


El autor, nuestro escritor de cabecera, nos deleita con esta magna obra, emulando las vivencias de sus héroes, «El Capitán Trueno» – «El Guerrero del Antifaz» y «Jabato Color». Esta obra de obligada lectura, engrandece al autor, que ya trabaja en su próximo Best-Seller.
© Fernando Bolívar Fernández
“AtnasAniram”, –un ejercicio de memoria-. El haber tenido la suerte en mi juventud de contar con muchos y buenos amigos; que a pesar de los años pasados, aún conservo a todos conmigo, o en mi recuerdo. El haber pasado, con ellos, fantásticos días de vacaciones: montando en piragua por ríos y en la espléndida Isla de Santa Marina, así como vivido un sin fin de anécdotas con todos ellos, me hizo, en su día, ponerme a escribir una novela, en la que todos somos los protagonistas de las aventuras que se narran. A mí me corresponde, el único mérito de recordarlas y la suerte de haberlas vivido.
Fernando Bolívar Santa Marina 1982-1986.
Prólogo
… Un buen día casi sin querer, comencé a escribir esta novela. Se trataba de divertirme un poco, recordando las reacciones de ciertos amigos en distintas circunstancias, amigos que en aquel entonces estaban lejos y yo a través del bolígrafo logré reunirlos sin ellos saberlo.
La historia que continuación se narra, tiene distintos personajes, Todo parecido con la realidad, -como la misma realidad de la vida-, es pura ficción. A los ojos del lector resultarán unos buenos y otros malos. Para mí, todos son buenos y todos malos, ya que sin unos difícilmente existirían los otros. Nunca pensé que otro que no fuera yo, pudiera alguna vez leer estas líneas. Es por ello, por lo que fueron escritas a borbotones en distintos estados de ánimo y a lo largo de cuatro años de inconstante e informal trabajo.
Dando por último las gracias a todo aquél que sea capaz de leer los que aquí se cuenta, y dando sobre todo las gracias a todos los personajes que pudieran, -sin razón- sentirse aludidos, les dejo con una corta historia que nunca sucedió … ¿ o sí …?
INTRODUCCION
la mañana, no parecía corresponder al oculto entusiasmo que nos embargaba. Estábamos de nuevo, a punto de emprender la aventura. A las seis de la madrugada aún no había amanecido, esto era una buena coartada; la oscuridad se convertía en nuestra mejor aliada.
Actuábamos como si fuera un día más, pero todos sabíamos la importancia de nuestra misión, el significado del viaje.
Todo estaba a punto, las armas listas, las provisiones perfectamente embaladas para hacer frente a cualquier contingencia. Tiendas capaces de resistir vientos huracanados, en fin, un equipo en el que podíamos confiar. Nuestros mulos iban a ser: el único medio de transporte para alcanzar las altas montañas del norte, misteriosas e interrogantes, que ocultaban el “Sabuc”, peligroso río de aguas heladas, sinuosos meandros e impresionantes saltos, que nos habría de conducir al codiciado “ATNAS ANIRAM”, valle feliz donde la caza abunda el tiempo es bonancible y las aguas cristalinas como si de un paraíso se tratara.
El aliento de los mulos se helaba en la fría mañana; las primeras luces se colaban tímidamente a través de las ventanas de la vieja cabaña. Había llegado el momento.
Hello fue el primero en salir, normalmente no acostumbraba a madrugar, pero la idea de este viaje le venía rondando hacía tiempo y estaba impaciente por comenzarlo.
– ¡Hum! fue el corto y perezoso saludo de Zoom, hombre corpulento y de pocas palabras, que procuraba reservar sus abundantes energías para momentos más necesarios que el socorrido … ¿parece que va a ser un buen día, o que tal has dormido?. Oso, Principe y yo, aparecimos al mismo tiempo, Oso como de costumbre, daba muestras de una alegría consistente en fuertes palmadas, acompañadas de sonidos guturales indescriptibles con los que trataba de llamar la atención del parco Zoom, quien por toda respuesta y con la misma facilidad con que yo me coloco el sombrero, empezó a cargar las mulas con pesados fardos, llenos de las provisiones que constituirían nuestro seguro de vida.
“LA APUESTA”
Todas las historias tienen un comienzo. Esta comenzó hace tiempo en un lugar concurrido, la posada del “Feo”, lugar frecuentado por piratas, tahures y maleantes, a parte de nosotros mismos. El humo de los cigarros inundaba el salón. Pintas descomunales de cerveza hacían verdaderos equilibrios por sostenerse en las maltratadas mesas las cuales saltaban cada vez que un jugador ganaba su mano, o algún contertulio hacía algún comentario evidentemente gracioso y de mal gusto como era norma entre los clientes de la casa.



Cuando entré el viejo “Feo” me miró con su único ojo, y levantando la muleta señaló la mesa donde estaban reunidos: Hello, Zoom, Oso y Príncipe. La pluma que Príncipe tenía en su gorro de castor, sirvió de guía para no perderme al atravesar el atiborrado y ensordecedor salón. Mientras Príncipe y Hello hablaban en discreto tono, escuchado sin mover un músculo por el impasible Zoom, el Oso hacía el ruido que correspondía a los cuatro.
Hola. Siéntate Raquet – me dijo Hello -.
Viejo tuerto, cinco pintas dobles, ¿no alcanza tu ojo a ver el grupo reunido? ja, ja, ja …
El grupo, siempre le gustó a el Oso considerarnos así. La noche hubiera sido una más de borrachera y bronca de no ser por la llegada de aquella mujer. Cuando la conversación se ponía al tono de la del Oso, todo como por arte de magia enmudeció y hasta Zoom se vio sorprendido con la aparición de aquella “mujer”. En mis cinco años de borrachera en la taberna del Feo, nunca había osado entrar, más que una clase de clientela … Impasible y seguida por un pequeño hombrecillo, bien vestido y con aparentes buenos modales, se acercó a la barra y dijo: Por favor, ¿dónde podría encontrar al Sr. Hello?. Ja, ja, – ¿por favor dónde podría encontrar al Sol Hello?… Ja, ja, ja …
A estas vulgares risotadas de “Cerdo”, reaccionó todo el mundo con otras mayores, acompañadas de puñetazos que devolvían la posada a su normal tono; así como las mesas recuperaban su vida, volviendo a saltar a consecuencia de los puñetazos, como sin de ranas locas se tratara. Los cuatro miramos a Hello, el cual enmudecido, quedó más inmóvil que el padre del viejo Feo muerto hacía treinta años a causa de una pelea a cuchillo por cuatro pintas más o menos.
-Quién lo iba a decir del viejo Hello, alternando con distinguidas señoritas. – Dijo Cerdo, a la vez que se acercaba a la dama y hacía una exagerada reverencia -.
¿Conoce usted a Hello, caballero? Se apresuró a responder el personajillo que venía acompañando a tan apuesta dama-.
Y a ti, ¿quién te ha dado vela en este entierro enano?, preguntó Cerdo, – mientras con una mano estropeaba su pulcra y bien planchada camisa, elevándolo hasta la altura de su gran cabeza -; movimiento aprovechado por “Selol” y “Sordo” para robarle la bolsa y un precioso reloj, cuya larga cadena de oro, venía llamando peligrosamente la atención. El hombrecillo, asustado, agarró con sus manos aquel enorme puño de Cerdo que amenazaba destruirle.
Ja, jua, ja … ¿cómo una dama como vos, puede ir acompañada por semejante pulga? Os voy a librar de ella… La mujer se abalanzó en defensa de su acompañante.
¡Suéltalo miserable!
En este forcejeo cayó al suelo un abultado sobre. El hombrecillo en un alarde de destreza, aprovechó para soltarse de Cerdo y recoger el sobre qué se apresuró a ocultar. Selol y Sordo instintivamente comprendieron la importancia que debía de tener el sobre y poco le habría durado encima, de no ser por la rápida reacción de Hello quien casi sin moverse, lanzó su cuchillo de monte con una destreza y velocidad vertiginosa, clavándolo a los pies de Cerdo.
Ya basta, Cerdo. La señora me busca a mí, y ya me ha encontrado. Cerdo, hubiera querido responder al reto de Hello, pero las palabras susurradas por el astuto Selol le hicieron comprender su desventaja numérica y ante un resultado incierto, decidió no responder al desafío.
Esto no acaba aquí Hello, te pesará el haber nacido.
Ya se disponía a marcharse, cuando la voz quebrada del Feo le pidió la cuenta que importaban sus pintas. No había terminado de hablar, el Feo, cuando Cerdo, cogiéndole por la muleta le lanzó por encima de la barra, lo que originó la inevitable pelea; rápidamente nos unimos a la dama y a su acompañante y con Oso y Zoom abriendo paso, logramos salir de la taberna, no sin antes haber arrancado alguna que otra muela. Una vez fuera nos dirigimos a la cabaña de Hello.
Allí empezó a desvelarse un misterio y a fraguarse otro que no lo resolvería una pequeña discusión de taberna.Así, que tú eres la pequeña Lucía, dijo Hello. ¿Pero cómo has dado conmigo? ¿Y tus padres?.
Comprendo tus dudas, hello. Sin duda era la única que comprendía algo, los demás sencillamente escuchábamos intrigados, incluso Zoom prestaba atención, no digamos Príncipe que se colocó más de seis veces su pañuelo de cuello.
Si me permiten, yo podré explicar este lío. El hombrecillo se puso en pié lo que no le sirvió de mucho; y comenzó a contarnos una historia que prometía ser muy interesante. Ante todo me presentaré. Soy Nílotnip de Onazilag y Beta, tío de la señorita Lucía, la cual quedó huérfana a causa de un desgraciado accidente en el que perecieron ahogados mi hermano y mi cuñada, los Condes de “Omos y Oderol”.
Por un momento temí que el impaciente Oso le sacudiera una llamada afectuosa y pusiera fin a tanto alarde nobiliario, pero el hombrecillo de largo nombre, centró enseguida la conversación en el motivo que les había traído en pos de Hello. Pues bien, todo esto -continuó Nílotnip- es bien conocido por caballero Hello. Zoom le miró extrañado no sabiendo el justo significado de la palabra caballero, mientras que Príncipe que seguía colocándose el pañuelo encendía por cual vez su apreciada pipa de colmillo de morsa.
Las posesiones que por herencia le correspondían a mi querida Lucía, las casas, los territorios, todo esto está a punto de perderse si antes de un año no logramos pagar los tres millones en monedas de oro, que mi desgraciado hermano apostó, contra los demás señores del condado, comprometiéndose a traer en ese plazo el codiciado “Ojo Aniram”.
¿El “Ojo Aniram”?, dice usted, cortó el Príncipe estrujando su, por fin, impecable pañuelo, a la vez que se le apagaba la pipa por quinta vez. Pero esto no es más que una leyenda, una leyenda sin fundamento- ¿No es así Raquet?.
– Siempre lo he creído Príncipe, pero no debes olvidar que todas ls leyendas nacen por un motivo, continúe Sr. Nílotnip. Efectivamente, Sr. Raquet, y le puedo asegurar que en esta ocasión el motivo existe, dijo mientras se golpeaba en el bolso, donde ocultó aquel misterioso sobre. Y ahora si no hayas interrupciones terminaré empezando por el principio.
El Sr. Hello, no me conoce, pues cuando él ese marchó del condado de Omos, era muy joven y yo aparecí por la mansión de mi hermano; hermano que fue para usted su padre, dijo señalando a Hello. Él le recogió cuando fue abandonado de corta edad, le cuidó y le educó con verdadero cariño y usted, como tal padre le tuvo. Efectivamente y por eso me embarga la tristeza del que pierde algo querido.
Pues bien, usted conocía su fama, gran persona, que siempre trató con afecto a sus criados, criados que con todas sus familias pasarán a manos de los temibles condes, si no podemos pagar en el plazo fijado. Tristemente a mi hermano le gustaban las apuestas.
No es al único – dijo Oso, auténtico tahúr y timador.
Pero por desgracia esta vez fue demasiado lejos, y para colmo de males una tormenta segó su vida junto con la de su adorada esposa cuando comenzaba el viaje.
Hemos tardado mucho en localizarle, no fue fácil seguir su pista, hace diez años que dejó los bosques de Oderol, y de no ser por sus pocas cartas y la buena suerte nunca lo habríamos logrado.
Sr. Hello, – dijo Nilótnip -, usted y sus amigos son la única esperanza, de la que fue su querida familia. Debe emprender el viaje, yo en nombre de mi hermano, se lo ruego.
Hello nunca te pediría esto si no fuera por la vida de muchas familias ajenas al vicio de mi padre por el juego.
Señorita dijo Oso sintiéndose tocado, el apostar es de hombres que saben lo que hacen y si su padre ha sido
capaz de criar al viejo Hello, no cabe duda de que ganará la apuesta.
Interprete en estas palabras de Oso, el sentir de todos los aquí presentes, dije y poniéndonos en pie nos unimos en un apretón de manos: Principe, Zoom, Oso y yo. Hello con un agradecimiento pintado en su grande y colorada nariz, dijo: estoy en deuda con vosotros y no dudaría en arriesgar la vida con tal de poder ayudarte Lucía, pero no puedo a arriesgar la de mis compañeros en una empresa, imposible, tratando de encontrar, una quimérica piedra de diamante como el puño de Zoom, la cual muchos han buscado y nadie ha vuelto para contarlo. Nilótnip, intervino diciendo:
-Sr. Hello, yo tengo aquí (señalando el sobre, oculto en su chaqueta), planos con nombres y lugares exactos, lo que no tuvieron nunca ninguno de los anteriores aventureros, planos que impulsaron a mi hermano a esta loca apuesta. Planos en definitiva que le llevarán a usted y a sus amigos al codiciado “Ojo Aniram”.
“EL OJO ANIRAM”
A altas horas de la madrugada decidimos volver a nuestras cabañas, no sin antes quedar en vernos en la cabaña de Hello a a mañana siguiente. El día amaneció oscuro, pronto estuvimos reunidos. Yo fui el último en llegar. Al atravesar el porche de la cabaña sentí el delicioso aroma a café caliente que Zoom enamorado de la cocina había preparado. Lucía me abrió la puerta, estaba deslumbrante, a pesar de que las huellas del largo viaje se hacían notar en sus sonrosadas mejillas.



Adelante Sr. Raquet, lo esperábamos.
Algún día llegarás tarde a tu entierro Raquet … me dijo Oso, chistoso como siempre. El Sr. Nílotnip estaba impaciente por empezar, pero haciendo honor a su buena educación, se contuvo, hasta que apuré mi pote de café .
Bien señores, lo que les voy a contar ahora no es producto de mi imaginación, ni se trata de una historia de las que cuentan viejos piratas alrededor de la chimenea, en las filas noches de invierno.
Hace muchos cientos de años, una civilización vivió en un idílico lugar, el valle “ATNAS ANIRAM”, lugar privilegiado donde un tiempo extraordinario permitía recoger cuatro cosechas al año. Sus campos se veían regados por la inagotable cola de caballo, formada en la caída del “Sabuc”, inmenso rio de origen desconocido, que proveía de agua y pesca a todos los habitantes del valle. Estos tenían su rey, el gran “Onaec”, que con justicia y habilidad gobernaba a sus súbditos. Su religión sólo conocía un Dios: “ANIRAM”, el cual era venerado con devoción por todos . Su templo se alzaba en la pequeña isla formada al bifurcarse el Sabuc, isla con aspecto de ojo, que encerraba el mayor tesoro jamás soñado: el “Ojo Aniram”. Extraordinario diamante embrujo de más de veinte kilos de peso, que según la leyenda constituía el único ojo de la gran Orca alada, montura del Dios Aniram; el cual viajando errante por el espacio descubrió ese fabuloso vergel, y no conociendo nada que se le pudiera comprar, enterró allí todos sus riquezas espaciales. Después de lo cual, arrancó el ojo de su Orca alada, para que nada ni nadie pudiera desvelar tan increíble lugar. Antes de desaparecer para siempre, Aniram enseñó a los escasos habitantes del valle la custodia de su tesoro. Cuenta la leyenda que mediante una extraordinaria fuerza de luz verde, hundió el extenso valle, quedando aislado por altísimas y verticales paredes de piedra, por una de las cuales el Sabuc cae con gran estrépito proporcionando la vida del lugar.
Todo habría seguido igual de no ser por el ansia por conocer lo que se escondía encima de ella, ansia más fuerte que la voluntad del buen Onaec, el cual acabó por decidir subir a los orígenes del Sabuc.
Según dice la leyenda, el castigo de Aniram fue terrible; grandes movimientos de tierra, fuertes vientos y heladoras nevadas acabaron con la vida del valle solamente, Onaec, pudo escribir su huída ante de perecer de frio y hambre. Estos manuscritos ignorados por todos, fueron a parar a un viejo ermitaño , que a su vez, fue muerto por incultos ladrones, quien no hallando “nada de valor” -ironía de la vida-, decidieron vender los preciosos papeles a un arpío y astuto judío.
Estos papeles pasaron por muchas manos y por casualidad a las de mi difunto hermano, al cual le fueron entregados por un viejo moribundo que recogió y mantuvo en su casa has que le llegó la hora, y en pago de su hospitalidad, el viejo, al que todos tenían por loco, explicó toda la historia a mi hermano y como prueba de que lo que contaba no era producto de sus locuras, le enseñó sus dedos amputados por la congelación que fueron sometidos al regreso de “Atnas Aniram”.
Dice usted al regreso, preguntó Príncipe, rompiendo el logro monólogo de Nílotnip. Efectivamente señor Príncipe y para corroborar mis palabras, aquí está este medallón que lo confirma. Diciendo esto sacó de su bolsa un preciosos medallón de oro puro, donde se podía leer entre sus porosas letras: Onaec Rey de Atnas Aniram.
¡¡¡Guau!!!, dijo Oso, es increíble . Todos estamos expectantes contemplando el medallón que el pequeño Nílotnip exhibía triunfante. De pronto un ruido procedente del exterior hizo volver a Zoom la cabeza.
Hello abrió la puerta pero no encontró nada que pudiera indicarle la procedencia del ruido. Se disponía a cerrar cuando algo golpeó con rudeza la puerta. Me dirigí hacia ella, abrí y un par de pesadas patas me arrojaron al suelo; al mismo tiempo que la poderosa lenguaje viejo Fox completaba el escaso aseo de mi cara, que con las prisas de la mañana, había dejado incompleta.
-¡Hey!, si es el viejo Fox, dijo Oso. A bandido, hijo de cuatro lobas, ¿nos estabas espiando? ¡Ha, ha, ha!; Oso se abalanzó sobre él y empezaron a rodar por el suelo de la cabaña tirando todo lo que se ponía por delante. Zoom azuzaba a Fox, sin duda hubiera querido ayudarle, pero bastante trabajo tenía Oso sin más extras. Príncipe se ocupó de poner a Lucía a salvo; el pequeño Nílotnip se colgó de un salto de las patas de ciervo que adornaban la cabaña, recordando buenos tiempos de caza. Hello no pudo por menos que reírse.
No lo haría tanto si pudiera escuchar lo que ocurría fuera de la cabaña; aquello que motivó el primer ruido.
¡Miserable! Has estado a punto de estropearlo todo, ¡maldito Sordo! Con razón te llaman así ¿Quién te manda meter las narices …?
Vamos a dejarlo, Selol, busquemos lugares más tranquilos en los que poder hablar. Horas más tarde, una siniestra reunión tenía lugar en la no menos siniestra taberna del Feo, el cual aún conservaba en su dura cabeza las huellas de la última visita de Cerdo y sus compinches.
¡ Eh, viejo tuerto!, ron para mis amigos, deprisa. No hizo falta repetírselo pronto Cerdo, Selol y Sordo en compañía de dos nuevos personajes cuya fama de piratas sanguinarios, ahorraba toda presentación, eran: Laif, viejo trampero, descendiente de los vikingos; que según cuentan se crió entre lobos cuando sus padres le abandonaron a su suerte en las frías estepas del norte. Desde entonces, siempre se le veía acompañado por dos auténticos lobos, sus perros, que le obedecían sumisamente y eran capaces de matarse entre ellos a una sola indicación. Laif, cuyas largas coletas rubias recordaban su procedencia vikinga, solo tenía, aparte de sus perros un amigo, compañero inseparable astuto y tan peligroso como sus perros. Se llamaba: “Ocin”. Hombre pequeño, desdentado pero capaz de aguantar las mayores adversidades. Ocin cuenta, que en una ocasión mató un mulo de una sola patada. Personajes de esta calaña raramente permanecen mucho tiempo juntos pero lo cierto es que eran uña y carne. Al desorden de los dientes -producto sin duda de más de alguna discusión-. Ocin , unía una mirada recelosa que solía terminar con su intrigante risita. Esto siempre le gustó a Laif quién generalmente ordenaba a sus perros que se encargaran de la pobre víctima, blanco de la mirada de Ocin, y por ende de los lobos de Laif.
Me alegro de volver a ver vuestras sucias caras, dijo Cerdo.
Es casualidad que hayamos aparecido en momento oportuno.
La caza de las focas no dura siempre, ¿verdad Ocin?
Cierto Laif, rió Ocin.
-Bien amigos os voy a poner al corriente de algo más lucrativo e interesante que esos estúpidos animales. Selol contó en pocas palabras la historia que ya conocemos, a la inseparable pareja. Laif, no dejaba de acariciarse su rubia coleta sin que le impresionara mucho el relato de Selol a fin de cuentas, solo si Ocin estaba de acuerdo se unirían a ellos. Una vez terminó Selol, Laif miró a Ocín, quien asintió con la cabeza.
-Bien esto hay que celebrarlo.
-Más ron rata de taberna, -vociferó Cerdo-. Una vez servidos, continuó Selol …
Bien la cosa es sencilla sabemos a dónde van y por qué van. Lo que no sabemos es cómo se llega al codiciado “Atnas Aniram”, si es que éste existe. Mi plan es el siguiente: desde hoy y hasta que se decidan nuestros “amigos” a emprender la marcha serán vigilados solo tendremos que estar preparados para seguirlos, esperar a que encuentren su tesoro y quitárselo nada más fácil.
-Bien, pues ya que solo nos queda esperar, hagamos la espera más corta.
Feo, más ron para mis amigos. La atiborrada taberna y las dificultades para andar que tenía el Feo hicieron que tropezara yendo a derramar el precioso ron encima de Ocin.
-¡Ha,ha,ha! rieron al unísono todos los presentes.
Una sola mirada del airado Ocin, bastó para que Laif enviara sus lobos encima del desgraciado Feo, y poco hubiera durado éste de nos ser por engancharle por su pata de palo la cual quedó reducida a astillas en un santiamén. Cuando abandonaron la taberna el pequeño Ocín fue el único en dejar oír su enigmática risa. Mientras tanto, en la cabaña volvía a reinar la paz. el divertido combate entre Oso y Fox, terminó con resultado nulo. El Sr. Nílotnip, repuesto del susto descendió de su improvisado refugio y pronto nos expuso su plan para llegar la valle. La marcha iba a ser larga y difícil los planos eran bastante claros pero no dejaban de ser trozos de papel, datos que no indican la presencia de los infinitos peligros que esconden las montañas, ríos, etc. Sin mencionar siquiera la presencia de Cero y sus compinches.
Una vez vistos planos y mapas decidieron prepararse para la marcha. Esta tendría que retasarse unos meses pues el invierno empezaba por aquellas latitudes y aventurarse en la montañas constituía una temeridad
Los tres largos meses que duraron nuestra espera no fueron desaprovechados. Reunir el equipo necesario para una expedición de la categoría que nos ocupa, no puede hacerse a la ligera. El Sr. Nílotnip, puso el dinero necesario para la marcha. Al principio trató de escatimar lo posible pero tuvo que convencerse de la necesidad de un material de primera calidad. Poco a poco, mantas, provisiones, brújulas, catalejos, botas especiales, etc., etc., fueron amontonándose en las cabañas. La mayor dificultad la tuvimos con el alimento, pues suponía peso y espacio sin tener en cuenta la posibilidad de que se perdiese.
Decidimos salar varios kilos de foca y renos así como pescado, para asegurarnos momentáneamente la comida, cuando ésta faltase, no nos quedaría más remedio que cazarla o pescarla. El agua afortunadamente no iba a resultar problema pues la mayor parte del viaje transcurría por ella, cuando no por extensos estepas y montañas nevadas, capaces de aprovisionar del preciado líquido a todo un rebaño de búfalos. Por fin llegó el momento, todo estaba a punto.
-Mañana partiremos ¡amigos! Recuerdo estas palabras de Hello. Al día siguiente nos despedimos de Lucía y el señor Nilotnip, quienes regresaron a sus condados de Omos y Oderol, donde aguardarán ansiosamente nuestras buenas noticias.
Raquet, canta algo para animar la marcha, dijo Oso.
¡Qué pasa te has vuelto a dormir? Estas bromas, me sacaron de mis pensamientos, llevábamos tres horas de marcha y apenas lo había notado.
¡Alto!, la voz de Hello fue bien acogida por Príncipe, quien se apresuró a encender la pipa.
Pareces deseoso de terminar este viaje Príncipe -todos nosotros nos habíamos fijado como se miraban Lucía y él y las pesadas bromas no tardaron en aparecer-.
Bien, dijo Hello: el tiempo es bueno caminaremos mientas tengamos luz. Nos queda un largo trecho hasta el lago de Aleuzalp.
La marcha transcurría a buen ritmo, El tiempo acompañaba y nada sobresaliente ocurrió en el camino. Después de varias semanas de viaje por terrenos aptos para expediciones de peso como era la nuestra nos encontramos frente al “Lago Aleuzalp”. Al noroeste vivía un singular personaje, “Seranaznam”. Era necesario dar con él, pues nos proporcionaría la embarcación que íbamos a utilizar para atravesarlo. Nos costó un par de días el dar con él, y si no fuera por lo imprescindible de su colaboración, no creo que hubiera importado tardar dos años en localizarle.



Extraño personaje que vivía con cinco mujeres, a cada cual más misteriosa. Seranaznam, era un hombre delgado de pequeños ojos calculadores y avispados, capaces de adivinar el oro que llevabas en la bolsas antes de que pronunciaras su largo nombre.
Mezcla de moro y judío, vivía como un moro. Su harén, entre otras cosas, lo demostraba. Le gustaba fumar extrañas hierbas exóticas e ingerir constantemente pequeñas tazas de café negro. Sin embargo, a la hora de crear un trato era un auténtico judío capaz de dejarse matar antes que vender algo más barato que su cotización personal, que normalmente excedía en cinco veces el precio justo. Siempre llevaba un gorro terminado en un gracioso pom-pom, que se agitaba alegremente al compás de sus secos y rápidos movimientos de cabeza. Una larga túnica que impedía adivinar si usaba algún tipo de pantuflas, completaba su decorado.
Desde que llegamos me inspiró poca confianza. Estuvimos en su casa dos días, suficientes para reponer fuerzas y para que el Oso, en un descuido de nuestro avispado anfitrión le cortara su gracioso pom-pom; aunque siempre he pensado que la puñalada, si no llega a haberse agachado le hubiera cortado algo más que su ya fastidioso pom-pom. Zoom, trató de comer y beber todo lo que pudo, sin que el astuto Seranaznam lo advirtiese. Príncipe, estuvo bastante ocupado procurando esquivar a las cinco diosas del amor. La más pequeña pesaría los ciento veinte kilos y dudo que hubiera podido aguantarlas ni el propio Zoom. Hello y yo, ultimamos detalles con nuestro arpío proveedor. Pronto nos hicimos de su balsa por un precio que hubiese servido para llevarnos toda la cabaña, con el harén inclusive.
Era una balsa amplia, con una vela mayor, timón y una pequeña caseta en la guarnecerse del frío de la montaña y la humedad del lago. A remolque llevábamos otra balsa más pequeña con trineos y perros, que iban a ser de vital ayuda cuando abandonáramos el lago. Continuamos en compañía de Seranaznam y sus bien dotadas mujeres durante una semana, Mientras aprovechamos el tiempo estudiando el recorrido a seguir. El lago de Aleuzalp no estaba explorado. Las explicaciones de nuestro judío, indicaban que se formó a costa del continuo deshielo de las montañas del norte, su profundidad tampoco se sabía a ciencia cierta, pero se estimaba en unos doscientos cincuenta metros en su parte mas profunda y una media de noventa metros en su extensión. Como casi todos los lagos, su navegación era peligrosa. Su fondo se encontraba cubierto por una espesa alfombra de algas, algunas alcanzaban los quince metros de longitud y la posibilidad de quedar atrapados convenía tenerla en cuenta. El lago no estaba muerto. La pesca era abundante. Toda clase de peces vivían es su interior, lo cual nos proporcionaría comida fresca y abundante.
Nunca me pude explicar como un hombre como Seranaznam podía vivir con cinco mujeres, que le doblaban en peso y que sin embargo mantenía sumisas y disciplinadas, haciendo toda clase de tareas para él, desde proporcionarle comida y calor hasta incluso, defenderle y a fe mía, que lo hacían bien.
Un día el bueno de Zoom se encontraba saboteando la despensa cuando el astuto Seranaznam que ya tenía fundadas sospechas, lo descubrió infraganti. En un supremo esfuerzo por ocultar el maravilloso pastel de nuez que una de sus mujeres, -de las cuales nunca supe sus nombres-, le había preparado, se lo introdujo en la boca y se le quedó mirando inmóvil, con la cara redonda como una bola, al gesticulante judío, que no paraba de elevar sus brazos al cielo a la vez que se lamentaba con el mismo tono de un gato hambriento. En ese momento llegó Oso, que volvía de dar una batida por los alrededores, y viendo a Zoom como una estatua y al judío hecho un basilisco, optó por solucionar el problema, de la forma que solía hacerlo: propinando a Zoom una sonora palmada en la espalda. El resultado no se hizo esperar: las fauces de Zoom, como si de un volcán se tratara escupieron más de dos kilos de nueces y crema, que pusieron a nuestros amigo Seranaznam hecho un auténtico asco. Las risas de Oso atronaron la cabaña. Príncipe fue el primero en entrar, y viendo el dantesco espectáculo con el judío en el suelo cubierto de nueces, el Oso golpeando su puño al estilo de la taberna del Feo, en la mesa que será de comedor muerto de risa, y al Zoom quieto como una estatua no pudo por menos que abrir la boca dejando caer su inseparable pipa en la túnica del pobre Seranaznam, la cual no tardó en empezar a echar humo. Cuando Hello y yo quisimos entrar era tarde; el ejercito femenino armando hasta los dientes llegaba al rescate de su amo.
Príncipe, trató de explicar lo que no había visto, pero ni los encantos de éste, ni la fuerza de Zoom, ni por supuesto les espectáculo que suponía ver al Oso reirse, pudo calmar su ímpetu. Por lo que sin dudarlo, optaron por salir a escape sin más explicaciones, llevando detrás a las enfurecidas mujeres. Nosotros, en vista de su belicosa actitud optamos por no intervenir, limitándonos a ocultarnos discretamente. Una larga carrera entre divertida y peligrosa acabó por cansar a la horda femenina que después de emplear toda clase de armas arrojadizas, – incluida la pipa de Príncipe-, volvieron consolar a su desgraciado amo.
Al día siguiente, decidimos adentrarnos en el apacible y misteriosos lago. Seranaznama y sus cinco pimpollos, nos fueron a despedir. Estas entonaron un cántico que me hizo mirar interrogante al cielo y aunque lucía un espléndido sol. Hubiera jurado que a lo lejos se dejaba oír un amenazador y ronco sonido, preludio de monumentales tormentas. Mientras las mujeres rezaban a los dioses, Zoom y Oso terminaban de coloca a los mulos en la basa sin dejar de mirar recelosos al coro que les estaba despidiendo. debo decir que nuestro amigo, medio judío, medio moro no era rencoroso y para nuestra sorpresa, nos obsequió con una excelente tarta de nueces que hizo abrir la boca a Zoom y Fox al mismo tiempo. A Príncipe, le regaló unas hierbas, con ciertas propiedades curativas, que éste agradeció correspondiéndole con una de sus mejores pipas.
Sin más dilación, Hello ordenó la marcha. Una leve inclinación de cabeza fue la corta despedida. Fox de ágil salto se subió a la balsa y con un formidable aullido, como queriendo indicar que también él sabía cantar. Dejamos atrás a un curioso sexteto que sería difícil borrar de nuestras cabezas. La vela mayor se hinchó con el suave viento, fijamos rumbo al norte y nos dejamos deslizar por las tranquilas aguas de Aleuzalp.
Por detrás tampoco se perdía el tiempo. Cerdo y su gente no tardaron más de dos días en llegar a la cabaña de Seranaznam, quien sin duda se alegraría viendo la posibilidad de timar a nuevos viajeros. Pronto Sordo y Selol sonsacaron al judío toda la información necesaria desde nuestro número el cual, sin duda, no les reportaría ninguna sorpresa, hasta nuestro rumbo así como, imagino, una amplia serie de detalles referentes a nuestras provisiones. El judío, que no tenía un pelo de tonto, advirtió el interés que estos daban a su información y como buen comerciante supo sacar partido de ello. Cerdo de buena gana una vez informado hubiera ajustado cuentas a Seranaznam, pero su objetivo era otro y no había tiempo que perder. De todos modos siempre podía volver a visitarle a la vuelta del codiciado “Atnas Aniram”. Dos días estuvieron acampados, bebiendo maldiciendo y peleando entre sí. Durante este tiempo ninguna de las mujeres de Seranaznam se aventuró a salir sola de la cabaña. Una vez preparada su balsa, pusieron rumbo al norte en pos nuestro.
Esta vez no hubo cánticos de despedida, ni intercambio de regalos, incluso hasta el cielo dejaba entrever algún negro nubarrón atraído, probablemente, por los “trinos” que hacía cuatro días nos habían despedido.
Al quinto día de navegación el tiempo cambió bruscamente. La brisa que venía acompañándonos cesó de soplar y terminamos envueltos en una calma chicha que presagiaba una fuerte tormenta. La humedad del aire se hizo densa, la temperatura aumentó de una manera alarmante pues nos encontramos a dos mil ochocientos metros de altitud y no en época de calores.
-Revisad todo, bajad el “trapo”, o cuando esto empiece nos arrancará el palo de cuajo. Hello no paraba de dar instrucciones que rápida y eficazmente fueron cumplidas. Por un momento, sólo el ruido de la maniobra preventiva se dejó oír en un radio de muchas millas. Era tal el silencio que nuestros movimientos no encontraban eco; parecía como si estuviéramos flot ando en el aire. Pero desgraciadamente, pronto un ruido parecido a cien mil barriles de ron rodando por una cuesta empedrada, inundaron el hasta entonces, silencioso espacio. Los blancos rayos daban al cielo ennegrecido un aspecto fantasmagórico.
– !Turbón, turbón¡, era Zoom, cuya potente voz de alarma casi nos sorprendió tanto como la propia tormenta. Apenas el vozarrón de Zoom se había apagado cuando los “cien mil barriles de ron”, explotaron en una especie de traca final descargando toneladas de agua.
¡Pronto, adentro!, grité. Hay que amarrarse. En un santiamén fuimos zarandeados como si una gigantesca mano nos golpeara una y otra vez. Las aguas del lago se encresparon, formándose olas de cuatro metros Afor tunadamente todos los c abos habían sido meticulosamente revisados y la balsa del viejo judío se mostraba sólida. El ruido de la tormenta era tan ensordecedor que impedía comunicarnos entre nosotros. Solo nos quedaba rezar y esperar el final. cuando el fin parecía inminente y con la misma rapidez que se presentó, la tormenta desapareció y todo quedó sumido en una desconcertante calma. El lastimero aullido de Fox interrumpió el silencio. Estábamos completamente empapados, nuestros huesos continuaban en su sitio, pero el cuerpo nos dolía por todas partes, como si hubiéramos sido apaleados. Rápido, dijo Príncipe, aprovechemos esta calma para reparar los desperfectos.
¿Cómo esta calma?, preguntó Oso, ¿pero esperas que continúe la tormenta?
Por supuesto, mi querido Oso, y con más violencia si cabe. Lo que tan rápidamente nos ha sorprendido nos es otra cosa que un tifón y en este momento estamos en el centro geométrico del mismo, donde la calma es absoluta El tiempo que tarde en volver la tempestad nos dará idea de la magnitud del tifón.
No es otra cosa que un tifón, -repetía burlonamente Oso-.
Pues entérate bien sabiondo … espero que tu tifón sepa lo que hace, porque …
Todo en orden, indicó Hello interrumpiendo a Oso. He largado otro cabo a la balsa de remólque espero que resista el segundo envite.
Treinta segundos … y empieza otra vez el turbón -para Zoom todo lo que no era normal era un turbón-.
Lástima, cinco segundos más y seria el tifón más grande de todos los tiempos.
¡Loco! Este Príncipe está completamente loco. Nos jugamos olvida y se preocupa por batir records dijo Oso, pero ya la tormenta volvió a incomunicarnos. No sé el tiempo que duró aquello, pero me pareció eterno. El techo de la caseta desapareció como por arte de magia, estábamos calados hasta los huesos medio ahogados y a punto de ir a hacer compañía a los peces del lago. “El tifón del Príncipe”, como Oso había querido bautizarle desapareció tan pronto como se había prestado y ésta vez afortunadamente para siempre. Permanecimos durante cinco minutos que me parecieron horas, inmóviles, incapaces de movernos, ni mucho menos hablar. Fox fue el primero en reaccionar sacudiéndose con fuerza el agua y arrojándonos una fina lluvia artificial sobre nuestras empapadas ropas.
¿Os encontráis bien?, dijo Hello.
Un concierto de murmuraciones contestaron a su pregunta. Al irme a incorporar, un fuerte dolor en el hombro casi hace que me desmaye.
Raquet , ¿te encuentras bien?
Es como si me hubieran arrancado el hombro no puedo moverlo. –
Dejame ver. El diagnostico de Principe fue concluyente. Lo tienes dislocado, habrá que inmovilizarlos.
Príncipe, atiende a Raquet, mientras vemos los daños que tenemos. El destrozo fue enorme, el palo se había roto y parte de los fardos con comida habían desaparecido la balsa que llevábamos a remolque milagrosamente se había salvado, pero de los cinco mulos, dos habían ido a reunirse con el techo de nuestra caseta en el fondo del lago. Pronto hicimos balance de los daños infligidos y la situación comenzaba a complicarse.
Si tu “amigo” llega a batir el récord, a estas horas estaríamos haciendo compañía a los mulos.
Príncipe no contestó a Oso, el cual tampoco esperaba contestación. Todos se afanaban en la reconstrucción las balsas, unos improvisados remos y la construcción de otro palo más pequeño , pero bastante efectivo fueron las tareas que ocuparon el día siguiente a la tormenta. Todo lo que había a bordo se puso a secar en los obenques, que actuaron de improvisados tendales y solo cuando Zoom preparó una fría, pero suculenta comida, nos dimos cuenta del tiempo que llevábamos sin meternos otra cosa en la boca que no fuera agua. Mi hombro aunque perfectamente vendado por Príncipe, me impedía colaborar en las tareas de la tripulación; fue entonces cuando decidí ir tomando nota de todo lo que nos iba ocurriendo en aquel alucinante viaje. La temperatura volvió a descender a sus cauces normales, situándose entre cuatro y seis grados centígrados, lo que nos aconsejó empezar a utilizar prendas de abrigo.
No tardamos mucho en ver los primeros témpanos de hielo; flotando al principio, distantemente y de pequeño tamaño, tamaño que fue aumentando conforme íbamos acercándonos al final de lago. La temperatura pronto se situó en cero grados y la navegación empezó a verse seriamente amenazada por los continuos icebergs que aumentaron en número y tamaño de manera alarmante. Como era de esperar, pronto vimos tierra. Hello fue, quien subido en lo alto del palo, divisó con ayuda del catalejo el final de recorrido. Saltamos a tierra o mejor dicho: a nieve; pues prácticamente todo se hallaba cubierto por un gran manto blanco De esta manera abandonamos el inhóspito lago de Aleuzalp. Reparamos y dejamos de la mejor forma protegidas las dos balsas que tendríamos que utilizar en el viaje de vuelta. Ocupamos el día entero descansando y revisando las armas. Fox y Oso se revolcaron en sus amistosos juegos por la nieve. Zoom, terminó junto con Hello de montar las tiendas para pasar la noche. Príncipe, encendió una hoguera que ya iba haciendo falta. La noche empezaba a caer y con ella la temperatura, que no subía de los cero grados. Pronto Zoom, volvió a sorprendernos con uno de sus guisos: comimos, charlamos, comentamos las consecuencias del tifón y lo que aún nos quedaba por delante. Príncipe no tardó en fumarse una pipa, por cierto que esta vez empleó el tabaco que el viejo Seranaznam le había regalado, y bien pronto notamos, que no era tabaco corriente; su olor a viejo roble, apolillado fue le primer síntoma pero no el más curioso, puesto que apenas había dado cuatro chupadas a la pipa cuando se levantó nos miró a todos my serio y dijo: tranquilos, que no pasa nada …, voy a refrescarme un poco. No había terminado de decirlo cuando: cayó tendido todo lo largo que era.
Está loco, está completamente loco, -decía Oso- mientras lo llevábamos a su tienda, -¡cada vez que se encuentra a gusto, está a punto de diñarla!-.
-Loco, completamente loco-, -repetía mecánicamente Oso-, mientras los demás no podíamos por menos que reírnos del estado en quedó la elegante pluma que adornaba el gorro de Príncipe, después de su caída. Pero volvamos un poco hacia atrás. ¿Qué había sido de de Cerdo y sus compinches? “El amigo» de Príncipe, como burlonamente le llamaba Oso, les había sorprendido con igual rapidez y fuerza que lo hizo con nosotros. Cerdo, no dejó de maldecir durante la tormenta por lo que estuvo a punto de morir ahogado. Sordo se salvó por los pelos, ya que, siendo el último en enterarse de lo que se les venía encima; de no ser por la rápida intervención de _Selol, que lo sujetó por su cabello habría caído irremisiblemente al agua. Laif, Ocín y sus perros, tan inmutables como siempre se limitaron a sujetarse bien y no hacer ningún comentario sobre los acontecimientos, si bien es verdad que Cerdo los hacía amplia y sonoramente por todos. No tuvieron tanta “suerte”, con el tifón, como nosotros. Su balsa acabó dando vuelta; pasando un momento de auténtico peligro para todos ellos y mal lo habrían pasado, si no llega a ser por la rapidez del tifón en retirarse.
Con los restos del naufragio, como buenamente pudieron, hicieron una almadía, y en ella, como auténticos náufragos, y de no haber sido porque el tifón cambió su rumbo, acercándolos a tierra a una velocidad vertiginosa, y consiguiendo ponerse a salvo. Mala hierba nunca muere y hasta en esto tuvieron suerte. Poco habrían durado en caso contrario, pues prácticamente perdieron todos sus utensilios en el viaje, por lo que no les quedó más remedio que practicar el noble oficio de la caza, para poder subsistir. Cazar no era problema, pues todos eran expertos en el manejo del cuchillo y no digamos de las armas de fuego. Armas que no hubieran utilizado de sospechar lo cerca que nos encontrábamos; tanto que no tardamos en oír, en las primeras horas de la mañana siguiente, sus disparos. Hello, fue el primero en escuchar el ronco sonido. Pronto fueron a investigar; quedándonos Zoom y yo al cuidado del campamento. Su regreso no se hizo esperar y la mala noticia de nuestros visitantes corrió como un reguero de pólvora.
-Bien, no hay tiempo que perder, el enfrentarnos a esos desalmados como sería nuestro deseo no haría otra cosa que retrasarnos. Ignoro cómo han averiguado nuestras intenciones peor el hecho es que están ahí y no podemos permitirnos el lujo de enfrentarnos en un incierto combate que sin duda representaría bajas entre ambos bandos, impidiéndonos nuestro principal objetivo.
-¡Con qué, en marcha! A regañadientes obedecimos a Hello comprendiendo que tenía razón, pero bien sabe Dios que en otras circunstancias la cosa no terminaría en una súbita desaparición. Pronto el campamento fue recogido. Los tres mulos supervivientes fueron, quizá excesivamente cargados, pero no irían así por mucho tiempo ya que lanieve, a medida que avanzábamos, nos fue cubriendo; permitiéndonos usar los trineos y liberar de la carga a los mulos, que en lugar de llevarla a cuestas, la arrastraban siguiendo fielmente el camino abierto por Fox y Zoom en la cabeza del grupo. Así el peso no representaba ni la mitad de esfuerzo. El plano del curioso Sr. Nílotnip, se ajustaba con exactitud a los accidentes del terreno, lo que junto con la certeza de vernos seguidos por Cerdo y sus secuaces aumentó, si cabe, nuestro ritmo. De esta forma, comenzó una larga marcha en pos de las altas montañas del norte, que nos había de conducir al ansiado «Atnas Aniram»
Ante nosotros se ofrecía una vasta estepa tapizada de blanco. La nieve crujía, con ese sonido característico, bajo nuestros pasos.
Una ligera brisa hizo bajar la temperatura por debajo de cero grados y habría de pasar mucho tiempo antes de volver a superar esa barrera termométrica. Fueron varios días los que estuvimos caminando y gritando a los tercos mulos, para que avanzaran. La caza abundaba y bien el puñal de Oso, o el rifle de Hello, aseguraban las despensas.
Caminar por la nieve acaba siendo similar a hacerlo en el desierto la monotonía empieza a aparecer y las piernas se endurecen hundiéndose a cada paso. Con frecuencia, una caída hacía que tomáramos el aspecto de una croqueta de harina.
A medida que fuimos avanzando, la nieve se fue endureciendo; el termómetro marcaba lo siete grados bajo cero, y los abrigos de oso hicieron su aparición. Prácticamente nada de nuestro cuerpo quedaba expuesto al aire si exceptúo la nariz, la cual colorada como un tomate solía verse adornada con un molesto témpano. Las barbas poco a poco se volvieron blancas, haciéndonos envejecer varios años.
La monotonía del viaje, siempre rumbo al norte, comenzaba a ser exasperante.
El cielo, se empezó a cubrir de grandes nubes blanquecinas, que anunciaban la presencia de una fuerte nevada.
-Esto se va a poner feo, dijo Príncipe. -Zoom, larga un cabo y atémonos-. Fox quedó solo en la cabeza del grupo. De su grueso collar salía un cabo que agarraba a Zoom por la cintura y de éste al primer mulo; los cuales eran atados por el rabo, formando así una heterogénea línea, encabezada por: un perro, seguida de un hombre, continuada por un mulo y … bueno, así he dicho los tres animales que la componían.
No tardó en caer la nieve. El cielo crujió y un fuerte viento de cara que apenas permitía abrir los ojos comenzó a soplar. No se el tiempo que continuamos así; recuerdo que comenzábamos a subir, pensé en la cercanía de las montañas y me disponía a tirar del cabo cuando algo me envolvió; haciéndome rodar como una ola varios metros.
Sentí como la cuerda estrangulaba mi cintura, al punto de asfixiarme. Cuando casi estaba sin conocimiento, la cuerda se rompió, me fue imposible ver nada. Logré incorporarme, grité, pero fue inútil, busqué un refugio, más de seis veces caí al suelo. No pudiendo continuar, opté por envolverme en mi abrigo de piel de oso y agazaparme como puede. El tiempo que permanecí así, solo Dios lo sabe.
Por fin cesó la tormenta, miré a mi alrededor, grité, pero solo el viento se dejaba oír. Cuando llegó la noche el frio se hizo intenso. Temí quedarme congelado y gritaba, cantaba, daba palmadas y carreras, cayéndome y volviéndome a levantar como si estuviera borracho.
La primera noche fue eterna, cuando amaneció el frio se hizo insoportable, calculo que la temperatura bajó a los veinte o veinticinco grados bajo cero. Los pies no los sentía, las manos me dolían enormemente intenté superarme andar, hacer algo. Fue inútil, llevaba casi dos días sin comer únicamente bebí nieve, que me ardía en la boca; no pudiendo aguantar más caí pesadamente en la nieve esperando el inevitable final.
En pocos segundos, desfiló por mi cabeza, como tratando de encontrar una justificación a mi cercana muerte, desfilo por mi cabeza; – digo- , toda mi vida. Mis amigos, a los que supuse muertos o en mis mismas condiciones. Nuestro viaje y vive Dios que maldije la hora en que le comenzamos. ¿Cómo habríamos estado tan locos para emprender semejarte aventura?
No sé el tiempo que tuve consciencia de estas reflexiones, ni recuerdo nada más. De pronto: oí unas voces familiares …
-¡¡Raquet!!- parece que despierta.
-¡Raquet!, ¡Raquet!, unas cariñosas palmadas me hicieron volver en sí.
Sí, la carrera. Pero ahora descansa, ya tendrás tiempo de enterarte de todo. Al día siguiente me encontraba repleto de energías y con ganas de moverme.
Cuando me desperté , vi con alegría que todos estábamos en la gran tienda que servía de prisión, incluso Fox, el cual no tardó en restregarme su gran lengua por mi adormilada cara; lengua que muy posiblemente hubiera ido acompañada de la inevitable palmada de Oso, de la cual puede escapar debido sin duda a que mi estado, no era lo suficientemente bueno, como para aguantar semejante combinación de tormentos.
Después de un efusivo abrazo con mis compañeros de infortunio, Oso dijo:
El motivo de su ataque, no era otro que saquearnos y si ahora podemos contarlo, fue gracias a que su jefe el gran “Safaf ”, como ellos le llaman, quedó admirado de nuestra bravura.
Debo decir que: la belleza de las indias Ruaicor, era extraordinaria y me resultó curioso advertir la gran juventud de los miembros de la tribu; sin duda las duras condiciones de vida ejercían, implacablemente, una selección natural. Su jefe “el gran Safaf ”, que significa “vista clara”, era el que aparentaba más edad. Su morena cara llena de arrugas producidas por el aire y las muchas quemaduras del sol le daban un aspecto de un viejo de ochenta años pero en realidad no pasaría de los sesenta. Su tipi destacaba entre todos situado en una pequeña elevación de terreno, dominaba toda la tribu Ante su adornada muestra, dos briosos guerreros cuidaban de que no fuera perturbado su descanso.
Confieso que me quedé asombrado al verles evolucionar con su trineo de vela: el peso y la fuerza de Olef, eran inteligentemente utilizados por Nottob; alcanzando unas increíbles ceñidas, llegando a poner su trineo con dos o tres patines en el aire, aguantando el cuarto, en un alarde de equilibrio, el peso de toda la singular nave. Sus afilados cuchillos cortaban limpiamente el hielo, levantando a su paso una nube de cristales, que caían al lago con un alegre tintineo. Vamos a demostrar a esos salvajes lo que llevar un trineo, -dijo impetuosamente Oso-, animado por los fuertes ladridos de Fox. Varios indios se habían reunido al borde del lago para ver las evoluciones de sus favoritos. Cuando bajamos al lago con nuestros trineos, un aire de expectación, flotó en el ambiente.
Rodamos, botamos y fuimos deslizándonos cientos de metros antes de parar en aquella superficie helada. Cuando abrí mis amoratados ojos, una terrorífica visión me hizo reaccionar con la rapidez del rayo. El trineo de nuestros futuros rivales, Oleff y Nottob, lo teníamos, lanzado a una prodigiosa velocidad, prácticamente encima de nosotros. Salté tratando de apartar al inconsciente Zoom de su trayectoria, pero de poco hubiera servido mi intención, si los dos salvajes no hubiesen virado en última instancia, limitándose a rozarnos peligrosamente. Miles de cristales d e h i e l o c a y e r o n s o b r e n o s o t r o s , c e g á n d o n o s completamente; solo los gritos de júbilo de aquellos salvajes me sacaron del aturdimiento que nos aislaba. Y otro brusco frenazo me volvió a la realidad.
Hello semiarrodillado interrumpió mis palabras.
“-Jo-jo-jo, soy un viejo cazador-“ “-Jo-Jo-jo, muchas pieles cazaré y por ron las cambiaré-“ “-Y por ron las cambiaré”-, repetimos todos.
No creo que fuera por la belleza de la canción, incomprensible, por otra parte para aquellos salvajes, pero lo cierto es, que pronto fuimos cercados por curiosas cabezas, llenas de plumas y colgantes y reconozco, que me sentí contento de verme rodeado por aquellos indios y en particular por ciertas indias de largas trenzas y negros ojos, que sonreían mostrando alegremente su blancos y perfectos dientes.
Entre los admiradores descubrí al brujo Ocap, que tan bien había cuidado de mí , y como pude le invité a sentarse y compartir la cena. De su sorprendente bolsa, sacó una preciosa flauta labrada a mano y decorada con pinturas y se puso a tocarla, con singular destreza. El comportamiento de éste animó a los demás indios, que pronto con tambores palos, sonajeros y todo aquello que pudiese hacer ruido, se unieron a la improvisada fiesta. El tono de la canción iba subiendo y las agudas voces de las preciosidades que nos acompañaban, mezcladas con los vozarrones roncos y fuertes de todos nosotros , se alzaban el limpia noche de las montañas.
Debo confesar, que tanto m i s c o m p a ñ e r o s c o m o y o , h a b í a m o s o l v i d a d o completamente que estábamos prisioneros, más bien parecía que celebrábamos una buena caza en la taberna del Feo. Cuando más animada estaba nuestra fiesta algo vino a interrumpirla definitivamente. Los indios, que por cierto iban entonando perfectamente el estribillo a excepción de Ocap, que lo alargaba hasta el punto de no darle tiempo a entonar la letra; los indios, -digo-, se pusieron en pié y a la carrera se dirigieron a la entrada del poblado.
Un numeroso grupo de jinetes dando muestras de alegría y triunfo, entraban en el campamento. Nos acercamos con curiosidad. Safaf iba a la cabeza. Vistosas pinturas de guerra decoraban el rostro de todos ellos.
Cual no sería nuestra sorpresa al comprobar el motivo de su alegría. Atados en sendos caballos, como si fueran sacos, venían: Cerdo, Selol, Ocín, Life y Sordo.
“EL ACUERDO”



Por todos los dioses, que me pisen cien búfalos si esos no son…
– Lo son, -dijo Hello-, cortando la común sorpresa, también expresada por Oso.
Efectivamente, pronto fueron arrojados, inconscientes, en la fría nieve: Sordo, Cerdo y Ocín. Life y Selol, maltrechos y con amplias señales de lucha en sus cuerpos, permanecían en pie, inmóviles junto a sus compinches.
Pasada la primera sorpresa, pude observar que no había sido fácil cogerlos. Algunos indios venían colgados de sus caballos y otros muchos, traían bien visibles en sus cuerpos las señas de la fuerte lucha que debía de haberse desarrollado.
Poco tiempo habrían durado tendidos en el suelo pues el forzudo Olaf y su inseparable Nottob, se disponían a coleccionar sus cabelleras sin ninguna contemplacion. Una intraducible arenga les contuvo. El gran Safaf hizo un gesto, que no fue muy bien acogido por los improvisados “barberos”, pero el respeto al Jefe era grande y maldiciendo como, como en ellos era costumbre, abandonaron el lugar.
No sé si fue la casualidad o el destino peo la verdad es que cuando me disponía a partir, el tiempo cambió, grandes nevadas e increíbles feos cayeron sobre estas montañas. El intentar abandonar el refugio de los Ruaoicor era una temeridad. La tormenta duro meses y en ellos cambiamos de campamento buscando lugares más seguros Durante ese tiempo aprendí mucho de los indios, su fortaleza, su resistencia ante las más duras adversidades. Fue algo que admiré y sigo admirando.
En un día de fuerte tormenta salvé de una suerte cierta a una joven india, -la mirada de Feni que dirigió a Flor de Hielo, nos hizo comprender que era ella la india salvada-. Aquel acto me valió el agradecimiento de los Ruaoicor y no tardé mucho en convertirme en su hermano de sangre.
Todas estas cosas me fueron atrapando día a día. Aprendí sus costumbres: cacé con ellos participé en sus fiestas, así como en sus escaramuzas. Ellos me enseñaron su lengua y yo hice lo propio con la mía. Y les diré que no me arrepiento de haberme quedado. No señor; tendríamos mucho que aprender de estos indios a los que la “civilización”, a la cual pertenecí, califica de salvajes. Inhalando fuertemente su pipa y esperando a que se disipara el humo continuó: pues bien, esta es la historia de un cazador y aventurero que ha encontrado su familia entre un puñado de indios salvajes.
Por nuestra parte -Hello- , no tardó en contarle el motivo de nuestra expedición. -Feni escuchaba con gran atención-. En más de una ocasión creía que iba a interrumpir a Hello, con alguna pregunta, sobre todo cuánto éste le contó, la historia de Cerdo y sus compinches. No obstante, se mantuvo en silencio, esperando a que Hello, terminara y a juzgar por su aspecto, pareció quedar satisfecho. Cuando Hello hubo puesto al corriente a Feni, éste se dio por enterado y a durando las últimas chupadas a su vistosa pipa, que empezaban a coincidir con los broncos ronquidos de Zoom, se dio por terminada la reunión, quedando emplazados para reunirnos a la tarde del día siguiente.
Al salir del tipi pude ver cómo el día empezaba a robar la oscuridad de la noche La charla con Feni había sido tan interesante que ninguno de nosotros, – con las excepción de Zoom-, se había percatado de lo avanzado de la hora. Aquella noche, a pesar de que las muchas emociones del día se agolpaban en mi cabeza no tardé en caer dormido como un tronco. Cuando desperté, Príncipe estaba a punto de salir de la tienda…
-Buenos días Príncipe …
-Hola Raquet, me disponía a visitar a nuestros viejos amigos creo que no esta de más que nos informémos de sus planes.
-Te acompaño al momento, -le contesté-.
-No tardamos en atravesar el poblado; la actividad empezaba a ser notoria. Pronto dimos con la tienda donde estaban: “Cerdo” y los suyos, custodiados por dos fornidos guerreros que si bien hicieron ademán de cortarnos el paso, a una indicación de mi benefactor Ocap, -que también allí se encontraba-, nos dejaron pasar.
-Buenos días señores, dijo Príncipe. La sorpresa, pintada en el rostro de todos ellos era evidente. Selol, fue el primero en reaccionar.
-!Qué sorpresa!, ¡Príncipe y Raquet! en persona,
¿cómo demonios habéis venido a parar aquí?.
-¡Vamos …!, corté de raíz tanto cinismo.
-Sabéis de sobra porqué estamos aquí. El motivo es el mismo que el vuestro, pero el fin es bien distinto. En pocas palabras les conté la suerte que nos esperaba y la necesidad de una tregua momentánea, pues solamente unidos tendríamos la ocasión de salir con bien del poblado. Así que lo que propongo, -les dije c o n t e n i e n d o m i i n d i g n a c i ó n – , e s u n p a c t o momentáneo. Una vez fuera ya habrá tiempo de solucionar nuestras rencillas.
Príncipe fue quien, con una diplomacia digna de encomio, puso al corriente al resto del grupo. Como sospeché, a Oso sólo le faltó explotar de indignación. Zoom, tampoco fue partidario, pero Hello que escuchó, atentamente, acabó por estar de acuerdo.
“LA CARRERA”



El estofado de carne no pudo resultar mejor. Incluso Oso, felicitó a Zoom, por la deliciosa comida preparada y si no fuera por los colorados, -que el aire de las montañas había puesto en nuestros rostros-, hubiese jurado que ante tanto elogio el buen Zoom, no pudo por menos que sonrojarse. Una vez satisfecho el apetito de los comensales y mientras Fox apurando sus últimos huesos de venado se quedaba de guardia; para evitar sorpresas en los trineos el día de la carrera, decidimos dirigirnos a la tienda de Feni.
El sol caía oblicuamente sobre la placa helada y su reflejo resultaba cegador. Pronto izamos el palo y si pensarlo dos veces, se dispuso que Zoom y yo, conduciríamos el trineo. Hello fue quien lo decidió, aconsejado por Príncipe, mientras que Oso, -aunque quizá algo decepcionado-, permaneció, raro en él, tan silencioso como el propio lago. En efecto, por la mañana habíamos sido Zoom y yo quienes logramos imprimir más velocidad a nuestro patín a vela. De todas formas la importante baza que jugarían Hello y Oso el día de la carrera, tendría que ser decisiva; esto sin contar con Cerdo y sus compinches, quienes y como ya se ha explicado; por esta vez habrían de prestarnos, en bien de todos, una valiosa ayuda.
El trineo de Feni era bastante más ligero que los nuestros y sin embargo, su vela era la mayor que habíamos visto.
Ésto fue lo que decidió a Hello y a Príncipe, confiarnos su manejo, ya que si bien, aparentemente no podría soportar el corpachón de Zoom, éste sin embargo, sería de vital utilidad en caso de que ese día soplara un fuerte viento, baza en la que confiábamos ciegamente, ya que técnicamente los dos Ruaoicor: Olaf y Nottob, nos superaban ampliamente; pero si el viento soplaba con fuerza, sería cuestión de potencia y agallas, y en esto estábamos a la par. La prueba del trineo de Feni, no pudo ser más satisfactoria, a pesar del poco viento que había, a la caída de la tarde nos deslizamos más rápidamente que en nuestro ensayo de la mañana.
Con una satisfacción plena y la seguridad de que unidos lograríamos ganar a aquellos salvajes que lucharían entre ellos, lo mismo que lo iban a hacer con nosotros, recogimos el trineo, plegamos cuidadosamente la enorme vela y dirigimos nuestros pasos al tipi donde todos empezamos la desagradable tarea de afilar las cuchillas de los patines al máximo; cuando logramos sacar el filo adecuado, protegimos las cuchillas con finas pieles, para evitar la mínima oxidación producida por las bajas temperaturas de la noche. No me gustaría estar en el pellejo del que caiga debajo de unos de estos cacharros, -dijo Oso-.
– Pues apréndete bien la lección Oso, porque como caigáis alguno …, posiblemente los cuchillos de los Ruaoicor están tan afilados como nuestros patines. Estas palabras de Príncipe, quedaron sin contestación. los pocos días que quedaban hasta la carrera, pasaron rapidísimamente. Nuestra única ocupación fue entrenar y mejorar nuestra técnica y velocidad, bien asesorados por Iref y Feni; los cuales se implicaron con nosotros, como si fueran ellos mismos los que hubieran tenido que participar en la carrera que nos esperaba.
-Adelante Selol, no perdamos el tiempo, -dijo Laif-.
-Selol tomó un palo y adoptando una pose muy doctrinal, dibujó en el suelo el mapa del lago, y el del que iba ser el recorrido de la c arrera. Bien, éste triángulo es aproximadamente el plano de la prueba. La situación es la siguiente: si os fijáis, se trata de un triángulo escaleno, en cuyo ángulo más agudo se encuentra la salida. Ésta está delimitada por una bandera en el interior del lago, y por tierra, en el otro extremo, justo aquí -dijo haciendo un círculo en la arena con su palo-, el Jefe Safaf dará la salida. Pues bien, calculo que seremos once los trineos en tomar parte, a juzgar por los que he venido observando practicar en el lago.
Sin más incidentes comenzamos a bajar los trineos al lago. Aún faltaban algunas horas para el mediodía, momento en el que se daría la salida, pero la animación era grande. Hombres, mujeres engalanadas ellas, y fuertemente armados ellos, se agolpaban a lo largo de lo que era la recta de salida. Sus tambores no dejaban de sonar. Una gran tienda presidía todo aquel jolgorio. En ella, como luego comprobamos, se encontraba el Gran Safaf y sus más inmediatos allegados: Feni y Ocap, además de viejos guerreros que constituían el consejo de la tribu y el jurado de la carrera. También me pareció distinguir a Iref, ataviado para la ocasión como sólo él era capaz de hacerlo.
-De todo su conjunto destacaré: un cinturón con una hebilla de diente de búfalo de increíbles dimensiones-. Lanzas, pieles, cintos, junto con el resonar de los tambores y cánticos daban un aspecto de fiesta multicolor.
Nos fue fácil distinguir a Cerdo y sus compinches. Habían madrugado y estaban practicando -torpemente asesorados por Selol-. Entre los juramentos de éstos y las risas de los indios, montamos los dos trineos; la vela prestada por Feni destacaba del resto. Al tiempo que empezamos a deslizarnos lo hicieron Olaf y Nottob fuertemente vitoreados por el resto de la tribu. Indudablemente, serían el enemigo a batir, sin olvidar a los otros seis trineos que diestramente, también, evolucionaban por la superficie helada.
Faltaba escasamente una hora para el comienzo. El viento soplaba ligeramente pero iba en aumento, lo que nos mantenía expectantes, -pues ya he aclarado- la necesidad que teníamos de un fuerte viento, máxime con la vela que portábamos, que si bien haría más peligrosa la conducción del trineo, también le imprimiría a éste una mayor velocidad y no teníamos más remedio que jugarnos todo a esa baza. Los trineos se movían con soltura y rapidez, si exceptuamos a dos bien conocidos por todos. Iniciamos un largo y pronto Zoom y yo dejamos atrás a Hello y Oso. No cabía duda, la calidad del trineo quedaba demostrada. Al pasar cerca de una baliza, me llamó la atención la presencia de gran cantidad de antorchas, limitando el sitio donde deberíamos efectuar la virada. Inmediatamente recordé el !eclipse¡ que debía producirse; el cual mantenía a Príncipe fascinado, mirando y volviendo a mirar a el sol, corriendo el peligro de quedarse completamente ciego. De repente todo el ruido producido por cánticos y tambores cesó. Dirigimos los trineos hacia la salida donde se apiñaban el resto de los rivales, -incluidos Cerdo y sus compinches-. En medio de un gran silencio aparecieron en escena el Gran Safaf, acompañado de los miembros del consejo y jurado. Los trineos se fueron colocando en línea. Una cuerda unida a la primera de las balizas, por un extremo y a tierra por el otro, impedía que nadie se adelantara.
¿Nos los vamos a tragar?, -me gritó Zoom-.
Una explosión de ruido, gritos y toda clase de tambores, se desató, como queriendo vengarse del tiempo en que habían permanecido mudos. Haciendo pasar el trineo apoyado en una sola cuchilla ente la baliza y el patín de Cerdo y Sordo, -que habían empezado a moverse, dejando el pasillo convenido, pero sin tiempo para cruzarse por completo- . Con gran riesgo de abordarles y llevándonos por delante varias de las antorchas que esperaban ser encendidas, realizamos la más fantástica de las salidas. Cerdo y Sordo, cruzaron su trineo al igual que Laif y Ocín, lo hicieron con el suyo, permitiendo éstos, hacer también buena la salida de Hello y Oso. Pero el truco no fue completo, por el centro, y sin tiempo para dejarse atrapar, se colaron Nottob y Olef, seguidos de otros dos trineos más. Cerdo cumplió su parte mejor de lo que esperábamos todos, pues el susto -que él y Sordo-, recibieron, al vernos prácticamente encima suyo, les hizo agilizar la maniobra, de tal modo, que logró embestir a sus rivales más próximos.
Zoom y yo, no pudimos por menos que mirar al cielo , buscando su conocido origen. Este despiste lo pagamos caro, pues el trineo Ruaoicor, más próximo, se emparejó durante un momento al lado nuestro, adelantándonos a continuación, ¡impunemente!. Sus gritos de alegría sólo podían compararse a la decepción que nos embargaba. Pero no acababan aquí los problemas. El lago se había vuelto oscuro y el hielo, como el buen Feni pronosticó, se endureció rápidamente. El fuerte viento fue aumentando paulatinamente y fuimos sobrepasados por el trineo de Nottob y Olef. Y también hasta un tercer trineo indio nos hubiera dado alcance, de no ser por la hábil maniobra de contención de Hello y Oso, dificultándoles el paso. Al fondo distinguimos una llamarada, punto inequívoco de la tercera baliza, en la que completaríamos la primera vuelta. A medida que nos acercábamos, sin variar posiciones, la luz, que al principio era sólo un punto, se convirtió en un gran resplandor, en el cual ya se oían los gritos ensordecedores los, llamémosles: “insólitos espectadores”. Gritos que se vieron redoblados al comprobar que los dos primeros trineos, prácticamente emparejados, eran ¡trineos Ruaoicor!
¡Qué tercera baliza…! Notob y Olef, en franca recuperación de la sorpresa que tuvieron en la salida, sólo habían necesitado una vuelta para volver las cosas a su lógico orden. Y ahora, en medio de una impresionante colada, se metieron entre las llamas de la baliza y el trineo Ruaoicor, que apenas se había abierto un poco para iniciar el tercer viraje. esta arriesgada maniobra salió bien,
incluso nos benefició, pues obligó al segundo trineo a abrirse, perdiendo el control y dándonos tiempo a nosotros, -junto con Hello y Oso- y el tercero en discordia, a colarnos cómodamente en la segunda, tercera y cuarta plaza, respectivamente. La oscuridad era total y estábamos a punto de perder de vista a Notob y Olef, que se daban ya por inalcanzables, cuando algo inesperado se puso de nuestra parte. Nunca creí que me alegraría video las feas caras de Ocín y Laif, pero ¡allí estaban!, tratando de tomar aún su primera balízame cosa que no les iba a ser fácil pues por alguna extraña razón navegaban en sentido opuesto a ésta, o lo que es lo mismo de frente al trineo de Nottob y Olef. La colisión hubiera sido tremenda y los gritos de horror de ambos trineos no se hicieron esperar. Un increíble viraje en último extremo -por parte de ambos trineos- les hizo cambiar el rumbo dirigiéndose hacia tierra a gran velocidad y apareciendo como por encanto a escaso metros de la zona donde entre otros muchos, se encontraban: Príncipe, Selol y los maltrechos Sordo y Cerdo.
-¡Por todos los diablos, nos van a pasar por la quilla! – gritó Selol-. De nuevo la habilidad de Nottob y Olef, evitó el choque, volviendo, aunque retrasados a la prueba. No tuvieron tanta suerte Laif y Ocín, que embistieron sin remisión a todos los allí presentes; dejando su trineo clavado tierra y saliendo ellos despedidos por encima de plumas y tambores yendo a para a los pies del Gran Safarf que imperturbable ante este hecho, se limito a pasar su gran pipa al miembro del consejo más próximo, dirigiendo su mirada hacia los que aún quedábamos en la carrera.
La primera baliza de la segunda vuelta, volvimos a tomarla en cabeza y ante la proximidad del trineo Ruaoicor, que aún nos inquietaba, Hello y Oso, no pudiendo “sujetar”, por más tiempo su marcaje, se decidieron a embestirle. Una arriesgada maniobra, en la que se jugaron el todo por el todo. Los gritos de Oso destacaban entre los lamentos de los Ruaoicor, medio chamuscados, pues en la colisión se llevaron la baliza con antorchas, indios y todo lo que pillaron por delante. -La luz del día volvió a irse imponiendo a las tinieblas del eclipse-. Mientras, completamente agotados, palpitándonos el corazón salvajemente, nos dirigíamos al segundo viraje. Pudimos ver la gran recuperación de Nottob y Olef, que de nuevo se acercaban peligrosamente y esta vez no parecía que se iba n a dejar sorprender. Cuando viramos buscando la última empopada, la luz era casi total. Ahora no separábamos la vista de la última baliza, que aún humeante daba la sensación de que se alejaba, aumentando desesperadamente el recorrido final. Nottob y Olef, también habían virado, ya nadie quedaba en la prueba. A los accidentados trineos, se unieron el abandono de otros dos, pues la distancia que les sacábamos era inalcanzable. Así pues, de los once trineos que comenzamos, sólo dos permanecíamos aún en la carrera.
Zoom miraba constantemente preocupado la última baliza, en la cual pudimos observar cómo Nottob y Olef habían desplazado al trineo que les precedía, en la primera vuelta, sacándole prácticamente del lago. Ahora la situación se repetía y para nuestra desgracia, pasábamos a
ser nosotros los protagonistas. El sol brillaba completamente libre de sombras, los gritos del arrebatado público, a pesar de la concentración a que estábamos sometidos, se hicieron ensordecedores. ¡Qué final…! Prácticamente emparejados llegamos a la última baliza.
¡Por mil tripas de lobas hambientas! Medio atontado apenas podáis distinguir la procedencia de semejantes alabanzas, cuando un fuerte golpe a modo de felicitación, en mi maltrecha espalda, me devolvió a la realidad. Oso, Hello, Príncipe, todos rodeaban, -incluidos Cerdo y sus compinches- , el amasijo de troncos astillados, resultado del apretado fin de carrera.
¡El resultado es éste!, -dijo Oso- elevándome a un metro del suelo.
-¡Yheeee!. Un grito de alegría brotó de nuestras gargantas, hábilmente esquivé una palmada de Oso y un abrazo de Zoom, el cual dentro de la confusión que reinaba, abrazó al Cerdo con todas sus fuerzas y este hizo lo propio, permaneciendo así varios minutos, con resultado nulo. Pronto todo el poblado estalló en gran fiesta, las hogueras se encendieron y en el centro del campamento se elevó un impresionante fuego, alrededor del cual las lindas Ruaoicor, bailaban interpretando danzas de guerra y de amor. Los trozos de venado pasaban de boca en boca.. Príncipe encendió su flamante pipa conversando junto a Hello, con el que había sido artífice del triunfo, el buen Feni. La situación estaba salvada. Permanecimos toda la noche bailando, bebiendo y riendo. Pude ver a Olef sentado aisladamente con Nottob, no queriendo participar de algo que pensaban se haría en su honor. Por Feni fuimos informados que podíamos permanecer en el poblado el tiempo necesario para reponer fuerzas, y conseguir las provisiones tan necesarias, en aquellas latitudes para continuar nuestro viaje. Hello planteó la situación a Cerdo y los suyos. La respuesta de éstos por rápida, me resultó poco convincente. Parecía que renunciaban a continuar y emprenderían regreso a tierras menos inhóspitas. Permanecimos dos semanas con los Ruaoicor. Aprendimos sus costumbres en intercambiamos regalos. La pipa de Príncipe, encantó a Feni, ya que si bien se trataba de una pipa más convencional que la suya, constituía un recuerdo de la civilización que dejó atrás; demostrándonos la posibilidad de que algún día volviera a ella. Cerdo y compañía emprendieron su anunciado regreso al cuarto día. La despedida fue seca, y si algún atisbo de entendimiento, pudo dejarse ver en las dificultades que nos unieron en la carrera, éste se esfumó con su despedida.
– Un ¡nos volveremos a ver! -de Cerdo-, dejaba en el aire la posibilidad de un segundo encuentro.
Los diez días restantes los empleamos en repasar el mapa de Feni; el cual nos presentó al mejor constructor de piraguas de la tribu. No hay que olvidar que en la época de verano, el lago rompe su cortina de hielo, permitiendo a los Ruaoicor pescar en sus aguas, lo que les había convertido en consumados expertos de las canadienses.
“Azrole” era el nombre del enorme guerrero Ruaoicor, que nos demostró cómo la maña no va reñida con la fuerza. Con él estuvimos tensando y secando pieles, doblando escogidas ramas que hábilmente unía con fuertes nudos. El resultado era excelente: Una canoa ligera y capaz de transportar a dos hombres con su correspondiente equipo. Unicamente, embarcaciones construidas con pieles podían ser fácilmente transportadas a través de la Cordillera Negra, que esperaba pacientemente a los arriesgados expedicionarios que osaran adentrarse en sus dominios. Azrole insistió en que montáramos y desmontáramos cien veces la piragua. Confieso que llegó a cansarme tanto, montar y desmontar, pero debo reconocer que cualquiera de los cinco componentes de la expedición era capaz de armar la canoa con los ojos cerrados. Parecía mentira que un hombre con la habilidad de Azrole y con su enorme fuerza, permaneciera siempre ocupado en sus trabajos, sin tomar parte directamente de la intensa vida de los Ruaoicor. La respuesta habría que buscarla en las tres maravillosas indias que compartían con él su tipi. Ellas le mantenían lo suficientemente ocupado como para perder su precioso tiempo en otras menudencias. Un día, el buen Ocap me explicó interminablemente, como Azrole, uno de los mejores guerreros de la tribu había renunciado a su mando, prefiriendo su sedentaria vida de casado, -no sé si será esta la mejor palabra- y dicho sea de paso no parecía que le sentara mal aquel matrimonio compartido, pues muy a gusto pesaría los ciento diez kilos, bien disimulados por su gran altura.
Las enseñanzas de Azrole, no solo se limitaron a la construcción de canadienses. La canadiense diseñada por él medía unos cinco metros de eslora, por casi un metro de manga en su centro. Estas dimensiones permitían un rápido y silencioso desplazamiento en aguas tranquilas como eran las del lago. Teniendo su línea de flotación bastante alta, se convertía en una bañera de gran estabilidad. Hello explicó, por mediación de Feni, quien conocía sobradamente el Sabuc, las características del rio. Por lo que su tradicional canadiense sufrió algunos cambios haciéndola más lenta con bordas más altas, e inventando un revolucionario sistema “bota-aguas”, sin el cual no hubiéramos durado un minuto en los rápidos del Sabuc. El manejo de la canadiense, seguido por los Ruaoicor, resultaba incómodo al principio, pero terriblemente práctico a la hora de navegar. Arrodillado y sentado sobre los talones, con la cadera ligeramente inclinada hacía una u otra banda, lograban escorar la canadiense de forma y manera que la tendencia a torcerse, cuando un solo remero la tripulaba, quedaba compensada con el impulso del remo, unas ligerísimas pero fuertes pagallas de fresno, también talladas por Azrole.
Pero Azrole no era el único que sabía de canadienses entre los Ruaocicor. Según nos contó Feni, uno de los más revolucionarios remeros de la tribu, no era otro que el mismísimo Ocap. En cierta ocasión, mientras merodeaba por las frías aguas del lago , buscando algún pez para sus brebajes, decidió aplicar una teoría que hacía tiempo le rondaba por la cabeza, ¡la de los trineos a vela! La idea era aprovechar el viento con una vela, lo mismo que hacían cuando el lago se helaba. Diseñó una canadiense, sin la aprobación de Azrole, para el cual sólo la fuerza del remo de impulsar las canoas pues si bien, éstas demostraban ser muy estables, al instalárseles una vela, ya no lo eran tanto.
No obstante, Ocap tuvo bastante éxito con su pequeña vela. Desgraciadamente para él, el invierno andaba cerca y el lago comenzó su rápido proceso de solidificación. Lejos de desanimarse, incorporó a su canadiense, una especie de patines, además de otra vela, desproporcionadamente grande. Después de algunas pruebas, realizadas en secreto por Ocap, aunque divertidamente espiadas, por Feni y Azrole, decidió convocar al Gran Safaf y al consejo, así como a los mejores guerreros de la tribu, para mostrar lo que según él, iba a dejar anticuados a sus más briosos caballos, -en lo que aparentemente parecía ser el medio más rápido de desplazamiento a través de la nieve-.
La expectación fue máxima. Tengamos en cuenta que los Ruaoicor son una tribu nómada por lo que la posibilidad de viajar más rápida y cómodamente resultaba siempre muy interesante. Si excluimos a los caballos, que seguramente intuían el resultado de la prueba -continuó divertidamente Feni-, toda la tribu, además de nosotros mismos, se había reunido en la falda de la montaña. La tarde era fría y el viento intenso. Ocap, ayudado por jóvenes guerreros había subido su extraño armatoste en lo alto de una fuerte pendientes que dominaba el campamento Allí estaba saboreando su triunfo Todo el mundo exclamó un ¡oh…!” de admiración, cuando después de hacer un saludo a la tribu, -que bien pudo ser el último-, se introdujo en su trasto y comenzó a deslizarse a gran velocidad. La vela se hinchó con fuerza al primer golpe de viento y como una flecha se dirigió hacia nosotros.
Inútilmente trató Ocap de cambiar su dirección. Con todo el trapo hinchado se nos echó encima obligándonos a tirarnos al suelo para esquivarlo. Pero no contento con eso después de haber atentado contra el Gran Safaf y su consejo, siguió bajando camino del campamento y a unos treinta metros de las primeras tiendas, tomó impulso en una pequeña elevación del terreno, qué le catapultó pasando, como un pájaro, limpiamente los dos primeros tipis, yéndose a estrellar contra un tercero. Concluyendo de esta manera lo que se ha llamado: “el vuelo de Ocap”. Del tipi no quedó nada, del artilugio menos, y del pobre Ocap, un par de huesos rotos y unos meses de inactividad por delante, terminaron con sus avanzadas ideas, en lo que al arte del desplazamiento se refiere. Cada vez que recuerdo aquella escena, con el Gran Safaf y su consejo por los suelos y al buen Ocap volando por encima del campamento, sin que le diera tiempo a articular palabra, no puedo por menos que echarme a reir.
Nuestra estancia con los Ruaoicor, a medida que pasaba el tiempo se hacía más agradable. Hacía casi tres semanas que llevábamos viviendo con ellos y apenas me parecían dos días. Aquella noche Hello y Príncipe conversaron ampliamente con Feni y el resultado no se hizo esperar…
¿Alguna pregunta que hacer… Príncipe, Zoom, Raquet, Oso?. Bien -concluyó Hello-, si no hay preguntas, propongo que llenemos el estómago y vayamos a dormir. Mañana nos espera una dura jornada.
“ALUD”
El día amaneció frio pero sin ninguna nube en el horizonte. Después de un ligero desayuno, salimos del tipi y preparamos el equipo. Prácticamente llevamos lo indispensable, pues moverse en la montaña es lo suficientemente difícil, como para complicarlo con mayores cargas.



Entre Zoom y Oso portaban las tres piraguas que perfectamente plegadas por Azrole, habríamos de utilizar en el Sabuc. Hello, Príncipe y yo, fuimos los encargados del armamento, provisiones, etc. etc. El Gran Safaf en persona fue a despedirnos. Una arenga indescriptible a la que contestamos con un saludo indio enseñando las palmas de las manos en señal de amistad, puso fin a nuestra estancia con los Ruaoicor. Durante las primeras horas de marcha, Feni y Oc ap fueron acompañándonos mostrándonos el camino más seguro, por fin…
El comentario de Oso hizo reír hasta al buen Zoom, que extasiado, continuaba tumbado en la nieve, perfectamente cuidado por Fox.
Después de encontrar un buen sitio para amarrar, las cuerdas, cogimos a Fox y envolviéndole en una fuerte piel, que atamos a la primera cuerda, lo hicimos bajar poco a poco. El perro medio asustado medio sorprendido por esta nueva locura, que no alcanzaba a comprender, bajaba con las orejas gachas y emitiendo ligeros gemidos de protesta.
D e p r o n t o … ¡ B r o o o o m – B r o o m ! U n b r a m i d o impresionante, estalló en el cielo.
-¿Qué ha sido eso? -preguntó Principe-. ¡Dios mío!, apenas pude articular palabra, Zoom se incorporo de un salto. Hello y yo estábamos paralizados viendo cómo la montaña avanzaba hacia nosotros.
-¡Alud! ¡alud! El grito de Zoom hizo que saliéramos del hipnotismo causado por el increíble espectáculo que supone ver el avance de miles de toneladas de nieve, por no decir de la montaña completa, que se nos venía encima, como si de una ola se tratara.
¿Alud…? -preguntaron Oso y Príncipe al unísono- sin que acertaran a imaginar la gravedad de lo que estaba pasando.
Los primeros copos de nieve, como si fueran las gotas que preceden al chaparrón, pegaron en mi cabeza, cuando todavía estaba descendiendo. El ruido dentro de aquel abismo de hielo, multiplicado pro el eco, era ensordecedor. Ya casi estaba abajo, cuando el alud se encargó de desprender, el que parecía solido agarre, haciéndome caer a plomo los tres últimos metros. Gracias a Dios la caída fue en blando y los brazos de Zoom y Oso se comportaron como el mejor de los colchones. ¡Cuidado, apartaros! – grité-. Aún no había puesto los pies en el suelo y estaba rodando por la pendiente que formaba la grieta, que como bien indicó Príncipe, se dirigía exactamente hacia el Norte.
La grieta, silenciosa y misteriosa, se había convertido en una ruidosa cascada de todas las cosas con que el alud iba obsequiándonos. Sin parar de correr, tropezando aquí, cayendo allá, huimos de una muerte cierta.
Una larga lengua de nieve iba poco a poco comiéndonos terreno. Al doblar una curva, del cada vez más angosto túnel, por el que transitábamos, apareció ante nuestros ya poco impresionables ojos…, una inmensa galería helada que a punto estuvo de dejarnos paralizados. Pero no estaban las cosas para entretenernos con paraditas , y aquel titubeo fue lo suficientemente grande, como para venos envueltos en una ola de nieve y piedras, con la que hicimos una entrada triunfal y ruidosa, en aquel santuario de hielo, con apariencia de nos haber escuchado en sus existencia ni no el más leve zumbido de una mosca.
Este retumbar, tuvo sus inmediatas consecuencias: ¡una lluvia de carámbanos! increíblemente afilados, se desprendían del techo de la galería. El nuevo peligro que vino a amenazarnos la verdad es que pasó desapercibido, pues bastante teníamos coser arrastrados por la nieve, rodando como pelotas, para tener que ocuparnos de esquivar los afilados aguijones, que caían del techo. en esta situación continuamos hasta que afortunadamente la cosa fue remitiendo, permitiéndonos respirar un poco entre trago y trago de nieve. Efectivamente, la amplitud de la galería hizo esparcirse a la lengua de nieve logrando que fuera perdiendo su intensidad. Además -¡el alud de Príncipe!- como Oso, iba a bautizando a todos los fenómenos de la naturaleza, que ponían en peligro nuestras vidas., el alud de Príncipe -digo-, estaba afortunadamente para todos pasando de largo y esta pequeña muestra que había tenido la “delicadeza” de dejarnos, tocaba a su fin. permanecimos tumbados semiconscientes.
Los ladridos de Fox, que había logrado escapar de la avalancha, hicieron que me incorporara de un salto. A mi lado, aturdidos pero con buen aspecto, teniendo en cuenta que llevábamos media hora de revolcones carreras y saltos, estaban Zoom y Oso. Príncipe se encontraba a unos treinta metros más adelante , pero… ¿y hello?. ¡Hello no estaba! Recorrí rápidamente la galería con la vista, girando en redondo, sobre mis talones pero todo lo que alcanzaba a ver era nieve.
El sueño se adueñó de la situación y pronto todos roncábamos a pierna suelta -incluido Fox-, en aquellas profundidades heladas llenas de misterio. La mañana con sus rayos de luz se encargó de devolvernos a la vida uno a uno. Todos pudimos observar como Príncipe tenía razón, una vez más. La claridad era posiblemente mayor que la que habría fuera. Este fenómeno, nunca me lo pude explicar y en la actualidad sigue siendo un misterio para todos. Después de apurar el improvisado desayuno, decidimos buscar una salida la agujero en el que nos encontrábamos.
-El norte está por allí, -indicó Hello- y parece que el camino está libre con que adelante. Con muchas precauciones emprendimos la marcha. El suelo era sumamente resbaladizo, pero tengo que reconocer que el e spec t áculo era fasc inante L os c arámbanos que peligrosamente pendían del techo, al hacerse éste más bajo formaban maravillosas columnas de hielo, con caprichosas formas, a cada cual más extraña.
En realidad, tanto un túnel como el otro nos ofrecían las mismas seguridades, esto es: ninguna. Conque no teniendo nada que reprochar y desde luego dando la razón a Oso en lo que se refería, a quién nos había metido en el hoyo en que nos encontrábamos, le seguimos sin más dilación. El túnel amplio al principio, fue poco a poco estrechándose. La sensación de estar enterrados vivos, se hacía cada vez más insoportable. Apenas cruzamos palabra alguna. El ruido producido por nuestra marcha se iba a convertir en el único compañero de viaje durante más de tres kilómetros de interminable túnel. Finalmente todas la esperanzas infundidas por la larga caminata, que parecía indicar llevarnos a alguna parte, se vieron rotas al doblar un recodo y ver que el túnel terminaba bruscamente en una impenetrable pared de hielo.