Category: EL ATNAS ANIRAM

El autor, nuestro escritor de cabecera, nos deleita con esta magna obra, emulando las vivencias de sus héroes, «El Capitán Trueno» – «El Guerrero del Antifaz» y «Jabato Color». Esta obra de obligada lectura, engrandece al autor, que ya trabaja en su próximo Best-Seller.

Leyendo con BOTEJARA

© Fernando Bolívar Fernández

“AtnasAniram”, –un ejercicio de memoria-. El haber tenido la suerte en mi juventud de contar con muchos y buenos amigos; que a pesar de los años pasados, aún conservo a todos conmigo, o en mi recuerdo. El haber pasado, con ellos, fantásticos días de vacaciones: montando en piragua por ríos y en la espléndida Isla de Santa Marina,  así  como vivido un sin fin de anécdotas con todos ellos, me hizo, en su día, ponerme a escribir una novela, en la que todos somos los protagonistas de las aventuras que se narran. A mí me corresponde, el único mérito de recordarlas y la suerte de haberlas vivido.

Fernando Bolívar  Santa Marina 1982-1986.

bolivar1906@yahoo.es

A mi primer amigo. A mi primer lector.

Prólogo

… Un buen día casi sin querer, comencé a escribir esta novela. Se trataba de divertirme un poco, recordando las reacciones de ciertos amigos en distintas circunstancias, amigos que en aquel entonces estaban lejos y yo a través del bolígrafo logré reunirlos sin ellos saberlo.

La historia que continuación se narra, tiene distintos personajes, Todo parecido con la realidad, -como la misma realidad de la vida-, es pura ficción. A los ojos del lector resultarán unos buenos y otros malos. Para mí, todos son buenos y todos malos, ya que sin unos difícilmente existirían los otros. Nunca pensé que otro que no fuera yo, pudiera alguna vez leer estas líneas. Es por ello, por lo que fueron escritas a borbotones en distintos estados de ánimo y a lo largo de cuatro años de inconstante e informal trabajo.

Dando por último las gracias a todo aquél que sea capaz de leer los que aquí se cuenta, y dando sobre todo las gracias a todos los personajes que pudieran, -sin razón- sentirse aludidos, les dejo con una corta historia que nunca sucedió … ¿ o sí …?

INTRODUCCION

la  mañana,  no  parecía  corresponder  al  oculto entusiasmo  que  nos  embargaba.  Estábamos  de nuevo, a punto de emprender la aventura. A las seis de la madrugada aún no había amanecido, esto era una buena coartada; la oscuridad se convertía en nuestra mejor aliada.

Actuábamos como si fuera un día más, pero todos sabíamos la importancia de nuestra misión, el significado del viaje.

Todo estaba a punto, las armas listas, las provisiones perfectamente embaladas para hacer frente a cualquier contingencia. Tiendas capaces de resistir vientos huracanados, en fin, un equipo en el que podíamos confiar. Nuestros mulos iban a ser: el único medio de transporte para alcanzar las altas montañas del norte, misteriosas e interrogantes, que ocultaban el “Sabuc”, peligroso río de aguas heladas, sinuosos meandros e impresionantes saltos, que nos habría de conducir al codiciado “ATNAS ANIRAM”, valle feliz donde la caza abunda el tiempo es bonancible y las aguas cristalinas como si de un paraíso se tratara.

El aliento de los mulos se helaba en la fría mañana; las primeras luces se colaban tímidamente a través de las ventanas de la vieja cabaña. Había llegado el momento.

Hello fue el primero en salir, normalmente no acostumbraba a madrugar, pero la idea de este viaje  le venía rondando hacía tiempo y estaba impaciente por comenzarlo.

– ¡Hum! fue el corto y perezoso saludo de Zoom, hombre corpulento y de pocas palabras, que procuraba reservar sus abundantes energías para momentos más necesarios que el socorrido … ¿parece que va a ser un buen día, o que tal has dormido?. Oso, Principe y yo, aparecimos al mismo tiempo, Oso como de costumbre, daba muestras de una alegría consistente en fuertes palmadas, acompañadas de sonidos guturales indescriptibles con los que trataba de llamar la atención del parco Zoom, quien por toda respuesta y con la misma facilidad con que yo me coloco el sombrero, empezó a cargar las mulas con pesados fardos, llenos de las provisiones que constituirían nuestro seguro de vida.

C A P I T U L O I

“LA APUESTA”

Todas  las  historias  tienen  un  comienzo.  Esta comenzó hace tiempo en un lugar concurrido, la posada del “Feo”, lugar frecuentado por piratas, tahures y maleantes, a parte de nosotros mismos. El humo de los cigarros inundaba el salón. Pintas descomunales de cerveza hacían verdaderos equilibrios por sostenerse en las maltratadas mesas las cuales saltaban cada vez que un jugador ganaba su mano, o algún contertulio hacía algún comentario evidentemente gracioso y de mal gusto como era norma entre  los  clientes  de  la casa.

Cuando  entré  el  viejo  “Feo”  me  miró  con  su  único ojo, y levantando la muleta señaló la mesa donde estaban reunidos: Hello, Zoom, Oso y Príncipe. La pluma que Príncipe tenía en su gorro de castor, sirvió de guía para no perderme al atravesar el atiborrado y ensordecedor salón. Mientras Príncipe y Hello hablaban en discreto tono, escuchado sin mover un músculo por el impasible Zoom, el Oso hacía el ruido que correspondía a los cuatro.

Hola. Siéntate Raquet – me dijo Hello -.

Viejo tuerto, cinco pintas dobles, ¿no alcanza tu ojo a ver el grupo reunido?  ja, ja, ja …

El grupo, siempre le gustó a el Oso considerarnos así. La noche hubiera sido una más de borrachera y bronca de no ser por la llegada de aquella mujer. Cuando la conversación se ponía al tono de la del Oso, todo como por arte de magia enmudeció y hasta Zoom se vio sorprendido con la aparición de aquella “mujer”. En mis cinco años de borrachera en la taberna del Feo, nunca había osado entrar, más que una clase de clientela … Impasible y seguida por un pequeño hombrecillo, bien vestido y con aparentes buenos modales, se acercó a la barra y dijo: Por favor, ¿dónde podría encontrar al Sr. Hello?. Ja, ja, – ¿por favor dónde podría encontrar al Sol Hello?… Ja, ja, ja …

A estas vulgares risotadas de “Cerdo”,  reaccionó todo el mundo con otras mayores, acompañadas de puñetazos que devolvían la posada a su normal tono; así como las mesas recuperaban su vida, volviendo a saltar a consecuencia de los puñetazos, como sin de ranas locas se tratara. Los cuatro miramos a Hello, el cual enmudecido, quedó más inmóvil que el padre del viejo Feo muerto hacía treinta años a causa de una pelea a cuchillo por cuatro pintas más o menos.

-Quién lo iba a decir del viejo Hello, alternando con distinguidas señoritas. – Dijo Cerdo, a la vez que se acercaba a la dama y hacía una exagerada reverencia -.

¿Conoce usted a Hello, caballero? Se apresuró a responder el personajillo que venía acompañando a tan apuesta dama-.

Y a ti, ¿quién te ha dado vela en este entierro enano?, preguntó Cerdo, – mientras con una mano estropeaba su pulcra y bien planchada camisa, elevándolo hasta la altura de su gran cabeza -; movimiento aprovechado por “Selol” y “Sordo” para robarle la bolsa y un  precioso reloj, cuya larga cadena de oro, venía llamando peligrosamente la atención. El hombrecillo, asustado, agarró con sus manos aquel enorme puño de Cerdo que amenazaba destruirle.

Ja, jua, ja … ¿cómo una dama como vos, puede ir acompañada por semejante pulga? Os voy a librar de ella… La mujer se abalanzó en defensa de su acompañante.

¡Suéltalo miserable!

En este forcejeo cayó al suelo un abultado sobre. El hombrecillo en un alarde de destreza, aprovechó para soltarse de Cerdo y recoger el sobre qué se apresuró a ocultar. Selol y Sordo instintivamente comprendieron la importancia que debía de tener el sobre y poco le habría durado encima, de no ser por la rápida reacción de Hello quien casi sin moverse, lanzó su cuchillo de monte con una destreza y velocidad vertiginosa, clavándolo a los pies de Cerdo.

Ya basta, Cerdo. La señora me busca a mí, y ya me ha encontrado. Cerdo,  hubiera  querido  responder  al  reto de Hello, pero las palabras susurradas por el astuto Selol le hicieron comprender su  desventaja  numérica  y  ante un resultado incierto, decidió no responder al desafío.

Esto no acaba aquí Hello, te pesará el haber nacido.

Ya se disponía a marcharse, cuando la voz quebrada del Feo le pidió la cuenta que importaban sus pintas. No había terminado de hablar, el Feo, cuando Cerdo, cogiéndole por la muleta le lanzó por encima de la barra, lo que originó la inevitable pelea; rápidamente nos unimos a la dama y a su acompañante y con Oso y Zoom abriendo paso, logramos salir de la taberna, no sin  antes  haber  arrancado  alguna que otra muela. Una vez fuera nos dirigimos a la cabaña de Hello.

Allí empezó a desvelarse un misterio y a fraguarse otro que no lo resolvería una pequeña discusión de taberna.Así, que tú eres la pequeña Lucía, dijo Hello.  ¿Pero cómo has dado conmigo? ¿Y tus padres?.

Comprendo tus dudas, hello. Sin duda era la única que comprendía algo, los demás sencillamente escuchábamos intrigados, incluso Zoom prestaba atención, no digamos Príncipe que se colocó más de seis veces su pañuelo de cuello.

Si me permiten, yo podré explicar este lío. El hombrecillo se puso en pié lo que no le sirvió de mucho; y comenzó a contarnos una historia que prometía  ser muy interesante. Ante todo me presentaré. Soy Nílotnip de Onazilag y Beta, tío de la señorita Lucía, la cual quedó huérfana a causa de un desgraciado accidente en el que perecieron ahogados mi hermano y mi cuñada, los Condes de “Omos y Oderol”.

Por un momento temí que el impaciente Oso le sacudiera una llamada afectuosa y pusiera fin a tanto alarde nobiliario, pero el hombrecillo de largo nombre, centró enseguida la conversación en el motivo que les había traído en pos de Hello. Pues bien, todo esto -continuó Nílotnip- es bien conocido por caballero Hello. Zoom le miró extrañado no sabiendo el justo significado de la palabra caballero, mientras que Príncipe que seguía colocándose el pañuelo encendía por cual vez su apreciada pipa de colmillo de morsa.

Las posesiones que por herencia le correspondían a mi querida Lucía, las casas, los territorios, todo esto está a punto de perderse si antes de un año no logramos pagar los tres millones en monedas de oro, que mi desgraciado hermano apostó, contra los demás señores del condado, comprometiéndose a traer en ese plazo el codiciado “Ojo Aniram”.

¿El “Ojo Aniram”?, dice usted, cortó el Príncipe estrujando su, por fin, impecable pañuelo, a la vez que se le apagaba la pipa por quinta vez. Pero esto no es más que una leyenda, una leyenda sin fundamento- ¿No es así Raquet?.

– Siempre lo he creído Príncipe, pero no debes olvidar que todas ls leyendas nacen por un motivo, continúe Sr. Nílotnip. Efectivamente, Sr. Raquet, y le puedo asegurar que en esta ocasión el motivo existe, dijo mientras se golpeaba en el bolso, donde ocultó aquel misterioso sobre. Y ahora si no hayas interrupciones terminaré empezando por el principio.

El Sr. Hello, no me conoce, pues cuando él ese marchó del condado de Omos, era muy joven y yo aparecí por la mansión de mi hermano; hermano que fue para usted su padre, dijo señalando a Hello. Él le recogió cuando fue abandonado de corta edad, le cuidó y le educó con verdadero cariño y usted, como tal padre le tuvo. Efectivamente y por eso me embarga la tristeza del que pierde algo querido.

Pues bien, usted conocía su fama, gran persona, que siempre trató con afecto a sus criados, criados que con todas sus familias pasarán a manos de los temibles condes, si no podemos pagar en el plazo fijado. Tristemente a mi hermano le gustaban las apuestas.

No es al único – dijo Oso, auténtico tahúr y timador.

Pero por desgracia esta vez fue demasiado lejos, y para colmo de males una tormenta segó su vida junto con la de su adorada esposa cuando comenzaba el viaje.

Hemos tardado mucho en localizarle, no fue fácil seguir su pista, hace diez años que dejó los bosques de Oderol, y de no ser por sus pocas cartas y la buena suerte nunca lo habríamos logrado.

Sr. Hello, – dijo Nilótnip -, usted y sus amigos son la única esperanza, de la que fue su querida familia. Debe emprender el viaje, yo en nombre de mi hermano, se lo ruego.

Hello nunca te pediría esto si no fuera por la vida de muchas familias ajenas al vicio de mi padre por el juego.

Señorita dijo Oso sintiéndose tocado, el apostar es de hombres que saben lo que hacen y si su padre ha sido

capaz de criar al viejo Hello, no cabe duda de que ganará la apuesta.

Interprete en estas palabras de Oso, el sentir de todos los aquí presentes, dije y poniéndonos en pie nos unimos en un apretón de manos: Principe, Zoom, Oso y yo. Hello con un agradecimiento pintado en su grande y colorada nariz, dijo: estoy en deuda con vosotros y no dudaría en arriesgar la vida con tal de poder ayudarte Lucía, pero no puedo a arriesgar la de mis compañeros en una empresa, imposible, tratando de encontrar, una quimérica piedra de diamante como el puño de Zoom, la cual muchos han buscado y nadie ha vuelto para contarlo. Nilótnip, intervino diciendo:

-Sr. Hello, yo tengo aquí (señalando el sobre, oculto en su chaqueta), planos con nombres y lugares exactos, lo que no tuvieron nunca ninguno de los anteriores aventureros, planos que impulsaron a mi hermano a esta loca apuesta. Planos en definitiva que le llevarán a usted y a sus amigos al codiciado “Ojo Aniram”.

C A P I T U L O II

“EL OJO ANIRAM”

A altas  horas  de  la  madrugada  decidimos  volver  a nuestras cabañas, no sin antes quedar en vernos en la cabaña de Hello a a mañana siguiente. El día amaneció oscuro, pronto estuvimos reunidos. Yo fui el último en llegar. Al atravesar el porche de la cabaña sentí el delicioso aroma a café caliente que Zoom enamorado de la cocina había preparado. Lucía me abrió la puerta, estaba deslumbrante, a pesar de que las huellas del largo viaje se hacían notar en sus sonrosadas mejillas.

Adelante Sr. Raquet, lo esperábamos.

Algún día llegarás tarde a tu entierro Raquet … me dijo Oso, chistoso como siempre. El Sr. Nílotnip estaba impaciente por empezar, pero haciendo honor a su buena educación, se contuvo, hasta que apuré mi pote de café .

Bien señores, lo que les voy a contar ahora no es producto de mi imaginación, ni se trata de una historia de las que cuentan viejos piratas alrededor de la chimenea, en las filas noches de invierno.

Hace muchos cientos de años, una civilización vivió en un idílico lugar, el valle “ATNAS ANIRAM”, lugar privilegiado donde un tiempo extraordinario permitía recoger cuatro cosechas al año. Sus campos se veían regados por la inagotable cola de caballo, formada en la caída del “Sabuc”, inmenso rio de origen desconocido, que proveía de agua y pesca a todos los habitantes del valle. Estos tenían su rey, el gran “Onaec”, que con justicia y habilidad gobernaba a sus súbditos. Su religión sólo conocía un Dios: “ANIRAM”, el cual era venerado con devoción  por  todos .  Su  templo se  alzaba  en  la pequeña isla formada al bifurcarse el Sabuc, isla con aspecto de ojo, que encerraba el mayor tesoro jamás soñado: el “Ojo Aniram”. Extraordinario diamante embrujo de más de veinte kilos de peso, que según la leyenda constituía el único ojo de la gran Orca alada, montura del Dios Aniram; el cual viajando errante por el espacio descubrió ese fabuloso vergel, y no conociendo nada que se le pudiera comprar, enterró allí todos sus riquezas espaciales. Después de lo cual, arrancó el ojo de su Orca alada, para que nada ni nadie pudiera desvelar tan increíble lugar. Antes de desaparecer para siempre, Aniram enseñó a los escasos habitantes del valle la custodia de su tesoro. Cuenta la leyenda que mediante una extraordinaria fuerza de luz verde, hundió el extenso valle, quedando aislado por altísimas y verticales paredes de piedra, por una de las cuales el Sabuc cae con gran estrépito proporcionando la vida del lugar.

Todo habría seguido igual de no ser por el ansia por conocer lo que se escondía encima de ella, ansia más fuerte que la voluntad del buen Onaec, el cual acabó por decidir subir a los orígenes del Sabuc.

Según dice la leyenda, el castigo de Aniram fue terrible; grandes movimientos de tierra, fuertes vientos y heladoras nevadas acabaron con la vida del valle solamente, Onaec, pudo escribir su huída ante de perecer de frio y hambre. Estos manuscritos ignorados por todos, fueron a parar a un viejo ermitaño , que a su vez, fue muerto por incultos ladrones, quien no hallando “nada de valor” -ironía de la vida-, decidieron vender los preciosos papeles a un arpío y astuto judío.

Estos papeles pasaron por muchas manos y por casualidad a las de mi difunto hermano, al cual le fueron entregados por un viejo moribundo que recogió y mantuvo en su casa has que le llegó la hora, y en pago de su hospitalidad, el viejo, al que todos tenían por loco, explicó toda la historia a mi hermano y como prueba de que lo que contaba no era producto de sus locuras,  le  enseñó  sus dedos amputados por la congelación que fueron sometidos al regreso de “Atnas Aniram”.

Dice usted al regreso, preguntó Príncipe, rompiendo el logro monólogo de Nílotnip. Efectivamente señor Príncipe y para corroborar mis palabras, aquí está este medallón que lo confirma. Diciendo esto sacó de su bolsa un preciosos medallón de oro puro, donde se podía leer entre sus porosas letras: Onaec Rey de Atnas Aniram.

¡¡¡Guau!!!, dijo Oso, es increíble . Todos estamos expectantes contemplando el medallón que el pequeño Nílotnip exhibía triunfante. De pronto un ruido procedente del exterior hizo volver a Zoom la cabeza.

Hello abrió la puerta pero no encontró nada que pudiera indicarle la procedencia del ruido. Se disponía a cerrar cuando algo golpeó con rudeza la puerta. Me dirigí hacia ella, abrí y un par de pesadas patas me arrojaron al suelo; al mismo tiempo que la poderosa lenguaje viejo Fox completaba el escaso aseo de mi cara, que con las prisas de la mañana, había dejado incompleta.

-¡Hey!, si es el viejo Fox, dijo Oso. A bandido, hijo de cuatro lobas, ¿nos estabas espiando? ¡Ha, ha, ha!; Oso se abalanzó sobre él y empezaron a rodar por el suelo de la cabaña tirando todo lo que se ponía por delante. Zoom azuzaba a Fox, sin duda hubiera querido ayudarle, pero bastante trabajo tenía Oso sin más extras. Príncipe se ocupó de poner a Lucía a salvo; el pequeño Nílotnip se colgó de un salto de las patas de ciervo que adornaban la cabaña, recordando buenos tiempos de caza. Hello no pudo por menos que reírse.

No lo haría tanto si pudiera escuchar lo que ocurría fuera de la cabaña; aquello que motivó el primer ruido.

¡Miserable!  Has  estado  a  punto  de  estropearlo  todo, ¡maldito Sordo! Con razón te llaman así ¿Quién te manda meter las narices …?

Vamos a dejarlo, Selol, busquemos lugares más tranquilos en los que poder hablar. Horas más tarde, una siniestra reunión tenía lugar en la no menos siniestra taberna del Feo, el cual aún conservaba en su dura cabeza las huellas de la última visita de Cerdo y sus compinches.

¡ Eh, viejo tuerto!, ron para mis amigos, deprisa. No hizo falta repetírselo pronto Cerdo, Selol y Sordo en compañía de dos nuevos personajes cuya fama de piratas sanguinarios, ahorraba toda  presentación,  eran:  Laif, viejo trampero, descendiente de los vikingos; que según cuentan se crió entre lobos cuando sus padres le abandonaron a su suerte en las frías estepas del norte. Desde entonces, siempre se le veía acompañado por dos auténticos lobos, sus perros, que le obedecían sumisamente y eran capaces  de  matarse  entre  ellos  a una sola indicación. Laif, cuyas largas coletas rubias recordaban su procedencia vikinga, solo tenía, aparte de sus perros un amigo, compañero inseparable astuto y tan peligroso como sus perros. Se llamaba: “Ocin”. Hombre pequeño, desdentado pero capaz de aguantar las mayores adversidades. Ocin cuenta, que en una ocasión mató un mulo de una sola patada. Personajes de esta calaña raramente  permanecen  mucho  tiempo  juntos pero lo cierto es que eran uña y carne. Al desorden de los dientes -producto sin duda de más de alguna discusión-. Ocin , unía una mirada recelosa que solía terminar con su intrigante risita. Esto siempre le gustó a Laif quién generalmente ordenaba a sus perros que se encargaran de la pobre víctima, blanco de la mirada de Ocin, y por ende de los lobos de Laif.

Me alegro de volver a ver vuestras sucias caras, dijo Cerdo.

Es casualidad que hayamos aparecido en momento oportuno.

La caza de las focas no dura siempre, ¿verdad Ocin?

Cierto Laif, rió Ocin.

-Bien amigos os voy a poner al corriente de algo más lucrativo e interesante que esos estúpidos animales. Selol contó en pocas palabras la historia que ya conocemos, a la inseparable pareja. Laif, no dejaba de acariciarse su rubia coleta sin que le impresionara mucho el relato de Selol a fin de cuentas, solo si Ocin estaba de acuerdo se unirían a ellos. Una vez terminó Selol, Laif miró a Ocín, quien asintió con la cabeza.

-Bien esto hay que celebrarlo.

-Más  ron  rata  de  taberna,  -vociferó  Cerdo-.  Una  vez servidos, continuó Selol …

Bien la cosa es sencilla sabemos a dónde van y por qué van. Lo que no sabemos es cómo se llega al codiciado “Atnas Aniram”, si es que éste existe. Mi plan es el siguiente: desde hoy y hasta que se decidan nuestros “amigos” a emprender la marcha serán vigilados solo tendremos que estar preparados para seguirlos, esperar a que encuentren su tesoro y quitárselo nada más fácil.

-Bien, pues ya que solo nos queda esperar, hagamos la espera más corta.

Feo, más ron para mis amigos. La atiborrada taberna y las dificultades para andar que tenía el Feo hicieron que tropezara yendo a derramar el precioso ron encima de Ocin.

-¡Ha,ha,ha! rieron al unísono todos los presentes.

Una sola mirada del airado Ocin, bastó para que Laif enviara sus lobos encima del desgraciado Feo, y poco hubiera durado éste de nos ser por engancharle por su pata de palo la cual quedó reducida a astillas en un santiamén. Cuando abandonaron la taberna el pequeño Ocín fue el único en dejar oír su enigmática risa. Mientras tanto, en la cabaña volvía a reinar la paz. el divertido combate entre Oso y Fox, terminó con resultado nulo. El Sr. Nílotnip, repuesto del susto descendió de su improvisado refugio y pronto nos expuso su plan para llegar la valle. La marcha iba a ser larga y difícil los planos eran bastante claros pero no dejaban de ser trozos de papel, datos que no indican la presencia de los infinitos peligros que esconden las montañas, ríos, etc. Sin mencionar siquiera la presencia de Cero y sus compinches.

Una vez vistos planos y mapas decidieron prepararse para la marcha. Esta tendría que retasarse unos meses pues el invierno empezaba por aquellas latitudes y aventurarse en la montañas  constituía  una  temeridad

Los  tres  largos meses que duraron nuestra espera no fueron desaprovechados. Reunir el equipo necesario para una expedición de la categoría que  nos  ocupa,  no  puede hacerse a la ligera. El Sr. Nílotnip, puso el dinero necesario para la marcha. Al principio trató de escatimar lo posible pero tuvo que convencerse de la necesidad de un material de primera calidad. Poco a poco, mantas, provisiones, brújulas, catalejos, botas especiales, etc., etc., fueron amontonándose en las cabañas. La mayor dificultad la tuvimos con el alimento, pues suponía peso y espacio sin tener en cuenta la posibilidad de que se perdiese.

Decidimos salar varios kilos de foca y renos así como pescado, para asegurarnos momentáneamente la comida, cuando ésta faltase, no nos quedaría más remedio que cazarla o pescarla. El agua afortunadamente no iba a resultar problema pues la mayor parte del viaje transcurría por ella, cuando no por extensos estepas y montañas nevadas, capaces de aprovisionar del preciado líquido a todo un rebaño de búfalos. Por fin llegó el momento, todo estaba a punto.

-Mañana partiremos ¡amigos! Recuerdo estas palabras de Hello. Al día siguiente nos despedimos de Lucía y el señor Nilotnip, quienes regresaron a sus condados de Omos y Oderol, donde aguardarán ansiosamente nuestras buenas noticias.

Raquet, canta algo para animar la marcha, dijo Oso.

¡Qué pasa te has vuelto a dormir? Estas bromas, me sacaron de mis pensamientos, llevábamos tres horas de marcha y apenas lo había notado.

¡Alto!, la voz de Hello fue bien acogida por Príncipe, quien se apresuró a encender la pipa.

Pareces deseoso de terminar este viaje Príncipe -todos nosotros nos habíamos fijado como se miraban Lucía y él y las pesadas bromas no tardaron en aparecer-.

Bien, dijo Hello: el tiempo es bueno caminaremos mientas tengamos luz. Nos queda un largo trecho hasta el lago de Aleuzalp.

C A P I T U L O III

La   marcha   transcurría   a   buen   ritmo,   El   tiempo acompañaba   y   nada   sobresaliente   ocurrió   en   el camino. Después de varias semanas de viaje por terrenos aptos para expediciones de peso como era la nuestra nos encontramos frente al “Lago Aleuzalp”. Al noroeste vivía un  singular  personaje,  “Seranaznam”.  Era  necesario  dar con   él,   pues   nos   proporcionaría   la   embarcación   que íbamos a utilizar para atravesarlo. Nos costó  un par de días el  dar  con  él,  y  si  no  fuera  por  lo  imprescindible  de  su colaboración,  no  creo  que  hubiera  importado  tardar  dos años en localizarle.

Extraño personaje que vivía con cinco mujeres,  a  cada cual más misteriosa. Seranaznam, era un hombre delgado de pequeños ojos calculadores y avispados, capaces de adivinar el oro que llevabas en la bolsas antes de que pronunciaras su largo nombre.

Mezcla de moro y judío, vivía como un moro. Su harén, entre otras cosas, lo demostraba. Le gustaba fumar extrañas hierbas exóticas e ingerir constantemente pequeñas tazas de café negro. Sin embargo, a la hora de crear un  trato era  un auténtico  judío capaz  de  dejarse matar antes que vender algo más barato que su cotización personal, que normalmente excedía en cinco veces el precio justo. Siempre llevaba un gorro terminado en un gracioso pom-pom, que se agitaba alegremente al compás de sus secos y rápidos movimientos de cabeza. Una larga túnica que impedía adivinar si usaba algún tipo de pantuflas, completaba su decorado.

Desde que llegamos me inspiró poca confianza. Estuvimos en su casa dos días, suficientes para reponer fuerzas y para que el Oso, en un descuido de nuestro avispado anfitrión le cortara su gracioso pom-pom; aunque siempre he pensado que la puñalada, si no llega a haberse agachado le hubiera cortado algo más que su ya fastidioso pom-pom. Zoom, trató de comer y beber todo lo que pudo, sin que el astuto Seranaznam lo advirtiese. Príncipe, estuvo bastante ocupado procurando esquivar a  las  cinco  diosas del amor. La más pequeña pesaría los ciento veinte kilos y dudo que hubiera podido aguantarlas ni el propio Zoom. Hello y yo, ultimamos detalles con nuestro arpío proveedor. Pronto nos hicimos de su balsa por un precio que hubiese servido para llevarnos toda la cabaña, con el harén inclusive.

Era una balsa amplia, con una vela mayor, timón y una pequeña caseta en la guarnecerse del frío de la montaña y la humedad del lago. A remolque llevábamos otra balsa más pequeña con trineos y perros, que iban a ser de vital ayuda cuando abandonáramos el lago. Continuamos en compañía de Seranaznam y sus bien dotadas mujeres durante una semana, Mientras aprovechamos el tiempo estudiando el recorrido a seguir. El lago de Aleuzalp no estaba explorado. Las explicaciones de nuestro judío, indicaban que se formó a costa del continuo deshielo de las montañas del norte, su profundidad tampoco se sabía a ciencia cierta, pero se estimaba en unos doscientos cincuenta metros en su parte mas profunda y una media de noventa metros en su extensión. Como casi todos los lagos, su navegación era peligrosa. Su fondo se encontraba cubierto por una espesa alfombra de algas, algunas alcanzaban los quince metros de longitud y la posibilidad de quedar atrapados convenía tenerla en cuenta. El lago no estaba muerto. La pesca era abundante. Toda clase de peces vivían es su interior, lo cual nos proporcionaría comida fresca y abundante.

Nunca me pude explicar como un hombre como Seranaznam podía vivir con cinco mujeres, que le doblaban en peso y que sin embargo mantenía sumisas y disciplinadas, haciendo toda clase de tareas para él, desde proporcionarle comida y calor hasta incluso, defenderle y a fe mía, que lo hacían bien.

Un día el bueno de Zoom se encontraba saboteando la despensa cuando el astuto Seranaznam que ya tenía fundadas sospechas, lo descubrió infraganti. En un supremo esfuerzo por ocultar el maravilloso pastel de nuez que una de sus mujeres, -de las cuales nunca supe sus nombres-, le había preparado, se lo introdujo en la boca y se le quedó mirando inmóvil, con  la  cara  redonda  como una bola, al gesticulante judío, que no paraba de elevar sus brazos al cielo a la vez que se lamentaba con el mismo tono de un gato hambriento. En ese momento llegó Oso, que volvía de dar una batida por los alrededores, y viendo a Zoom como una estatua y al judío hecho un basilisco, optó por solucionar el problema, de la forma que solía hacerlo: propinando a Zoom una sonora palmada en la espalda. El resultado no se hizo esperar: las fauces de Zoom, como si de un volcán se tratara escupieron más de dos kilos de nueces y crema, que pusieron a nuestros amigo Seranaznam hecho un auténtico asco. Las risas de Oso atronaron la cabaña. Príncipe fue el primero en entrar, y viendo el dantesco espectáculo con el judío en el suelo cubierto de nueces, el Oso golpeando su puño al estilo de la taberna del Feo, en la mesa que será de comedor muerto de risa, y al Zoom quieto como una estatua no pudo por menos que abrir la boca dejando caer su inseparable pipa en la túnica del pobre Seranaznam, la cual no tardó en empezar a echar humo. Cuando Hello y yo quisimos entrar era tarde; el ejercito femenino armando hasta los dientes llegaba al rescate de su amo.

Príncipe, trató de explicar lo que no había visto, pero ni los encantos de éste, ni la fuerza de Zoom, ni por supuesto les espectáculo que suponía ver al Oso reirse, pudo calmar su ímpetu. Por lo que sin dudarlo, optaron por salir a escape sin más explicaciones, llevando detrás a las enfurecidas mujeres. Nosotros, en vista de su belicosa actitud optamos por no intervenir, limitándonos a ocultarnos discretamente. Una larga carrera entre divertida y peligrosa acabó por cansar a la horda femenina que después de emplear toda clase de armas arrojadizas, – incluida la pipa de Príncipe-, volvieron consolar a su desgraciado amo.

Al día siguiente, decidimos adentrarnos en el apacible y misteriosos lago. Seranaznama y sus cinco pimpollos, nos fueron a despedir. Estas entonaron un cántico que me hizo mirar interrogante al cielo y aunque lucía un espléndido sol. Hubiera jurado que a lo lejos se dejaba oír un amenazador y ronco sonido, preludio de monumentales tormentas. Mientras las mujeres rezaban a los dioses, Zoom y Oso terminaban de coloca a los mulos en la basa sin dejar de mirar recelosos al coro que les estaba despidiendo. debo decir que nuestro amigo, medio judío, medio moro no era rencoroso y para nuestra sorpresa, nos obsequió con una excelente tarta de nueces que hizo abrir la boca a Zoom y Fox al mismo tiempo. A Príncipe, le regaló unas hierbas, con ciertas propiedades curativas, que éste agradeció correspondiéndole con una de sus mejores pipas.

Sin más dilación, Hello ordenó la marcha. Una leve inclinación de cabeza fue la corta despedida. Fox de ágil salto se subió a la balsa y con un formidable aullido, como queriendo indicar que también él sabía cantar. Dejamos atrás a un curioso sexteto que sería difícil borrar de nuestras cabezas. La vela mayor se hinchó con el suave viento, fijamos rumbo al norte y nos dejamos deslizar por las tranquilas aguas de Aleuzalp.

Por detrás tampoco se perdía el tiempo. Cerdo y su gente no tardaron más de dos días en llegar a la cabaña de Seranaznam, quien sin duda se alegraría viendo la posibilidad de timar a nuevos viajeros. Pronto Sordo y Selol sonsacaron al judío toda la información necesaria desde nuestro número el cual, sin duda, no les reportaría ninguna sorpresa, hasta nuestro rumbo así como, imagino, una amplia serie de detalles referentes a nuestras provisiones. El judío, que no tenía un pelo de tonto, advirtió el interés que estos daban a su información y como buen comerciante supo sacar partido de ello. Cerdo de  buena gana una vez informado hubiera ajustado cuentas a Seranaznam, pero su objetivo era otro y no había tiempo que perder. De todos modos siempre  podía  volver  a visitarle a la vuelta del codiciado “Atnas Aniram”. Dos días estuvieron acampados, bebiendo maldiciendo y peleando entre sí. Durante este tiempo ninguna de las mujeres de Seranaznam se aventuró a salir sola de la cabaña. Una vez preparada su balsa, pusieron rumbo al  norte  en  pos nuestro.

Esta vez no hubo cánticos de despedida, ni intercambio de regalos, incluso hasta el cielo dejaba entrever algún negro nubarrón atraído, probablemente, por los “trinos” que hacía cuatro días nos habían despedido.

Al quinto día de navegación el tiempo cambió bruscamente. La brisa que venía acompañándonos cesó de soplar y terminamos envueltos en una calma chicha que presagiaba una fuerte tormenta. La humedad del aire  se hizo densa, la temperatura aumentó de una manera alarmante pues nos encontramos a dos mil ochocientos metros de altitud y no en época de calores.

-Revisad todo, bajad el “trapo”, o cuando esto empiece nos arrancará el palo de cuajo. Hello no paraba de dar instrucciones que rápida y eficazmente fueron cumplidas. Por un momento, sólo el ruido de la maniobra preventiva se dejó oír en un radio de muchas millas. Era tal el silencio que nuestros movimientos no encontraban eco; parecía como si estuviéramos flot ando en el aire. Pero desgraciadamente, pronto un ruido parecido a cien mil barriles de ron rodando por una cuesta empedrada, inundaron el hasta entonces, silencioso espacio. Los blancos rayos daban al cielo ennegrecido un aspecto fantasmagórico.

– !Turbón, turbón¡, era Zoom, cuya potente voz de alarma casi nos sorprendió tanto como la propia tormenta. Apenas el vozarrón de Zoom se había apagado cuando los “cien mil barriles de ron”, explotaron en una especie de traca final descargando toneladas de agua.

¡Pronto, adentro!, grité. Hay que amarrarse. En un santiamén fuimos zarandeados como si una gigantesca mano nos golpeara una y otra vez. Las aguas del lago se encresparon, formándose olas de  cuatro  metros Afor tunadamente todos los c abos habían sido meticulosamente revisados y la balsa del viejo judío se mostraba sólida. El ruido de la tormenta era tan ensordecedor que impedía comunicarnos entre nosotros. Solo nos quedaba rezar y esperar el final. cuando el fin parecía inminente y con la misma rapidez que se presentó, la tormenta desapareció y todo quedó sumido en una desconcertante calma. El lastimero aullido de Fox interrumpió el silencio. Estábamos completamente empapados, nuestros huesos continuaban en su sitio, pero el cuerpo nos dolía por todas partes, como si hubiéramos   sido   apaleados.   Rápido,   dijo   Príncipe, aprovechemos esta calma para reparar los desperfectos.

¿Cómo esta calma?, preguntó Oso, ¿pero esperas que continúe la tormenta?

Por supuesto, mi querido Oso, y con más violencia si cabe. Lo que tan rápidamente nos ha sorprendido nos es otra cosa que un tifón y en este momento estamos en el centro geométrico del mismo, donde la calma es absoluta El tiempo que tarde en volver la tempestad nos dará idea de la magnitud del tifón.

No es otra cosa que un tifón, -repetía burlonamente Oso-.

Pues entérate bien sabiondo … espero que tu tifón sepa lo que hace, porque …

Todo en orden, indicó Hello interrumpiendo a Oso. He largado otro cabo a la balsa de remólque espero que resista el segundo envite.

Treinta segundos … y empieza otra vez el turbón -para Zoom todo lo que no era normal era un turbón-.

Lástima, cinco segundos más y seria el tifón más grande de todos los tiempos.

¡Loco! Este Príncipe está completamente loco. Nos jugamos olvida y se preocupa por batir records dijo Oso, pero ya la tormenta volvió a incomunicarnos. No sé el tiempo que duró aquello, pero me pareció eterno. El techo de la caseta desapareció como por arte de magia, estábamos calados hasta los huesos medio ahogados y a punto de ir a hacer compañía a los peces del lago. “El tifón del  Príncipe”,  como  Oso había  querido  bautizarle desapareció tan pronto como se había  prestado  y  ésta vez afortunadamente para siempre. Permanecimos durante cinco minutos que me parecieron horas, inmóviles, incapaces de movernos, ni mucho menos hablar. Fox fue el primero en  reaccionar  sacudiéndose con fuerza el agua y arrojándonos una fina lluvia artificial sobre nuestras empapadas ropas.

¿Os encontráis bien?, dijo Hello.

Un concierto de murmuraciones contestaron a su pregunta. Al irme a incorporar, un fuerte dolor en el hombro casi hace que me desmaye.

Raquet , ¿te encuentras bien?

Es como si me hubieran arrancado el hombro no puedo moverlo. –

Dejame ver. El diagnostico de Principe fue concluyente. Lo tienes dislocado, habrá que inmovilizarlos.

Príncipe, atiende a Raquet, mientras vemos los daños que tenemos. El destrozo fue  enorme, el palo se  había roto y parte de los fardos con comida habían desaparecido la balsa que llevábamos a remolque milagrosamente se había salvado, pero de los cinco mulos, dos habían ido a reunirse con el techo de nuestra caseta en el fondo del lago. Pronto hicimos balance de los daños infligidos y la situación comenzaba a complicarse.

Si tu “amigo” llega a batir el récord, a estas horas estaríamos haciendo compañía a los mulos.

Príncipe no contestó a Oso, el cual tampoco esperaba contestación. Todos se afanaban en la reconstrucción las balsas, unos improvisados remos y la construcción de otro palo más pequeño , pero bastante efectivo fueron las tareas que ocuparon el día siguiente a la tormenta. Todo lo que había a bordo se puso a secar en los obenques, que actuaron de improvisados tendales y solo cuando Zoom preparó una fría, pero suculenta comida, nos dimos cuenta del tiempo que llevábamos sin meternos otra cosa en la boca que no fuera agua. Mi hombro aunque perfectamente vendado por Príncipe, me impedía colaborar en las tareas de la tripulación; fue entonces cuando decidí ir tomando nota de todo lo que nos iba ocurriendo en aquel alucinante viaje. La temperatura volvió a descender a sus cauces normales, situándose entre cuatro y seis grados centígrados, lo que nos aconsejó empezar a utilizar prendas de abrigo.

No tardamos mucho en ver los primeros témpanos de hielo; flotando al principio, distantemente y de pequeño tamaño, tamaño que fue aumentando conforme íbamos acercándonos al final de lago. La temperatura pronto se situó en cero grados y la navegación empezó a verse seriamente amenazada por los continuos icebergs que aumentaron en número y tamaño de manera alarmante. Como era de esperar, pronto vimos tierra. Hello fue, quien subido en lo alto del palo, divisó con ayuda del catalejo el final de recorrido. Saltamos a tierra o mejor dicho: a nieve; pues prácticamente todo se hallaba cubierto por un gran manto blanco De esta manera abandonamos el inhóspito lago de Aleuzalp. Reparamos y dejamos de la mejor forma protegidas las dos balsas que tendríamos que utilizar en el viaje de vuelta. Ocupamos el día entero descansando y revisando las armas. Fox y Oso se revolcaron en sus amistosos juegos por la nieve. Zoom, terminó junto con Hello de montar las tiendas para pasar la noche. Príncipe, encendió una hoguera que ya iba haciendo falta. La noche empezaba a caer y con ella la temperatura, que no subía de los cero grados. Pronto Zoom, volvió a sorprendernos con uno de sus guisos: comimos, charlamos, comentamos las consecuencias del tifón y lo que aún nos quedaba por delante. Príncipe no tardó en fumarse una pipa, por cierto que esta vez empleó el tabaco que el viejo Seranaznam le había regalado, y bien pronto notamos, que no era tabaco corriente; su olor a viejo roble, apolillado fue le primer síntoma pero no el más curioso, puesto que apenas había dado cuatro chupadas a la pipa cuando se levantó nos miró a todos my serio y dijo: tranquilos, que no pasa nada …, voy a refrescarme un poco. No había terminado de decirlo cuando: cayó tendido todo lo largo que era.

Está loco, está completamente loco, -decía Oso- mientras lo llevábamos a su tienda, -¡cada vez que se encuentra a gusto, está a punto de diñarla!-.

-Loco, completamente loco-, -repetía mecánicamente Oso-, mientras los demás no podíamos por menos que reírnos del estado en quedó la elegante pluma que adornaba el gorro de Príncipe, después de su caída. Pero volvamos un poco hacia atrás. ¿Qué había sido de de Cerdo y sus compinches? “El amigo» de Príncipe, como burlonamente le llamaba Oso, les había sorprendido con igual rapidez y fuerza que lo hizo con nosotros. Cerdo, no dejó de maldecir durante la tormenta por lo que estuvo a punto de morir ahogado. Sordo se salvó por los pelos, ya que, siendo el último en enterarse de lo que se les venía encima; de no ser por la rápida intervención de _Selol, que lo sujetó por su cabello habría caído irremisiblemente al agua. Laif, Ocín y sus perros, tan inmutables como siempre se limitaron a sujetarse bien y no hacer ningún comentario sobre los acontecimientos, si bien es verdad que Cerdo los hacía amplia y sonoramente por todos. No tuvieron tanta “suerte”, con el tifón, como nosotros. Su balsa acabó dando vuelta; pasando un momento de auténtico peligro para todos ellos y mal lo habrían pasado, si no llega a ser por la rapidez del tifón en retirarse.

Con los restos del naufragio, como buenamente pudieron, hicieron una almadía, y en ella, como auténticos náufragos, y de no haber sido  porque el tifón cambió su rumbo, acercándolos a tierra a una velocidad vertiginosa, y consiguiendo ponerse a salvo. Mala hierba nunca muere y hasta en esto tuvieron suerte. Poco habrían durado en caso contrario, pues prácticamente perdieron todos sus utensilios en el viaje, por lo que no les quedó más remedio que practicar el noble oficio de la caza, para poder subsistir. Cazar no era problema, pues todos eran expertos en el manejo del cuchillo y no digamos de las armas de fuego. Armas que no hubieran utilizado de sospechar lo cerca que nos encontrábamos; tanto que no tardamos en oír, en las primeras horas de la mañana siguiente,  sus disparos. Hello, fue el primero en escuchar el ronco sonido. Pronto fueron a investigar; quedándonos Zoom y yo al cuidado del campamento. Su regreso no se hizo esperar y la mala noticia de nuestros visitantes corrió como un reguero de pólvora.

-Bien, no hay tiempo que perder, el enfrentarnos a esos desalmados como sería nuestro deseo no  haría  otra  cosa que retrasarnos. Ignoro cómo han averiguado nuestras intenciones peor el hecho es que están ahí y no podemos permitirnos el lujo de enfrentarnos en un incierto combate que sin duda representaría bajas entre ambos bandos, impidiéndonos nuestro principal objetivo.

-¡Con qué, en marcha! A regañadientes obedecimos a Hello comprendiendo que tenía razón, pero bien sabe Dios que en otras  circunstancias la cosa  no terminaría en  una súbita desaparición. Pronto el campamento fue  recogido. Los tres mulos supervivientes fueron, quizá excesivamente cargados, pero no irían así por mucho tiempo ya que la
nieve, a medida que avanzábamos, nos fue cubriendo; permitiéndonos usar los trineos y liberar de la carga a los mulos, que en lugar de llevarla a cuestas, la arrastraban siguiendo fielmente el camino abierto por Fox y Zoom en la cabeza del grupo. Así el peso no representaba ni la mitad de esfuerzo. El plano del curioso Sr. Nílotnip, se ajustaba con exactitud a los accidentes del terreno, lo que junto con la certeza de vernos seguidos por Cerdo y sus secuaces aumentó, si cabe, nuestro ritmo. De esta forma, comenzó una larga marcha en pos de las altas montañas del norte, que nos había de conducir al ansiado «Atnas Aniram»

C A P I T U L O IV

“¡ATRAPADOS!”

Ante nosotros se ofrecía una vasta estepa tapizada de  blanco.  La  nieve  crujía,  con  ese  sonido característico, bajo nuestros pasos.

Una ligera brisa hizo bajar la temperatura por debajo de cero grados y habría de pasar mucho tiempo antes de volver a superar esa barrera termométrica.  Fueron  varios  días  los  que  estuvimos caminando  y  gritando  a  los  tercos  mulos,  para  que avanzaran. La caza abundaba y bien el puñal de Oso, o el rifle de Hello, aseguraban las despensas.

Caminar por la nieve  acaba  siendo  similar  a  hacerlo  en  el  desierto  la monotonía empieza a aparecer y las piernas se endurecen hundiéndose a cada paso. Con frecuencia, una caída hacía que tomáramos el aspecto de una croqueta de harina.

A medida  que  fuimos  avanzando,  la  nieve  se  fue endureciendo; el termómetro marcaba lo siete grados bajo cero,  y  los  abrigos  de  oso  hicieron  su  aparición. Prácticamente nada de nuestro cuerpo quedaba expuesto al  aire  si  exceptúo  la  nariz,  la  cual  colorada  como  un tomate solía verse adornada con un molesto témpano. Las barbas  poco  a  poco  se  volvieron  blancas,  haciéndonos envejecer varios años.

La monotonía del viaje, siempre rumbo al norte, comenzaba a ser exasperante.

El cielo, se empezó a cubrir de grandes nubes blanquecinas, que anunciaban la presencia de una fuerte nevada.

-Esto se va a poner feo, dijo Príncipe. -Zoom, larga un cabo y atémonos-. Fox quedó solo en la cabeza del grupo. De su grueso collar salía un cabo que agarraba a Zoom por la cintura y de éste al primer mulo; los cuales eran atados por el rabo, formando así una heterogénea línea, encabezada por: un perro, seguida de un hombre, continuada por un mulo y … bueno, así he dicho los tres animales que la componían.

No tardó en caer la nieve. El cielo crujió y un fuerte viento de cara que apenas permitía abrir los ojos comenzó a soplar. No se el tiempo que continuamos así; recuerdo que comenzábamos a subir, pensé en la cercanía de las montañas y me disponía a tirar del cabo cuando algo me envolvió; haciéndome rodar como una ola varios metros.

Sentí como la cuerda estrangulaba mi cintura, al punto de asfixiarme. Cuando casi estaba sin conocimiento, la cuerda se rompió, me fue imposible ver nada. Logré incorporarme, grité, pero fue inútil, busqué un refugio, más de seis veces caí al suelo. No pudiendo continuar, opté por envolverme en mi abrigo de piel de oso y agazaparme como puede. El tiempo que permanecí así, solo Dios lo sabe.

Por fin cesó la tormenta, miré a mi alrededor, grité, pero solo el viento se dejaba oír. Cuando llegó la noche el frio se hizo intenso. Temí quedarme congelado y gritaba, cantaba, daba palmadas y carreras, cayéndome y volviéndome a levantar como si estuviera borracho.

La primera noche fue eterna, cuando amaneció el frio se hizo insoportable, calculo que la temperatura bajó a los veinte o veinticinco grados bajo cero. Los pies no los sentía, las manos me dolían enormemente intenté superarme andar, hacer algo. Fue inútil, llevaba casi dos días sin comer únicamente bebí nieve, que me ardía en la boca; no pudiendo aguantar más caí pesadamente en la nieve esperando el inevitable final.

En pocos segundos, desfiló por mi cabeza, como tratando de encontrar una justificación a mi cercana muerte, desfilo por mi cabeza; – digo- , toda mi vida. Mis amigos, a los que supuse muertos o en mis mismas condiciones. Nuestro viaje y vive Dios que maldije la hora en que le comenzamos. ¿Cómo habríamos estado tan locos para emprender semejarte aventura?

No sé el tiempo que tuve consciencia de estas reflexiones, ni recuerdo nada más. De pronto: oí unas voces familiares …

-¡¡Raquet!!- parece que despierta.

-¡Raquet!, ¡Raquet!, unas cariñosas palmadas me hicieron volver en sí.

  • ¿Hello vivo?, ¿dónde estamos? ¿y los demás?
  • Tranquilo, todos bien, descansa, repón fuerzas. No escuché nada más. Creo que volví a perder el conocimiento. Cuando de nuevo volví en sí, lo que me pareció un sueño, se hizo realidad. ¡Allí estaba Hello y Príncipe!
  • Vamos, ya esta bien, hay que levantarse.
  • ¿Dónde estamos?; esto parece …
  • Calma, calma. Déjanos explicarte. Cuando más arreciaba la tormenta nos desorientamos, yendo a parar al pié de unas montañas, una de las cuales nos obsequió con una carga de nieve.
  • Un alud, -puntualizó Príncipe-.
  • Bien un alud, que nos arrastró rompiendo el cabo que nos unía por tu parte. Cuando pasó la tormenta te buscamos ansiosamente y cuando te dábamos por desparecido, ocurrió algo sorprendente. ¡Indios!
  • ¿Indios? -dije pensando que Hello a causa de  la tormenta había perdido la cabeza.
  • -Sí, sí, ¡indios! … no me he vuelto loco, afirmó -sin duda leyendo mi pensamiento-.
  • -Se trata de una remota tribu que vive en la montaña y ahora te encuentras, nos encontramos  -mejor  dicho- presos de los “Ruaoicor”.
  • ¿Has dicho presos?
  • Efectivamente, fuimos sorprendidos, medio aturdido, buscándote y cayeron sobre nosotros reduciéndonos y trayéndonos aquí. Mas tarde, sin duda, volvieron al lugar de la batalla parar buscar restos del equipaje que teníamos y, cual no sería nuestra sorpresa, cuando vemos que atado a uno de sus caballos, venías tú. Te arrojaron a esta tienda y en ella llevas cuatro días entre la vida y la muerte, con altísimas fiebres y delirando constantemente
  • . -Escuchaba el relato de Hello sin poder dar crédito a lo que oía. ¡Cuatro días! y juraría que acababa de caer en la nieve.
  • Pero, ¿dónde están Zoom y Oso?, -pregunté, advirtiendo su ausencia-.
  • Están bien, no te preocupes. Están fuera preparándose para la carrera.
  • Dices ¿la carrera?

Sí, la carrera. Pero ahora descansa, ya tendrás tiempo de enterarte de todo. Al día siguiente me encontraba repleto de energías y con ganas de moverme.

Cuando me desperté , vi con alegría que todos estábamos en la gran tienda que servía de prisión, incluso Fox, el cual no tardó en restregarme su gran lengua por mi adormilada cara; lengua que muy posiblemente hubiera ido acompañada de la inevitable palmada de Oso, de la cual puede escapar debido sin duda a que mi estado, no era lo suficientemente bueno, como para aguantar semejante combinación de tormentos.

Después de un efusivo abrazo con mis compañeros de infortunio, Oso dijo:

  • Bien, otra vez juntos. Ahora ganaremos esa maldita carrera y el diablo se lleve a estos condenados Ruaoicor.
  • ¿Pero me vais a explicar de una vez qué es eso de la carrera?
  • La carrera, -dijo Príncipe-, es el único medio que tenemos de salir con vida de este sitio. Déjame que te cuente: cuando fuimos atrapados hicimos vender cara la piel; más de un Ruaoicor, cayó con la cabeza rota en la nieve. Peleamos duramente, cada vez que Zoom o el Oso, levantaban su puño, la cabeza de algún indio estallaba teniendo de rojo la nieve.
  • Cómo lamento no haber estado con vosotros, – interrumpí-.
  • Bien te echamos en falta. Pero el resultado, desgraciadamente hubiera sido el mismo. Nos superaban ampliamente en número y pronto fuimos reducidos.

El motivo de su ataque, no era otro que saquearnos y si ahora podemos contarlo, fue gracias a que su jefe el gran “Safaf ”, como ellos le llaman, quedó admirado de nuestra bravura.

  • Lástima no haber podido demostrárselo en su cabeza, interrumpió Oso-.
  • Nos concedió la gracia de la vida para poder competir en -¡la carrera!- Ésta es una especie de rito deportivo. No lejos de aquí existe un lago helado, que es donde se desarrolla la carrera. Participan varios equipos formados por dos hombres, -a bordo de unos singulares trineos, provistos de una vela-, que son impulsados por el viento; alcanzando grandes velocidades. La vela del trineo es sujetada firmemente por los  tripulantes;  los  cuales  van de pié encima de una tabla, en cuya base hay afilados cuchillos. Se trata de dar dos vueltas al helado lago; valiendo absolutamente todo. Pues bien, la única forma de salir de aquí es ganando la carrera. De los contrario nuestras cabezas irán a la colección particular del caprichoso “Safaf ”.
  • Durante el tiempo que has permanecido entre la vida y la muerte, hemos construido dos trineos, e incluso, practicado en el lago y puedo asegurarte que es divertido si no fuera porque, lo que nos estamos jugando, ya no lo es tanto.
  • Y ¿cuándo dices que será la carrera?, -pregunté-.
  • Faltan seis días. Estábamos en estas cavilaciones, cuando de pronto un increíble indio lleno de amuletos sonajeros, plumas y un largo etc., entró en nuestra tienda y comenzó a decir algo indescifrable y que parecía no tener fin.
  • Es “Ocap” lengua eterna, -dijo Príncipe- , de no haber sido por sus cuidados estarías muerto. Le miré atónito, pensé que era él quién necesitaba cuidados. en ese momento, cuando parecía haber terminado su incomprensible retahíla, se quedó inmóvil mirando al infinito. Me disponía a agradecerle sus atenciones para conmigo cuando de pronto: se puso bizco, sacó su blanca lengua y sopló ¡buiff! … Al punto creí que caería muerto. Nada más lejos de su intención. Como impulsado por un resorte empezó a agitarse, dando vueltas a mi alrededor haciendo sonar sus sonajeros y amuletos, a la vez que doblaba su cuerpo igual que un arco. Esta situación duró unos tres minutos hasta que emitiendo una especie de aullido entrecortado se paró. No me atreví a decir nada por miedo a que empezara de nuevo.
  • Ótro loco, no hay más que locos. Estos Ruaoicor están de atar, -dijo Oso-, que por lo viso al igual que el resto de mis compañeros, ya conocían ampliamente  el  folklore del insólito Ocap; -que en el dialecto Ruaoicor, significa: lengua eterna-. Ocap, sacó de su zurrón un brebaje que a instancias de Hello y ante la incredulidad de Oso, bebí. Tenía un fuerte sabor amargo, pero no dejé ni una gota. Una vez tomada la popción, Ocap despareció, dando por terminada la visita.
  • Desde luego, es un tipo raro.
  • Es un tipo loco -insistió Oso-
  • Bien loco o raro, el caso es que de no ser por él, Raquet estaría muerto. Estas palabras de Príncipe terminaron la discusión.
  • ¿Cuántos indios tenemos ahí fuera?, -pregunté-.
  • Aproximadamente quinientos, respondió Hello. Si te encuentras con fuerzas saldremos a verlos.
  • Lo estoy deseando dije. Zoom retiró la gruesa piel de bisonte que servía de puerta, y todos le seguimos al exterior. La luz de un tímido sol, medio oculto por las nubes, me hizo cerrar los ojos. Poco a poco fui acostumbrándome a la claridad y ante mí apareció un espectáculo extraordinario. Más de cien “tipis” daban color sobre un fondo blanco al precioso valle en que estábamos. Las tiendas de los Ruaicor, lucían adornadas con pinturas, de animales escenas de caza, escudos, lanzas y un largo, etc., que completaba un conjunto de brillante colorido. La actividad del campamento era notoria, hombres, mujeres y niños caminaban con paso decidido y la alegría se notaba en el ambiente.
  • Se están preparando para “la carrera”. Mira allí está el lago, -dijo Zoom-, señalando firmemente con su brazo extendido. ¡Increíble!, un auténtico cristal donde el sol se reflejaba, hiriéndonos limpiamente los ojos.
  • No notas nada rato en el aire -me dijo Príncipe-.
  • Pues a decir verdad desde que salimos tengo una extraña sensación de vértigo, pero pensé que se debía a mi debilidad
  • Nada tiene que ver tú debilidad en esto Raquet. La explicación no es otra que la de encontrarnos a casi tres mil metros de altura.
  • !Tres mil metros¡, -repetí-.
  • Efectivamente, estos indios viven perfectamente aclimatados, sin que para la más débil mujer signifique
  • ningún esfuerzo realizar sus múltiples tareas.

Debo decir que: la belleza de las indias Ruaicor, era extraordinaria y me resultó curioso advertir la gran juventud de los miembros de la tribu; sin duda las duras condiciones de vida ejercían, implacablemente, una selección natural. Su jefe “el gran Safaf ”, que significa “vista clara”, era el que aparentaba más edad. Su morena cara llena de arrugas producidas por el aire y las muchas quemaduras del sol le daban un aspecto de un viejo de ochenta años pero en realidad no pasaría de los sesenta. Su tipi destacaba entre todos situado en una pequeña elevación de terreno, dominaba toda la tribu Ante su adornada muestra, dos briosos guerreros cuidaban de que no fuera perturbado su descanso.

  • El gran jefe, es un viejo indio, al que  le  gusta comprobar la fuerza y habilidad  de  sus  guerreros,  por ese motivo y coincidiendo con la gran luna organiza todos los años una singular carrera; la cual comienza de día, transcurre casi en su totalidad de noche y termina de día, -dijo Hello-. Como queriendo responder a mi mirada, fija en la tienda de la persona a la que le debíamos la vida, y ahora nos daba la oportunidad de conservarla.
  • ¿Has dicho que empieza de día, transcurre de noche y acaba nuevamente de día?
  • ¿Pero si tan solo se trata de dar dos vueltas a ese lago, que no tendrá mas de cinco millas de perímetro?
  • Comprendo tu sorpresa, -dijo Príncipe- . Por lo que he podido averiguar, dentro de seis días, tendrá lugar un curioso fenómeno, ¡un eclipse!
  • ¿Eclipse dices?
  • Sí, un eclipse de sol.
  • Por lo visto todos los años en esta época se produce. La luna en su continuo girar, alrededor de la tierra, se interpondrá en el sol y nosotros, produciéndose una “artificial” noche, que calculo durará  alrededor  de quince minutos; durante los cuales se  desarrolla  la carrera. El eclipse no será total, por lo que siempre tendremos un mínimo de luz. Se trata sin duda de un asombroso espectáculo que nos depara el universo. Y dando una profunda chupada a su pipa, Príncipe se quedó extasiado mirando el cielo.
  • Sabes lo que te digo: que tus malditos fenómenos naturales, van a terminar acabando con todos nosotros, – dijo Oso-, volviéndonos de golpe a la incierta realidad. Por cierto , mira, ahí tienes unos de nuestros principales rivales , se disponen a bajar al lago. Sigámosles. Se trataba de un forzudo guerrero, que bien podría medirse con Zoom, llamado “Olef ” y su compañero ¨Nottob”, verdaderos especialistas con el trineo de vela; como a continuación pudimos comprobar. Olef debía pesar unos ciento treinta kilos. Sobre sus anchas espaldas colgaban dos coletas rubias, adornadas con distintos amuletos y plumas, que indicaban sus méritos en el combate.
  • Un ancho brazalete de hierro en su antebrazo derecho y una especie de taparrabos completaban su decoración; la cual si tenemos en cuenta que nos encontrábamos por debajo de los cero grados da una idea de la resistencia del forzudo Olef.
  • En contra de lo que pudiera pensarse, su carácter era alegre.
  • Recuerdo que durante todo el tiempo que duro aquella forzada estancia con los Ruaicor, siempre le vi riéndose. En este aspecto, tenía algo  en  común  con  nuestro querido Oso, y es que su risa, iba acompañada de una inclinación del cuerpo y unas fuertes palmadas, que afortunadamente se  daba en sus  poderosas piernas,  -la verdad es que pensé que lo hacía para combatir el frio, en cualquier caso lo hacía-. Su compañero de equipo era b i e n d i s t i n t o , a l t o , i n q u i e t o s i e m p r e d a n d o incomprensibles explicaciones, que me recordaban a mi benefactor Ocap sólo que en el caso de Nottob, la dificultad de comprensión se debía, no a la lentitud, si no a la velocidad con la que hablaba. La curtida y morena cara de Nottob se completaba con un incipiente bigotito que nerviosamente retorcía como tratando de hacerle crecer.

Confieso que me quedé asombrado al verles evolucionar con su trineo de vela: el peso y la fuerza de Olef, eran inteligentemente utilizados por Nottob; alcanzando unas increíbles ceñidas, llegando a poner su  trineo  con  dos  o tres patines en el aire, aguantando el cuarto, en un alarde de equilibrio, el peso de toda la singular nave. Sus afilados cuchillos cortaban limpiamente el hielo, levantando a su paso una nube de cristales, que caían al lago con un alegre tintineo. Vamos a demostrar a esos salvajes lo que llevar un trineo, -dijo impetuosamente Oso-, animado por los fuertes ladridos de Fox. Varios indios se habían reunido al borde del lago para ver las evoluciones de sus favoritos. Cuando bajamos al lago con nuestros trineos, un aire de expectación, flotó en el ambiente.

  • Zoom y yo, cogimos un trineo. El otro lo ocuparon Hello y Oso; mientras Príncipe se quedaba expectante con Fox. Antes de subirnos al trineo, Zoom me dio unas espartanas explicaciones sobre su manejo. Más menos dijo:
  • Raquet, esto es fácil. Agarrarse fuertemente a la botavara y no caerse de la tabla; el viento hará el resto. Una vez tranquilizado ante tal lujo de indicaciones nos subimos, y cogiéndonos fuertemente, empezamos a deslizarnos. Suavemente, casi sin apreciarlo, fuimos tomando velocidad el viento era bastante fuerte y no tardó en darme la impresión de que íbamos a salir volando. La velocidad fue rápidamente aumentando, Zoom inclinó su corpachón hacia atrás y yo le imité. Prácticamente íbamos  tapados por  la  vela. las  colas  de zorro de nuestros gorros rozaban el hielo y un agudo silbido indicaba la velocidad que íbamos tomando. El espectáculo era fantástico. Pronto el trineo  de  Hello  y Oso se puso a nuestro lado. El frio aire que barría el lago , era cortado por los trineos que casi pegados se deslizaban a gran velocidad. Que increíble sensación ver ls montañas con la cabeza abajo y materialmente colgados de la vela. No puede aguantar un grito de explosiva satisfacción, grito, que como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, fue coreado por el resto de mis compañeros. Un golpe seco cortó radicalmente aquella carrera. El palo había llegado al límite de su resistencia y sin darnos cuenta, Zoom y yo, salimos despedidos de la tabla, seguidos peligrosamente por los afilados cuchillos de esta. El golpe fue tremendo.

Rodamos, botamos y fuimos deslizándonos cientos de metros antes de parar en aquella superficie helada. Cuando abrí mis amoratados ojos, una terrorífica visión me hizo reaccionar con la rapidez del rayo. El trineo de nuestros futuros rivales, Oleff y Nottob, lo teníamos, lanzado a una prodigiosa velocidad, prácticamente encima de nosotros. Salté tratando de apartar al inconsciente Zoom de su trayectoria, pero de poco hubiera servido mi intención, si los dos salvajes no hubiesen virado en última instancia, limitándose a  rozarnos  peligrosamente.  Miles  de  cristales d e h i e l o c a y e r o n s o b r e n o s o t r o s , c e g á n d o n o s completamente; solo los gritos de júbilo  de  aquellos salvajes me sacaron del aturdimiento que nos aislaba. Y otro brusco frenazo  me volvió a la realidad.

  • ¿Estáis bien?, -me dijo Hello-.
  • Yo estoy entero, Mirad a Zoom, ha recibido un fuerte golpe en la cabeza.
  • Entonces seguro que está bien, -dijo Oso bromeando-, es la parte mas dura de su cuerpo, se abriría el lago antes que su cabezota. Y como queriendo confirma sus palabras Zoom volvió en sí.
  • ¿Qué ha pasado?
  • Todo está bien, se rompió el palo y caimos.
  • ¿El palo …?, ¿caimos …?, ¿todo bien …?, -repetía Zoom tratando de encontrar el significado a mis palabras, en su estado semiinconsciente—
  • No debimos caer, no es bueno. Y sin más comentarios aunado por Hello y Oso logró incorporar su corpachón. Nos acercamos a nuestro malogrado trineo. Bien, habrá que poner un palo más resistente, -dije-.

Hello semiarrodillado interrumpió mis palabras.

  • No se trata de la resistencia del palo, Raquet, por mucho que ésta sea, cederá si se le corta con un cuchillo …
  • ¿Cortado?, -respondimos al unísono-. Efectivamente habían saboteado el trineo; ahora comprendo el intento de pasarnos por encima de esos salvajes.
  • Pero ¿por qué no lo habrán hecho?, estábamos a su merced.
  • Sin duda, se habría notado mucho -Raquet-, date cuenta que ahora toda la tribu estaba observando sin embargo un accidente como el del palo, es menos comprometedor.
  • Miserables hijos de una mula y una serpiente salvajes. Os romperé la cabeza, -gritó Oso con fuerza-, y afortunadamente para los indios, ya se encontraban fuera de nuestro alcance.
  • Reserva tus energías Oso, -le dije-. Ahora ya sabemos la clase de rivales que tenemos y con ellos nos vamos a enfrentar. En lo sucesivo, tendremos más cuidado. Subidos los cuatro en el trineo de Hello y Oso, y llevando a remolque los restos del nuestro, llegamos lentamente a la orilla del lago, donde Príncipe y Fox dieron muestras de su alegría viendo que la cosa no había pasado del susto.
  • Creí que no lo contabais. El golpe ha sido tremendo.
  • Mala hierba  nunca  muere,  -dijo  riendo  Oso-.  Cuando maltrechos volvíamos a la tienda notamos una cierta agitación; el gran jefe Safaf y un nutrido grupo de guerreros armados abandonó, con gran griterío y al galope el campamento.
  • ¿¡Eh!, por qué no aprovechamos para escaparnos?, -dijo Oso-. Aquí nadie nos vigila. ¡Ahora es una buena ocasión!
  • Al menos cien de los mejores guerreros están abandonando el campamento.
  • Sería inútil, -dijo Príncipe-, no duraríamos ni tres días; sin comida, ni caballos, ni ropa apropiada y además ¿a dónde iríamos …? Les costaría poco encontrarnos estamos en su territorio y lo conocen palmo a palmo.
  • Cierto, -dijo Hello-, la única forma de salir de aquí, es ganando la carrera.
  • La noche cayó en el campamento, el cielo salpicado por millones de estrellas se mostraba limpio y de un fuerte azul; color acentuado, gracias a la gran altura en la que estaba situado el campamento. Mis fuerzas, a pesar del batacazo, se habían recuperado y la dificultad que encontré a la hora de respirar aquél aire puro, había desaparecido. Nos estábamos aclimatando con gran facilidad La buena comida, servida por encantadoras indias, era sin duda, tan reconfortante como aquellas. Sentados a la entrada de la tienda y perfectamente arropados por pieles de oso, comimos y fumamos, comentando la situación en la que nos encontrábamos. Oso comenzó a tararear una canción bien conocida por nosotros, y por todos la clientela de la taberna del Feo.

“-Jo-jo-jo, soy un viejo cazador-“ “-Jo-Jo-jo, muchas pieles cazaré y por ron las cambiaré-“ “-Y por ron las cambiaré”-, repetimos todos.

No creo que fuera por la belleza de la canción, incomprensible, por otra parte para aquellos salvajes, pero lo cierto es, que pronto fuimos cercados por curiosas cabezas, llenas de plumas y colgantes y reconozco, que me sentí contento de verme rodeado por aquellos indios y en particular por ciertas indias de largas trenzas y negros ojos, que sonreían mostrando alegremente su blancos y perfectos dientes.

Entre los admiradores descubrí al brujo Ocap, que tan bien había cuidado de mí , y como pude le invité a sentarse y compartir la cena. De su sorprendente bolsa, sacó una preciosa flauta labrada a mano y decorada con pinturas y se puso a tocarla, con singular destreza. El comportamiento de éste animó a los demás indios, que pronto con tambores palos, sonajeros y todo aquello que pudiese hacer ruido, se unieron a la improvisada fiesta. El tono de la canción iba subiendo y las agudas voces de las preciosidades que nos acompañaban, mezcladas con los vozarrones roncos y fuertes de todos nosotros , se alzaban el limpia noche de las montañas.

Debo confesar, que tanto m i s c o m p a ñ e r o s c o m o y o , h a b í a m o s o l v i d a d o completamente que estábamos prisioneros, más bien parecía que celebrábamos una buena caza en la taberna del Feo. Cuando más animada estaba nuestra fiesta algo vino a interrumpirla definitivamente. Los indios, que por cierto iban entonando perfectamente el estribillo a excepción de Ocap, que lo alargaba hasta el punto de no darle tiempo a entonar la letra; los indios, -digo-, se pusieron en pié y a la carrera se dirigieron a la entrada del poblado.

Un numeroso grupo de jinetes dando muestras de alegría y triunfo, entraban en el campamento. Nos acercamos con curiosidad. Safaf iba a la cabeza. Vistosas pinturas de guerra decoraban el rostro de todos ellos.

Cual no sería nuestra sorpresa al comprobar el motivo de su  alegría.  Atados  en  sendos  caballos,  como  si  fueran sacos, venían: Cerdo, Selol, Ocín, Life y Sordo.

CAPITULO V

EL ACUERDO”

Por  todos  los  dioses,  que  me  pisen  cien  búfalos  si esos no son…

– Lo son, -dijo Hello-, cortando la común sorpresa, también expresada por Oso.

Efectivamente, pronto fueron arrojados, inconscientes, en la fría nieve: Sordo, Cerdo y Ocín. Life y Selol, maltrechos y con amplias señales de lucha en sus cuerpos, permanecían en pie, inmóviles junto a sus compinches.

Pasada la primera sorpresa, pude observar que no había sido fácil cogerlos. Algunos indios venían colgados de sus caballos y otros muchos, traían bien visibles en sus cuerpos las señas de la fuerte lucha que  debía de haberse desarrollado.

Poco tiempo habrían durado tendidos en el suelo pues el forzudo Olaf y su inseparable Nottob,  se  disponían  a  coleccionar  sus cabelleras sin ninguna contemplacion. Una intraducible arenga les contuvo. El gran Safaf hizo un gesto, que no fue muy bien acogido por los improvisados “barberos”, pero el respeto al Jefe era grande y maldiciendo como, como en ellos era costumbre, abandonaron el lugar.

  • Vaya, ahora que empezaban a resultarme simpáticos, estos hijos de loba hambrienta … -dijo Oso-.
  • ¿Porqué les habrá perdonado la vida? -me preguntó Zoom-, el cual casi me asusta con su inesperado “discurso”. Me disponía a responder encogiéndome de hombros, cuando una voz sonó a nuestra espalda.
  • ¡Ellos también carrera en lago, después si vosotros perder, todos morir …! Aquellas entrecortadas pero claras palabras nos sorprendieron a todos, haciéndonos girar en redondo, buscando a nuestro voluntario informador.
  • ¡Pero si sabe hablar esta pequeña salvaje …! -Un fuerte puntapié en la espinilla de Oso, demostró que no sólo hablaba, si no que también entendía-.
  • Por mil rayos de mil tormentas de invierno, vas a saber quién es Oso, ¡fierecilla salvaje!
  • Basta Oso el comportamiento de ella no es peor que el tuyo, -dijo Príncipe-, a lo que Zoom que sin duda estaba hablador aquella noche, no pudo por menos que confirmarlo con una sonora carcajada.
  • ¿Puedes entenderme?, dijo Príncipe. No temas, ¿conoces nuestro idioma? La bella muchacha, que le miraba con sus negros ojos y su rostro serio, pero bellamente iluminado por la luna, permaneció impasible.
  • Disculpa a Oso, no dice las cosas de corazón,
  • le dije-. Y Zoom, como queriendo asegurar mis palabras, miró al bueno de Oso de tal forma que no se atrevió a replicarme; lo que sin duda habría echado todo a perder.
  • No solo “Flor de Hielo”, hija del gran Jefe Safaf – vista clara- comprender …, también muchas hermanas mías comprender.
  • Pero,  no  saliendo  de  mi  asombro,  pregunté: ¿cómo habéis aprendido nuestra lengua?
  • El hermano blanco del cabello de oro, nos la enseñó. Nuestra sorpresa no dejaba de ir en aumento.
  • ¿Quieres decir que hay un blanco viviendo entre vosotros?, -pregunté-.
  • Eso es lo que ha dicho, ¿no?, respondió una voz burlona.
  • ¡“Feni”!, -¡exclamó! Flor de Hielo- corriendo a cogerse de su brazo, en busca de la confianza que sin duda no le inspirábamos nosotros.
  • Comprendo vuestra curiosidad, y si tenéis la bondad de acompañarme a mi tipi procuraré responder a todas vuestras preguntas. Y diciendo estas palabras dio media vuelta y en compañía de Flor de  Hielo,  se dirigió  a  su  tienda; con  la  plena seguridad de que no tardaríamos en seguirle. Efectivamente, ¡hasta le hubiésemos adelantado, saber cuál era su tipi!
  • Mientras caminábamos pensé en los motivos que podía tener un hombre blanco culto y educado, como se desprendía de su forma de expresarse, para convivir con unos indios, semi salvajes, y lejos  de todo contacto con el mundo exterior, de dónde sin duda procedía.
  • Cuando llegamos a su tienda, “Feni”, como le había llamado la joven Ruaoicor, estaba sentado a la manera india, con las piernas cruzadas y fumando una larga y llamativa pipa. Flor de Hielo, terminaba de avivar las ascuas y al punto de nuestra entrada, se sentó junto a Feni, aunque un poco más apartada, dejando a éste en un primer plano; demostrando la seguridad y el respeto que Feni la inspiraba.
  • Siéntense, siéntense, dijo. La tienda estaba completamente tapizada por pieles de oso y bisonte. La pequeña hoguera preparada por Flor de Hielo, iluminaba tenuemente el interior, dejando ver pinturas de animales y escenas de caza. Justo a espaldas de de Feni, aparecía un extraño dibujo algo que hubiera jurado, parecía un mapa.
  • Antes de nada me presentaré: mi nombre es “Leugim”, soy del norte de Canadá. He sido marinero, cazador, buscador de oro y un sinfín de cosas más. Leo y escribo perfectamente cuatro lenguas, sin contar con la ruaoicor, , de la que pienso, soy el único hombre blanco que la domina a la perfección.
  • Mientras hablaba -, Flor de Hielo no dejaba de contemplarle, con indudable admiración. Hablaba tranquilamente, con una voz musitada, que no se correspondía con el cuerpo esbelto y fuerte que la albergaba.
  • Completamente vestido a la manera de los Ruaoicor; no era de extrañar, que hubiera pasado inadvertido para todos. Unicamente su pálida piel, comparada con la de los indios, le hubiera descubierto, pero los intensos fríos y el sol de fuego de las montañas, se habían encargado de darle un tono rojizo que podía confundir a cualquiera. Sólo había algo en su aspecto físico que le diferenciaba, ¡el pelo!, un pelo rubio como el sol. Pelo que como luego nos contaría, le salvó la vida ante los que ahora llamaba sus hermanos.
  • Flor de Hielo, le había llamado cabello de oro, aspecto que el desconocido color de su pelo, representaba para los Ruaoicor; su pelo estaba cortado al rape, dejando una estela en el centro de su cabeza, como si de un rayo de sol se tratara. Ese color había sido motivo para bautizarle como “Feni”, que quiere decir oro. Feni continuó con su charla. Después de su presentación, no pude aguantarme y le pregunté precipitadamente: ¿Cómo ha podido llegar hasta aquí solo?
  • No vine solo y no solo llegué hasta aquí, si no que fui mucho más lejos. Se trata de una larga historia. Antes de comenzar su relato, inhaló una gran cantidad de humo de su pipa y luego, se la pasó a Príncipe. No hace falta decir que Príncipe no tardó mucho en cogerla y con gran satisfacción se trago todo el humo del que fue capaz. Mientras la pipa empezaba a pasar por todos nosotros, Feni continuó diciendo:
  • Mi vida siempre ha sido aventurera. Soy un viajero n a t o , e s t o m e h a p r o p o r c i o n a d o g r a n d e s conocimientos y magníficas experiencias, Hace quince años emprendía mi último viaje. Un grupo de viente hombres sedientos por la fiebre del oro y dispuestos a todo, fueron  reclutados  para  una ex p e d i c i ó n  q u e  h a b r í a  d e  vo l ve r  a  t o d o s i n m e n s a m e n te r i c o s . C a p i t a n e ad o s p o r u n caprichoso pero rico señor, emprendimos la marcha. Sufrimos muchas perdidas peo al final encontramos nuestro objetivo, llegamos al valle del “Atnas Aniram”. Al oir este nombre y con la sorpresa dibujada en nuestro rostro nos miramos, ansiosos de saber en qué iba a terminar, el relato de Feni.
  • Por lo que veo , les resulta familiar el nombre dijo Feni advertido de nuestra sorpresa. Esto simplifica las cosas, ya que imagino conocerán la leyenda del valle.
  • A sí es, -contestó Hello-, y el que ahora estemos aquí no se debe a otra cosa que a la búsqueda de ese mismo valle.
  • Pero continu ad vuestro relato que lue go contaremos el nuestro -interrumpió, Príncipe- ansioso de saber en qué acababa todo esto. ¿Decís que llegasteis al valle?, -preguntó Príncipe-,
  • En efecto, y puedo asegurar que todas las riquezas que del lugar cuentan, se quedan cortas ante la inmensidad de tesoros que existen. Cuando descubrimos el valle, la expedición se había reducido a sus tres cuartas partes y el capitán compredió que deberíamos volver mas preparados, para poder llevarnos la fortuna, que irónicamente se nos mostraba. Solo seis supervivientes volvimos, cargados con todo lo que era humanamente posible transportar. De ellos uno pereció de frio y tuvimos que abandonarle en la nieve repleto de oro.
  • Cuando alcanzamos estos alrededores llegué a pensar que conseguiríamos regresar; pero entonces aparecieron los Ruaoicor, cuyo gran jefe, que era el padre de su actual jefe Safaf, terminó con toda esperanza. Cayeron sobre nosotros y debilitados por el viaje, poca resistencia pudimos ofrecer. Cortaron la cabellera a todos mis compañeros y a mí me hubiera pasado lo mismo de no ser por mis largas barbas rubias que sin duda impresionaron al Jefe llevándome a su campamento, como hicieron con ustedes. De igual forma fue la suerte de coincidir en estas fechas, en las que los Ruaoicor celebran sus cacerías, con la carrera que ofrecen a sus “Dioses de Noche y el Día”.
  • Noche y día que se funden en uno, dentro de seis lunas, cuando se produce invariablemente, año tras año, un eclipse de sol. Al igual que les pasará, yo participé en la carrera logrando ganarla, lo que me valió el derecho a la vida. Puedo asegurarles que no es una empresa fácil. En mis quince años de convivencia con los Ruaoicor nadie que no fuera indico ha logrado ganarla. Más de algún desafortunado cazador ha caído en su manos pero ninguno ha conseguido otra cosa que no fuera hacer rodar su cabeza por la nieve.
  • Después de mi victoria, mi primer pensamiento fue marcharme. Reunir un grupo volver por el oro y dedicarme a ser un señor el resto de mi vida … Diciendo esto se quedó callado. Una larga pausa en la que parecía estar meditando sus propias palabras, nos mantuvo en vilo. Respetamos su silencio hasta que continuó.

No sé si fue la casualidad o el destino peo la verdad es que cuando me disponía a partir, el tiempo cambió, grandes nevadas e increíbles feos cayeron sobre estas montañas. El intentar abandonar el refugio de los Ruaoicor era una temeridad. La tormenta duro meses y en ellos cambiamos de campamento  buscando lugares más seguros Durante ese tiempo  aprendí mucho de los indios, su fortaleza, su resistencia ante las más duras adversidades. Fue algo que admiré y sigo admirando.

En un día de fuerte tormenta salvé de una suerte cierta a una joven india, -la mirada de Feni que dirigió a Flor de Hielo, nos hizo comprender que era ella la india salvada-. Aquel acto me valió el agradecimiento de los Ruaoicor y no tardé mucho en convertirme en su hermano de sangre.

Todas estas cosas me fueron atrapando día a día. Aprendí sus costumbres: cacé con ellos participé en sus fiestas, así como en sus escaramuzas. Ellos me enseñaron su lengua y yo hice lo propio con la mía. Y les diré que no me arrepiento de haberme quedado. No señor; tendríamos mucho que aprender de estos indios a los que la “civilización”, a la cual pertenecí, califica de salvajes. Inhalando fuertemente su pipa y esperando a que se disipara el humo continuó: pues bien, esta es la historia de un cazador y aventurero que ha encontrado su familia entre un puñado de indios salvajes.

Por nuestra parte -Hello- , no tardó en contarle el motivo de nuestra expedición. -Feni escuchaba con gran atención-. En más de una ocasión creía que iba a interrumpir a Hello, con alguna pregunta, sobre todo cuánto éste le contó, la historia de Cerdo y sus compinches. No obstante, se mantuvo en silencio, esperando a que Hello, terminara y a juzgar por su aspecto, pareció quedar satisfecho. Cuando Hello hubo puesto al corriente a Feni, éste se dio por enterado y a durando las últimas chupadas a su vistosa pipa, que empezaban a coincidir con los broncos ronquidos de Zoom, se dio por terminada la reunión, quedando emplazados para reunirnos a la tarde del día siguiente.

Al salir del tipi pude ver cómo el día empezaba a robar la oscuridad de la noche La charla con Feni había sido tan interesante que ninguno de nosotros, – con las excepción de Zoom-, se había percatado de lo avanzado de la hora. Aquella noche, a pesar de que las muchas emociones del día se agolpaban en mi cabeza no tardé en caer dormido como un tronco. Cuando desperté, Príncipe estaba a punto de salir de la tienda…

-Buenos días Príncipe …

-Hola Raquet, me disponía a visitar a nuestros viejos amigos creo que no esta de más que nos informémos de sus planes.

-Te acompaño al momento, -le contesté-.

-No tardamos en atravesar el poblado; la actividad empezaba a ser notoria. Pronto dimos con la tienda donde estaban: “Cerdo” y los suyos, custodiados por dos fornidos guerreros que si bien hicieron ademán de cortarnos el paso, a una indicación de mi benefactor Ocap, -que también allí se encontraba-, nos dejaron pasar.

-Buenos días señores, dijo Príncipe. La sorpresa, pintada en el rostro de todos ellos era evidente. Selol, fue el primero en reaccionar.

-!Qué  sorpresa!,  ¡Príncipe  y  Raquet!  en  persona,

¿cómo demonios habéis venido a parar aquí?.

-¡Vamos …!, corté de raíz tanto cinismo.

-Sabéis de sobra porqué estamos aquí. El motivo es el mismo que el vuestro, pero el fin es bien distinto. En pocas palabras les conté la suerte que nos esperaba y la necesidad de una tregua momentánea, pues solamente unidos tendríamos la ocasión de salir con bien del poblado. Así que lo que propongo, -les dije c o n t e n i e n d o m i i n d i g n a c i ó n – , e s u n p a c t o momentáneo. Una vez fuera ya habrá tiempo de solucionar nuestras rencillas.

  • Por supuesto Raquet, siempre supe que eras una persona razonable, dijo Cerdo extendiéndome amistosamente su mano; en balde.
  • Bien pues en eso quedamos. No hagáis ahora ninguna tontería y esperad nuestras órdenes. Dentro de cinco lunas es la carrera. Hasta entonces procurar pasar desapercibidos.
  • Hasta pronto pues, -respondió Cerdo-. Cuando volvíamos a reunirnos con el resto del grupo, comenté con Príncipe sí era conveniente el comunicar a nuestros amigos el acuerdo que acabábamos de tomar. En principio no me pareció oportuno, sospechando alguna reacción contraria, – especialmente por parte de Oso y Zoom-, pero teniendo en cuenta la proximidad de la carrera, decidimos informarles de las cartas que íbamos a jugar.

Príncipe fue quien, con una diplomacia digna de encomio, puso al corriente al resto del grupo.  Como sospeché, a Oso sólo le faltó explotar de indignación. Zoom, tampoco fue partidario, pero Hello que escuchó,   atentamente, acabó por estar de acuerdo.

  • Comprendo vuestra indignación, -dijo-, pero el plan no es  malo y  no podemos  dejar escapar  esta oportunidad. Recriminándonos, justamente, el haber tomado esta decisión sin haber contado con el consentimiento del grupo decidimos bajar a entrenar al lago. Vimos con alegría que Feni, Ocap y la bella Flor de Hielo, formaban parte del grupo que se encontraba observando las evoluciones de varios Ruaoicor, y apostaría que también ellos se alegraron al vernos. Mientras Fox animaba ruidosamente con sus ladridos nuestra llegada fuimos preparando los dos patines que íbamos a utilizar. Esta vez no cabria manipulaciones de ninguna clase.
  • Debo reseñar aquí y aquí lo hago, por que hasta este preciso momento no tuvimos conocimiento de la existencia de otro curioso Ruaoicor, que merece la pena describir.
  • Mientras revisábamos el trineo, caímos en la cuenta de que éramos estrechamente observados por un indio, que a juzgar por su indescriptible atuendo, no debía de pertenecer a la tribu. Es más dudo que exista no ya una tribu, si no tan siquiera un indio capaz de llevar semejante ropaje, como el que nuestro curioso observador llevaba. Lo cierto es que también chapurreaba el idioma y no dando importancia a los extraños ojos con que, tanto Príncipe como yo le mirábamos-, y no digamos Oso, que en ese momento se acercaba al grupo, aquel extraño ser, empezó a darnos ciertas indicaciones para mejorar el trineo ganando velocidad, que falta nos iba a hacer.
  • Más tarde, no pudiendo resistir la curiosidad, Feni nos contó que aquel indio se llamaba: “Iref ” -que literalmente no tiene traducción a nuestro idioma, pero que viene a significar algo así como: “ropa enferma”. Fuera como fuera, lo cierto es que su manera de vestir tampoco era muy apreciada por los Ruaoicor y aquello le provocaba cierto resentimiento, y como por otra parte, su desacierto vistiendo no estaba reñido con sus conocimientos en lo que a preparar trineos se refiéreme sus consejos fueron seguidos al pié de la letra. Por lo visto y -según Feni nos informó-, siempre que algún extranjero tenía que participar en la carrera, Iref le echaba una mano a la hora de preparar el trineo, -de hecho el propio Feni debía su victoria a una de esas ayudas-. Más tarde, nos confesaría Feni, que la mayor parte de las preparaciones de Iref, acababan en desgracias pero a decir de éste, siempre eran debidas al mal uso del trineo es decir: a fallos humanos, que no de preparación. Como nosotros lo que necesitábamos era la máxima velocidad y teniendo el ejemplo de que se podía controlar -Feni lo había hecho-, aceptamos gustosamente todas sus indicaciones, siempre que no tratara de decirnos, como debíamos de vestirnos y se dedicara por entero al trineo.
  • Pronto comenzamos a deslizarnos con suavidad. El primer patín lo ocupaban Hello y Oso, Zoom y yo íbamos en el segundo. Rápidamente cobramos velocidad y fuimos dejando detrás la orilla del lago. El día era estupendo y aquel curioso paseo por la superficie helada, era más de lo que se podía pedir. Ensayamos varias viradas y ceñidas y cuando dedicamos volver, encontramos un curioso grupo en el que Príncipe en improvisado instructor, trataba de explicar el manejo del patín a vela a Cerdo y sus amigos mientras que Fox con amenazadores gruñidos se mantenía a prudente distancia. el espectáculo era digno de verse. Selol y Cerdo manejaban uno de sus patines. Su salida fue  en principio buenas pero apenas se habían deslizado unos metros cuando se les vino todo el trapo encima siendo arrastrados unos cien metros, hechos una bola y dado peligrosamente con las cabezas en el hielo, entre el regocijo de los Ruaoicor y las maldiciones de Cerdo. Laif y Ocín formaron otra pareja, y tengo que decir que no lo hicieron mal del todo, para ser su primera intento. Sordo trataba inútilmente de comprender las explicaciones de Príncipe que estaba al borde de la afonía total.
  • Allí continuamos toda la mañana enseñando el manejo de los trineos y ensayando al mismo tiempo. A última hora y antes de de dejar el entrenamiento, nos reunimos todos. Era la  primera vez que esto sucedía y sin el regocijo que anteriormente supusieron las caídas y las maldiciones, la situación puso tensa, haciéndose un gran silencio; cruzado por fuertes miradas que tanteaban las fuerzas del contrario. Cualquier diría que iba a empezar una pelea, en lugar de un acuerdo.
  • Bien -dijo Hello-, acabando con la amenazadora tensión que iba en aumento. Como he podido observar no estáis en condiciones de terminar la carrera y mucho menos de ganarla. Estas palabras que fueron recibidas con murmullos indescifrables, tuvieron que ser reconocidas por los accidentales compañeros de equipo a la vista de su primer entrenamiento. Sin embargo, podéis aportar una valiosa ayuda para que sea alguno de nuestros dos trineos el que logre triunfar.
  • ¿Cual es esa ayuda?, -preguntó Selol_.
  • ¡La salida!, -dijo Hello-. Crear un caos, retrasando o impidiendo tomar la salida al mayor número de trineos Ruaoicor posibles.
  • Eso va a ser divertido, -Comentó Cerdo- ¿verdad muchachos? ¡Verdad!, respondieron como un solo hombre el resto.
  • Pues bien,  -continuó Hello-, cuando  dentro de cuatro días, llegue la hora de tomar la salida, dejadnos pasar a nosotros y obstaculizar, como podáis, el paso de los demás. Recordad una cosa: este común acuerdo nos obliga a comportarnos, accidentalmente, como un equipo, pero si salimos con bien de esta, en misa compañeros y en mí, encontraréis los más feroces adversarios.
  • Sea, dijo Cerdo extendiendo su gran mano a Hello, quien la rechazó tan de plano como lo había hecho yo mismo hacía pocas horas, y sin mediar más palabras, recogimos los trineos y nos dirigimos a la tienda par satisfacer el ruido de nuestros estómagos, que empezaban a ser comparables a los aullidos del viejo Fox.

C A P I T U L O VI

“LA CARRERA”

El estofado de carne no pudo resultar mejor. Incluso Oso,   felicitó   a   Zoom,   por   la   deliciosa   comida preparada y si no fuera por los colorados, -que el aire de las montañas   había   puesto   en   nuestros   rostros-,   hubiese jurado que ante tanto elogio el buen Zoom, no pudo por menos que sonrojarse. Una vez satisfecho el apetito de los comensales y mientras Fox apurando sus últimos huesos de venado se quedaba de guardia; para evitar sorpresas en los trineos el día de la carrera, decidimos dirigirnos a la tienda de Feni.

  • ¡Acomódense caballeros, acomódense! Con la misma educación, -que si estuviésemos en la corte-, fuimos recibidos por Feni, que debo confesar cada vez me caía más simpático. Nos sentamos de igual forma que lo habíamos hecho la noche anterior, y mientras la eficiente Flor de Hielo, servía en unos cuencos, algo parecido al té, con un fuerte sabor aromático, me fui dando cuenta de la enorme dimensión de la tienda -dimensión que en la penumbra de la noche me pasó inadvertida-. Esto corroboraba la impresión que teníamos sobre  Feni,  ya que de no ser un personaje importante no disfrutaría de tan impresionante tipi.
  • Mis ojos, al igual que los de mis compañeros, recorrieron rápidamente el interior de la tienda, un recorrido que terminó en el curioso dibujo que se encontraba a espaldas de Feni; dibujo que ya me llamó la atención en nuestra primera visita.
  • Bien dijo Feni-, debo decir que esta mañana en el lago he visto al igual que mis hermanos, las pocas posibilidades que tienen de salir con vida de la carrera. Sus perseguidores son una competa nulidad y a ustedes mismos aunque manejan diestramente el trineo les falta mantener por más tiempo las ceñidas para lograr un máximo de velocidad. Sus trineos son toscos y difícilmente lograrán el triunfo con ellos. Después del espectáculo de esta mañana junto com mi hermano Ocap, me dirigí a la tienda del Gran Safaf y le pedía que permitiese prestar mi trineo a uno de los equipos de los prisioneros. No fue fácil convencerles pero una agotadora explicación de Ocap, por el que el Gran Safaf siente un respeto especial, sirvió para que accediera, aunque de mal grado, ¡con que, señores … mi trineo está a su disposición !
  • Le agradezco profundamente en nombre de mis compañeros, -dijo Hello- todas las ayudas que estamos recibiendo.
  • No me agradezca nada. De poco les servirá el trineo, si no ganan la carrera.
  • Bien, en cuanto a lo que a ese punto se refiere no me queda más que desarles suerte. Y alzando su cuenco, gesto que fue imitado por todos, se brindó por el triunfo en la carrera.
  • Feni, -dije con tal decisión, que hice recaer en mí las miradas de mis compañeros.
  • Usted conoce perfectamente cuales son nuestras intenciones si logramos salir con vida de la carrera. Pues bien desde que entre por primera vez en su tienda me ha llamado la atención ese extraño dibujo que está a su espalda. -Esta vez todos los ojos incluidos los de Flor de Hielo-, se clavaron con fuerza en los raros rasgos allí representados.
  • Y más de una vez he pensado que se podía tratar de un mapa. Mentalmente he cotejado sus trozos con los del mapa que nos vienen guiando, hasta que caimos en manos de los Ruaocir, y si bien no son exactos presentan  indudables  puntos  de  coincidencia por lo que Feni y si me permite una pregunta directa, ¿no se trata del auténtico mapa del Atnas Aniram? -Ahora y como si todos hubiéramos realizado al unísono mi pregunta, Feni fuel el blanco de las miradas-.
  • ¡Bravo!, veo que es buen observador señor Raquet. Efectivamente esos trazos sin aparente significado,  no son otra cosa que el mejor mapa que existe para llegar al Atnas Aniram.
  • Mi intención era revelárselo en caso de que superaran la carrera, pero en vista de su interés y si no les molesta acercarse les indicaré exactamente dónde estamos. Como un solo hombre, nos pusimos en pié alrededor de Feni, quien con una punta de flecha indicó firmemente el lugar exacto donde estaba situado el campamento  Ruaoicor.
  • Como verán han hecho un largo recorrido pero les queda la parte más difícil. El campamento se encuentra situado a casi tres mil metros, y aún tendrán que escalar las escarpadas montañas que componen la cordillera negra, donde raramente luce el sol y cuando lo hace, provoca majestuosos aludes que arrastran toneladas de nieve. Espectáculo digno de contemplar pero que difícilmente se puede llegar a contar.
  • Yo tuve la ocasión, junto con mis fallecidos compañeros, de padecer uno de esas avalanchas.
  • Debió de ser maravilloso, -dijo Prícipe-, imaginándose el gigantesco ruido que producirían esas toneladas de nieve.
  • Ya me extrañaba a mí, que no dijeras nada, -comentó Oso-.
  • Por favor, continúe Feni, -insistió Hello-. Pués bien, llegando a esas montañas encontrarán un medio rápido, pero tan peligroso como los aludes, para llegar a su destino. Se trata del “Sabuc”.
  • El Sabuc -repitió Principe espontáneamente-. ¡Luego también existe!
  • En efecto, existe y es su único camino para no correr el riesgo de perderse en la montaña. El Sabuc es un impresionante rio, que acaba en una  gran  cascada  con una caída en vertical de cientos de metros; por lo que en caso de viajar por él, les aconsejo que salgan de sus aguas antes de que estas se viertan al valle de Atnas Anirram, que se encuentra situado a una altura de dos mil metros, es decir, tienen un salto aproximado de ochocientos metros.
  • ¡Fiuuu!, por las barbas de cien mil ballenas no se trata precisamente de un paseo lo que nos queda. En efecto Oso, pero antes del paseo que dices, no olvides que habrá que ganar una carrera casi  tan peligrosa como el mapa del buen Feni, -dijo Hello-.
    • Bien señores, efectivamente tienen que superar esa carrera, por lo que les aconsejo que cojan mi trineo y practiquen con él mientras tengan luz. Si superan la prueba gustosamente les prepararé una reproducción de mi mapa; ahora sólo me queda desearles suerte. Y sin mediar más palabras salimos del tipi y fuimos directos al lago para estrenar el regalo de Feni.

El sol caía oblicuamente sobre la placa helada y su reflejo resultaba cegador. Pronto izamos el palo y si pensarlo dos veces, se dispuso que Zoom y yo, conduciríamos el trineo. Hello fue quien lo decidió, aconsejado por Príncipe, mientras que Oso, -aunque quizá algo decepcionado-, permaneció, raro en él, tan silencioso como el propio lago. En efecto, por la mañana habíamos sido Zoom y yo quienes logramos imprimir más velocidad a nuestro patín a vela. De todas formas la importante baza que jugarían Hello y Oso el día de la carrera, tendría que ser decisiva; esto sin contar con Cerdo y sus compinches, quienes y como ya se ha explicado; por esta vez habrían de prestarnos, en bien de todos, una valiosa ayuda.

El trineo de Feni era bastante más ligero que los nuestros y sin embargo, su vela era la mayor que habíamos visto.

Ésto fue lo que decidió a Hello y a Príncipe, confiarnos su manejo, ya que si bien, aparentemente no podría soportar el corpachón de Zoom, éste sin embargo, sería de vital utilidad en caso de que ese día soplara un fuerte viento, baza en la que confiábamos ciegamente, ya que técnicamente los dos Ruaoicor: Olaf y Nottob, nos superaban ampliamente; pero si el viento soplaba con fuerza, sería cuestión de potencia y agallas, y en esto estábamos a la par. La prueba del trineo de Feni, no pudo ser más satisfactoria, a pesar del poco viento que había, a la caída de la tarde nos deslizamos más rápidamente que en nuestro ensayo de la mañana.

Con una satisfacción plena y la seguridad de que unidos lograríamos ganar a aquellos salvajes que lucharían entre ellos, lo mismo que lo iban a hacer con nosotros, recogimos el trineo, plegamos cuidadosamente la enorme vela y dirigimos nuestros pasos al tipi donde todos empezamos la desagradable tarea de afilar las cuchillas de los patines al máximo; cuando logramos sacar el filo adecuado, protegimos  las  cuchillas con finas pieles, para evitar la mínima oxidación producida por las bajas temperaturas de la noche. No  me  gustaría estar en el pellejo del que caiga debajo de unos de estos cacharros, -dijo Oso-.

– Pues apréndete bien la lección Oso, porque como caigáis alguno …, posiblemente los cuchillos de los Ruaoicor están tan afilados como nuestros patines. Estas palabras de Príncipe, quedaron  sin  contestación.  los pocos días que quedaban hasta la carrera, pasaron rapidísimamente. Nuestra única ocupación fue entrenar y mejorar nuestra técnica y  velocidad,  bien  asesorados por Iref y Feni; los cuales se implicaron con  nosotros, como si fueran ellos mismos los que hubieran tenido que participar en la carrera que nos esperaba.

  • El día anterior, ultimamos todos los detalles, entrenamos pero sin forzar al máximo, teníamos que conservar nuestro material, no podíamos permitirnos ninguna rotura, que fuera irremediable, en el trineo y no digamos encuestas cabezas.
  • ¡A cenar …!, la llamada de Zoom fue lo mejor de aquel tenso día. Zoom, tan flemático como siempre, preparaba la cena como si fuera una noche más. Comimos con avidez incluso repetimos, a fin de cuentas se podía tratar de la última cena. Eso estaba en la mente de todos, pero nadie hizo la menor alusión a ello. Después de apurar la pócima que imitaba a café y dejando a Fox rumiando sus huesos de vigilante de guardia en la tienda, fuimos a ver a los accidentales compañeros de equipo que nos habíamos echado. El camino que separaba nuestros tipis era corto y en unas pocas zancadas, avivados por el frio de la noche, llegamos a la tienda de Cerdo. Irrumpimos sin vacilar, -aún se encontraban cenando-. Cerdo se incorporó.
  • Esperábamos vuestra visita -dijo-.
  • Pues la esperaríais en balde si no fuera absolutamente necesario, ultimar algunos detalles.
  • Pero sentaros, ¡por mil millones de trineos! Sordo acerca ese ron, que no se diga que Cerdo y sus amigos son poco hospitalarios.
  • Bien Cerdo, -interrumpió Hello-, vayamos al grano. Como ya ha quedado claro tenemos que actuar en equipo.
  • En efecto Hello, -respondió Selol-, y si me lo permites explicaré el plan que hemos concebido.

-Adelante Selol, no perdamos el tiempo, -dijo Laif-.

-Selol tomó un palo y adoptando una pose muy doctrinal, dibujó en el suelo el mapa del lago, y el del que iba ser el recorrido de la c arrera. Bien, éste triángulo es aproximadamente el plano de la prueba. La situación es la siguiente: si os fijáis, se trata de un triángulo escaleno, en cuyo ángulo más agudo se encuentra la salida. Ésta está delimitada por una bandera en el interior del lago, y por tierra, en el otro extremo, justo aquí -dijo haciendo un círculo en la arena con su palo-, el Jefe Safaf dará la salida. Pues bien, calculo que seremos once los trineos en tomar parte, a juzgar por los que he venido observando practicar en el lago.

  • Estoy conforme con eso, -afirmó Príncipe-, que había tomado cuidadosamente nota de los rivales.
  • Pues bien, este es el punto más estrecho de la prueba puesto que es el más próximo a tierra. Las otras dos viradas dejan amplio margen de maniobra. Si a esto añadimos que todos los participantes estarán juntos, en la salida, la dificultad será máxima, y de cómo tomemos la salida, dependerá en gran parte el resultado final. Hemos decidido, que Laif y Ocín colocarán su trineo lo más próximo a la bandera, y Cerdo y Sordo, saldrán pegados a tierra. Nada más comenzar cruzaran ambos todo el trapo, para encontrarse  en  el  centro,  logrando dar así un abrazo de oso al resto de los concursantes.
  • ¿Que has querido decir con eso de un abrazo de oso? – dijo Oso- sintiendo herida su increíble susceptibilidad. La tensión creció por momentos y Selol y Oso puesto en pié se miraron duramente.
  • Basta ya Oso -dijo Hello- y acabemos de una vez. Se trata de una forma de hablar, ¿no es así Selol?
  • Así es, se apresuró a decir éste sin dejar de observar la amenazante mirada de Oso.
  • Bien, pues si no hay más interrupciones, terminaré diciendo que lo que con esto me propongo es formar un tapón en la misma salida, creando la mayor confusión posible, para dar tiempo a que vuestro trineos lleguen cómodamente a la primera baliza.
  • -Perfecto, pero…, este abrazo de…, -Ocín- se disponía a terminar   la   frase   conteniéndose al final, ¡afortunadamente!, pues Oso ya estaba apretando los puños.
  • Este… tapón, -continuó Ocín-, ¿no afectará igualmente a vuestros trineos?, dijo señalándonos con su dedo, mientras de reojo miraba astutamente a Selol, queriendo hacernos ver la fragilidad de su plan.
  • A esta pregunta y si me lo permite Selol, puedo responder yo. La rápida contestación de Príncipe desconcertó a Ocín. Ahora su dedo señalaba a Selol y su esquinada mirada buscaba rabiosamente a quién encontraba sencilla la duda que él había propuesto.
  • Adelante Príncipe, dijo Selol.
  • Pues bien, nada más sencillo: tanto el trineo de Hello y Oso, como el de Raquet y Zoom, se situ aran inmediatamente detrás del tripulado por Cerdo y Sordo, y el otro a continuación del de Ocín y Laif. ¿Supongo que estas serán las tripulaciones?
  • Y aciertas, contestó Cerdo -orgullosamente de su equipo, de esta manera -terminó Príncipe-
  • Cuando vuestros trineos se crucen en el centro nosotros nos colaremos, aprovechado los pasillos dejados en los extremos.
  • ¡Bravo! -exclamó Oso-, que había seguido las explicaciones de Príncipe tan atentamente como el propio Ocín, ignorando ambos en que iban a parar.
  • Todo eso está muy bien -interrumpió Hello-, quién cortó las risotadas de triunfo de Oso, pero ¿y si los trineos del Cerdo y Ocín no hacen rápidamente la maniobra?, ¿Y sí a los únicos que realmente estorban es a nosotros mismos?
  • Ya he pensado en ello, -dijo de nuevo Príncipe-, pero es un riesgo que tendremos que correr. Bien, pues si nadie tiene nada más que decir, mañana tendremos un día muy agitado por lo que propongo que nos retiremos a dormir. Mis palabras surgieron efecto, y sin darnos cuenta pronto habíamos abandonado  el tipi de Cerdo y entrábamos en nuestra tienda, siendo afectuosamente recibidos por Fox; el cual había dado cumplida cuenta de sus rumiados huesos. Sin más que un buenas noches…, permanecimos en silencio tratando de conciliar un sueño que se negaba a llegar.  El  día amaneció limpio; serían las seis y media de la mañana y ya comenzaba a despuntar el sol. Quien le iba a decir a éste la jugarreta que su eterna novia: la luna, le  iba  a gastar cuando adquiriese su máximo esplendor.  Me levanté y vi a Oso y a Hello, comprobando el filo de las cuchillas de los trineos; que a juzgar por sus gestos debía de ser óptimo.
  • Por mil millones de truenos, ¡ya es hora de que os levantéis! -exclamó Oso- al vernos a Príncipe y a mí desesperezándonos de un sueño, que tardamos en conciliar y ahora se resistía abandonarnos.
  • Buenos días, -dijo Hello-. Despertad a Zoom o no llegaremos a tiempo. ¡La carrera será hoy, no el próximo invierno! El aspecto deZoom era impresionante. Envuelto en sus pieles de oso dejando ver su negra cabezota y resoplando como cien búfalos enfurecidos daba la impresión de poderse pasar el día durmiendo. El encargado de volverle a la vida fue Fox, el cual gracias a Dios, se prestó voluntario pues despertar a semejante mole, siempre puede entrañar algún riesgo. Fox se empleó a fondo. Empezó con unos suaves quejidos, acercando su enorme nariz, que no paraba de olisquear a la no menos gran cabeza del barbudo Zoom. El lamento de Fox fue aumentando en intensidad a la vez que movía nerviosamente sus patas y agitaba alegremente el rabo; pero el toque definitivo fueron dos refrescantes lametadas que no tardaron en surtir efectos. Un perezoso y alargado estirón de brazos y piernas, capaz de abarcar a todos los presentes, coreado por los alegres aullidos de Fox, al ver cumplida su misión, hicieron el resto. Ahí nuestras carcajadas completaron un cuadro digno de verse.
  • ¡En pie grandullón!… ¿o piensas quedarte dormido el resto de tus días? El característico gruñido de Zoom, mitad saludo mitad protesta, fue la única respuesta que obtuvimos. Mientras Zoom se refrescaba las ideas con la nieve, completando su aseo, el resto como poco hambre y mucha incertidumbre, le acompañamos fuera de la tienda, donde permanecíamos en silencio viendo como poco a poco, el sol ganaba una vez más la partida  a  la noche.
  • De repente, una gigantesca bola de nieve apareció a increíble velocidad enfrente de mi cara. Instintivamente me agaché y grite ¡cuidado!, pero de poco valió mi advertencia. El proyectil hizo blanco en la cabeza de Oso y de rebote se cargó la pluma de turno del gorro de Príncipe.
  • ¡Por diez mil búfalos salvajes, te voy a matar! -dijo Oso- a la vez que lanzaba piedras y nieve contra el autor del disparo, -que como habréis adivinado, era el propio Zoom-. A la improvisada respuesta de Oso nos unimos todos, formando un auténtico campo de batalla. Las bolas silbaban cómo las de un cañón. A punto estuvo más de una de agujerear la tienda. Así hubiéramos continuado un buen rato de no ser por el atrevimiento de una bola perdida, que fue contra el rostro de  mi benefactor Ocap, -dándole de plano-  el  cual,  elevando sus talones del suelo, cayó de espadas y se quedó tan quieto que pensamos: había muerto.
  • Por todos los Dioses, que significa esto, ¡exclamó Feni!, que venía acompañando al desgraciado Ocap. Tras deshacernos en excusas e increíbles explicaciones Hello, Príncipe y yo, trasladamos al interior del tipi al inconsciente Ocap; -mientras Oso recriminaba a Zoom como culpable de todo el asunto- aunque si no fuera porque no tengo la certeza absoluta juraría que por la posición -que teníamos en la particular guerra entablada- y el sitio en el que fue a aparecer mi querido Ocap, no habría sido otro si no el propio Oso, el autor del desgraciado bolazo. Gracias a unas friegas y un poco de viejo licor, que Príncipe guardaba como oro en paño, Ocap, no tardó en reaccionar en medio de indescriptibles lamentos y aunque desconocíamos por completo el dialecto Ruaoicor no fue difícil imaginar su significado.
  • Bien , el motivo de esta visita dijo Feni, viendo la feliz recuperación de Ocap, no es otro que el de desearles suerte, al tiempo que darles un pequeño consejo. Cuando la luna empiece a ocultar al sol, una gran sombra se irá apoderando del lago, empezando por su parte superior, es decir dónde se encuentra situada la segunda baliza. Es de vital importancia mantener una buena posición en ese momento, pues a la altura en que nos encontramos, la temperatura, al perder el calor proporcionado por el sol, descenderá rápidamente, endureciendo notablemente la superficie del lago y consecuentemente el trineo que se encuentre en este punto del recorrido, se vera beneficiado con un mayor deslizamiento. Serán pocos minutos pues pronto la sombra cubrirá completamente el lago pero convienen tenerlo en cuenta. El que en ese momento logre cobrar ventaja posiblemente será el vencedor, y mis hermanos lo saben.
  • Nuevamente quedamos en deuda Feni. Espero que algún día podamos devolverte el favor. A estas palabras de agradecimiento por parte de Hello, respondió Ocap, – por lo visto completamente recuperado-, con una increíble amalgama de aullidos y saltos que dieron un buen susto al distraído Oso. Finalizada su actuación, Ocap y Feni desaparecieron. Por mil ballenas muertas el golpe le ha vuelto más idiota de lo que era!

Sin más incidentes comenzamos a bajar los trineos  al lago. Aún faltaban algunas horas para el mediodía, momento en el que se daría la salida, pero la animación era grande. Hombres, mujeres engalanadas ellas, y fuertemente armados ellos, se agolpaban a lo largo de lo que era la recta de salida. Sus tambores no dejaban de sonar. Una gran tienda presidía todo aquel jolgorio. En ella, como luego comprobamos, se encontraba el Gran Safaf y sus más inmediatos allegados: Feni y Ocap, además de viejos guerreros que constituían el consejo de la tribu y el jurado de la carrera. También me pareció distinguir a Iref, ataviado para la ocasión como sólo él era capaz de hacerlo.

-De todo su conjunto destacaré: un cinturón con una hebilla de diente de búfalo de increíbles dimensiones-. Lanzas, pieles, cintos, junto con el resonar de los tambores y cánticos daban un aspecto de fiesta multicolor.

Nos fue fácil distinguir a Cerdo y sus compinches. Habían madrugado y estaban practicando -torpemente asesorados por Selol-. Entre los juramentos de éstos y las risas de los indios, montamos los dos trineos; la vela prestada por Feni destacaba del resto. Al tiempo que empezamos a deslizarnos lo hicieron Olaf y Nottob fuertemente vitoreados por el resto de la tribu. Indudablemente, serían el enemigo a batir, sin olvidar a los otros seis trineos que diestramente, también, evolucionaban por la superficie helada.

Faltaba escasamente una hora para el comienzo. El viento soplaba ligeramente pero iba en aumento, lo que nos mantenía expectantes, -pues ya he aclarado- la necesidad que teníamos de un fuerte viento, máxime con la vela que portábamos, que si bien haría más peligrosa la conducción del trineo, también le imprimiría a éste una mayor velocidad y no teníamos más remedio que jugarnos todo a esa baza. Los trineos se movían con soltura y rapidez, si exceptuamos a dos bien conocidos por todos. Iniciamos un largo  y pronto Zoom  y yo dejamos  atrás a Hello y Oso. No cabía duda, la calidad del trineo quedaba demostrada. Al pasar cerca de una baliza, me llamó la atención la presencia de gran cantidad de antorchas, limitando el sitio donde deberíamos efectuar la virada. Inmediatamente recordé el !eclipse¡ que debía producirse; el cual mantenía a Príncipe fascinado, mirando y volviendo a mirar a el sol, corriendo el peligro de quedarse completamente ciego. De repente todo el ruido producido por cánticos y tambores cesó. Dirigimos los trineos hacia la salida donde se apiñaban el resto de los rivales, -incluidos Cerdo y sus compinches-. En medio de un gran silencio aparecieron en escena el Gran Safaf, acompañado de los miembros del consejo y jurado. Los trineos se fueron colocando en línea. Una cuerda unida a la primera de las balizas, por un extremo y a tierra por el otro, impedía que nadie se adelantara.

  • ¡Suerte amigos! -gritó Hello- al pasar en su trineo, junto con Oso, a nuestro lado.
  • !Lo mismo digo¡, respondí, mientras fuimos a colocarnos detrás del trineo de Cerdo y Sordo; los cuales se esforzaban por mantenerle aprobado al  viento,  cosa que empezaba a resultar difícil, pues como queriendo
  • contribuir   a   nuestra   salvación,   éste   comenzaba   a s o p l a r c o n c i e r t a i n te n s i d ad . A l ve r qu e n o s acercábamos, Sordo y Cerdo hicieron un gesto indicándonos que  tenían la  situación controlada.  Lo cierto es que en su afán de infundirnos seguridad casi se les viene la vela encima; lo que quiera sido una desgracia irreparable ya que la carrera estaba a punto de comenzar.
  • ¡Zoom! -grité, alejémonos de la salida.
  • ¿Cómo alejarnos? ¿te has vuelto loco?. ¡Esto va a empezar ya!
  • Hazme caso, no seas tozudo. -Sin entender lo que me proponía, trasbuchamos y virando en redondo, anduvimos unos cincuenta metros.
  • Aquí estamos bien, demos la vuelta. -Volvimos a poner el trineo mirando hacia la salida. A todo esto un fornido Ruaoicor, armado con un hacha se había dirigido a la cuerda que impedía que nadie se adelantara en la salida. Allí se detuvo y miró al Gran Safaf. El silencio era impresionante la tensión estaba al máximo. Mi corazón latía como un potro salvaje incluso Zoom se mostraba nervioso.
  • ¡Ahora! -grité- ¡caza, caza y…!
  • Pero… si todavía, no han…
  • ¡Caza por lo que más quieras! El trineo empezó a moverse rápidamente, la distancia entre el resto de los participantes apretados en la línea de salida y nuestro trineo, que ya corría con todo el trapo hinchado, se reducía a ojos vista. ¡Cuarenta metros, treinta metros, veinte metros, quince…

¿Nos los vamos a tragar?, -me gritó Zoom-.

  • ¡Caza -respondí- ahora o nunca! En ese momento  el Gran Safaf hizo un gesto con su mano y el fornido indio dejó caer la afilada hacha sobre la cuerda.

Una explosión de ruido, gritos y toda clase de tambores, se desató, como queriendo vengarse del tiempo en que habían permanecido mudos. Haciendo pasar el trineo apoyado en una sola cuchilla ente la baliza y el patín de Cerdo y Sordo, -que habían empezado a moverse, dejando el pasillo convenido, pero sin tiempo para cruzarse por completo- . Con gran riesgo de abordarles y llevándonos por delante varias de las antorchas que esperaban ser encendidas, realizamos la más fantástica de las salidas. Cerdo y Sordo, cruzaron su trineo al igual que Laif y Ocín, lo hicieron con el suyo, permitiendo éstos, hacer también buena la salida de Hello y Oso. Pero el truco no fue completo, por el centro, y sin tiempo para dejarse atrapar, se colaron Nottob y Olef, seguidos de otros dos trineos más. Cerdo cumplió su parte mejor de lo que esperábamos todos, pues el susto -que él y Sordo-, recibieron, al vernos prácticamente encima suyo, les hizo agilizar la maniobra, de tal modo, que logró embestir a sus rivales más próximos.

  • ¡Eh, eh…! nos los hemos comido a todos gritó satisfechamente Zoom.
  • No cantes victoria, nos siguen de cerca y no hemos hecho si no empezar, -contesté mientras me afanaba por cazar la vela buscando el mayor viento posible. Efectivamente, la situación era la siguiente: Zoom y yo encabezábamos la prueba, seguidos a mas de treinta metros por Nottob y Olef, junto a  otros  dos  trineos Ruaoicor; cerrando este pequeño pelotón estaban Hello y Oso. atrás quedaban, en medio de una gran caos los seis trineos restantes, de los cuales, tres, -a duras penas-, reemprendían la marcha, incluyendo el tripulado por Ocín y Laif. Cerdo no había tenido tanta suerte y su trineo, junto con el de otros dos Ruaoicor, quedaban hechos pedazos, terminando la prueba sin apenas haberla comenzado.
  • ¡Tenemos la primera baliza encima! Zoom, atención a la maniobra! Sigamos subiendo, ¡ahora! -ágilmente pasamos por debajo de la botavara trasbuchando, sin perder un ápice de viento.
  • ¡Bien Raquet…! -gritó Zoom-. Miré hacia atrás y quedé sorprendido de la escasa distancia que nos separaba, con respecto al primer trineo perseguidor. El orden atrás estaba sufriendo muchos cambios y mientras Hello y Oso se emparejaban con otro trineo, Nottob y Olef eran sobrepasados por un tercer trineo.
  • Éste se nos acercaba peligrosamente, demostrándonos la fragilidad de nuestra ventaja. Todos habían virado ya y alejándonos en el interior del lago las ventajas desaparecieron por completo, no obstante viramos también en primera posición la segunda baliza. La  larga recta que nos conducía al punto de partida con viento de popa, aumentó increíblemente la dificultad del manejo de la vela. De repente, algo -que confieso había olvidado-  vino a complicar aún más las cosas. Una negra sombra empezó a caer rápidamente encima nuestro.

Zoom y yo, no pudimos por menos que mirar al cielo , buscando su conocido origen. Este despiste lo pagamos caro, pues el trineo Ruaoicor, más próximo, se emparejó durante un momento al lado nuestro, adelantándonos a continuación, ¡impunemente!. Sus gritos de alegría sólo podían compararse a la decepción que nos embargaba. Pero no acababan aquí los problemas. El lago se había vuelto oscuro y el hielo, como el buen Feni pronosticó, se endureció rápidamente. El fuerte viento fue aumentando paulatinamente y fuimos sobrepasados por el trineo de Nottob y Olef. Y también hasta un tercer trineo indio nos hubiera dado alcance, de no ser por la hábil maniobra de contención de Hello y Oso, dificultándoles el paso. Al fondo distinguimos una llamarada, punto inequívoco de la tercera baliza, en la que completaríamos la primera vuelta. A medida que nos acercábamos, sin variar posiciones, la luz, que al principio era sólo un punto, se convirtió en un gran resplandor, en el cual ya se oían los gritos ensordecedores los, llamémosles: “insólitos espectadores”. Gritos que se vieron redoblados al comprobar que los dos primeros trineos, prácticamente emparejados,  eran ¡trineos Ruaoicor!

¡Qué tercera baliza…! Notob y Olef, en franca recuperación de la sorpresa que tuvieron en la salida, sólo habían necesitado una vuelta para volver las cosas a su lógico orden. Y ahora, en medio de una impresionante colada, se metieron entre las llamas de la baliza y el trineo Ruaoicor, que apenas se había abierto un poco para iniciar el tercer viraje. esta arriesgada maniobra  salió bien,

incluso nos benefició, pues obligó al segundo trineo a abrirse, perdiendo el control y dándonos tiempo a nosotros, -junto con Hello y Oso- y el tercero en discordia, a colarnos cómodamente en la segunda, tercera y cuarta plaza, respectivamente. La oscuridad era total y estábamos a punto de perder de vista a Notob y Olef, que se daban ya por inalcanzables, cuando algo inesperado se puso de nuestra parte. Nunca creí que me alegraría video las feas caras de Ocín y Laif, pero ¡allí estaban!, tratando de tomar aún su primera balízame cosa que no les iba a ser fácil pues por alguna extraña razón navegaban en sentido opuesto a ésta, o lo que es lo mismo de frente al trineo de Nottob y Olef. La colisión hubiera sido tremenda y los gritos de horror de ambos trineos no se hicieron esperar. Un increíble viraje en último extremo -por parte de ambos trineos- les hizo cambiar el rumbo dirigiéndose hacia tierra a gran velocidad y apareciendo como por encanto a escaso metros de la zona donde entre otros muchos, se encontraban: Príncipe, Selol y los maltrechos Sordo y Cerdo.

-¡Por todos los diablos, nos van a pasar por la quilla! – gritó Selol-. De nuevo la habilidad de Nottob y Olef, evitó el choque, volviendo, aunque retrasados a la prueba. No tuvieron tanta suerte Laif y Ocín, que embistieron sin remisión a todos los allí presentes; dejando su trineo clavado tierra y saliendo ellos despedidos por encima de plumas y tambores yendo a para a los pies del Gran Safarf que imperturbable ante este hecho, se limito a  pasar  su gran pipa al miembro del consejo más próximo, dirigiendo su mirada hacia los que aún quedábamos en la carrera.

La primera baliza de la segunda vuelta, volvimos a tomarla en cabeza y ante la proximidad del trineo Ruaoicor, que aún nos inquietaba, Hello y Oso, no pudiendo “sujetar”, por más tiempo su marcaje, se decidieron a embestirle. Una arriesgada maniobra, en la que se jugaron el todo por el todo. Los gritos de Oso destacaban entre los lamentos de los Ruaoicor, medio chamuscados, pues en la colisión se llevaron la baliza con antorchas, indios y todo lo que pillaron por delante. -La luz del día volvió a irse imponiendo a las tinieblas del eclipse-. Mientras, completamente agotados, palpitándonos el corazón salvajemente, nos dirigíamos al segundo viraje. Pudimos ver la gran recuperación de Nottob y Olef, que de nuevo se acercaban peligrosamente y esta vez no parecía que se iba n a dejar sorprender. Cuando viramos buscando la última empopada, la luz era casi total. Ahora no separábamos la vista de la última baliza, que aún humeante daba la sensación de que se alejaba, aumentando desesperadamente el recorrido final. Nottob y Olef, también habían virado, ya nadie quedaba en la prueba. A los accidentados trineos, se unieron el abandono de otros dos, pues la distancia que les sacábamos era inalcanzable. Así pues, de los once trineos que comenzamos, sólo dos permanecíamos aún en la carrera.

Zoom miraba constantemente preocupado la última baliza, en la cual pudimos observar cómo Nottob y Olef habían desplazado al trineo que les precedía, en la primera vuelta, sacándole prácticamente del lago. Ahora la situación se repetía y para nuestra desgracia, pasábamos a

ser nosotros los protagonistas. El sol brillaba completamente libre de sombras, los gritos del arrebatado público, a pesar de la concentración a que estábamos sometidos, se hicieron ensordecedores. ¡Qué final…! Prácticamente emparejados llegamos a la última baliza.

  • ¡Se nos cuelan…, se nos cuelan…! -grité- a punto de perder los nervios. Efectivamente, queriendo repetir la maniobra, que tan buenos resultados les diera en la vuelta anterior, Nottob y Olef, viraron por nuestra popa, buscando un hueco para meterse  entre  la  baliza  y nuestro trineo. Apenas asomaron su proa cuando en un auténtico alarde que dejó uno a todo el poblado volvimos a virar copiando al maniobra por detrás de su trineo, dejándoles nuevamente en la parte exterior.  El  trineo elevó todos los patines y la virada tan sumamente cerrada dirigió a ambos hacia tierra, como antes lo habían hecho Cerdo y Sordo. Igualmente el increíble manejo de Nottob y Olef, les permitió virar en último extremo poniéndose completamente perpendiculares a nosotros, que ya sin remisión, nos dirigíamos a tierra. ¡El choque fue inmediato!, abordándo la proa de su trineo, que nos embistió, y nos hizo entrar así en meta; con los dos palos rotos y encima del trineo de Nottob y Olef, -por cierto que este último salió despedido en el embite, llegando a pasar su corpachón por encima de sus sorprendidos hermanos Ruaoicor.
  • ¡Bravo…!¡bravo…!, es lo mejor que he visto en mi vida.

¡Por mil tripas de lobas hambientas! Medio atontado apenas podáis distinguir la procedencia de semejantes alabanzas, cuando un fuerte golpe a modo de felicitación, en mi maltrecha espalda, me devolvió a la realidad. Oso, Hello, Príncipe, todos rodeaban, -incluidos Cerdo y sus compinches- , el amasijo de troncos astillados, resultado del apretado fin de carrera.

  • ¡Lo hemos conseguido!, -repetía  Selol-  atribuyéndose un triunfo que casi nos cuesta la vida. Medio zarandeados fuimos subidos a hombros, cuando…
  • ¡Silencio, silencio! -el consejo se reúne para decidir el resultado de la prueba.
  • ¿El resultado?. ¡Por mil millones de indios a caballo!,

¡El resultado es éste!, -dijo Oso- elevándome a un metro del suelo.

  • Oso me vas a matar, prefiero dar quince vueltas más a esa endiablada pista, que tus felicitaciones.
  • Está bien, está bien…, que delibere el consejo. Muy tontos tienen que ser para no darse cuenta de la realidad. Pero la realidad -a pesar de la opinión de Oso- no estaba muy clara y pronto fuimos rodeados  por  los  Ruaoicor, con el rencoroso Nottob al frente.
  • Esto se pone feo -dijo Hello-. Estamos indefensos ante sus lanzas.
  • ¡No tanto! -exclamó Zoom-, cogiendo  un  enorme tronco de los restos del trineo.
  • Tranquilos, tranquilos, poco duraríamos aquí, además aún no sabemos el resultado del consejo, esperemos pacientemente su veredicto y preparémonos para todo. Las palabras de Príncipe aplacaron los ánimos. Allí quedamos. La proporción era de ocho a uno y por si fuera poco, estábamos desarmados, si exceptuamos la cachiporra de Zoom, que no dejaba de acariciar amenazadoramente, pero de poco hubiera servido contra las lanzas y los cuchillos de los Ruaoicor. No se el tiempo que permanecimos encima del frio hielo pero me me pareció una eternidad.
  • Por fin, una agitación en la gran tienda que presidía la prueba, fue la señal de que la decisión estaba tomada. Distinguimos rápidamente a Feni, que en calidad de intérprete venía a explicarnos la decisión del consejo. Esta fue unánime. El valor demostrado por los “caras pálidas”, ha sido grande. Su trineo es el único que ha llegado con la tripulación completa, y por si fuera poco, ha entrado encima del de nuestros hermanos, Nottob  y Olef. Así que la decisión del consejo…, declara como único vencedor: al trineo de los “caras pálidas”.

-¡Yheeee!. Un grito de alegría brotó de nuestras gargantas, hábilmente esquivé una palmada de Oso y un abrazo de Zoom, el cual dentro de la confusión que reinaba, abrazó al Cerdo con todas sus fuerzas y este hizo lo propio, permaneciendo así varios minutos, con resultado nulo. Pronto todo el poblado estalló en gran fiesta, las hogueras se encendieron y en el centro del campamento se elevó un impresionante fuego, alrededor del cual las lindas Ruaoicor, bailaban interpretando danzas de guerra y de amor. Los trozos de venado pasaban de boca en boca.. Príncipe encendió su flamante pipa conversando junto a Hello, con el que había sido artífice del triunfo, el buen Feni. La situación estaba salvada. Permanecimos toda la noche bailando, bebiendo y riendo. Pude ver a Olef sentado aisladamente con Nottob, no queriendo participar de algo que pensaban se haría en su honor. Por Feni fuimos informados que podíamos permanecer en el poblado el tiempo necesario para reponer fuerzas, y conseguir las provisiones tan necesarias, en aquellas latitudes para continuar nuestro viaje. Hello planteó la situación a Cerdo y los suyos. La respuesta de éstos por rápida, me resultó poco convincente. Parecía que renunciaban a continuar y emprenderían regreso a tierras menos inhóspitas. Permanecimos dos semanas con los Ruaoicor. Aprendimos sus costumbres en intercambiamos regalos. La pipa de Príncipe, encantó a Feni, ya que si bien se trataba de una pipa más convencional que la suya, constituía un recuerdo de la civilización que dejó atrás; demostrándonos la posibilidad de que algún día volviera a ella. Cerdo y compañía emprendieron su anunciado regreso al  cuarto día. La despedida fue seca, y si algún atisbo de entendimiento, pudo dejarse ver en las dificultades que nos unieron en la carrera, éste se esfumó con su despedida.

–   Un ¡nos volveremos a ver! -de Cerdo-, dejaba en el aire la posibilidad de un segundo encuentro.

Los diez días restantes los empleamos en repasar el mapa de Feni; el cual nos presentó al mejor constructor de piraguas de la tribu. No hay que olvidar que en la época de verano, el lago rompe su cortina de hielo, permitiendo a los Ruaoicor pescar en sus aguas, lo que les había convertido en consumados expertos de las canadienses.

“Azrole” era el nombre del enorme guerrero Ruaoicor, que nos demostró cómo la maña no va reñida con la fuerza. Con él estuvimos tensando y secando pieles, doblando escogidas ramas que hábilmente unía con fuertes nudos. El resultado era excelente: Una canoa ligera y capaz de transportar a dos hombres con su correspondiente equipo. Unicamente, embarcaciones construidas con pieles podían ser fácilmente transportadas a través de la Cordillera Negra, que esperaba pacientemente a los arriesgados expedicionarios que osaran adentrarse en sus dominios. Azrole insistió en que montáramos y desmontáramos cien veces la piragua. Confieso que llegó a cansarme tanto, montar y desmontar, pero debo reconocer que cualquiera de los cinco componentes de la expedición era capaz de armar la canoa con los ojos cerrados. Parecía mentira que un hombre con la habilidad de Azrole y con su enorme fuerza, permaneciera siempre ocupado en sus trabajos, sin tomar parte directamente de la intensa vida de los Ruaoicor. La respuesta habría que buscarla en las tres maravillosas indias que compartían con él su tipi. Ellas le mantenían lo suficientemente ocupado como para perder su precioso tiempo en otras menudencias. Un día, el buen Ocap me explicó interminablemente, como Azrole, uno de los mejores guerreros de la tribu había renunciado a su mando, prefiriendo su sedentaria vida de casado, -no sé si será esta la mejor palabra- y dicho sea de paso no parecía que le sentara mal aquel matrimonio compartido, pues muy a gusto pesaría los ciento diez kilos, bien disimulados por su gran altura.

Las enseñanzas de Azrole, no solo se limitaron a la construcción de canadienses. La canadiense diseñada por él medía unos cinco metros de eslora, por casi un metro de manga en su centro. Estas  dimensiones  permitían  un rápido y silencioso desplazamiento en aguas tranquilas como eran las del lago. Teniendo su línea de flotación bastante alta, se convertía en una bañera de gran estabilidad. Hello explicó, por mediación de Feni, quien conocía sobradamente el Sabuc, las características del rio. Por lo que su tradicional canadiense sufrió algunos cambios haciéndola más lenta con bordas más altas, e inventando un revolucionario sistema “bota-aguas”, sin el cual no hubiéramos durado un minuto en los rápidos del Sabuc. El manejo de la canadiense, seguido por los Ruaoicor, resultaba incómodo al principio, pero terriblemente práctico a la hora de navegar. Arrodillado y sentado sobre los talones, con la cadera ligeramente inclinada hacía una u otra banda, lograban escorar la canadiense de forma y manera que la tendencia a torcerse, cuando un solo remero la tripulaba, quedaba compensada con el impulso del remo, unas ligerísimas pero fuertes pagallas de fresno, también talladas por Azrole.

Pero Azrole no era el único que sabía de canadienses entre los Ruaocicor. Según nos contó Feni, uno de los más revolucionarios remeros de la tribu, no era otro que el mismísimo Ocap. En cierta ocasión, mientras merodeaba por las frías aguas del lago , buscando algún pez para sus brebajes, decidió aplicar una teoría que hacía tiempo le rondaba por la cabeza, ¡la de los trineos a vela! La idea era aprovechar el  viento  con  una vela, lo mismo que hacían cuando el lago se helaba. Diseñó una canadiense, sin la aprobación de Azrole, para el cual sólo la fuerza del remo de impulsar las canoas pues si bien, éstas demostraban ser muy estables, al instalárseles una vela, ya no lo eran tanto.

No obstante, Ocap tuvo bastante éxito con su pequeña vela. Desgraciadamente para él, el invierno andaba cerca y el lago comenzó su rápido proceso de solidificación. Lejos de desanimarse, incorporó a su canadiense, una especie de patines, además de otra vela, desproporcionadamente grande. Después de algunas pruebas, realizadas en secreto por Ocap, aunque divertidamente espiadas, por Feni y Azrole, decidió convocar al Gran Safaf y al consejo, así como a los mejores guerreros de la tribu, para mostrar lo que según él, iba a dejar anticuados a sus más briosos caballos, -en lo que aparentemente parecía ser el medio más rápido de desplazamiento a través de la nieve-.

La expectación fue máxima. Tengamos en cuenta que los Ruaoicor son  una tribu nómada por lo que la posibilidad de viajar más rápida y cómodamente resultaba siempre muy interesante. Si excluimos a los caballos, que seguramente intuían el resultado de la prueba -continuó divertidamente Feni-, toda la tribu, además de nosotros mismos, se había reunido en la falda de la montaña. La tarde era fría y el viento intenso. Ocap, ayudado por jóvenes guerreros había subido su extraño armatoste en lo alto de una fuerte pendientes que dominaba el campamento Allí estaba saboreando su triunfo Todo el mundo exclamó un ¡oh…!” de admiración, cuando después de hacer un saludo a la tribu, -que bien pudo ser el último-, se introdujo en su trasto y comenzó a deslizarse a gran velocidad. La vela se hinchó con fuerza al primer golpe de viento y como una flecha se dirigió hacia nosotros.

Inútilmente trató Ocap de cambiar su dirección. Con todo el trapo hinchado se nos echó encima obligándonos a tirarnos al suelo para esquivarlo. Pero no contento con eso después de haber atentado contra el Gran Safaf y su consejo, siguió bajando camino del campamento y a unos treinta metros de las primeras tiendas, tomó impulso en una pequeña elevación del terreno, qué le catapultó pasando, como un pájaro, limpiamente los dos primeros tipis, yéndose a estrellar contra un tercero. Concluyendo de esta manera lo que se ha llamado: “el vuelo de Ocap”. Del tipi no quedó nada, del artilugio menos, y del pobre Ocap, un par de huesos rotos y unos meses de inactividad por delante, terminaron con sus avanzadas ideas, en lo que al arte del desplazamiento se refiere. Cada vez que recuerdo aquella escena, con el Gran Safaf y su consejo por los suelos y al buen Ocap volando por encima del campamento, sin que le diera tiempo a articular palabra, no puedo por menos que echarme a reir.

Nuestra estancia con los Ruaoicor, a medida que pasaba el tiempo se hacía más agradable. Hacía casi tres semanas que llevábamos viviendo con ellos y apenas me parecían dos días. Aquella noche Hello y Príncipe conversaron ampliamente con Feni y el resultado no se hizo esperar…

  • ¡Muchachos! -dijo Hello-, mañana proseguiremos el viaje.
  • ¡Por fin! -dijo Oso-, ya empezaba a pensar en liarme con una india. La fina indirecta, fue perfectamente recogida por Zoom, al cual le tenía echado el ojo, hacía tiempo, una rolliza Ruaoicor que él trataba de esquivar por todos los medios.
  • ¿Qué quieres decir Oso? -preguntó-
  • Nada, nada, no digo nada…
  • Bueno dejémonos de tonterías y al grano. Todos tenemos aquí intereses para quedarnos una temporada pero…
  • Me parece Príncipe, que te vas a tragar esa asquerosa pipa, con plumas y todo -interrumpió  nuevamente Zoom-, mientras Oso se mordía los labios, ahogándose de risa. Viendo el cariz que tomaban las cosas -incluso Fox agachaba las orejas ante la tormenta que se avecinaba…-.
  • Hello queriendo templar “gaitas” -dijo-: “sin que nadie vea dos, donde sólo hay uno” -ésto ni Zoom ni Oso llegaron a comprenderlo- y yo creo, que ni el  propio Hello sabía lo que quería decir, pero sirvió para centrar la conversación en lo que de verdad nos interesaba.
  • Nuestro objetivo -continuó Hello- está aún lejos de aquí, y el motivo de esta expedición no es otro que ir a buscarle. Esta noche cómo sabéis, Príncipe y yo hemos hablado con Feni y hemos decidido, aprovechando el buen tiempo que está haciendo, salir mañana hacia la Cordillera Negra. Feni me ha entregado un detallado mapa y os puedo asegurar que el camino es largo y peligroso, Si alguien quiere dar marcha atrás, ahora es el momento. Más adelante viajar solo es una temeridad. – Por supuesto que estas palabras de Hello cayeron en saco roto y nadie despegó los labios-.
  • Os agradezco, -continuó- vuestra ayuda muchachos, espero poder compensar los malos ratos que nos quedan por pasar.
  • Bien la  situación  es la  siguiente:  estamos en  el campamento Ruaoicor situado a unos tres mil metros de altura. Nuestro objetivo lo tenemos al norte: la Cordillera Negra, cuyo mayor pico tiene seis mil metros, pero no tendremos, afortunadamente,  que  llegar  por  encima  de los cuatro mil metros lo que claramente nos favorece, ya
  • sabeís que en la alta montaña cada metro oculta un peligro. Todas estas explicaciones eran atentamente seguidas por nosotros. Hello iba trazando en el suelo un mapa, al tiempo que hablaba, haciéndonos comprender más fácilmente la ruta a seguir.
  • Si todo sale bien en cinco o seis días, daremos con el “Sabuc”, rio del que habéis oido hablar y el cual será nuestro   guía   hasta   el   mismísimo:   “Atnas   Aniram”.

¿Alguna pregunta que hacer… Príncipe, Zoom, Raquet, Oso?. Bien -concluyó Hello-, si no hay preguntas, propongo que llenemos el estómago y vayamos a dormir. Mañana nos espera una dura jornada.

C A P I T U L O VII

“ALUD”

El  día  amaneció  frio  pero  sin  ninguna  nube  en  el horizonte. Después de un ligero desayuno, salimos del tipi y preparamos el equipo. Prácticamente llevamos lo indispensable, pues moverse en la montaña es lo suficientemente difícil, como para complicarlo con mayores cargas.

Entre Zoom y Oso portaban las tres piraguas que perfectamente plegadas por Azrole, habríamos de utilizar en el Sabuc. Hello, Príncipe y yo, fuimos los encargados del armamento, provisiones,  etc. etc. El Gran Safaf en persona fue a despedirnos. Una arenga indescriptible a la que contestamos con un saludo indio enseñando las palmas de las manos en señal de amistad, puso fin a nuestra estancia con los Ruaoicor. Durante las primeras horas de marcha, Feni y Oc ap fueron acompañándonos mostrándonos el  camino  más  seguro, por fin…

  • Bien amigos, ha llegado el momento de la despedida. Os pediría que renunciarais al intento, pero vuestra convicción es grande. ¡Suerte! nos estrechamos  uno  a uno las manos, y Oso se encargó de enganchar a Ocap, cuando estaba a punto de dedicarnos uno de sus mejores bailes de despedida. El formidable apretón impidió al buen Ocap hacer ningún movimiento que no fuera otro q ue el necesario para mantener el equilibrio.
  • Definitivamente solos, continuamos en la dirección que nos había señalado Feni, aprovechando al máximo las escasas horas de luz de que disponíamos. Fox, sujeto por Zoom, mediante una correa a su cintura y con sus patas convenientemente vendadas, caminaba con relativa facilidad, por un terreno que comenzaba a resultar peligroso. La protección que Zoom había querido poner a Fox en sus patas, era prácticamente innecesaria, pues el enorme perrazo, hijo -según Oso- de veinte lobas estaba acostumbrado a ser jefe en muchos trineos y la nieve, era el único terreno que parecía divertirle pisar.
  • En lo que a nuestros pies se refiere también habíamos tomado precauciones, unas antiguas raquetas de nieve impedían que nos hundiéramos a cada paso. La temperatura se estacionó en los cinco grados bajo cero y no parecía tener intención de subir. Un leve viento, que afortunadamente soplaba a nuestra espalda, vino a traernos la noche y pareciéndonos que estaba bien de marcha por el primer día, decidimos buscar refugio para acampar. Pronto el agradable fuego hecho con ramas de los escasos pinos que teníamos al alcance sirvió una vez más para que Zoom se llevara los elogios de una buena cena. Las noches en la montaña tienen un encanto especial Las estrellas de una noche clara como lo era aquella, se agolpaban formando un fascinante colador luminoso en el cielo.
  • Mientras Hello comprobaba conmigo la dirección adecuada para el próximo día, Príncipe trataba, inútilmente, de explicar señalando, con su brazo extendido, aquí y allá, como queriendo tocarlas, cuál era la estrella Polar, cuales las distintas constelaciones, a un Oso, que no hacía si no afilar su inseparable cuchillo de monte y a un Zoom, que hacía rato se había dormido, acariciando a su inseparable Fox.
  • ¡En pié gandules! Os vais a quedar más duros que las piedras. ¡Vámos!, hoy tendremos que imitar a las cabras. El contagioso ánimo de Hello, fue espabilándonos y pronto reemprendíamos la marcha. La montaña empezó a complicarse. La marcha poco a poco se estaba haciendo terriblemente difícil. Las bromas habituales habían dejado paso a una máxima atención, asegurándonos bien a cada paso que se daba. Una cuerda atada a la cintura volvió a unirnos y no pude dejar de recordar cómo a pesar de estas precauciones, me quedé solo y a merced de la nieve, hasta que los Ruaoicor me encontraron.
  • Mientras todas estas cavilaciones desfilaban por mi mente, seguimos ascendiendo y ascendiendo, hasta que una impresionante pared, casi vertical nos cortó el paso. Esto es infranqueable -dijo Príncipe-. Una cosa es hacer la cabra, Hello, pero necesitaríamos convertirnos  en águilas para subir allí arriba.
  • Bien, si no podemos subirlo, lo rodearemos. Volvamos por donde hemos venido y busquemos un paso menos inaccesible. Decidimos dividirnos. Formamos dos grupos, quedándose Oso, al cuidado del material para hacer más fáciles las investigaciones. El resultado fue desalentador. Estábamos rodeados por paredes casi verticales cubiertas de hielo y rocas.
  • Hacia el este -comentó Príncipe-, me pareció distinguir, mientras ascendimos, algunas grietas, quizá tengamos suerte y podamos encontrar un paso a través de ellas.
  • Está bien, nada perdemos por intentarlo. Comenzamos nuevamente a descender en busca de las grietas que, quizá, nos permitieran salvar por debajo lo que nos era imposible escalar. Después de cuatro horas de agotadora marcha, llegamos al objetivo. Lo que a Príncipe le parecieron grietas, eran verdaderos abismos, conocidos por los indios como “seracs” de los que no alcanzábamos a ver el fondo.
  • Andémonos con ojo -dijo Hello- un paso en falso y no lo contamos Además esta es la zona en la que se forman los aludes, aquí fue donde le sorprendieron a Feni y a su expedición y ya sabéis el resultado…
  • Cierto y si no fuera por el gran peligro que entrañan, pagaría todo el oro del mundo por contemplar uno, – inquirió Príncipe-.
  • Pues no nos faltaba más que eso. ¡Escucha gafe! -dijo Oso- como por todos los diablos vea la menor posibilidad de que se me caiga la montaña encima, ¡te vas a tragar toda la nieve de esta maldita tierra! Y, diciendo esto, Oso dio un formidable patadón en el suelo que fue seguido por un grito de horror. ¡Socorro…! y  sin  que  nos diéramos cuenta y como por arte de magia, ¡despareció ante nuestras narices!
  • ¡Cuidado…! El aviso de Hello llegó tarde. Príncipe siguió a Oso por el hueco que éste había abierto en el suelo. Y todos hubiéramos terminado igual -ya que todos íbamos unidos por la misma cuerda- si no llega a ser por el hercúleo Zoom, quien tirado en tierra se aferró con toda su alma a una pequeña roca, dándonos tiempo a Hello y a mí, últimos en la cordada, a agarrar a Zoom antes de que cayera arrastrándonos a todos. Rápidamente corté la cuerda que unía a Hello y a Zoom y ayudé a éste a incorporarse. Suspendidos en el aire unos quince metros más abajo estaba Oso, que a juzgar por sus maldiciones se encontraba perfectamente, y Príncipe, que aunque no decía nada, tampoco había sufrido otro daño, que no fuera perder el gorro con su flamante pluma incluida.
  • ¡Sacadnos de aquí! ¡por mil millones  de  truenos negros! Nos vamos a romper todos los huesos por culpa de este gafe -maldecía Oso señalando a Príncipe-.
    • ¡Ah, tienes suerte de estar ahí arriba! si no ya habría cortado esta maldita cuerda -continuó Oso- mientras giraba al unísono de Príncipe, como dos muñecos suspendidos en el aire.
    • Te sugiero que cierres esa enorme bocaza o seré yo el que corte tu maldita cuerda.
    • Vamos, vamos, Príncipe no sabes entender una broma. Guarda tu cuchillo y di a ese trío de ineptos  que  nos suban de una vez.
    • ¡Como sigáis pegando esos gritos vais a provocar un alud!
    • ¡Alud! me gustaría verte aquí, Raquet. Haz el favor de tirar de la cuerda. ¡Un alud! pues sólo me faltaba eso – exclamó Oso- La situación era desesperada, el día iba acabándose y pasar una noche colgado sería la muerte.
    • ¡Escuchad con atención! Es imposible subiros sin riesgo de que se rompa la cuerda, así que lo que vamos a hacer es bajaros. ¿Bajarnos?, ¿os habéis vuelto locos?. ¡Os digo que tiréis! – gritó Oso.
  • Oso -interrumpió Príncipe-, al próximo balanceo  que des a la cuerda…, ¡la corto! Si nos tienen que bajar, que nos bajen, ya tendremos tiempo para subir más tarde.
    • Está bien -convino Oso- por todos los diablos, pero acabad de una vez.
    • Bien lo primero que tenéis que hacer es aligerar peso, pero rápido pues Zoom no creo que resista mucho. tirad vuestro equipo. La orden de Hello se cumplió con rapidez.
    • Apunta bien sabiondo. No sea que me arranques la cabeza con tus trastos, -maldició Oso-. El eco de los bultos al caer, no tardó en llegar a nuestros oídos.
    • Calculo que habrá unos treinta o cuarenta metros desde aquí arriba Hello.
    • Eso pienso yo también Raquet. Tenemos cuerdas suficientes para hacerles descender. Pronto una nueva cuerda con una piedra atada en su extremo, descendía paralelamente a Oso y Príncipe.
    • Cuando os digamos cogeros a esta cuerda primero tú Oso, si ves que resiste, corta la que te une a Príncipe y desciende, luego el te seguirá.
    • Entendido Hello, estoy listo.
    • ¿Raquet, está bien sujeta?
    • Sí Hello, que lo intente ya.
    • ¡Ahora Oso, pásate de cuerda!
    • ¡Allá voy por mil naufrágios! Oso tiró con fuerza sin que la cuerda cediera y con todas las precauciones del mudo, descendió por ella hasta llegar al fondo.
  • ¡Vamos Príncipe! ¿A qué esperas? déjate caer que Oso te recogerá -dijo en plan triunfo-. Príncipe no se dejo caer, precisamente, pero en pocos minutos se reunió con él en el fondo de la grieta.
    • ¡Por fin! -respiró Zoom al límite de sus fuerzas- ¡No podía más!
    • ¡Raquet, Raquet…! -llamó Príncipe desde el fondo-. No estaría mal que afianzaras otro par de cuerdas, ahí arriba , y bajarais todos. ¡Esto es enorme! y hay un largo túnel que, o mucho me equivoco, o se dirige directamente al norte.
    • ¡No, si ya digo yo, que mucho plano y mucha brújula, pero si no me pongo yo a buscar una paso, no lo encontramos nunca! -exclamo Oso lleno de satisfacción-.

El comentario de Oso hizo reír hasta al buen Zoom, que extasiado, continuaba tumbado en la nieve, perfectamente cuidado por Fox.

  • De acuerdo vamos a bajar -gritó Hello-.

Después de encontrar un buen sitio para amarrar, las cuerdas, cogimos a Fox y envolviéndole en una fuerte piel, que atamos a la primera cuerda, lo hicimos bajar poco a poco. El perro medio asustado medio sorprendido por esta nueva locura, que no alcanzaba a comprender, bajaba con las orejas gachas y emitiendo ligeros gemidos de protesta.

  • Vamos, ven aquí, -hop-. Ya está. ¡Venga el siguiente!, qué se nos va a hacer de noche, -apresuro Príncipe-.

D e p r o n t o … ¡ B r o o o o m – B r o o m ! U n b r a m i d o impresionante, estalló en el cielo.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó Principe-. ¡Dios mío!, apenas pude articular palabra, Zoom se incorporo de un salto. Hello y yo estábamos paralizados viendo cómo la montaña avanzaba hacia nosotros.

-¡Alud! ¡alud! El grito de Zoom hizo que saliéramos del hipnotismo causado por el increíble espectáculo  que supone ver el avance de miles de toneladas de nieve, por no decir de la montaña completa, que se nos venía encima, como si de una ola se tratara.

¿Alud…? -preguntaron Oso y Príncipe al unísono- sin que acertaran a imaginar la gravedad de lo que estaba pasando.

  • ¡Alud! un ¡alud! y yo aquí abajo. ¡Ah perra suerte…! en buena hora me arrastraste aquí -le reprochó Príncipe a Oso-.
  • eso digo yo, ¡por mil millones de naufragios! en buena hora…, pero no desesperes…, que todavía te subo, ¡con tu alud de un guantazo! ¡Gafe, que eres un gafe!
  • Mientras oso y Príncipe, mantenían esta cortés conversación, más arriba apenas acabamos de ponernos el equipo y ya Zoom y Hello desaparecían por el agujero practicado involuntariamente por Oso. Yo, medio horrorizad, medio encantado, no hacía si no mirar, ora la agujero, esperando que dejaran una cuerda libre, ora al alud, que amenazaba con borrarme del mapa, con la misma facilidad con la que se acaba con un mosquito.
  • ¡Vamos, vamos…! esto se pone feo, grité, al tiempo que Zoom llegaba al fondo, seguido por Hello.
  • ¡Vamos Raquet no te entretengas!, no había terminado Hello de darme esta recomendación, cuando ya me encontraba a mitad de la cuerda. En ese momento

Los primeros copos de nieve, como si fueran las gotas que preceden al chaparrón, pegaron en mi cabeza, cuando todavía estaba descendiendo. El ruido dentro de aquel abismo de hielo, multiplicado pro el eco, era ensordecedor. Ya casi estaba abajo, cuando el alud se encargó de desprender, el que parecía solido agarre, haciéndome caer a plomo los tres últimos metros. Gracias a Dios la caída fue en blando y los brazos de Zoom y Oso se comportaron como el mejor de los colchones. ¡Cuidado, apartaros! – grité-. Aún no había puesto los pies en el suelo y estaba rodando por la pendiente que formaba la grieta, que como bien indicó Príncipe, se dirigía exactamente hacia el Norte.

  • ¡Por todos los diablos!, un poco más y nos aplasta -dijo Oso-. Efectivamente, el alud estaba pasando justo por encima   nuestro   y   las   pequeñas   e   insignificantes ¡toneladas de nieve y de hielo! que le iban robando las grietas de la montaña, constituían una amenaza para todos.

La grieta, silenciosa y misteriosa, se había convertido en una ruidosa cascada de todas las cosas con que el alud iba obsequiándonos. Sin parar de correr, tropezando aquí, cayendo allá, huimos de una muerte cierta.

  • ¿No querías ver tu alud?, pues nada hombre, como no has podido salir, ya se encarga él de venir a buscarte. ¡Ala toma hielo, venga nieve…! no vaya a ser que Príncipe se quede sin su alud… -remató Oso-. Pero bastante ocupado estaba Príncipe, en seguir corriendo, con para contestar al irónico Oso. Durante un buen rato, no hicimos otra cosa que correr, correr y correr…, Aquello no parecía tener fin.

Una larga lengua de nieve iba poco a poco comiéndonos terreno. Al doblar una curva, del  cada  vez más angosto túnel, por el que transitábamos, apareció ante nuestros ya poco impresionables ojos…, una  inmensa galería helada que a punto estuvo de dejarnos paralizados. Pero no estaban las cosas para entretenernos con paraditas , y aquel titubeo fue lo suficientemente grande, como para venos envueltos en una ola de nieve y piedras, con la que hicimos una entrada triunfal y ruidosa, en aquel santuario de hielo, con apariencia de nos haber escuchado en sus existencia ni no el más leve zumbido de una mosca.

Este retumbar, tuvo sus inmediatas consecuencias: ¡una lluvia de carámbanos! increíblemente afilados, se desprendían del techo de la galería. El nuevo peligro que vino a amenazarnos la verdad es que pasó desapercibido, pues bastante teníamos coser arrastrados por la nieve, rodando como pelotas, para tener que ocuparnos de esquivar los afilados aguijones, que caían del techo. en esta situación continuamos hasta que afortunadamente la cosa fue remitiendo, permitiéndonos respirar un poco entre trago y trago de nieve. Efectivamente, la amplitud de la galería hizo esparcirse a la lengua de nieve logrando que fuera perdiendo su intensidad. Además -¡el alud de Príncipe!- como Oso, iba a bautizando a todos los fenómenos de la naturaleza, que ponían en peligro nuestras vidas., el alud de Príncipe -digo-, estaba afortunadamente para todos pasando de largo y esta pequeña muestra que había tenido la “delicadeza” de dejarnos, tocaba a su fin. permanecimos tumbados semiconscientes.

Los ladridos de Fox, que había logrado escapar de la avalancha, hicieron que me incorporara de un salto. A mi lado, aturdidos pero con buen aspecto, teniendo en cuenta que llevábamos media hora de revolcones carreras y saltos, estaban Zoom y Oso. Príncipe se encontraba a unos treinta metros más adelante , pero… ¿y hello?. ¡Hello no estaba! Recorrí rápidamente la galería con la vista, girando en redondo, sobre mis talones pero todo lo que alcanzaba a ver era nieve.

  • Pronto, ¡arriba, arriba! Los puntapiés surgieron efecto y antes de que oso protestara, dije… ¡Falta Hello!
  • ¿Que falta Hello? ¿Cómo?
  • ¡Qué falta Hello! no está. Vamos hay que buscarle.
  • Príncipe, por todos los diablos, levántate. ¡Hello ha desaparecido! El vozarrón de oso provocó una nueva lluvia de carámbanos, a la que esta vez, sí que le la prestamos atención. Nuevamente saltamos para salvar la vida la mortal lluvia de témpanos escampó, sin que por suerte tuviésemos que lamentar alguna desgracia.
  • Bueno Oso, -le musitó Principe al oido- en lo sucesivo te gradarás muy mucho de pegar semejantes voces. Una es hora de que alguien te enseñe educación… Y antes de que Oso contestara con algún juramento de su mejor cosecha…
  • Venga, basta de palabrería y a buscar. Hello tiene que estar sepultado por esta lengua de nieve.
  • Vamos chucho, busca, busca… todos animábamos a Fox, a la vez que abriéndonos en abanico, buscábamos por nuestra cuenta. De pronto…
  • ¡Aquí, aquí…! Por lo que más quieras, Oso no des esas voces. Inmediatamente dirigimos todas las miradas al techo, pero esta vez solamente dos  carámbanos  se dejaron caer a varios metros de distancia.
  • ¡Aquí, aquí!, repitió Oso, con voz pausada mientras mostraba en su mano derecha el gorro de zorro con la inconfundible cabeza de murciélago, que servía de amuleto al desparecido Hello. El gorro estaba lleno de sangre, lo que nos alarmó sumamente temiendo lo peor. De un manotazo Zoom lo cogió dándoselo a oler a Fox. Este metió su hocico tan profundamente a la vez  que hacía tan fuertes inspiraciones, que por un momento pensé que se lo iba a comer. Después sin dejar de mover n e r v i o s a m e n te su e n o r m e ra b o, su b i ó y b aj ó repetidamente la cabeza girando a un lado y a otro. Por fin pareció orientarse y se dirigió en línea recta hacia la entrada de la galería. Al principio despacio… y luego a la carrera apuradamente y seguido por todos, hasta que frenando en seco comenzó a escarbar como si le fuera la vida en ello.
  • ¡Lo ha encontrado…! ¡lo ha encontrado! -repetía Zoom- ayudando con sus manos al inteligente animal. Efectivamente, completamente enterrado y con la cabeza envuelta en sángreme apareció Hello.
  • ¡Vive! -exclamó Príncipe- escuchando el débil latido de su corazón.
  • Pronto traedme mi saco. Tengo algunas pócimas del brujo Ocap que nos vendrán a las mil maravillas. El resultado fue de lo mas positivo y Hello, completamente aturdido estornudó con fuerza volviendo a la vida.
  • Tranquilo Hello, no es nada, un buen chinchón en tu cabezota y como nuevo. La herida de la cabeza aunque aparatosa, no revestía gravedad. Un corte, producido sin duda por el propio hielo habla abierto limpiamente su ceja izquierda, haciéndole un brecha de dos dedos. Llevado en volandas caminamos hasta la zona d la galería en la cual el techo no tenía los mortales carámbanos de hielo
  • Esta noche -dije- la pasaremos aquí, ya tendremos tiempo de averiguar dónde estamos. Mientras Príncipe atendía al herido, el resto organizamos el campamento. Las ramas y troncos arrastrados por el alud nos vinieron estupendamente para hacer una agradable hoguera, la cual iba haciendo falta, pues si bien la tarde había sido ajetreada, la inactividad de la noche nos recordaba que la temperatura no debía subir de los siete grados bajo cero. Oso se encargó de encender la hoguera que se resistía a prender. Sin duda la humedad de la madera sumada a la poca destreza que Oso tenía para esta labor hacían difícil saltar la más mínima chispa.
  • Bueno…, esto parece que arde… -dijo al fin-.
  • Pronto nuestras pieles extendidas en la nieve se mostraban tan agradables, que no tardamos en estar todos sentados alrededor del fuego.
  • Bien, lo primero cenaremos algo, -dije- notando como me rugían las tripas.
  • Ya es hora que oiga algo sensato, apoyó Oso. Mientras comíamos apenas hablamos.el cansancio se hacía notar y parecía como si quisiéramos apurar en silencio cada uno de los bocados. La humeante pipa de Príncipe fue como tantas veces la señal encargada de abrir el diálogo…
  • Se puede decir que hemos tenido suerte, amigos. Salvo ese chichón de Hello estamos sanos y salvos, ni siquiera el equipo ha sufrido desperfectos ni extravíos. El humo de la hoguera, subía verticalmente denunciando la total ausencia de viento. El silencio era impresionante, bastaba musitar las palabras para que se nos oyera a la perfección.
  • Algo curioso hay que me ha llamado poderosamente la atención -apuntó Príncipe-.
  • ¿Pues como sea otra de tus maravillas…? más vale que no nos la cuentes -dijo Oso-.
  • Me parece que sé a lo que Príncipe se refiere – interrumpí yo-. ¡ La luminosidad de la galería!
  • En efecto Raquet, veo que también lo has notado. A pesar de que cuando entramos por la grieta empezaba a oscurecer, al llegar a la galería en que nos encontramos y después de unas cuantas carreras y caídas…
  • No me lo recuerdes -corto Hello-, llevándose la mano ala cabeza.
  • Bien, pues calculo, -continuó Príncipe- la noche en el exterior tendrá que ser cerrada y sin embargo la luz aumentó.
  • Y qué, -cortó Oso- mejor ¿digo yo? Sí, si… mejor…, sí pero curioso también. Sin duda el techo no  puede  ser muy espeso, permitiendo el paso de la luz pero parece que el hielo hiciera las veces de acumulador de luz, en lugar de filtro como serán lo lógico.
  • Vamos que tú en el momento que algo se pone de nuestra parte, ya estas reventado. No, si ya digo yo que estás de atar… Hasta el chiflado ese de Ocap es más normal -concluyó Oso-.
  • Bueno todo eso está muy bien -dijo Hello-, animándose en la conversación, inequívoca señal de su pronta recuperación. Pero tenemos que tener algo en cuenta: primero, que no sabemos dónde estamos. Segundo el agujero por el que entramos seguramente estará tapado por toneladas de nieve y desde luego las cuerdas que utilizamos habrán desaparecido. Y tercero… los alimentos. Tendremos que racionarlos hasta que encontremos modo de salir de aquí, o bien algo que se pueda comer en este palacio de cristal, lo que me extrañaría mucho que exista.
  • En vista de la situación, lo mejor será descansar y mañana trataremos de encontrar respuesta a tus preguntas.
  • Estoy de acuerdo con Raquet -dijo Oso-. Basta de charlas y a dormir y no creo que tengamos necesidad de montar ninguna guardia. Conque imitemos a Zoom, que hace un buen rato que está roncando.

El sueño se adueñó de la situación y pronto todos roncábamos a pierna suelta -incluido Fox-, en aquellas profundidades heladas llenas de misterio. La mañana con sus rayos de luz se encargó de devolvernos a la vida uno a uno. Todos pudimos observar como Príncipe tenía razón, una vez más. La claridad era posiblemente mayor que la que habría fuera. Este fenómeno, nunca  me  lo  pude explicar y en la actualidad sigue siendo un misterio para todos. Después de apurar el improvisado desayuno, decidimos buscar una salida la agujero en el que nos encontrábamos.

-El norte está por allí, -indicó Hello- y parece que el camino está libre con que adelante. Con muchas precauciones emprendimos la marcha. El suelo era sumamente  resbaladizo,  pero  tengo  que  reconocer  que  el e spec t áculo era fasc inante L os c arámbanos que peligrosamente pendían del techo, al hacerse éste más bajo formaban maravillosas columnas de hielo, con caprichosas formas, a cada cual más extraña.

  • Todo esto es increíble, -indiqué-.
  • Desde luego, contestó Zoom, aquí no encontraremos ni un kilo de carne que llevarnos a la boca. Naturalmente no quise hacerle ver que no me estaba refiriendo a la comida. Lo cierto es que unos por una cosa y otros por otra, todavía no acabábamos de creernos dónde estábamos. De pronto…
  • Muchachos, tenemos un dilema. Esta galería acaba en dos túneles parecidos al que utilizamos para entrar. Bueno, tendremos que echarlo a suertes, ¿cual escogemos? -pregunto Hello.
  • Yo os metí aquí y yo os sacaré. ¡Por mil millones de truenos cogeremos el de la izquierda! Y sin más explicaciones todos seguimos a Oso el cual convertido en improvisado guía se había puesto a la cabeza y ya se perdía por el interior del primer agujero.
  • Está bien, sigamos al genio. Pero está vez no seré yo que vaya atado contigo -dijo Príncipe- desconfiando de la elección de Oso.

En realidad, tanto un túnel como el otro nos ofrecían las mismas seguridades, esto es: ninguna. Conque no teniendo nada que reprochar y desde luego dando la razón a Oso en lo que se refería, a quién nos había metido en el hoyo en que nos encontrábamos, le seguimos sin más dilación. El túnel amplio al principio, fue poco a poco estrechándose. La sensación de estar enterrados vivos, se hacía cada vez más insoportable. Apenas cruzamos palabra alguna. El ruido producido por nuestra marcha se iba a convertir en el único compañero de viaje durante más de tres kilómetros de interminable túnel. Finalmente todas la esperanzas infundidas por la larga caminata, que parecía indicar llevarnos a alguna parte, se vieron rotas al doblar un recodo y ver que el túnel terminaba bruscamente en una impenetrable pared de hielo.

  • ¡Por todos los demonios! Ahora sí que nos hemos lucido. De poco iba a servir indicar a Oso que el lucimiento en el que generosamente nos englobaban se debía única y exclusivamente a su persona, ya que sólo a él parecieron iluminarle los Dioses a la hora de elegir túnel. Mientras Oso se desahogaba, recordando todas la maldiciones posibles, a la vez que arreaba  alguna  que otra patada; que desgraciadamente, esta vez no iba a abrirnos paso, Príncipe y yo pudimos comprobar que el brusco corte del túnel se debía sin duda alguna a un derrumbamiento del techo, opinión compartida  por Hello; pero eso no hacía si no complicar las cosas.
  • Esto se pone feo, amigos, aquí no hacemos más que perder el tiempo y consumir las antorchas que hemos encendido, ¡volvamos! Y sin más comentario, el práctico Zoom, con la decisión del que lleva razón, giró en redondo y comenzó a desandar el camino.
  • Más vale que sigamos a ese “charlatán”, -indiqué- tratando de levantar un ánimo que se hacía cada vez más pesado. Efectivamente las improvisadas antorchas que alumbraban la marcha, se iban poco a poco consumiendo y privados de la luz de la garría no resultaba muy agradable la idea de quedarnos a oscuras en semejante lugar. Si el camino de ida resultó callado, el de  vuelta  fue  una auténtica marcha de mudos. Todos reservábamos las energías que sin duda iban a sernos necesarias y excluyendo alguna que otra maldición por parte de quién ya sabemos, la vuelta terminó rápida y silenciosamente.
  • Bien ya estamos otra vez en la galería
  • Iba siendo hora -Raquet- apenas sí teníamos luz ahí dentro.
  • En efecto Príncipe y esta vez no va a ocurrirnos lo mismo -dijo Hello-. Cojamos varias teas para fabricar antorchas que utilizaremos a medida que las vayamos necesitando Al rato teníamos antorchas suficientes para recorrer veinte veces el primer túnel.
  • Bueno muchachos, ¿todos listos?, pues en marcha y confiemos en encontrar una salida. Aunque nadie contestó al ruego de Hello, pude ver cómo Oso cruzaba los dedos al tiempo que Zoom. Esta era una vieja costumbre de la posada del Feo, a la hora de arrojar los dados, siempre jugador se inspiraba confianza cruzando los dedos. – ¡Ah, el viejo garito del Feo!, nunca pensé que lo echaría en falta.
  • A los cien o doscientos primeros metros, tuvimos que encender nuestras antorchas, pues la luz había desaparecido por completo. Fox caminaba al lado de Zoom con sus orejitas atentas al más leve ruido. A pesar de las pruebas en las que se estaba viendo metido, debo confesar que fue el único miembro del grupo al que nunca escuché quejarse. De pronto… ¡Guauuuu! ¿pero que haces Oso?, no me empujes – grité-.
  • Que más quisiera yo, ¡me caigo …! y dicho esto empezamos a deslizarnos por el oscuro túnel por el que íbamos.
  • ¿Ya estamos otra vez? ¡Cuidado, allá vamos! Después de ocho o nueve metros logramos frenar.
  • ¡Pero te has vuelto loco!, casi me aplastas, has apagado las antorchas. ¿Qué pretendes, matarnos? -le dije-.
  • No me lo explico, me he caído, Raquet y como no te has quitado cuando te avisé…
  • ¿Cuando me avisaste dices?, pero si no te habías caído y ya me estabas agarrando.
  • Venga dejad de discutir y arriba. No será la primera caída ni la última; observad esto. -Hello- se inclinó iluminando el suelo del túnel y vimos que en el punto donde cayó Oso, arrastrándome con él, comenzaba una pequeña pendiente que poco a poco se iba acentuando. Después de volver a encender las socorridas antorchase Hello continuó diciendo:
  • A partir de aquí extremaremos las precauciones. No sabemos a dónde nos llevará este túnel, pero de lo que no hay duda es que está bajando y por lo que se ve, el desnivel aumentará a medida que avancemos con lo que el riesgo de caídas será mayor. ¿Alguna sugerencia?
  • Yo tengo una …
  • No estoy de acuerdo, -contestó Oso- sin dejar explicarse a Príncipe.
  • ¡Cállate Oso! bastante haces con caerte al suelo -cortó Zoom-.
  • Esa es precisamente mi idea, -dijo Príncipe-
  • No si ya sabía yo que estás loco y desde que te fumas esas malditas hierbas de aquel judío de Seranaznam, también te has vuelto idiota -dijo Oso-.
  • Bueno, ahora que el “genio” se ha vaciado voy a tratar de explicarme.
  • Por mí como si revientas…
  • Ya está bien. No adelantamos nada con discusiones inútiles. Adelante Príncipe, ¿cual es tu idea? -pregunto Hello-.
  • Pues verás, si de lo que se trata es de no caernos lo mejor será no levantarnos.
  • Como no te expliques mejor, voy a creer que Oso tiene razón, -comentó Zoom- el cual también veía con extrañeza la afición de echar humo por la boca.
  • ¿No te digo? Hasta el “mudo” se da cuenta de que te falta un tornillo…
  • ¿Qué has querido decir con eso de mudo?
  • Bueno, bueno…, no empecemos otra vez. Termina de explicar tu teoría, – le pedí a Príncipe-.
  • Gracias Raquet. A ver si no tengo más interrupciones. Decía que si el problema está en las peligrosas caídas capaces de romper un hueso decualquiera la mejor forma de suprimirlas es no levantarse. Si el desnivel como creo continua aumentando, podemos aprovecharlo para deslizarnos. Y diciendo esto, Príncipe extendió su negra piel de oso en el suelo y se sentó encima.
  • Zoom por favor, empuja un poco…
  • ¡Con cuidado… animal…!
  • Bravo Zoom, a eso le llamo yo empujar -festejó Oso- felicitándole con una soberana palmada que a punto estuvo de tirarle al suelo. Afortunadamente, el desnivel no era grande y Príncipe pudo parar su improvisado trineo, cien metros más adelante. La idea, aunque arriesgada, era buena y sobre todo rápida factor que convenía tener en cuenta si no queríamos pasar a formar parte de los chuzos de hielo que adornaban la galería.
  • Ante nosotros una nueva experiencia se presentaba. Locura o no, merecía la pena probarla. Caminamos aún uno dos kilómetros, comprobando que el desnivel aunque se había acentuado permitía sin aparentemente grandes riesgos poner en practica la idea de Príncipe. ¡Qué idea!
  • ¡Ah, qué idea…! Las pieles no tardaron en verse extendidas y todos nos acomodamos lo mejor posible. Príncipe, como precursor, abría camino, le seguía Hello. Zoom llevaba consigo al ya poco impresionable Fox y cerrando la marcha, Oso y yo. Las antorchas iluminaban tenuemente el tubo de hielo por el que descendíamos. Lo que empezó en un suave paseo, acabó convirtiéndose en un descenso suicida minado por los gritos de unos y la maldiciones de otros. Por si fuera poco la luz de las antorchas que en un principio cuidamos en conservar había desaparecido dejándonos en la más absoluta de la tinieblas. Todos ocupábamos manos, pié y boca en agarrarnos a nuestras correspondientes pieles, que hacían las veces de caballo salvaje en el caos en que se había convertido aquel descenso a lo desconocido. Oso no tardó en darme alcance, a su vez Zoom y Fox se emparejaron con con Príncipe, y Hello y por ultimo todos en un puño, descendimos dando tumbos y dejando una estela de bultos y material de equipo a nuestras espaldas. Cuando todo parecía presagiar un final inminente, volvió a divisarse una débil luz que fue convirtiéndose en una claridad meridiana.
  • – ¡Agarraros fuerte… esto se acaba! El aviso de Príncipe sobraba pues Oso prácticamente me venía estrangulando desde que nos quedamos sin luz – ademas de dejarme completamente sordo- y me imagino que los demás estaríamos haciendo lo propio. Incluso a Fox, me pareció ver mordiendo la peluda bota de Zoom. Una curva muy cerrada, la cual tomamos completamente verticales al suelo, fue seguida por una corta recta que terminó , con un salto, bruscamente con el descenso. Efectivamente, la luz que empezó a divisarse no era otra cosa que la salida. Salida por otra parte cegadora, pues el habernos acostumbrado a la oscuridad del túnel nos obligó a cerrar completamente los ojos, impidiéndonos de esta forma, ver dónde íbamos a parar. ¡El batacazo fue tremendo! y al corto salto siguió un rodar pendiente abajo, envueltos por completo en nieve.