando la canadiense. Tuvieron que desatar el bota-aguas, o mejor dicho lo que quedaba de él pues ambos habían echado mano a sus cuchillos, rasgándolo para poder salir en el momento del vuelco.

– Tendréis que seguir sin él -dijo Príncipe viendo el estado en que había quedado el bota-aguas- con que ya podéis tener cuidad o acabaréis en el fondo.

– ¡Mira…! hijo de seis cigüeñas, si no hemos acabado en el fondo de milagro, ha sido por culpa de este maldito “chsime” ¡Que no pienso volver a ponerme mientras viva! – Está bien -comenté- peo no pretenderás quedarte todo el día chillándonos desde esa piedra, o… ¿quieres que vuelva tu “tocayo” para meterte al río?

– No me tires de la lengua Raquet que no estoy de humor.

Pensé si alguna vez lo estaba, pero no hice ningún comentario.

– Si no te hubieras asustado no habríamos volcado. – ¡Repite eso -Zoom- otra vez y eres hombre muerto!

– Digo que te llevaste un susto por culpa de ese bicho y me tiraste con todo el equipo al fondo.

– ¡Tú lo has querido Zoom! -respondió exaltado Oso- y dando una carrerilla, Oso se abalanzó sobre Zoom, quien por toda respuesta le propinó un cabezazo digno de un búfalo. Aquel golpe suficiente para mandar al otro barrio a un hombre normal, sólo logró hacer perder el conocimiento a Oso.

– Menos mal que hay alguien aquí que usa la cabeza… – No te pases Príncipe que te arreo otro a ti.

– Era broma, simple broma.

– Ya vale de perder el tiempo mete a ese bestia a la canoa y que duerma tranquilo, a ver si podemos continuar el viaje.

– Las indicaciones de Hello fueron cumplidas y con la delicadez propia de los movimientos de Zoom, éste arrastró a Oso hasta la piragua y le posó “suavemente” dentro de ella.

En total habíamos perdido una hora pero el tiempo mejoraba ostensiblemente y la tarde, con un sol reconfortador resultaba, después de todo, magnífica. Continuamos el descenso sin más novedades que el despertar de oso con dolor de cabeza. Las bromas entre nosotros pasaban con la misma rapidez con la que venían y el tema del vuelco estaba cerrado para siempre. El río volvía a cobrar vida y sus aguas nos empujaban con cierta fuerza. Cuando la tarde apuntaba a su fin, empezamos a buscar un lugar para la acampada. Hello y Príncipe encaminaron su proa a la orilla y todos los seguimos comprendiendo que el sitio había sido localizado y que por hoy el Sabuc no volvería a preocuparnos.

Acampamos en un lugar mucho más cómodo que el de la noche anterior. Era un sitio espacioso con un claro rodeado por enormes pinos que no parecían tener fin. La magnitud de estos árboles nos hacía sentirnos en cierto modo ridículos Parecía que todo nos venía grande: los árboles, el río y los osos. Sin embargo allí estábamos, descendiendo el Sabuc, caminando por lugares por donde seguramente nadie había pasado y dispuestos a todo por conseguir el codiciado “Ojo Aniram”. A veces me preguntaba si en realidad ése sería el motivo del viaje, y no me refiero específicamente al diamante o los posibles tesoros, de lo que en honor a la verdad, tenía serias dudas respecto a su existencia. Quiero decir que si el hecho de ayudar a la amiga de Hello nos hacía jugarnos constantemente la vida, o si por el contrario esto era la excusa para poder hacer lo que en realidad nos gustaba a todos: cazar, beber, viajar por los sitios más recónditos pero afrontado los peligros juntos. Mientras pesaba todo esto, ayudaba a Príncipe y Zoom con las tiendas, en la instalación del campamento. Oso y Hello ponían en lugar seguro las canoas, Fox se contentaba con olisquear toda la zona en busca de cualquier cosa que se moviera. Después de reponer fuerzas, Hello dio parte de la situación. Estábamos según sus cálculos cerca de la meta. Efectivamente, si todo respondía a los apuntes de mapa mañana sería el último día en el Sabuc.

– Bueno muchachos…, mañana llegaremos, si Dios quiere al Atnas Aniram. El río se va a ir ensanchando y su velocidad como hemos notado esta tarde irá en aumento El final del Rio es conocido por todos por lo que os recuerdo que si no queréis saltar ochocientos metros no os separéis de la orilla. La corriente será fuerte en los tramos finales y ante de que las piraguas se hagan ingobernables, debemos continuar a pié. Sin más explicaciones, fuimos cayendo dormidos alrededor de la hoguera.

– ¡Arriba todo el mundo, hoy es el gran día!

Un coro de quejidos y murmullos acogió al madrugador Príncipe

– Tengo verdaderas ganas de ver ese valle con que abreviar muchachos, que el Sabuc, espera.

Oso se levantó con un fuerte dolor de cabeza, que sin duda impidió alguna contestación a la curiosidad de Príncipe. en realidad todos estábamos deseando llegar al final del río, por lo que pronto, el familiar sonido de la pagaya en el agua se dejó oir. El Sabuc, aunque empujaba con relativa fuerza, era fácil de bajar por aquellos tramos. Dimos alguna curva, todas amplias y sin las rocas, que por poco me cuestan la piragua el primer día. Continuamos así durante horas, y ya empezaba a creer que nos tiraríamos todo el día remando sin más interés que el propio descenso rápido, pero seguro. Pronto comprobé que nuevamente, no estaba el Sabuc dispuesto a darme la razón. El agua comenzó a bajar con una fuerza que pasó de intrigante a preocupante, llegando a pasar a ser una vorágine que amenazaba con terminar con todos de un mismo golpe. Las canoas subían y bajaban levantando olas de espuma. El ruido del río se hacía ensordecedor y dificultaba cualquier tipo de grito -aunque lo diera Oso-.

¡A tierra, a tierra…! fue todo lo que se oía y repetía, pienso que todos gritábamos lo mismo, ¡a tierra, a tierra…! Que ingenuidad nuevamente el Sabuc nos cogía por sorpresa. El río había cambiado repentinamente el decorado y del paraíso que discurría por tranquilas aguas, entre cómodas y cercanas orillas, había pasado a ser un infierno y las orillas una ilusión difícil de alcanzar. A pesar del “lío” en que estábamos metidos, los barcos bajaban peligrosamente juntos. La corriente más fuerte discurría por el mismo centro del río. Cualquier intento de salirse de él supondría ofrecer mayor superficie de canoa al agua, con lo que sin duda, terminaríamos dando vuelta. Zoom y Oso eran los que peor lo estaban pasando. El incidente del oso gris acabó con la rotura del bota-aguas y ahora su canoa hacía agua a cada bote que daban. El intento desesperado de Zoom por achicar, era inútil y solo al igual que nosotros, podían mantenerse a flote a base de no perder un ya, precario equilibrio. La velocidad del río iba en aumento pero esto ya no nos preocupaba porque en realidad ni lo notábamos ya que estábamos descendiendo el doble de rápido de lo que podíamos y sabíamos. En un auténtico golpe de suerte, pude, ayudado por la corriente, dirigir mi canoa hacia tierra. Hello y Príncipe parecía que también lo estaban logrando. Fox en mi canoa se quejaba lastimeramente, escondiendo su cabezota debajo del bota-aguas. Mi piragua cruzó, ofreciendo todo su lado de babor, bajé varios metros temiendo volcar en cualquier momento. Acabé descendiendo de espalda al río que tenía por delante y de cara a la corriente que nos empujaba de forma endiablada. No sé cómo pude girar en redondo para terminar estrellando mi canadiense contra las piedras de la orilla. La canoa, resentida ya del primer día, se partió por la mitad y amenazaba con volver al centro de río dividida en dos. Rápidamente corté el bota-aguas con el cuchillo dejando libre a Fox y liberándome yo mismo. Unas fuertes brazadas y logré llegar a tierra al borde del agotamiento. Me puse en pie y miré angustiado la suerte de mis compañeros.

Hello y Príncipe parecía que llegaban a tierra unos doscientos metros más abajo que yo. Pero, con el corazón encogido, vi como Oso y Zoom se debatían entre las aguas del Sabuc. Su canoa, completamente hundida a causa del agua que llevaban embarcada, no les servía nada más que de tronco para mantenerse a flote. Agarrados a ella descendían sin posibilidad alguna de acercarse a la orilla. Estaban en el centro del río que bajaba con furia. Soltarse de su salvavidas y tratar de nadar a la orilla significaba la muerte. Esto lo comprendían perfectamente y se aferraban desesperadamente a la hundida canoa que les llevaba a una amenazante cortina de agua. En efecto, ¡el final del Sabuc estaba allí! y el ensordecedor ruido, así como una densa nube de agua que divisaba desde mi posición no podía ser otra cosa que el final del río con su espectacular salto. Significaba la muerte para mis amigos. Inmóvil, horrorizado y sin articular palabras, permanecí mirando unos minutos hasta que el río se tragó a Zoom y a Oso con los restos de su embarcación. La situación no podía presentarse peor Oso y Zoom desaparecían cayendo por la cascada del Sabuc. ¡Su suerte estaba echada!

Yo, completamente agotado, había perdido la canoa con todos los víveres, tiendas, etc. Unicamente el buen Fox y mi cuchillo quedaban conmigo. Como un autómata bajé por la orilla del Sabuc para reunirme con Hello y Príncipe. Fox cabizbajo, parecía comprender la desgracia que me abatía. El camino cercano a la orilla resultaba muy complicado, pero internarme en el bosque suponía perder de vista el río y yo caminaba sin apartar lo ojos de éste con la vana esperanza de ver a mis infortunados compañeros.

Me tropecé y caí al suelo en más de una ocasión. No podía apartar la vista del río. ¡Aún no creía lo que había pasado. Inútilmente trataba de buscar explicaciones. Todo había transcurrido en un instante. Se me pasaban por la cabeza las recomendaciones de Hello. ¿Cómo habíamos caído en la trampa, que sabíamos preparada?

– Raquet, Raquet…, ¡aquí!

– La voz de Hello me devolvió a la realidad. – ¿Cómo estás?

– No respondí, no hacía falta. Hello me abrazó fuertemente los dos pensábamos en lo mismo. Sin intercambiar palabras llegamos donde estaba Príncipe , que con el rostro tenso escrutaba subido en una roca el río. Así inmóviles, mirando, estuvimos no sé cuanto tiempo.

¡Qué sensación de impotencia!. ¡Qué rabia…!

C A P I T U L O IX

“EL INCREIBLE CHETOF”

Debemos hacernos a la idea de lo que ha pasado. Recompongamos la situación y tratemos de buscar la salida de este maldito río. Príncipe tenía razón, de poco servía lamentarnos. La noche se acercaba y no contábamos ni con tiendas, ni comidas ni nada. Únicamente la piragua de ellos había quedado a salvo. Hello encendió una reconfortante hoguera. Pusimos las ropas a secar cerca del fuego, y sin otra cosa mejor que hacer nos sentamos como todas las noches alrededor de un fuego que en esta ocasión brillaba sin la intensidad de otras veces. La canadiense que nos quedaba, no contenía comida y la noche impedía cualquier tipo de cacería. Pero en realidad ¿quién pensaba en comer…? Todos nuestros pensamientos estaban ocupados en uno solo. Así pasamos aquella triste noche, sin apenas cruzar palabras abrigándonos con las pieles de Hello y Príncipe y acariciando a Fox como si tratáramos de aliviar la tensión con el noble animal. Al día siguiente nos levantamos sin prisa y fuimos poniéndonos nuestras baqueteadas ropas con tranquilidad. Nadie hablaba. Fox se dirigió a beber al río y todos le seguimos, abrigando una imposible esperanza. De día, con sol radiante comprendimos que no habían tenido ninguna posibilidad de abandonar el río y que la caída había sido mortal. En efecto, el fragor de la cascada era impresionante. Una cortina de agua se levantaba en el profundo corte del río como queriendo evitar la caída que había terminado con nuestros amigos. Volvimos al campamento convencidos de lo irremediable. Hello sacó el mapa y comprobó que estábamos en la orilla contraria a la señalada por Feni. En efecto, por si no fueran pocos los males, ¡ahora estábamos perdidos! Cruzar el río era imposible y remontarle, con la canadiense por tierra, hasta un lugar en que le pudiéramos vadear llevaría mucho tiempo y esfuerzo por lo que decidimos bajar por la orilla hasta el borde de la cascada, en un último intento de encontrar algún resto de los infortunados Zoom y Oso.

Pusimos en lugar seguro la piragua, aunque no pensábamos volver a utilizarla, y descendimos unos dos kilómetros sin ningún resultado. Internándonos en el bosque buscamos un alto donde poder orientarnos. Una roca en forma de muela, de fácil acceso, resultó el lugar ideal. ¡Qué maravilla se abría ante nuestros ojos! Nunca nadie vio cosa semejante. El Sabuc caía al infinito entre nubes de agua que trepaban por escarpadas paredes. Tardamos en acostumbrar la vista al espectáculo que nos ofrecía la naturaleza. Todas las descripciones del valle resultaban pequeñas, comparadas con la realidad. Un caída de agua que no parecía tener fin era recibida por un vergel y conducida en forma de hilo de plata, a juzgar por los destellos del río, atravesaba un maravilloso valle: ¡El Valle del Atnas Aniram! Permanecimos extasiados contemplando aquellas maravillas. Todo lo que formaba aquel paraíso, se convertía en enemigo a vencer. ¿Cómo podríamos descender hasta allí abajo, por unas paredes completamente verticales, sin cuerdas ni medios? Príncipe fue el primero en salir de la contemplación que nos mantenía inmóviles.

– No queda otro remedio que comenzar a caminar. Por lo que se ve la otra orilla presenta paredes más irregulares.

– En efecto, -dije- por allí debe ser donde contaba Feni, que ascendió el legendario Onaec.

– Pues bien no tenemos otro remedio que investigar estas paredes buscando algún sitio que nos permita bajar al valle, -concluyó Hello-.

Caminamos por aquellos maravillosos parajes sin alejarnos mucho del acantilado observando de vez en cuando las orgullosas paredes que defendían el valle. La catarata que formaba el Sabuc en su caída fue quedando atrás. A medida que avanzamos, tuve una sensación familiar: ¡el hambre…! Se convino cazar algo para remediar la situación. Utilizando los cuchillos construimos unos rudimentarios arcos y algunas flechas que podrían valernos, caso de divisar pieza. ¡Fox, fox…! el perrazo comprendía para lo que se le llamaba y comenzó a olisquear los alrededores. Fuimos entrando en un tupido bosque. Al rato Fox se quedó inmóvil y empezó a gemir de una forma extraña. Príncipe, que debía tener bastante hambre, dedujo que había presa a la vista diciendo:

– ¡Silencio o perdemos la comida!

– No parece que haya encontrado nada -le contesté- más bien se diría que no quiere continuar.

– ¿Cómo no va a querer continuar?, seguro que tenemos a algún “orejas largas” esperándonos en esos matorrales. Con todas las precauciones posibles, Príncipe avanzó sigilosamente. Hello y yo le mirábamos junto a un Fox que no dejaba de gemir. Semiagachado, con su cuchillo en la mano, Príncipe apartó cautelosamente unos matojos, y… ¡Huaaaau! Un grito histérico, el entrechocar de cascabeles y latas y la inmediata ascensión de Príncipe a los cielos, terminaron con el agobiante silencio del bosque. Fox se agachó y estiró el cuello, dando un ladrido entre asustado y perplejo. Hello y yo, sin movernos un ápice, nos miramos atónitos y con la misma cara de asombro volvimos a mirar el lugar donde debiera encontrarse Príncipe cazando. El gorro de éste con una pluma partida en dos, era todo lo que quedaba.

– !Por todos los diablos, bajadme de aquí!

Los gritos nos volvieron a la realidad. Doce o trece metros arriba colgaba Príncipe, cabeza abajo.

– ¡A qué esperáis, bajadme de un vez!

– Por todos los diablos Príncipe -dije- si pareces un murciélago.

No pudimos contener la carcajada viendo al cazador cazado.

– ¡Menos bromas y soltadme! El que a puesto esta trampa no puede tardar en venir con el jaleo que hemos armado.

– ¡Eso es! -exclamé- . ¿Quién puede haber puesto esta trampa si no son el Oso y Zoom?

La esperanza que nunca habíamos perdido, a pesar de la evidente realidad, se agarraba a cualquier circunstancia por extraordinaria que esta fuera para recuperar el ánimo.

– No pueden haber sido ellos Raquet, -sentenció Hello-. ¿Cómo habían tenido tiempo de preparar esto?, mira las cuerdas, no se hacen en un día, además les vimos caer con nuestros propios ojos y caso de no ser así, ¿porqué no remontaron el río por la orilla para buscarnos?

La razón volvía a estar de parte de Hello.

– Bueno, bueno, si queréis dejar vuestras interesantes deducciones durante un momento y me bajáis quizá yo también pueda participar en ellas.

– Nos disponíamos a bajar a Príncipe, cuando… -una voz conocida sonó a nuestra espalda-.

– ¡Por mil buitres despellejados, que ven mis ojos…!

– ¡Oso, Zoom…! exclamé emocionadamente, ¡amigos, qué alegría!

– Ja, ja, ja… ¿Qué pensabais que este zulú y yo no íbamos a poder con el riachuelo?

La sorpresa fue mayúscula, ¡Zoom y Oso vivos…! Nos fundimos en un solo abrazo encima del maltrecho gorro de Príncipe, y debajo de él mismo, que aún pendía del árbol. Después de unos minutos, que parecieron horas para Príncipe, cortamos la cuerda que le mantenía en los cielos. Como fruta madura cayó a los brazos de Oso y de Zoom formando un emparedado perfecto, si no fuera porque la “crema”, seguía boca abajo y en esta ocasión semiaxfisiado por los abrazos de ambos.

Aún no podíamos creer lo que estaba pasando… A la lógica avalancha de preguntas fueron respondiendo nuestros amigos y en vista de que Oso no paraba de dar unas explicaciones -que complicaban cada vez más la cosa tuvo que ser Zoom quien en pocas palabras nos puso al corriente.

– En efecto amigos, cuando las piraguas se hicieron ingobernables, la nuestra ya estaba prácticamente hundida. Pudimos ver como tú primero Raquet, y después vosotros os dirigíais a tierra, nos alegramos por vosotros. Inmediatamente nuestra canoa se hundió. Permanecimos agarrados a ella un instante y luego dándonos un fuerte apretón de manos, fuimos a reunirnos con el padre del “Feo”.

Oso, mientras Zoom, con una locuacidad extraña en él, iba explicándonos todo, permaneció callado, -un silencio, diría yo, más extraño aún que la facilidad de palabra de Zoom-, sin dejar de mirar fijamente a Zoom, como queriendo olvidad aquellos instantes vitales.

– Todo estaba perdido, el Sabuc nos escupió al vacío. Entonces tuvimos la sensación más extraña que podáis imaginar. Fueron unos instantes, pero todo pareció ir lento terriblemente lento. Confieso que la explicación de Zoom, nos tenía embebidos y prácticamente parecía que todos lo estábamos viviendo.

– Con el cuerpo relajado -continuó Zoom-, esperando la terrible caída que nos estrellaría en el fondo del valle, algo como una gigantesca mano invisible nos recogió bruscamente, salvándonos de la muerte. No perdimos el conocimiento pero no entendíamos qué sucedía. Yo creí que habíamos chocado contra el fondo del río que estábamos muertos, que no era real lo que pasaba. Solo la terrible sensación de que el agua que caía nos seguía ahogando, nos hizo comprender…, ¡habíamos caído en una red!

– ¿Una red, -exclamamos al unísono-.

– ¡Sí!, una red. Una red de pescar y que ¡por mil millones de salmones, nos había pescado como a uno de ellos! -aclaró Oso, volviendo a su natural locuacidad-. Sé que resulta difícil de creer, ni nosotros mismos, estando allí, dábamos crédito, pero aquí nos tenéis; y el que nos pescó es el mismo que acaba de cazar a Príncipe, el tipo más raro que pisa la tierra. ¡Ardo en deseos de que le conozcáis!

– ¡No tienez nada maz que prezentarmeloz, Ozo!

Esta nueva voz con extraño acento, que surgió del bosque me hizo sobrecogerme del susto. Volvíendonos apareció detrás de nosotros un hombre fornido, completamente calvo, envuelto en una vieja piel de ciervo, adornada con plumas de águila.

– ¡Aquí está apareciendo cuando menos se le espera!, cómo siempre, -dijo Oso-. Amigos, éste es el hombre al que le debemos la vida y el que nos va a ayudar en nuestra empresa. ¡Os presento al increíble “Chetof”.

Nos quedamos mirando al extraño personaje, no era ni indio, ni blanco, una sonrisa que no dejaba ver sus dientes, me impidió calcular su edad -en realidad nunca la supe-. Su fornido cuerpo podría delatar juventud, pero la lentitud con que se movía y hablaba, indicaba lo contrario; incluso aquél extraño acento -que más tarde veremos, traía loco a Oso-, contribuía a ocultar su verdadera edad. Fuera como fuera, el buen Chetof había salvado a mis amigos y en adelante se convertiría en pieza fundamental para el desarrollo de nuestra aventura.

Después de aquella presentación misteriosa, seguimos andando hasta la cabaña de Chetof. Una vez allí, empecé a comprender porqué les parecía un tipo extraño a Oso y Zoom. En la base de una impresionante sequioa, tomó una cuerda trenzada y dando un tirón, el árbol empezó a chirriar.

– ¡Cuidado Príncipe! -dijo Zoom, señalando hacía arriba-. El aviso llegó a tiempo y Príncipe hizo sitio para que se posara un extraño artilugio en el que cabíamos cuatro de nosotros. Era una cesta cuadrada con una pequeña puerta de entrada.

– Pasaz, Chetof nos invitó a entrar, y junto con el subimos Hello Príncipe y yo, entre las carcajadas de Zoom y Oso, que por lo visto encontraban la situación bastante divertida.

– Parece ser mí sino, -comentó Príncipe-, en este bosque me paso el tiempo subiendo a los árboles.

Hello y yo reímos la ocurrencia de Príncipe pero sin grandes aspavientos, tratando de no mover el habitáculo en el que ascendíamos. Cuando estábamos a unos veinte metros… se paró.

– ¡Bienvenidoz, bienvenidoz…!, gracias, contesté mecánicamente, pero allí arriba aparte de nosotros cuatro no había nadie más.

– ¡Bienvenidoz!, repitió la voz.

– Hola Zo, hola Cehtof, hola Chetof…

Cuando estaba empezando a volverme loco, con tanto recibimiento, Príncipe me señaló en una rama a un precioso loro, que continuaba dándonos la bienvenida.

– Ja,ja,ja…, por un momento pensé que este árbol estaba lleno de gente.

– Por aquí -indicó Chetof- abandonando la cesta.

La salida tenía una pequeña rampa y conducía a una impresionante cabaña construida sobre una empalizada entre las ramas del árbol, a más de veinte metros de altura. Todo aquello era impresionante. Mientras entramos en la cabaña, -la cual describiré detalladamente más adelante, porque merece la pena- volví a oir el: bienvenidoz Zoom y Ozo…, bienvenidoz…

– ¡Ozo no!, ¡maldito plumífero…! Oso, Oso…

Parece ser que tanto Chetof como su loro no pronunciaban la ese, cambiándola por la zeta, siendo así el nombre de Oso el único imposible de decir correctamente. No deja de ser irónico, ya que sólo Oso es capaz de enfadarse con un loro, como si se tratara de una persona, por semejante defecto de pronunciación. A Chetof no le decía nada, a fin de cuentas le debía la vida, pero lo de aquél picudo plumífero, hijo de quince cuervos, como “cariñosamente” le llama, era más de lo que nuestro amigo podía soportar.

Antes de acabar de explicarnos el rescate de Zoom y Oso, Chetof sacó un comida digna de un rey. Comimos vorazmente, no olvidemos que en “la primera ascensión a los cielos de Príncipe”, fue cuando ya estábamos tratando de cazar algo para matar el hambre. Con la tripa llena, alrededor de una singular mesa redonda que estaba situada en el interior de la cabaña, Zoom acabó de contarnos su milagrosa salvación.

– Como os decía, estábamos atrapados en una red situada unos cuatro metros debajo de la cascada. Al rato de estar tragando agua notamos que algo tiraba de nosotros. La red se cerró por encima de nuestras cabezas formando una bolsa y cayendo hacía la orilla derecha del Sabuc. Podéis imaginar la sorpresa cuando al posarnos suavemente en una lastra de piedra la red se abrió y apareció Chetof. Chetof se rió sin despegar los labios y el loro que nos había recibido se posó en su hombro

– Azí ez, oz había obzervado bajar el río y ví caer a Ozo y Zoom en laz redez que tengo pueztaz para pezcar. Tuvieron mucha zuerte de caer en ellaz, zi no eztarían muertoz.

Por lo visto, aquel insólito personaje tenía un sistema de pesca instalado permanentemente debajo de la cascada y cuando se dirigía a recoger su pesca diaria, nos vio bajar por el río, resultando lo que ya todos sabemos.

– Te damos las gracias Chetof por tu ayuda, -dijo Hello-estrechado su mano.

– Todo fue zuerte, -respondió Chetof-. Ahora dezcanzar, reponed fuerzaz, ya tendréis ocasión de devolverme el favor.

Oso y Zoom había puesto en antecedentes a Chetof del fin de nuestro viaje. Pasamos toda la tarde sin bajar del “arbol-casa” en el que nos encontrábamos. Tuvimos oportunidad de observar varios de los inventos de nuestro anfitrión. Todo era fantástico. Por ejemplo: de una pared en la estaban clavadas dos estacas de madera con forma de tapadera, goteaba agua. Aquello llamó la atención de Príncipe. Chetof lo indicó que tirara de una de ellas, Príncipe se quedó con la estaca puntiaguda en la mano y seguidamente…, las tímidas gotas que llamaron su atención se convirtieron en un chorro de agua fresca. Nos quedamos boquiabiertos, pero la exhibición no había terminado… Chetof, le instó a que sacara la segunda estaca. De nuevo Príncipe repitió la operación y un nuevo chorro de agua surgió ante nuestros asombrados ojos.

-¡Increíble! ¡un río de de agua particular en una cabaña situada a veinte metros de altura! -exclamé-. ¿Pero para qué quieres dos chorros iguales? -preguntó Hello-.

– No zon igualez, -contestó-. Prueba el agua …

Hello intrigado bebió el primero. Fresca y pura -dijo- y se apresuró a probar el segundo ante la insistencia de Chetof y la curiosidad de todos.

– ¡Huagg…! chilló apresuradamente al escupirla. – ¡Caliente…! ¡Agua caliente…!

La risa de Chetof acompañada de las carcajadas de su loro inundaron la cabaña, al ver la cara de asombro de Hello.

– ¡Este Chetof es un genio! – exclamé-. ¡Agua caliente!

Por supuesto, era la primera vez en la vida que contemplábamos algo parecido. No ignorábamos que el agua se podía calentar con el fuego, pero que saliera, fría o caliente, de la pared con solo quitar aquellas singulares estacas y en una cabaña a viente metros del suelo, era más de lo que podíamos imaginar. Después de que todos comprobáramos la agradable temperatura del agua, -siempre que uno no la quisiera para beber- Hello y Príncipe cerraron con las estacas los agujeros cortando el flujo. Todo el agua que durante la demostración había caído se almacenaba en un recipiente hecho con madera y cuero curtido, puesto a tal efecto debajo de los chorros. Chetof, metió la mano en el fondo de aquella singular bañera sacando una tercera estaca y el agua comenzó a colarse hasta desaparecer completamente.

-¡Por cien mil zorros rojos…! ¡este tío es un genio!

No era para menos y el piropo que le dedicaba Oso, no solo estaba justificado, si no que como veremos enseguida…, se quedaba corto. Como él nos fue explicando, el sistema de agua caliente y fría que tenía, consistía en dos recipientes de regular tamaño situados encima de su cabaña, uno oculto entre las ramas de los árboles recogía el agua de lluvia y por medio de un ingenioso sistema de canales, hechos con una extraña madera completamente hueca a la que Chetof llamaba: “Buban”, conducía el agua furia. El otro aparentemente era igual, pero algo metálico destellaba con los últimos rayos de la tarde en su parte superior. subimos por unas escaleras fuertemente asentadas hasta el tejado de la cabaña saliendo al exterior por una trampilla practicada en el techo. Lo que brillaba no era otra cosa que finas planchas de plata dispuestas de tal forman que hacían incidir los rayos del sol en el agua calentándola. Este recipiente en su interior estaba igualmente recubierto por el preciado meta conservando mejor de esta forma la temperatura.

– Plata para calentar el agua…, si no lo ven, no lo creo. dijo Príncipe-, esto es interesantísimo.

– Lo que es, es de locos, -sentenció Oso-, añadiendo: una buena borrachera me cogería en donde hay sabes, con la mitad de ¡ése calienta aguas!

– ¿Mi amigo Ozo tiene zed?

– ¡Zí digo sí! ¡por mil barricas de whisky!, ¡hace siglos que no bebo!, pero a pesar de que te debo la vida, no me pidas que beba agua, y ¡menos agua caliente! Reimos la salida de “Ozo” como ya empezábamos a llamarle todos. Pero evidentemente Chetof, no se refería a beber agua caliente. Nuevamente entramos por el tejado a la cabaña. Chetof sacó una piel de ciervo que contenía un líquido de color ámbar, y se lo dio a probar al sediento Oso. Éste no sin antes olerlo desconfiadamente, probó con extraordinaria precaución aquel brebaje. Lo degustó mirándonos fijamente pero sin articular palabras. Aquella pequeña prueba fue seguida de un descomunal trago que se metió entre pecho y espalda, continuando dentro de su mutismo, aunque no permaneció así por mucho tiempo. Una forzada mueca, acompañada de gritos y las maldiciones correspondientes, dieron envisto bueno a aquella excepcional bebida, que no tenía nombre pero podía tumbar a un caballo. Debo decir que en cuestión de beber Oso era una autoridad. Y Por supuesto que de todas las genialidades que Chetof nos iba enseñando, Oso siempre recordará en primer lugar, aquel misteriosos brebaje sin nombre, aunque él siempre le diera alguno después de cada trago. Aquel día había resultado una auténtica sorpresa para todos y pronto caímos en un buen sueño, dentro de tan maravillosa cabaña. Todos excepto Fox que precavidamente dormía abajo, ya que la igual que Oso no había hecho buenas migas con el loro de Chetof y si Oso no le toleraba, Fox directamente se le quería comer. Y eso que yo nunca oí que le llamara “Foz”, ¡o, sí lo hizo?

El día siguiente amaneció claro, fui el primero en despertar, exceptuando a Chetof, que ya volvía con la comida que había caído en sus trampas. Y es que durante el tiempo en que convivimos con aquel personaje, nunca le vi quieto siempre tenía algo entre manos. Él disfrutaba ante nuestro asombro, que iba de sorpresa en sorpresa. Las redes colocadas en el Sabuc, a las que tanto debíamos, eran algo fantástico. Tuve la ocasión de acompañarle más de una vez para recoger la pesca y siempre me parecía increíble lo que tenia ante mis ojos. Indudablemente, Chetof era un genio y él lo sabía, pero hasta un genio tiene necesidad de mostrar a los demás su genialidades si no estas ya no lo serían tanto. Chetof era un personaje singular vivía en compañía de un loro que le daba la bienvenida constantemente, independientemente de que llegaras o te fueras, -llegando a exasperar a Oso-, rodeado de sus inventos que le proporcionaban toda clase de comodidades. No tenía porqué preocuparse de la comida y su seguridad quedaba a salvo en su insólita cabaña. En ella había una habitación en la que pasaba las horas muertas diseñando extraños artilugios, sus paredes estaban recubiertas de finas pieles en las se veían raros dibujos. Dibujaba en pieles, previamente estiradas y secas, lo hacía con plumas de águila y una especie de tinta que él mismo se fabricaba, y la cual en una ocasión, casi es bebida por Oso. Pasamos en compañía de Chetof varios días. Algunos de los cuales nos acompañó al borde del acantilado.

Hello le explicó con detalle, el interés que teníamos en bajar. Chetof hablaba poco, pero entendía perfectamente cual eran nuestros propósitos y como nos explicaba, estaba dispuesto a ayudarnos. Aquella mañana, un grito procedente del misterioso cuarto, en el que solía permanecer encerrado nos despertó sobresaltados.

– ¡Veniz amigoz, veniz amigoz!

Oso rápidamente abrió la puerta pensando que necesitaba ayuda y se introdujo, cuchillo en mano, como un huracán en el cuarto.

– Bienvenido Ozo -dijo el loro- … todos entramos detrás. – Aquí eztá, por fin lo encontré.

– ¿El qué?, ¿quién ezta… digo está? ¿Que pasa Chetof? -preguntaba Oso- que al igual que nosotros no veíamos otra cosa que pieles emborronadas de tinta amontonadas por el suelo y objetos aún más extraños colgados de las paredes.

La habitación resultó ser más grande de lo que aparentaba por el tamaño de la puerta. Imperaba como digo un gran desorden, dentro de ella; en el medio había una mesa, encima de la cual un extraño dibujo era señalado por Chetof, siendo si duda el motivo del grito. Estaba todavía “Zo”acabando de darnos la bienvenida a todos, cuando Chetof, con la satisfacción pintada en el rostro, nos explicó aquel nuevo misterio.

– Hello, amigoz, ahora podréis bajar al valle. – ¿Cómo? -preguntamos al unísono-.

– ¡Con ezto! -dijo- señalando aquel incomprensible dibujo en forma de triángulo.

– ¡Ya sabía yo que este se nos volvía loco! -dijo Oso-.

– Como no te expliques mejor, -dijo Zoom- pareciendo querer, cosa rara, dar la razón a Oso.

– ¿Quién ez el único que puede bajar, al valle? -dijo- ,

– zolo loz pájaroz, que lo hacen volando. ¡Bueno, puez bajareiz, como elloz, bajareiz… volando!

– Completamente loco, ya lo dije vivir en la copa de un árbol no puede traer nada bueno.

– Deja que se explique Oso -cortó Hello-, hasta ahora todo lo que nos ha enseñado, pudiera parecer imposible para el que no lo haya visto y sin embargo… funciona.

– Y ezto funcionará Hello, funcionará. ¡Ze trata de un ala!, que hoy mismo, con vuestra ayuda comenzaremoz a conztruir. Ez algo que ziempre he tenido en la cabeza y que ahora voy a realizar. ¡Azí me devolvereiz el favor! Y dicho “ezto”, enrolló aquella piel y metiéndosela bajo el brazo, descendimos en la “cesta”, entre los bienvenidoz de Zo y los ladridos, con que siempre nos recibía Fox.

La actividad reinó durante la siguiente semana. Cortamos gran cantidad de “bubam”, aquellas cañas que Chetof utilizaba para llevar el agua a la cabaña. Oso y Zoom fuero encargados de cazar ciervos y a se posible grandes. Esto agradaba a ambos y en compañía de Fox, consiguieron carne para todo el invierno.

Lo único que le interesaba a Chetof eran las pieles. los animales eran desollados y sus pieles puestas a secar cuidadosamente. Del bubam cortado, sólo aquel que reunía ligereza y resistencia, era escogido y diestramente entrelazado con finos cueros.

Bajo la dirección de Chetof, construimos un armazón al que se sujetaron las pieles secas, hasta conseguir una especie de ala triangular, que tenía bajo ella una cesta similar a la que usábamos para subir a la cabaña, aunque en ésta solo cabía un hombre.

Por último bajo la cesta, dos travesaños de bubam sostenían cuatro ruedas que permitían el desplazamiento al singular artefacto. Habían transcurrido seis días desde que empezamos a construir nuestro medio de viaje al valle. Los últimos retoques concluyeron durante el sexto día. El aparato medía de punta a punta catorce metros, el ala en su parte mas ancha, es decir justo en el medio, tenía cuatro metros y su altura llegaba a los dos metros resultando completamente simétrico en cuanto a peso y medidas, o la menos esta fue la intención del equipo constructor. Cuando hicimos el “ala”, se hizo en dos mitadas iguales, y confieso que me pareció enorme, teniendo mis serias dudas de que aquel armatoste pudiera volar, aunque lo que buscábamos era “bajar”, y eso a la vista del trasto, no había duda de que sí lo conseguiríamos. El último toque fue ponerle nombre, lo que personalmente me agradó, ya que cada uno lo llamábamos de una forma distinta, y poco optimista, y aunque Chetof y Príncipe -que se encontraba entusiasmado con el proyecto-, no se daban por enterados, dejábamos bien clara nuestra incredulidad a que “Icaro” se levantara un palmo del suelo.

“Icaro” así fue bautizado. El nombre se lo puso, como correspondía por justicia, Chetof. No sé qué relación puede haber entre dicho nombre y algo que vuele. De todas formas suponiendo, poca vida para el recién nacido Icaro, tampoco me preocupó demasiado hacer investigaciones. Volvimos a la cabaña dejando a Icaro vigilado por Fox.

Después      del rutinario recibimiento de Zo que seguía exasperando a “Ozo” y mientras devorábamos un maravilloso guiso de Zoom, Chetof, entró en materia.

Se me olvidaba apuntar que el armatoste pesaba pesaba unos sesenta kilos.

– Mañana probaremos a Icaro…, eso va a tener gracia, -dijo un sarcástico Oso-.

– Si me permitís amigos, creo que soy yo el más apropiado para hacerlo, -dijo Hello-, no hay duda de que puede ser peligroso y no sería justo que otro se arriesgara.

– Siento contradecirte, -interrumpió Príncipe-, pero yo también quiero probarlo. Tengo enorme interés en ser el primer hombre que: ¡vuele como los pájaros!

– Lo que vas a ser es el primer pájaro que se mate de una caída, -dijo Oso-, al que no le parecía mala idea la elección de Principe.

– Yo tampoco estoy contigo -dije- y exijo mi derecho a probar el primero a Icaro.

– ¡El primero y el último!, -exclamó nuevamente Oso- , ¿Pero es que os habéis vuelto locos?

– Yo también quiero subir…, -era Zoom-. Hace falta mucho valor para atreverse, así que el más indicado soy yo.

– ¿Qué insinúas Zoom?, ¿me estas llamando cobarde…? ¡Por mil millones de Icaros! ¡Vámos para abajo…! Ahora mismo salgo volando yo en el trasto ese.

Tras semejante discurso, el Oso, -que había bebido más brebaje de Chetof de lo acostumbrado- se dirigió, hecho un basilisco a la puerta.

– ¡Bienvenido Ozo!

– Ni una palabra más pajarraco, o te desplumo de un tajo y sin darnos tiempo para reaccionar y en uno de esos ataques de genialidad, cerró la puerta “con la delicadeza acostumbrada”… Primero un portazo y después un grito desgarrador, -que nos hizo salir apresuradamente tras él-, turbó la paz de la noche.

¿Qué había sucedido…? El Oso en su precipitación no se fijó en que la barquilla se encontraba abajo -o quizá no recordaba que vivíamos a viente metros del suelo-. El caso es, que como había prometido, salió volando. Pero hacia abajo. Afortunadamente para él, logró agarrarse a las cuerdas que sujetaban la barquilla, lo suficiente como para amortiguar la caída. Bajamos enseguida. Tenía una pierna medio rota y un fuerte golpe en la cabeza. A pesar de todo, insistía en probar a Icaro.

No sin muchos esfuerzos, logramos subirle a la cabaña. Nada más entrar con él en brazos, oímos…, ¡Bienvenido Ozo! La reacción no se hizo esperar y el cuchillo de Oso fue a clavarse cinco dedos en el poste de Zo. Hubiera sido el final del plumífero si no llega a ser porque -quizás previendo el peligro-, Zo, se encontraba cogido del poste con sus garras, manteniendo la cabeza hacia abajo.

Una vez calmado Oso, vimos que no tenía nada de consideración, un par de semanas con la pierna inmovilizada y listo. Pero el conflicto sobre quién probaría en primer lugar a Icaro, seguía sin resolverse y como no era de extrañar Chetof, padre del invento, no quería renunciar a sus derechos.

– Bien, en vista de que todos queremos ser el primero en emular a los pájaros, ¿porqué no nos lo jugamos…?

Mi propuesta tuvo enorme éxito. Todos, excepto Chetof, que ignoraba el significado de “jugarnos a Icaro” estábamos deseando echar una de nuestras viejas partidas de la taberna del Feo. La rabia de Oso fue tal, -era el más jugador y pendenciero de todos-, que aun comprendiendo que no podía en su estado iniciar nuevas aventuras, hubo que permitirle tomar parte en el juego. Además, el único que nunca se separaba de los dados era él siendo, lógicamente, quien los tenía. La idea de jugarse lo que fuera calmaba su mal humor. Explicamos a Chetof en qué consistía el juego: teníamos seis dados, aquel que de tres tiradas sumara más puntos, ganaría pero solo contaban dos tiradas, con que la habilidad era plantarse en la se suponía mejor.

Comenzamos a jugar y pronto comprendí que no sería yo el ganador. Me quedé con la primera y desprecié la segunda, -que resultó ser la mejor de las tres-. Total de un máximo de treinta y seis puntos, solo logré doce.

Le tocó el turno a Zoom, no lo hizo mal y se plantó en veinte. Siguió Chetof, que estaba asombrado y encantado con el juego. Para ser la primera vez estuvo magnífico y superó a Zoom en un punto: ¡veintiuno!

Hello quedó muy bajo y solo consiguió nueve puntos; era el último de todos, -tiene gracia porque otras veces el juego lo ganaba aquel que sumara menos puntos-, hubiera sido entonces, como era su deseo, el primero en probar a Icaro.

Le llegó el turno a Oso, que viendo sus posibilidades estaba ansioso por jugar, -el premio en este caso, maldita la gracia que le hacía, pero el afán de ganar era para él más que suficiente. Jugó bien sus dados y superó en nueve puntos, a un desilusionado Chetof. Treinta fue su puntuación, que falta de la tirada de Príncipe, le convertía en el ganador. Debo aclarar que normalmente Oso siempre ganaba, o se las “ingeniaba” para ganar a Príncipe, pero aquella noche estaba visto que no era la de Oso…, si no la de Príncipe, y con una puntuación de treinta, ¡igualó el récord anterior!

Esta contrariedad no sirvió si no para animar más el cotarro. Se decidió un desempate a una sola tirada y con un solo dado. En esta ocasión, Príncipe tiró el primero, con cierto nerviosismo. Vimos rodar el dado por la mesa… y por fin paró… ¡dos!, ¡solamente dos, de seis posibles puntos!

La carcajada de Oso retumbó en la cabaña. Después de que se vació, tomó el dado, le sopló, le habló, le miró como si fuera algo vivo, le agitó encerrado en sus manazas, -mientras parecía recitar una última plegaria-, y con el mejor estilo de los tahures de la taberna del Feo, lo soltó…, rodó…, dio vueltas…, una vuelta más y… ¡Uno! Parecía imposible, era la única jugada que le convertía en perdedor y…, la había sacado.

La carcajada ahora fue de todos incluso de Zo. Príncipe sería pues, quien al día siguiente tendría el honor de convertirse en el primer hombre pájaro de la historia. La mañana amaneció clara y una suave brisa movía las ramas de los árboles.

Después de un ligero tentempié, bajamos todos para comenzar el experimento. Oso nos acompañó cojeando ostensiblemente pero según él decía: ir cojo no es nada, comparado con cómo va a volver otro. Esta alusión a Príncipe, no pareció afectar mucho a nadie, aún cuando todos en nuestro interior, pensábamos que las palabras de Oso, por esta vez, tenían muchas probabilidades de convertirse en proféticas. Arrastramos al flamante Ícaro a un lugar ya convenido. El sitio, elegido por Chetof, parecía idóneo. Se trataba de una pequeña colina. El camino estaba bastante despejado y el viento venía de cara, lo que según Chetof, era ideal para que Icaro y Príncipe volaran. Antes de darnos cuenta, ya estaba Príncipe en el interior de la barquilla recibiendo instrucciones de Chetof.

– Una vez en el aire zolo tienez que utilizar tu pezo para girar a un lado o otro; igualmente lo haraz para bajar.

– Descuida Chetof, para bajar utilizará todo su peso -interrumpió Oso, que llegaba renqueante a lo alto de la colina-.

En realidad estas instrucciones nos las había repetido hasta la saciedad y en teoría parecía fácil. El caso era ofrecer resistencia al aire inclinando a Icaro hacia la izquierda o derecha, según se quisiera girar. En el caso de bajar habría que echarse hacia atrás para levantar el pico de Icaro. La barquilla era pequeña y en algún caso tendría que sacar su cuerpo por la borda para hacer los giros, como si se tratara de manejar una de las canoas de Azrole. Chetof, después de desear suerte a Príncipe, bajó unos veinte metros la colina mientras el resto quedábamos empujando a Icaro pendiente abajo. Solamente Oso y Fox serían los espectadores. Aquello regocijaba a oso, mientras que Fox, como intuyendo algo malo, permanecía junto a él con las orejas gachas.

Príncipe parecía sereno, se ajustó su inefable gorro, del que destacaba una nueva y espléndida pluma de águila, -el águila entera le hubiera hecho falta-. A las señas de Chetof, Principe respondió con un enérgico: ¡empujad…!

Icaro rodó pendiente abajo y ante la admiración de todos, a los pocos metros remontó el vuelo despegándose tres metros del suelo

-¡Bravo…! gritamos todos eufóricos. ¡Está… volando!

De repente algo cayó del cielo, era el gorro de Príncipe, que parecía querer volver a terrenos más seguros. Un suave cabeceo siguió al despegue. Todos gritamos, dando distintas instrucciones a Príncipe, que, a unos cuarenta metros del suelo, no debía oír otra cosa, que no fueran sus propios gritos. Un giro a la derecha y pareció controlar la situación, pero fue un instante, pues a una velocidad de vértigo se alejó del punto de partida, yendo a sobrevolar el cercano bosque donde vivíamos. De pronto, comenzó a perder altura, tocó con las copas de los pinos y…, desapareció entre ellos.

Todos corrimos, -excepto Oso-, que a duras penas arrastraba su pierna lo suficiente para recoger el gorro de Príncipe y bajar la colina diciendo:

– ¡Nunca te olvidaremos! ¡Solamente te ha quedado una pluma, pero has sido la primera águila humana!

– ¡Fantáztico…! ¡Maravillozo…!, -gritaba Chetof mientras corría en pos de nuestro hombre pájaro-.

– No veo lo que tienen de fantástico, si se ha abierto la cabeza contra los árboles -contestaba Zoom, sin dejar de correr-.

– ¡Ha volado, ha volado…! decía Hello y era cierto. Había volado como un pájaro más de quinientos metros y como tal pájaro, había elegido los pinos para posarse.

Cuando llegamos al bosque, nos dimos cuenta de que se había metido en él más de lo que pensábamos. Dando voces le buscamos ansiosamente por fin Zoom le vio. – ¡Allí arriba…!

En efecto entre las ramas de un pino, que había amortiguado la caída, se encontraba Príncipe y lo que quedaba de Icaro; ¿o debo decirlo al revés…?

– Pero qué tío éste…, la afición que tienen ene subirse a los árboles -dijo Oso- que se acercaba en compañía de un asombrado Fox.

– ¡Bajadme!, creo que me he roto algún hueso.

Zoom y Hello treparon ágilmente al árbol y no sin grandes esfuerzos desenredaron al primer hombre volador y a su extraño artefacto. Volvimos a la cabaña con los restos de ambos. Chetof estaba exultante de alegría; no paraba de hacer preguntas a un Príncipe, que con un brazo roto y magulladuras por todo el cuerpo, se esforzaba en contestar. El día que siguió ganó en actividad al resto. Oso, Príncipe y Chetof se encerraron en el cuarto de la cabaña. Chetof diseñaba ahora dos nuevos Icaros y estos tendrían que bajar al valle de Atnas Aniram. Principe, el primer hombre volador -aunque sólo hubiera sido durante quinientos metros- le ayudaba con la incalculable experiencia adquirida, respondiendo a las interminables preguntas del “zabio”, como humorísticamente empezábamos a llamarle. ¿Y Oso?, ¿qué hacía Oso con semejantes hijos de tres tormentas de invierno? Pues sencillamente los descubrimientos habían despertado en su primitivo cerebro una curiosidad distinta a las peleas borracheras y partidas de dados. Además, tanto Oso como Príncipe habían quedado lesionados, uno al intentar subirse al difunto Icaro, y el otro al intentar bajarse. Todos éramos conscientes de que solamente bajaríamos dos, ya que se decidió, que este era el número más apropiado y más seguro. Por consiguiente: Hello, Zoom y yo seríamos los privilegiados. Es decir, de los tres, también sobrábamos uno. De todas formas, mientras Chetof y sus “ayudantes”, diseñaban dos nuevos Izaros más seguros y más ligeros nosotros, acompañados por Fox, reuníamos el material necesario para construirlos. La semana transcurrió animadamente. La imagen de Príncipe volando, se mantenía presente en todas las charlas y la idea de repetirlo casi nos hacía olvidar el motivo de tan arriesgado experimento. Prácticamente, en el tiempo empleado en construir el primer Icaro, terminábamos sus dos nuevos hermanos, casi gemelos. Efectivamente, éstos habían sufrido alguna variación. Chetof, quiso aligerarlos al máximo y se suprimieron las ruedas y la barquilla. en su lugar figuraba un asiento de bubam, protegido por una piel de oso que lo hacía mullido y confortable. Delante del asiento, un fuete palo con muescas talladas parar agarrarse, constituía el único asidero de tan inestable vehículo. A diferencia del primer Icaro su jinete no rodaría colina abajo par remota el vuelo, si no que: ¡correría!

Se terminaron los dos. Tenían un magnífico aspecto. Ante la ausencia de la barquilla, daba la sensación de haber aumentado el tamaño del ala, pero no era así. Sus medidas eran exactas, pero su peso había quedado rebajado en unos veinte kilos. Llegó el día de la segunda prueba, esta vez no hizo falta jugarse el turno aunque más de uno tuviera quedado encantado de hacerlo. Chetof no quería fallos.

Solamente, -como dije-, éramos tres los aspirantes: Chetof, no podía correr el riesgo. Si algo le ocurría a él, nos quedábamos sin la posibilidad de construir nuevos Icaros, pues habíamos acordado que si algo irremediable pasaba, continuaríamos intentándolo hasta conseguirlo. Príncipe y Oso no estaban en condiciones de dar carreritas. El empeño de Chetof en aligerar peso a los nuevos Icaros, descalificó automáticamente al gigante de Zoom, el más grande de todos, que sin duda rondaría los 120 kilos de peso. Solo Hello y yo los probaríamos y sí daban resultado, intentaríamos bajar al valle.

La mañana era muy semejante a la del primer experimento y todo nuevamente estaba dispuesto Volvimos al mismo escenario, pues era el mejor. Una vez allí, Chetof decidió, con buen criterio, que solo habría una prueba, ya que si daba resultado, el siguiente vuelo sería al valle. Según él, descender al valle iba a resultar mucho más fácil porque las características de éste eran inmejorables ya que se trataba, como recordareis, de un cortado de ochocientos metros donde, con regularidad, masas de aire caliente, -producto de la evaporación-, subían por sus cortadas paredes. No había pues motivo parar arriesgar el Icaro, ni por supuesto nuestra vida, en peligrosos experimentos, si este intento daba resultado. Así pues, la duda quedó en quién de los dos emularía a Príncipe. Hello me pidió que le cediera el honor de hacerlo y yo no sé muy bien, si cortés, o prudentemente…, acepté.

Hello sujetó a Icaro puesto en pié, ayudado en los extremos del ala por Zoom y por mí. Si por lo visto, Icaro respondía, según Principe, con extraordinaria rapidez a los cambios de peso, cuando estaba en el aire, en tierra era otra cosa, y sus dimensiones dificultaban enormemente cualquier movimiento. Más abajo: Chetof, Príncipe y Oso acompañados por un cabizbajo Fox, nos daría la señal de partida. Mientras sostenía el extremo del ala, vi que cada vez había más espectadores y menos colaboradores directos y pensé… ¿cómo se las apañaría aquel que quedase el último para sostener a Icaro?

– Un grito dado al unísono por quienes nos observaban fue la señal ¡Ahora…!,

– ¡Vamos allá! -respondió Hello-.

– ¡Gritando todos entusiásticamente, corrimos colina abajo. No habíamos dado diez pasos… y Hello ¡volaba!

– ¡Arriba…, arriba…!, gritamos todos.

Hello había remontado el vuelo con pasmosa facilidad. La ligereza de este nuevo Icaro quedaba demostrada. En un principio tomó la misma dirección que cuando voló Príncipe, y por un momento temimos que también correría la misma suerte. Pero Hello volaba mucho más alto que ningún bosque, ¡Hello… volaba!

Con la boca abierta seguíamos sus evoluciones. Hizo dos giros perfectos, uno a la derecha y otro a la izquierda. De pronto pareció pararse en el aire y cayó algunos metros a plomo, pero enseguida recuperó altura y por último, entre la alegría de todos se posó tranquilamente en tierra. Había resultado. Abrazamos a Chetof, padre y madre del invento, nos abrazamos entre nosotros, ladró Fox y corrimos a felicitar al segundo hombre pájaro en la historia de la humanidad. El regocijo fue indescriptible. Volvimos eufóricos a la cabaña y lo celebramos con una gran cena “bien regada”. Hello explicaba su vuelo y lo comparaba con el de Príncipe. Chetof continuaba con sus innumerables preguntas. Todos me daban consejos, ya que si bien es verdad que yo iba a ser el “tercer pájaro”, también lo era que sería el primero en utilizar a Icaro para el fin que había sido creado…, sin ningún ensayo práctico. Aclaradas las dudas del vuelo de Hello, Chetof nos indicó cuál iba a ser el sitio idóneo para iniciar el descenso al valle. Todos estábamos impacientes y acordamos reconocer dicho sitio y prepararnos para el día siguiente, en el que realizaríamos el gran salto. El tiempo seguía siendo el ideal, y no podíamos correr el riesgo de que cambiase.

Nos levantamos con cierto dolor de cabeza, característico de todas las noches alegres. Apenas comimos algo y nos pusimos en marcha. Chetof, cosa rara, caminaba con paso vivo. Los dos Icaros eran transportados por el resto. Habían sido divididos en dos para ser manejables. Con todo el temor a que sufrieran alguna avería en el transporte, nos hacha marchar lentamente; tanto que a veces perdíamos de vista al embebido Chetof.

Al cabo de cuatro horas de penosa marcha el otrora lento pero incansable Chetof…, se detuvo.

– ¡Aquí! -dijo- señalando con su bastón unas lastras de piedra.

El sitio era pequeño, a duras penas cabían los dos Izaros montados, pero tenía una ventaja con respecto al primitivo campo de pruebas y es que si bien, no podíamos correr con el Icaro a cuestas, podíamos ¡saltar!, ya que la lastra donde nos encontrábamos “pinchaba” atrevidamente el impresionante vacío. La roca en la que estábamos, parecía un dedo gigante que nos indicaba el camino de ida, y así lo comentó Príncipe. Pensé en mi interior si abajo tendríamos la misma suerte y alguien nos diría cuál sería el camino de vuelta. Contemplamos aquel maravilloso espectáculo, asomándonos al acantilado. Doscientos metros aproximadamente debajo de nosotros, reinaba un silencio que era contagioso; todo cubierto por una densa capa de nubes, la cual según nos explicó Chetof, siempre estaba presente. Parecía que el que cayera lo haría blandamente en aquél algodón blanco. Pero nuestro objetivo no era posarnos en las nubes, si no atravesarlas y para eso contábamos con nuestros Icaros.

Estuvimos bastante tiempo descansando y mirando el paisaje. Luego, montamos los dos Icaros y los amarramos de forma que ninguna racha de viento nocturno pudiera arrebatárnoslos. Una vez terminada esta tarea, decidimos volver, pues aunque el día aún no tocaba a su fin, la mañana siguiente iba a estar cargada de emociones. Por la noche, tratamos de encontrar soluciones a las grandes incógnitas que nos esperaban. Suponiendo que todo fuera bien, Hello y yo perderíamos todo contacto con el resto de nuestros compañeros, una vez que hubiéramos atravesado la capa de nubes. No podríamos comunicarnos en modo alguno por lo que decidimos darnos un margen de quince días para volver, o idear el modo de establecer algún contacto que indicara al resto cual era la situación en que nos encontrábamos. Parecía un tiempo prudencial ya que solamente necesitaríamos una hora escasa para bajar al valle y si en quince días no éramos capaces de conseguir nuestro objetivo, tampoco era presumible que lo lográsemos en más tiempo. Además para ese tiempo, tanto Oso como Príncipe, estarían en condiciones de intentar una segunda expedición al valle.

En estas cábalas agotamos el que podía ser, último día en la cabaña de Chetof. Preparamos alguna provisión, pocas, únicamente para el primer día. Arcos y flechas, junto con nuestros respectivos puñales se encargarían de proporcionarnos los alimentos para los demás días. Echábamos de menos nuestros rifles pero el Sabuc se los había tragado junto con las dos canoas. Sin mas acuerdo que el respetar esos quince días de margen, nos retiramos buscando un reparador sueño, que en contra de lo que se pudiera pensar, nos sorprendió rápidamente.