C A P I T U L O VIII
“EL SABUC”
Por mil millones de tormentas! ¡cómo sigamos haciendo caso a este loco, nos vamos a matar!
– ¿De que te quejas?, tú nos metiste en ese agujero y yo os he sacado de la forma más rápida posible.
– Eso no hace falta que lo jures Príncipe -le contesté-mientras me esforzaba en sacudirme la nieve que tenía encima.
– ¿Todos bien por lo que veo? -preguntó Hello-.En realidad habíamos caído en blando y cómodamente sentados, con la excepción de Zoom, el cual entró de cabeza. Pero como él siempre decía, -esta es la parte más dura de mi cuerpo, antes se rompe la montaña que mi cabeza-.
– ¿Dónde calculas que hemos ido a parar, Príncipe?
– Me resultaría difícil asegurarlo, pero lo que no me cabe duda es que hemos descendido mucho en poco tiempo. La temperatura aquí es prácticamente de cero grados y la nieve no es tan dura como la de las montañas. Efectivamente y esto era lo que nos había salvado de rompernos todos los huesos, pues una vez recuperados de la impresión de nuestro meteórico descenso, pudimos comprobar que el túnel por que habíamos salido estaba situado unos quince metros por encima de nuestras cabezas; de no haber encontrado tan cómodo colchón, mal lo habríamos pasado.
– Amigos -continuo Hello-, el mapa que nos confió Feni, indica claramente la existencia de un gran río: “El Sabuc”. El haber tomado otra ruta distinta a la suya nos obliga a buscar ese río, que deberá conducirnos al objetivo previsto.
– Desde luego -interrumpió Oso- cuando empiezas a hablar como los generales del ejército no hay quien te soporte.
– Bueno general o no -respondió Hello- no hay tiempo que perder, el sol aún nos permitirá buscar ese condenado río. Una última aclaración antes de ponernos en marcha. El aumento de la temperatura que podemos apreciar, entraña el peligro de que un nuevo alud pueda sorprendernos.
– Mira -cortó Oso- como aparezca otro alud de esos, te lo tragas.
– Esta bien, esta bien…, pero no estará de más extremar las precauciones. El descenso que teníamos por delante fue una larga media ladera. Todos íbamos unidos por una cuerda. Esta vez Zoom fue el encargado de abrir la marcha mientas que su inseparable Fox, se tuvo que resignar a cerrar el grupo, ya que la nieve constituía un buen problema para el perro y de esta forma se beneficiaba de un camino mucho más pisado. Los turnos se fueron sucediendo al frente de la expedición. Lentamente fuimos avanzando y descendiendo por aquella majestuosa montaña. Cuando me tocó a mí el turno de cabeza, el sol había caído considerablemente y todo aconsejaba buscar algún sitio para pasar la noche. Algunos cuantos metros más adelante el terreno, que hacía tiempo dejó de ser una suave ladera se había vuelto más abrupto y los claros faltos de nieve comenzaron a aparecer. Uno de esos claros coronados por dos grandes piedras, que sin duda hacía muchos años rodaron por la montaña, parecía el lugar ideal.
– Bueno… basta por hoy – dije- el día ha sido bastante movido y este parece un buen sitio para acampar. Ni que decir tiene que mi proposición fue aprobada por unanimidad. Al abrigo de las piedras instalamos el campamento. Las maltratadas toldillas impidieron que pasáramos la noche al raso, pues si bien la temperatura había aumentado, no conviene olvidar que varias horas de inactividad, podían ocasionar graves congelaciones. Afortunadamente Zoom, encendió otra de sus maravillosas hogueras, inapreciables en aquellas alturas. – La comida se está terminando -comentó Zoom-mientras hacía recuento de las provisiones.
– Mañana convenía bajar de una vez estas montañas y buscar algo de comer.
– Cierto mi querido Zoom contestó Hello-, en cuanto salga el sol emprenderemos la marcha hasta llegar a algún sitio en donde podamos dar gusto al “dedo”.
– Ya era hora que se nos ocurriera algo sensato me muero por una buena pata de ciervo.
– Mañana la tendrás Oso no desesperes. Ahí abajo nos está esperando ungían bosque lleno de buenas presas para tu cuchillo.
– Bien, entonces no se hable más. Mañana bajaremos instalaremos un rápido campamento en esos atractivos bosques y pasaremos el día cazando y comiendo
– Hasta mañana pues. Y sin más comentarios, asegurándonos de que la noche se presentaba tranquila, con el cielo plagado de estrellas me limité a echar un buen tronco al fuego y a quedarme completamente dormido. Cuando me desperté vi a Hello escudriñando con su catalejo el terreno; sin duda esperando dar con el Sabuc, que a pesar de ser un río tan grande, se resistía a aparecer.
– ¿Algo de interés, pregunté?
– ¿Cómo…? ¡Ah eres tu! buenos días Raquet – Que lo son -respondí-.
– Pues de interés muchas cosas aunque sigo sin ver el condenado río. He estado repasando el mapa de Feni y el Sabuc nace en estas montañas, alimentado por el deshielo tan fabuloso que aquí se produce y como podrás ver -dijo mostrándome el mapa-, efectúa un largo recorrido en el que atraviesa varios bosques yendo a parar en forma de gran cascada al mismísimo ¡Atnas Aniram! ¡Ah, daría todo el oro del mundo por estar ya allí!
– Calma Hello todo se andará. Hoy de momento a todos nos vendrá bien un día de descanso. Debemos estar en forma para enfrentarnos a ese gran río.
– Cierto Raquet, mi precipitación a veces raya en la locura.
– ¿Más locos? ¿Os parece poco loco ese monstruo de Príncipe y la montaña que ronca a su lado? el despertar de Oso nos hizo reír. No estaba tranquilo si no se metía constantemente con alguien, pero pocos podían contar con más valeroso compañero.
– Fijaros, fijaros en su pluma, -continuó éste refiriéndose a la elegante pluma que coronaba el gorro de Príncipe y que milagrosamente aún conservaba a pesar de la accidentada bajada por el túnel.
– ¿Os podéis creer que dice que le sirve para averiguar la dirección de viento? ¡Si será el tío cursi!, pues ahora mismo se la corto de un tajo o dejo de llamarme Oso. Afortunadamente para la pluma de Príncipe éste se despertó en el preciso instante en el que él afilado cuchillo de Oso, destellaba en el aire.
– ¡Eh…! ¿pero, qué te propones, asesinarme mientras duermo?
– ¡Y vosotros que! ¿Se lo vais a permitir…? Creía que estaba entre amigos. ¡Ni la banda del Cerdo se comporta así! Las sonoras carcajadas de todos, aumentadas por los ladridos de Fox, sirvieron para despertar el pesado sueño de Zoom.
– Bueno amigos, en marcha.
El descenso no tuvo ningún incidente digno de resaltar y con Fox que ahora, ante la escasez de nieve ocupaba la cabeza del grupo dejamos en menos tiempo del necesario para pensarlo, la cordillera negra. La vegetación hizo acto de aparición y al bosque bajo, o al pino solitario, se le fueron uniendo más y más árboles a cada cual más alto frondoso. El canto de los pájaros y los ruidos inconfundibles del bosque nos devolvían a un terreno en el cual estábamos más acostumbrados a desenvolvernos. Cuando el desnivel parecía terminarse y la nieve solo se veía ya en la cima de algún que otro pino encontramos un sitio ideal para acampar. Un pequeño claro, tapizado de frondoso verde, invitaba a no dar un solo paso más.
– ¡Muchachos, este es el sitio! Mientras Príncipe y yo tratamos de orientarnos, Zoom se encargará de instalar el campamento y vosotros a ver, tanto que habláis, sí sois capaces de buscar carne fresca.
– Eso está hecho Hello. Vamos Raquet, tú también Fox, no hay tiempo que perder, ¡me muero por un venado! Oso, Fox y yo fuimos pues, los encargados de suministrar víveres El inteligente animal -me refiero a Fox-, no tardó en dar con el rastro de agua pieza. Oso y yo lo seguimos con gran sigilo. El menor ruido podía espantar la cena y no era cosa de quedarse en ayunas.
– Chisss…, cuidado Raquet, Fox se ha parado ahí delante y no hace otra cosa que mover el rabo Me parece que la cena ya está servida. Medio agazapados y sin hacer el menor ruido, llegamos a la altura de Fox, apartamos unas ramas…, y, ¡allí estaba el ciervo más precioso que jamás hayan visto mis ojos! La sorpresa que recibimos ante tan impresionante animal, estuvo a punto de costarnos la cena.
– El ciervo levantó rápidamente la cabeza, miró desconfiado hacia donde nos encontrábamos. Estaríamos a unos ciento cincuenta metros de distancia lo que dejaba descartado puñal de Oso, con que apuntando cuidadosamente nuestros fusiles, cedí el primer disparo a Oso. Conteniendo la respiración y en un segundo que pareció eterno, Oso apuntó cuidadosamente y disparó.
– Un seco sonido y el quejido del animal herido confirmaron la diana de Oso en el pecho del ciervo. Fox se abalanzó sobre él y antes de que llegara un segundo disparo mortal de necesidad acabó con el sufrimiento del animal.
– ¡Bien rematado Raquet! ya es nuestro. Efectivamente el increíble ciervo, cuyas astas pasaban el metro y medio de longitud, yacía ante la atenta mirada de Fox. Allí mismo lo desollamos. Quitarle el mayor peso posible a un bicho que rondaría los ciento cincuenta kilos siempre serán un alivio para transportarle al campamento. El cuchillo, diestramente manejado por Oso le abrió en canal Oso era un experto a la hora de desollar y por supuesto también cuando de arrancar cabelleras se trataba.
– Bien, esto ya está. -dijo satisfecho Oso-. Una vez atado por los cuernos, lo remolcamos pesadamente , para lo que tuvimos que construir con palos una especie de camilla, evitando al máximo el reforzamiento con el suelo, lo que haría imposible nuestro esfuerzo. después de varias paradas, Oso soltó uno de sus aullidos preferidos que seguido de cuatro o cinco maldiciones anunciaba el regreso al campamento.
– ¡Ya estamos aquí! por todos los buitres del cielo y ¡mirad que pieza! Una vez felicitados por tan buena caza Oso ayudado por Zoom fue limpiando y preparando la cena Rápidamente empaló al ciervo, que comenzó a girar bajo la experta mano de Zoom, en la hoguera que había preparado. Mientras el comunicativo cocinero hacía dar vueltas y vueltas a la cena, pocas palabras se intercambiaron. Aquella noche el cielo estrellado seguramente también el cansancio que arrastrábamos, y sobre todo el aroma que del fuego salía, rodeaba el campamento de una magia especial, difícil de describir. En aquel gran silencio de la noche del bosque tan solo rasgado por el chisporroteo de la hoguera y el quejido de algún que otro estómago impaciente, todos esperábamos la oportunidad de roncar el diente a la apetitosa pieza. De vez en cuando Zoom dejaba de dar vueltas al venado y cuando nos disponíamos a devorarlo, se acercaba, probaba con gran exquisitez un pequeño trozo y frunciendo el ceño, volvía a hacer girar la cena. Esta maniobra la repitió dos o tres veces y como era de esperar, el Oso soltando un aullido de lobo hambriento, que por cierto, confieso, en esta ocasión lo agradecí, hizo ver a Zoom que la cena sí estaba a punto. La verdad es que al paso que iba, se la hubiera comido él solo, trocito a trocito. Con el derroche de palabras que nos tenía acostumbrados y haciendo un despectivo gesto como diciendo: ¿queréis comer carne cruda? pues ahí la tenéis, peor para vosotros; nos lanzamos a por la cena. Cierto es que le faltaban un par de vueltas más, pero… a todos, incluido el sibarita Príncipe, nos supo a gloria. Cuando éste encendió su pipa que siempre olía diferente, y oso hubo apurado los últimos tragos de alcohol, la cena tocó a su fin. Hello aprovechó para ponernos al corriente de sus planes, antes de que nos venciera el sueño.
– Mientras, Raquet y Oso nos suministraban tan deliciosa cena, excelentemente preparada por Zoom, -no cabía duda de que Hello sabía como halagar la vanidad humana-, Príncipe y yo, hemos hecho algún que otro cálculo. Si el mapa de Feni se corresponde con la realidad, y hasta ahora no lo podemos poner en duda nos encontramos a unos cuarenta días de marcha para llegar al Atnas Aniram, siempre y cuando no encontremos algún nuevo impedimento.
– ¡Cuarenta días dices! -rugió Oso-, y antes de que Hello respondiera, me adelanté:
– Me parece recordar la existencia de un río, ¡de un gran río!, “el Sabuc” -dije-, que sin duda y con las piraguas del buen Azrolre, reducirán considerablemente este tiempo, ¡no?
– Efectivamente Raquet, era lo que precisamente iba a exponeros, si me dejáis terminar de hablar. -El tono de Hello no admitía discusión, así que continuó diciendo…-El Sabuc será en adelante nuestro objetivo, no puede andar lejos mañana, con un poco de suerte lo encontraremos. Una vez en él solo tendremos que dejarnos deslizar, y espero que lo hagamos mejor que por el túnel de hielo. Todas las miradas se centraron en Príncipe recordando la accidentada bajada que tuvimos al emplear sus métodos de deslizamiento.
– Bien, pues no hay más que hablar -concluyo Hello-conque propongo avivar el fuego para alejar desagradables visitas nocturnas, e imitar a Zoom que hace rato ronca a pierna suelta. Efectivamente, el buen Zoom, hombre que daba por buena cualquier decisión que tomáramos, no perdía el tiempo escuchando proyectos, prefiriendo reservar sus energías para cuando hubiera que llevarlos a la práctica. El día quiso hacer los honores a la noche y si ésta estuvo plagada de estrellas, la mañana, aunque fresca, aparecía tan clara como las aguas del Sabuc deberían serlo. Cuando despegué perezosamente los ojos, que no querían abandonar el descanso confortable del sueño, vi cómo Hello, madrugador como siempre, conversaba con Zoom e inmediatamente éste empezaba a recoger el campamento. Yo observaba sin mover un solo músculo que pudiera descubrir mi fingido sueño. Zoom, activo como siempre, preparó un ligero desayuno con la carne de ciervo que milagrosamente sobró de la cena y cuando estuvo a punto, procedió a despertar al grupo, bien ayudado por Fox, quien a una sola indicación suya, se lió a ladrar y pegar unas lamidas al pobre Príncipe que si en un principio lo dejaron sordo, instantes después era una baba asquerosa. Mientras Fox ahogaba prácticamente a Principe, Zoom le atizaba una “cariñosa patadita” a Oso, que le hizo rodar tres metros. Por supuesto, en vista del panorama, me levanté como impulsado por un oculto resorte. No se habían apagado los rugidos de Oso ni la desesperación de Príncipe, cuando de nuevo caminábamos hacia el norte, ese norte que no tiene fin, y que daba la sensación de que en lugar de avanzar hacia él, nos venía siguiendo.
El bosque frondoso y “vivo”, nos sirvió durante varias horas de inmejorable compañía. Si bien a veces hacíamos paradas procurando orientarnos, éstas eran aprovechadas por el cuchillo de Oso, para proveernos de caza abundante. La caza era tan grande, que tuvimos que desperdiciar varias piezas, por no cargar más nuestros ya saturados hombros. Caía el sol cuando un sonido maravilloso se dejó oír…
-¡Quietos!, ¿no oís nada? Oso fue el primero en apreciarlo. En el bosque hay cantidad de ruidos que pueden confundirte pero el sonido del agua corriendo tiene una característica especial difícil de olvidar.
– ¡Por fin! ¡ El Sabuc! -Hello no pudo reprimir un grito de victoria-.
Como si no llevásemos horas de marcha y fuéramos sin carga alguna, como si el Sabuc representara el final de nuestra meta y no un nuevo y peligroso paso, salimos corriendo deseosos de ver lo que nos esperaba. Un pequeño declive del terreno y allí apareció majestuosamente. El agua que aún reflejaba los últimos rayos del sol de la tarde seguía su curso haciendo caso omiso a nuestras muestras de júbilo. La alegría fue unánime y rápidamente festejada. En el sitio en el que nos encontrábamos, el Sabuc era bastante tosco. Se trataba de una curva del río, que si bien nos mostraba su fuerza al arrastrar el agua, que lentamente iba ensanchando aquella cerrada curva y limando pacientemente ambas riberas, sin embargo nos impedía hacernos una buena idea de su total magnitud, pues rápidamente desaparecía rodeándonos como si quisiera salirse de su cauce para internarse en el bosque. Estábamos unos quince metros por encima del Sabúc y tratar de instalarnos allí tampoco nos pareció conveniente, con que continuamos la marcha dejando a nuestra espalda, aquella primera y extraordinaria visión del Sabuc. La anchura del rio no pasaría de los cincuenta metros, esto junto a la fuerza con que bajaba, nos indicaba que no debíamos andar muy lejos de sus fuentes.
De nuevo aquel confortable día de marcha anunciaba su fin estirando hasta el infinito las sombras del bosque, cuando quiso regalarnos, a modo de despedida, otra curva del que en adelante sería compañero de viaje. La orografía del terreno cambió considerablemente y esta vuelta que daba el Sabuc, formaba un pequeño remanso donde se amontonaban los troncos con las piedras que no quisieron seguir su curso. El remanso era perfectamente accesible y una pequeña claridad a pocos metros nos ofrecía el sitio ideal para pasa la noche. Con la cabeza, supongo, al igual que mis compañeros, si excluimos a Zoom, llena de interrogantes sobre lo que nos esperaba al día siguiente conseguí conciliar un impaciente sueño. Apenas despuntaba el sol cuando todos en pie empezamos a preparar el descenso del rio. A un ligero almuerzo devorado más que comido siguió el montaje de las canadienses. A pesar del trato que habían sufrido los bultos nada parecía en mal estado. El tiempo que empleamos aprendiendo el montaje de las canoas dio su fruto cuando vimos tres estupendas canadienses listas para desafiar al Sabuc. El recuerdo de Azrole pasó por todos nosotros y creo que se sentiría orgulloso del flamante aspecto de las piraguas. Como última precaución impregnamos abundantemente con crasa de caballo las tres canadienses y seguidamente con la quilla mirando al cielo, esperamos impacientemente a que el sol hiciera su trabajo secando y estirando si cabe aún más los barcos, consiguiendo con ello una impermeabilización perfecta.
– Bueno muchachos, llegó la hora de meternos al agua. – Confieso que estoy impaciente -respondió Príncipe al animoso Hello-.
– ¿Impaciente…?, será por ahogarte pero descuida que no estaré contigo para acompañarte.
– Vaya Oso, parece que a fuerza de estar juntos me consigues leer el pensamiento porque eso mismo iba a proponer yo.
– ¿Qué quieres decir?
– Digo, que ir contigo y acabar con la cabeza abierta contra una piedra en el río, es todo uno.
– ¿Ah sí…?, pues tranquilo que si lo que quieres es una cabeza abierta, te la abro ahora mismo.
– Bueno, bueno…, ya está bien. Dejad vuestras energías para el río.
– En vista del cariño que os profesáis, tu Oso irás con Zoom.
– ¿Con el mudo…?, estupendo no me faltarán temas de conversación.
– Si no cierras tu bocaza, te vas a beber el río de un guantazo.
– Tranquilo, tranquilo Zoom, como sigas así -dijo Hello-vas a tener que ir solo.
– Está bien, iré con Zoom.
– De acuerdo entonces, abriendo paso: Zoom y Oso.
– Tú Raquet, si no tienes inconveniente, irás solo llevando a Fox.
– Sin problemas Hello, -contesté-.
– Bien y por último, recogiéndoos a todos, a medida que os vayáis bañando, iremos Príncipe y yo.
– Ja…, entonces Hello no dudes que seremos nosotros los que tendremos que remontar el río para rescataros.
– Ya veremos Oso…, ya veremos.
– De acuerdo si no hay más preguntas -dijo Hello-, el Sabuc espera.
Tal y como Hello planeó, fuimos metiéndonos en el río. Mi canadiense compensaba la falta de peso, con la mayoría de los bultos, si bien éstos se habían visto reducidos a una tercera parte, ya que en esta ocasión lo que tan pesadamente habíamos transportado por la cordillera negra pasaba a convertirse en nuestro transporte; invirtiendo por esta vez los papeles. De todas formas, aún llevábamos una cuarta canadiense embalada por si tuviéramos necesidad de usarla. Su flotabilidad fue, como esperábamos, magnífica y en un cómodo remanso del Sabuc, Zoom y Oso -pesados en todos los aspectos de la palabra- demostraron el acierto de Azrole al diseñar las piraguas. Una vez instalados y con la ayuda de Hello y Príncipe, se colocaron el ingenioso “bota-aguas”, hecho de piel de bisonte y tratado con grasa de caballo para que no hubiera posibilidad de que se filtrara el agua, que sin duda iba a tener que soportar. Unicamente de nuestra cintura para arriba, quedábamos al descubierto, ofreciendo un extraño, pero sólido, aspecto.
– Espero no dar vuelta, porque con este chisme… – Bota-aguas, -corrigió Principe a Oso-.
– Mira si yo digo chisme, es chisme y como no te largues…, eres el primero que va a empezar a botar.
– Vale, vale, no empecéis de nuevo. Chisme o bota-aguas, sin él no dudaríamos un minuto, ademas no tienes tu cuchillo a mano, pues ya sabes lo que hay que hacer en caso de que deis vuelta; con un rápido tajo quedaréis libres.
– No lo dudes Hello, no pienso pasarme la vida con la cabeza al revés, como lo vea mal. corto el chisme, la piragua y la pluma de alguno, -dijo Oso en clara alusión a Príncipe-. este no se dio por aludido con lo que terminaron las conversaciones. A continuación fui yo el que me introduje en la segunda piragua y de igual manera Hello y Príncipe se encargaron de aislarme las piernas del tronco, con el polémico bota-aguas, también conocido por “chisme”. Fox, completamente tapado, pasó a ser un bulto más. Finalmente Hello y Príncipe ocuparon la tercera y última canoa, no sin darnos un toque de precaución, especialmente dirigido a mí, ya que iría solo llevando la cuarta canadiense y la mayoría de los pertrechos, -incluido Fox-, … nos metimos en el río.
– ¡Adelante Oso demuestra tus habilidades!
– ¡Allá vamos! y con una fuerte palada, Zoom y Oso comenzaron el descenso seguidos por mí y cerrando la comitiva Hello y Príncipe, como se había acordado.
El Sabuc, no se hizo esperar y pronto las canadienses tomaron velocidad. La corriente era fuerte, denunciando un importante desnivel en el transcurrir del río. Bajábamos a buen ritmo, indudablemente caminábamos el triple de rápido por el río, aunque también las dificultades y riesgos aumentaban proporcionalmente a la velocidad. En principio bajábamos bastante juntos y confieso que en un intento de no perder la popa de la primera piragua, casi la abordo, obligando a Zoom y Oso a una maniobra muy arriesgada, para mantenerse a flote. No se habían recuperado del susto cuando Oso casi se queda afónico, dedicándome toda serie de cumplidos, que por esta vez me permito no enumerar. De todas formas la razón estaba de su parte y a mí me tocó cometer la primera imprudencia.
El río, a medida que bajábamos se convertía en escuela y maestro haciéndonos corregir los errores conforme se presentaban. Algunas zonas eran verdaderamente impresionantes y el agua pasaba por encima de la piragua resbalando limpiamente por el “chisme”, yendo a explotar con refrescante furia en nuestro pecho, empapándonos una y otra vez. Zoom y Oso manejaban con destreza y me iban indicando perfectamente el camino a seguir. Mi piragua al ser la más ligera respondía propiamente a las maniobras. En un momento en que sorteé con dificultad una enorme piedra semi oculta por el agua, miré hacia atrás para ver cómo la libraban Hello y Príncipe. ¡Qué espectáculo…! su canadiense cabeceó unos metros antes y pesadamente levantando espuma por doquier se dirigió a gran velocidad contra la piedra.
– ¡Cuidado! -grité-.
En una arriesgada, pero perfecta maniobra de Príncipe que iba en proa, sacando prácticamente todo el cuerpo de la canoa, hasta el punto de escorarla peligrosamente logró remar hacia sí, consiguiendo hacer las veces del que tira de una imaginaria cuerda lateral, logrando en último extremo apartar la proa del temible obstáculo.
– ¡Bravo Príncipe…! -grité-.
– ¡Cuidado!, el grito esta vez no lo daba yo venía de delante. Volviendo tranquilamente la cabeza a la vez que contestaba a Zoom.
– No os preocupéis, han pasado. No había terminado la frase, cuando comprendí que ese ¡cuidado! se dirigía a mí y que si ellos habían pasado, yo no tendría tanta suerte. Completamente horrorizado, vi cómo con la velocidad de un búfalo salvaje, me abalanzaba sobre otra piedra cuatro veces mayor que de la que logró salir Príncipe. ¡No pude contener un grito de horror! Milagrosamente me vi varado a un metro de altura del nivel del río, completamente en seco. Y aunque la canoa sufrió un fuerte golpe no parecía dañada de seriedad. Nuevamente cometía una torpeza imperdonable. No habían transcurrido tres segundos desde que Príncipe librara la primera piedra, cuando yo ya estaba en dique seco Un lastimero aullido surgió de dentro de mi piragua constituyendo la única protesta de Fox. En adelante no apartaría la vista de mi proa, pasará lo que pasara.
– ¡Vámos! no te quedes ahí arriba! -gritó Hello pasando a mi lado-.
Desde luego, no era para estar mucho tiempo en esa posición. Entre otras cosas porque la proa colgaba en el aire y se podía romper la piragua en dos, con lo que mí complicada situación llegaría al límite. No me los pensé dos veces… Aseguré como pude la pagaya a la piragua, y sacando los brazos por ambos lados me di el impulso necesario para que la proa cabeceara y volviera al río. Se hundió prácticamente la mitad del barco, volviendo a resurgir con un enorme crujido, que me hizo pesar lo peor y otra vez volví al río, dando tumbos y con el corazón a punto des salírseme de pecho. Continuamos un buen trecho y cuando di alcance a Hello y Príncipe, comprobé que no había salido de balde de la piedra, puesto que comenzaba a entrar agua en mi piragua. Rápidamente comunicada la situación, Hello indicó a Oso -que seguía sin ningún inconveniente en cabeza-, que buscara algún lugar para acampar. Al principio la cosa parecía difícil, ya que enormes paredes de piedra iban flanqueando el río pero afortunadamente la situación no duró mucho y cuando ya mi seguridad empezaba a desaparecer, vi con alivio cómo la canoa de Oso y Zoom se dirigía a tierra. Me apresuré ayudado por mis compañeros a salir del barco. Tan pronto liberé a Fox de su encierro saltó a tierra ladrando, -no se bien si festejando o dando gracias- y sacudiéndose el agua que empapaba su tupido pelo blanco. el examen del barco fue breve, un gran corte cerca de la proa y alguna costilla rota, fue el tributo que rendimos a la gran piedra, y el motivo de la vía de agua.
– Bueno , podía haber sido peor -comentó Hello-.
– Instalaremos aquí el campamento y repararemos el barco.
El pequeño remanso donde estábamos permitía montar con relativa comodidad las lonas que evitarían pasar la noche al raso. Zoom práctico como siempre, no tardó en encender la hoguera y preparar algo para reponer fuerzas. Mientras, los demás, terminábamos la reparación y la revisión del resto los barcos. Unicamente el mío tenía daños de consideración, por lo que después de honrar las viandas de Zoom, repararíamos la canoa. Como todos los guisos de Zoom, fueron devorados más que comidos. El chasquido seco de los huesos que trituraba Fox y algún que otro ruido, no identificable fuero poniendo fin a la cena. Príncipe encendió ceremoniosamente su pipa, Oso rugió por la falta de alcohol que echarse al gaznate; apenas si bebía el suficiente agua para no atragantarse, -cómo él decía-, bastante agua tenía el río, como para ponerse a beberla las pocas horas que pasábamos fuera de él. Hello sacó de su zurrón el mapa de Feni y lo extendió en el suelo. Todos nos apiñamos a su alrededor escuchando sus explicaciones.
– Bien muchachos, el primer día en el Sabuc casi nos cuesta caro. No hace falta que ose recuerde la exhibición de Raquet aunque espero que no la olvidemos ninguno. si mis cálculos no fallan, hemos descendido con bastante rapidez y casi estamos a mitad del río. Las enormes piedras que hemos viso flanqueadas por paredes de roca de gran altura, así como la estrechez del río concuerdan perfectamente con el mapa de Feni, por lo que si seguimos a este ritmo de descenso en dos días llegaremos al valle de Atnas Aniram.
– Espero que tengan un buen tugurio donde atizarnos algún golpe de algo que no sea agua, en el dichoso valle ese -dijo Oso-
– No se si tendrán tugurio Oso pero de lo que puedes estar seguro es de que el golpe te le puedes atizar como no andes listo. Recordad ese salto de casi ochocientos metros cortado a pico con el que finaliza el río. Mañana si todo sigue como lo previsto será un descenso cómodo, el río va perdiendo desnivel y ensanchándose por lo que el agua estará tranquila. De todas formas, el camino a recorrer es bastante largo por lo que sugiero reparemos el barco de Raquet y descansemos lo mejor posible.
La operación de cosido no fue muy complicada, sin embargo, tres costillas estaban seriamente dañadas. Las atamos con cuerdas fuertemente entrelazadas.
– Supongo que aguante bien, mañana no sufrirán la prueba de hoy, de todos modos vigílalo bien Raquet y al menor problema vete a tierra -me advirtió Hello-. Una vez cosido la grasa de caballo hizo su trabajo impermeabilizando lo mejor posible la zona afectada.
– Señores, mañana aprovecharemos los primeros rayos de sol para ponernos en camino, con que a dormir. -dijo Príncipe-.
El cielo nuevamente cuajado de estrellas y los familiares ronquidos de Zoom y Oso fueron lo último que recuerdo ese aquella noche en el Sabuc. Una extraña sensación me despertó a la mañana siguiente. Apenas si me había despertado cuándo el chapoteo de la lluvia salpicaba mi mano, llevándome una sensación de humedad a la cara. Por un momento en mi semi inconsciencia, imaginé alguna broma de Oso. No se trataba de ninguna broma. ¡Llovía! mansa pero insistentemente y a juzgar por las nubes no tenía intención de parar.
– ¡Ja,ja,ja…! ¿Conque con los primeros rayos de sol…? Si ya sé yo, que tenemos un gafe con nosotros. Fue el despertar de Oso, que sirvió como despertado general. Sin contestar a sus ironías, vi, protegido bajo la improvisada tienda cómo la lluvia caía haciendo saltar pequeñas motas de tierra. Me estiré perezosamente sin quitarme mi preciada piel de oso y de buena gana hubiera seguido en el precario refugio todo el día.
– Conviene que nos pongamos en marcha. Un poco de agua no va a detenernos ahora -dijo Príncipe-contestando al pensamiento de todos.
– Agua por arriba, agua por abajo. Parecemos peces. ¡por las barbas de mil salmones barbudos!
Al grito de guerra, del que evito indicar su procedencia, siguieron una ya familiar serie de imprecaciones que fueron poniéndonos en marcha. Se recogió concienzudamente el campamento y preparamos las canoas. La avería que reparamos tenía un buen aspecto y a pesar de la lluvia, parecía estar perfectamente. Sin cruzar muchas palabras fuimos embarcando. Fox, con las orejas gachas y no de muy buena gana fue el primero en subir esta vez iría a proa, pero al igual que el resto de las expedición disfrutaría del paisaje gracias a un pequeño agujero por donde podía asomar su cabezota cuando le viniera en gana. Di un golpe de remo y dejé sitio para que se fueran embarcando el resto. Hello y Príncipe, con una naturalidad impropia del que acaba de despertarse se introdujeron ágilmente en la canoa. Por último, Oso y Zoom, con algo más de ruido por parte de quién ya sabemos, nos siguieron.
Comenzamos a bajar, la lluvia no cesaban aunque caía mansamente y la visibilidad en las primeras horas del amanecer era buena. Remamos, remamos y remamos…, alternando las posiciones de marcha y ayudados por la corriente. Al principio descendíamos en silencio pero a media que pasaban las horas, hicieron aparición ciertas bromas que rompían la monotonía del viaje. El río comenzaba a ensancharse y el descenso era cómodo. La comodidad da confianza y no tardaríamos en comprender que no podíamos permitírnosla en el Sabuc. En efecto, cuando el sol debía estar en lo más alto de su recorrido, empezó a dejar entrever sus tímidos rayos colándose entre los nubarrones y ofreciéndonos un maravilloso espectáculo. Esto parece ser animó a Oso, que comenzó a cantar siendo coreado por todos, las viejas canciones de siempre. Estaba el coro de lo más animado cuando en una amplia curva del río, que cortamos tangencialmente a la orilla hasta el punto de tocar con la pagaya en las rocas, apareció como por arte de magia un enorme oso gris que sin duda se encontraba pescando y entendía de música, ya que a los alaridos de Zoom y Oso, que iban en primer lugar, correspondió con un atronador rugido, seguido de un zarpazo dirigido a la piragua de nuestros amigos, que sorprendidos y horrorizados se apartaron instintivamente, inclinando la piragua hasta el límite.
El vuelco no se hizo esperar la confusión fue enorme. Fox ladraba y se movía en mi canoa, haciéndome temer por mi propia seguridad. Yo gritaba tratando inútilmente de calmarles y Hello y Príncipe remaban apresuradamente al rescate de los infortunados cantantes. Por toda contestación a este lío organizado en uno de los lugares más tranquilos del río, el oso gris se echó a la boca un buen ejemplar de salmón y moviéndose pesadamente desapareció. Serán imaginaciones mías pero a juzgar por la expresión del bicho, y viendo el espectáculo que había organizado…, juraría que se iba riendo.
Volviendo al río, Zoom -mientras oso se medio ahogaba recordando todo un rosario de lindezas referentes a la paternidad del animal peludo-, Zoom, no perdiendo tiempo enderezó la canoa evitando que se hundiera completamente. A pesar de todo, habían embarcado demasiada agua como para pretender subirse.
Hello con su canoa remolcaron la piragua a tierra y Zoom, junto con el semiahogado Oso, les siguieron nadando. Como el susto fue cerca de la orilla, pronto estaban achicando la canadiense. Tuvieron que desatar el bota-aguas, o mejor dicho lo que quedaba de él pues ambos habían echado mano a sus cuchillos, rasgándolo para poder salir en el momento del vuelco.
– Tendréis que seguir sin él -dijo Príncipe viendo el estado en que había quedado el bota-aguas- con que ya podéis tener cuidad o acabaréis en el fondo.
– ¡Mira…! hijo de seis cigüeñas, si no hemos acabado en el fondo de milagro, ha sido por culpa de este maldito “chsime” ¡Que no pienso volver a ponerme mientras viva! – Está bien -comenté- peo no pretenderás quedarte todo el día chillándonos desde esa piedra, o… ¿quieres que vuelva tu “tocayo” para meterte al río?
– No me tires de la lengua Raquet que no estoy de humor.
Pensé si alguna vez lo estaba, pero no hice ningún comentario.
– Si no te hubieras asustado no habríamos volcado. – ¡Repite eso -Zoom- otra vez y eres hombre muerto!
– Digo que te llevaste un susto por culpa de ese bicho y me tiraste con todo el equipo al fondo.
– ¡Tú lo has querido Zoom! -respondió exaltado Oso- y dando una carrerilla, Oso se abalanzó sobre Zoom, quien por toda respuesta le propinó un cabezazo digno de un búfalo. Aquel golpe suficiente para mandar al otro barrio a un hombre normal, sólo logró hacer perder el conocimiento a Oso.
– Menos mal que hay alguien aquí que usa la cabeza… – No te pases Príncipe que te arreo otro a ti.
– Era broma, simple broma.
– Ya vale de perder el tiempo mete a ese bestia a la canoa y que duerma tranquilo, a ver si podemos continuar el viaje.
– Las indicaciones de Hello fueron cumplidas y con la delicadez propia de los movimientos de Zoom, éste arrastró a Oso hasta la piragua y le posó “suavemente” dentro de ella.
En total habíamos perdido una hora pero el tiempo mejoraba ostensiblemente y la tarde, con un sol reconfortador resultaba, después de todo, magnífica. Continuamos el descenso sin más novedades que el despertar de oso con dolor de cabeza. Las bromas entre nosotros pasaban con la misma rapidez con la que venían y el tema del vuelco estaba cerrado para siempre. El río volvía a cobrar vida y sus aguas nos empujaban con cierta fuerza. Cuando la tarde apuntaba a su fin, empezamos a buscar un lugar para la acampada. Hello y Príncipe encaminaron su proa a la orilla y todos los seguimos comprendiendo que el sitio había sido localizado y que por hoy el Sabuc no volvería a preocuparnos.
Acampamos en un lugar mucho más cómodo que el de la noche anterior. Era un sitio espacioso con un claro rodeado por enormes pinos que no parecían tener fin. La magnitud de estos árboles nos hacía sentirnos en cierto modo ridículos Parecía que todo nos venía grande: los árboles, el río y los osos. Sin embargo allí estábamos, descendiendo el Sabuc, caminando por lugares por donde seguramente nadie había pasado y dispuestos a todo por conseguir el codiciado “Ojo Aniram”. A veces me preguntaba si en realidad ése sería el motivo del viaje, y no me refiero específicamente al diamante o los posibles tesoros, de lo que en honor a la verdad, tenía serias dudas respecto a su existencia. Quiero decir que si el hecho de ayudar a la amiga de Hello nos hacía jugarnos constantemente la vida, o si por el contrario esto era la excusa para poder hacer lo que en realidad nos gustaba a todos: cazar, beber, viajar por los sitios más recónditos pero afrontado los peligros juntos. Mientras pesaba todo esto, ayudaba a Príncipe y Zoom con las tiendas, en la instalación del campamento. Oso y Hello ponían en lugar seguro las canoas, Fox se contentaba con olisquear toda la zona en busca de cualquier cosa que se moviera. Después de reponer fuerzas, Hello dio parte de la situación. Estábamos según sus cálculos cerca de la meta. Efectivamente, si todo respondía a los apuntes de mapa mañana sería el último día en el Sabuc.
– Bueno muchachos…, mañana llegaremos, si Dios quiere al Atnas Aniram. El río se va a ir ensanchando y su velocidad como hemos notado esta tarde irá en aumento El final del Rio es conocido por todos por lo que os recuerdo que si no queréis saltar ochocientos metros no os separéis de la orilla. La corriente será fuerte en los tramos finales y ante de que las piraguas se hagan ingobernables, debemos continuar a pié. Sin más explicaciones, fuimos cayendo dormidos alrededor de la hoguera.
– ¡Arriba todo el mundo, hoy es el gran día!
Un coro de quejidos y murmullos acogió al madrugador Príncipe
– Tengo verdaderas ganas de ver ese valle con que abreviar muchachos, que el Sabuc, espera.
Oso se levantó con un fuerte dolor de cabeza, que sin duda impidió alguna contestación a la curiosidad de Príncipe. en realidad todos estábamos deseando llegar al final del río, por lo que pronto, el familiar sonido de la pagaya en el agua se dejó oir. El Sabuc, aunque empujaba con relativa fuerza, era fácil de bajar por aquellos tramos. Dimos alguna curva, todas amplias y sin las rocas, que por poco me cuestan la piragua el primer día. Continuamos así durante horas, y ya empezaba a creer que nos tiraríamos todo el día remando sin más interés que el propio descenso rápido, pero seguro. Pronto comprobé que nuevamente, no estaba el Sabuc dispuesto a darme la razón. El agua comenzó a bajar con una fuerza que pasó de intrigante a preocupante, llegando a pasar a ser una vorágine que amenazaba con terminar con todos de un mismo golpe. Las canoas subían y bajaban levantando olas de espuma. El ruido del río se hacía ensordecedor y dificultaba cualquier tipo de grito -aunque lo diera Oso-.
¡A tierra, a tierra…! fue todo lo que se oía y repetía, pienso que todos gritábamos lo mismo, ¡a tierra, a tierra…! Que ingenuidad nuevamente el Sabuc nos cogía por sorpresa. El río había cambiado repentinamente el decorado y del paraíso que discurría por tranquilas aguas, entre cómodas y cercanas orillas, había pasado a ser un infierno y las orillas una ilusión difícil de alcanzar. A pesar del “lío” en que estábamos metidos, los barcos bajaban peligrosamente juntos. La corriente más fuerte discurría por el mismo centro del río. Cualquier intento de salirse de él supondría ofrecer mayor superficie de canoa al agua, con lo que sin duda, terminaríamos dando vuelta. Zoom y Oso eran los que peor lo estaban pasando. El incidente del oso gris acabó con la rotura del bota-aguas y ahora su canoa hacía agua a cada bote que daban. El intento desesperado de Zoom por achicar, era inútil y solo al igual que nosotros, podían mantenerse a flote a base de no perder un ya, precario equilibrio. La velocidad del río iba en aumento pero esto ya no nos preocupaba porque en realidad ni lo notábamos ya que estábamos descendiendo el doble de rápido de lo que podíamos y sabíamos. En un auténtico golpe de suerte, pude, ayudado por la corriente, dirigir mi canoa hacia tierra. Hello y Príncipe parecía que también lo estaban logrando. Fox en mi canoa se quejaba lastimeramente, escondiendo su cabezota debajo del bota-aguas. Mi piragua cruzó, ofreciendo todo su lado de babor, bajé varios metros temiendo volcar en cualquier momento. Acabé descendiendo de espalda al río que tenía por delante y de cara a la corriente que nos empujaba de forma endiablada. No sé cómo pude girar en redondo para terminar estrellando mi canadiense contra las piedras de la orilla. La canoa, resentida ya del primer día, se partió por la mitad y amenazaba con volver al centro de río dividida en dos. Rápidamente corté el bota-aguas con el cuchillo dejando libre a Fox y liberándome yo mismo. Unas fuertes brazadas y logré llegar a tierra al borde del agotamiento. Me puse en pie y miré angustiado la suerte de mis compañeros.
Hello y Príncipe parecía que llegaban a tierra unos doscientos metros más abajo que yo. Pero, con el corazón encogido, vi como Oso y Zoom se debatían entre las aguas del Sabuc. Su canoa, completamente hundida a causa del agua que llevaban embarcada, no les servía nada más que de tronco para mantenerse a flote. Agarrados a ella descendían sin posibilidad alguna de acercarse a la orilla. Estaban en el centro del río que bajaba con furia. Soltarse de su salvavidas y tratar de nadar a la orilla significaba la muerte. Esto lo comprendían perfectamente y se aferraban desesperadamente a la hundida canoa que les llevaba a una amenazante cortina de agua. En efecto, ¡el final del Sabuc estaba allí! y el ensordecedor ruido, así como una densa nube de agua que divisaba desde mi posición no podía ser otra cosa que el final del río con su espectacular salto. Significaba la muerte para mis amigos. Inmóvil, horrorizado y sin articular palabras, permanecí mirando unos minutos hasta que el río se tragó a Zoom y a Oso con los restos de su embarcación. La situación no podía presentarse peor Oso y Zoom desaparecían cayendo por la cascada del Sabuc. ¡Su suerte estaba echada!
Yo, completamente agotado, había perdido la canoa con todos los víveres, tiendas, etc. Unicamente el buen Fox y mi cuchillo quedaban conmigo. Como un autómata bajé por la orilla del Sabuc para reunirme con Hello y Príncipe. Fox cabizbajo, parecía comprender la desgracia que me abatía. El camino cercano a la orilla resultaba muy complicado, pero internarme en el bosque suponía perder de vista el río y yo caminaba sin apartar lo ojos de éste con la vana esperanza de ver a mis infortunados compañeros.
Me tropecé y caí al suelo en más de una ocasión. No podía apartar la vista del río. ¡Aún no creía lo que había pasado. Inútilmente trataba de buscar explicaciones. Todo había transcurrido en un instante. Se me pasaban por la cabeza las recomendaciones de Hello. ¿Cómo habíamos caído en la trampa, que sabíamos preparada?
– Raquet, Raquet…, ¡aquí!
– La voz de Hello me devolvió a la realidad. – ¿Cómo estás?
– No respondí, no hacía falta. Hello me abrazó fuertemente los dos pensábamos en lo mismo. Sin intercambiar palabras llegamos donde estaba Príncipe , que con el rostro tenso escrutaba subido en una roca el río. Así inmóviles, mirando, estuvimos no sé cuanto tiempo.
¡Qué sensación de impotencia!. ¡Qué rabia…!


