C A P I T U L O VII

“ALUD”

El  día  amaneció  frio  pero  sin  ninguna  nube  en  el horizonte. Después de un ligero desayuno, salimos del tipi y preparamos el equipo. Prácticamente llevamos lo indispensable, pues moverse en la montaña es lo suficientemente difícil, como para complicarlo con mayores cargas.

Entre Zoom y Oso portaban las tres piraguas que perfectamente plegadas por Azrole, habríamos de utilizar en el Sabuc. Hello, Príncipe y yo, fuimos los encargados del armamento, provisiones,  etc. etc. El Gran Safaf en persona fue a despedirnos. Una arenga indescriptible a la que contestamos con un saludo indio enseñando las palmas de las manos en señal de amistad, puso fin a nuestra estancia con los Ruaoicor. Durante las primeras horas de marcha, Feni y Oc ap fueron acompañándonos mostrándonos el  camino  más  seguro, por fin…

  • Bien amigos, ha llegado el momento de la despedida. Os pediría que renunciarais al intento, pero vuestra convicción es grande. ¡Suerte! nos estrechamos  uno  a uno las manos, y Oso se encargó de enganchar a Ocap, cuando estaba a punto de dedicarnos uno de sus mejores bailes de despedida. El formidable apretón impidió al buen Ocap hacer ningún movimiento que no fuera otro q ue el necesario para mantener el equilibrio.
  • Definitivamente solos, continuamos en la dirección que nos había señalado Feni, aprovechando al máximo las escasas horas de luz de que disponíamos. Fox, sujeto por Zoom, mediante una correa a su cintura y con sus patas convenientemente vendadas, caminaba con relativa facilidad, por un terreno que comenzaba a resultar peligroso. La protección que Zoom había querido poner a Fox en sus patas, era prácticamente innecesaria, pues el enorme perrazo, hijo -según Oso- de veinte lobas estaba acostumbrado a ser jefe en muchos trineos y la nieve, era el único terreno que parecía divertirle pisar.
  • En lo que a nuestros pies se refiere también habíamos tomado precauciones, unas antiguas raquetas de nieve impedían que nos hundiéramos a cada paso. La temperatura se estacionó en los cinco grados bajo cero y no parecía tener intención de subir. Un leve viento, que afortunadamente soplaba a nuestra espalda, vino a traernos la noche y pareciéndonos que estaba bien de marcha por el primer día, decidimos buscar refugio para acampar. Pronto el agradable fuego hecho con ramas de los escasos pinos que teníamos al alcance sirvió una vez más para que Zoom se llevara los elogios de una buena cena. Las noches en la montaña tienen un encanto especial Las estrellas de una noche clara como lo era aquella, se agolpaban formando un fascinante colador luminoso en el cielo.
  • Mientras Hello comprobaba conmigo la dirección adecuada para el próximo día, Príncipe trataba, inútilmente, de explicar señalando, con su brazo extendido, aquí y allá, como queriendo tocarlas, cuál era la estrella Polar, cuales las distintas constelaciones, a un Oso, que no hacía si no afilar su inseparable cuchillo de monte y a un Zoom, que hacía rato se había dormido, acariciando a su inseparable Fox.
  • ¡En pié gandules! Os vais a quedar más duros que las piedras. ¡Vámos!, hoy tendremos que imitar a las cabras. El contagioso ánimo de Hello, fue espabilándonos y pronto reemprendíamos la marcha. La montaña empezó a complicarse. La marcha poco a poco se estaba haciendo terriblemente difícil. Las bromas habituales habían dejado paso a una máxima atención, asegurándonos bien a cada paso que se daba. Una cuerda atada a la cintura volvió a unirnos y no pude dejar de recordar cómo a pesar de estas precauciones, me quedé solo y a merced de la nieve, hasta que los Ruaoicor me encontraron.
  • Mientras todas estas cavilaciones desfilaban por mi mente, seguimos ascendiendo y ascendiendo, hasta que una impresionante pared, casi vertical nos cortó el paso. Esto es infranqueable -dijo Príncipe-. Una cosa es hacer la cabra, Hello, pero necesitaríamos convertirnos  en águilas para subir allí arriba.
  • Bien, si no podemos subirlo, lo rodearemos. Volvamos por donde hemos venido y busquemos un paso menos inaccesible. Decidimos dividirnos. Formamos dos grupos, quedándose Oso, al cuidado del material para hacer más fáciles las investigaciones. El resultado fue desalentador. Estábamos rodeados por paredes casi verticales cubiertas de hielo y rocas.
  • Hacia el este -comentó Príncipe-, me pareció distinguir, mientras ascendimos, algunas grietas, quizá tengamos suerte y podamos encontrar un paso a través de ellas.
  • Está bien, nada perdemos por intentarlo. Comenzamos nuevamente a descender en busca de las grietas que, quizá, nos permitieran salvar por debajo lo que nos era imposible escalar. Después de cuatro horas de agotadora marcha, llegamos al objetivo. Lo que a Príncipe le parecieron grietas, eran verdaderos abismos, conocidos por los indios como “seracs” de los que no alcanzábamos a ver el fondo.
  • Andémonos con ojo -dijo Hello- un paso en falso y no lo contamos Además esta es la zona en la que se forman los aludes, aquí fue donde le sorprendieron a Feni y a su expedición y ya sabéis el resultado…
  • Cierto y si no fuera por el gran peligro que entrañan, pagaría todo el oro del mundo por contemplar uno, – inquirió Príncipe-.
  • Pues no nos faltaba más que eso. ¡Escucha gafe! -dijo Oso- como por todos los diablos vea la menor posibilidad de que se me caiga la montaña encima, ¡te vas a tragar toda la nieve de esta maldita tierra! Y, diciendo esto, Oso dio un formidable patadón en el suelo que fue seguido por un grito de horror. ¡Socorro…! y  sin  que  nos diéramos cuenta y como por arte de magia, ¡despareció ante nuestras narices!
  • ¡Cuidado…! El aviso de Hello llegó tarde. Príncipe siguió a Oso por el hueco que éste había abierto en el suelo. Y todos hubiéramos terminado igual -ya que todos íbamos unidos por la misma cuerda- si no llega a ser por el hercúleo Zoom, quien tirado en tierra se aferró con toda su alma a una pequeña roca, dándonos tiempo a Hello y a mí, últimos en la cordada, a agarrar a Zoom antes de que cayera arrastrándonos a todos. Rápidamente corté la cuerda que unía a Hello y a Zoom y ayudé a éste a incorporarse. Suspendidos en el aire unos quince metros más abajo estaba Oso, que a juzgar por sus maldiciones se encontraba perfectamente, y Príncipe, que aunque no decía nada, tampoco había sufrido otro daño, que no fuera perder el gorro con su flamante pluma incluida.
  • ¡Sacadnos de aquí! ¡por mil millones  de  truenos negros! Nos vamos a romper todos los huesos por culpa de este gafe -maldecía Oso señalando a Príncipe-.
    • ¡Ah, tienes suerte de estar ahí arriba! si no ya habría cortado esta maldita cuerda -continuó Oso- mientras giraba al unísono de Príncipe, como dos muñecos suspendidos en el aire.
    • Te sugiero que cierres esa enorme bocaza o seré yo el que corte tu maldita cuerda.
    • Vamos, vamos, Príncipe no sabes entender una broma. Guarda tu cuchillo y di a ese trío de ineptos  que  nos suban de una vez.
    • ¡Como sigáis pegando esos gritos vais a provocar un alud!
    • ¡Alud! me gustaría verte aquí, Raquet. Haz el favor de tirar de la cuerda. ¡Un alud! pues sólo me faltaba eso – exclamó Oso- La situación era desesperada, el día iba acabándose y pasar una noche colgado sería la muerte.
    • ¡Escuchad con atención! Es imposible subiros sin riesgo de que se rompa la cuerda, así que lo que vamos a hacer es bajaros. ¿Bajarnos?, ¿os habéis vuelto locos?. ¡Os digo que tiréis! – gritó Oso.
  • Oso -interrumpió Príncipe-, al próximo balanceo  que des a la cuerda…, ¡la corto! Si nos tienen que bajar, que nos bajen, ya tendremos tiempo para subir más tarde.
    • Está bien -convino Oso- por todos los diablos, pero acabad de una vez.
    • Bien lo primero que tenéis que hacer es aligerar peso, pero rápido pues Zoom no creo que resista mucho. tirad vuestro equipo. La orden de Hello se cumplió con rapidez.
    • Apunta bien sabiondo. No sea que me arranques la cabeza con tus trastos, -maldició Oso-. El eco de los bultos al caer, no tardó en llegar a nuestros oídos.
    • Calculo que habrá unos treinta o cuarenta metros desde aquí arriba Hello.
    • Eso pienso yo también Raquet. Tenemos cuerdas suficientes para hacerles descender. Pronto una nueva cuerda con una piedra atada en su extremo, descendía paralelamente a Oso y Príncipe.
    • Cuando os digamos cogeros a esta cuerda primero tú Oso, si ves que resiste, corta la que te une a Príncipe y desciende, luego el te seguirá.
    • Entendido Hello, estoy listo.
    • ¿Raquet, está bien sujeta?
    • Sí Hello, que lo intente ya.
    • ¡Ahora Oso, pásate de cuerda!
    • ¡Allá voy por mil naufrágios! Oso tiró con fuerza sin que la cuerda cediera y con todas las precauciones del mudo, descendió por ella hasta llegar al fondo.
  • ¡Vamos Príncipe! ¿A qué esperas? déjate caer que Oso te recogerá -dijo en plan triunfo-. Príncipe no se dejo caer, precisamente, pero en pocos minutos se reunió con él en el fondo de la grieta.
    • ¡Por fin! -respiró Zoom al límite de sus fuerzas- ¡No podía más!
    • ¡Raquet, Raquet…! -llamó Príncipe desde el fondo-. No estaría mal que afianzaras otro par de cuerdas, ahí arriba , y bajarais todos. ¡Esto es enorme! y hay un largo túnel que, o mucho me equivoco, o se dirige directamente al norte.
    • ¡No, si ya digo yo, que mucho plano y mucha brújula, pero si no me pongo yo a buscar una paso, no lo encontramos nunca! -exclamo Oso lleno de satisfacción-.

El comentario de Oso hizo reír hasta al buen Zoom, que extasiado, continuaba tumbado en la nieve, perfectamente cuidado por Fox.

  • De acuerdo vamos a bajar -gritó Hello-.

Después de encontrar un buen sitio para amarrar, las cuerdas, cogimos a Fox y envolviéndole en una fuerte piel, que atamos a la primera cuerda, lo hicimos bajar poco a poco. El perro medio asustado medio sorprendido por esta nueva locura, que no alcanzaba a comprender, bajaba con las orejas gachas y emitiendo ligeros gemidos de protesta.

  • Vamos, ven aquí, -hop-. Ya está. ¡Venga el siguiente!, qué se nos va a hacer de noche, -apresuro Príncipe-.

D e p r o n t o … ¡ B r o o o o m – B r o o m ! U n b r a m i d o impresionante, estalló en el cielo.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó Principe-. ¡Dios mío!, apenas pude articular palabra, Zoom se incorporo de un salto. Hello y yo estábamos paralizados viendo cómo la montaña avanzaba hacia nosotros.

-¡Alud! ¡alud! El grito de Zoom hizo que saliéramos del hipnotismo causado por el increíble espectáculo  que supone ver el avance de miles de toneladas de nieve, por no decir de la montaña completa, que se nos venía encima, como si de una ola se tratara.

¿Alud…? -preguntaron Oso y Príncipe al unísono- sin que acertaran a imaginar la gravedad de lo que estaba pasando.

  • ¡Alud! un ¡alud! y yo aquí abajo. ¡Ah perra suerte…! en buena hora me arrastraste aquí -le reprochó Príncipe a Oso-.
  • eso digo yo, ¡por mil millones de naufragios! en buena hora…, pero no desesperes…, que todavía te subo, ¡con tu alud de un guantazo! ¡Gafe, que eres un gafe!
  • Mientras oso y Príncipe, mantenían esta cortés conversación, más arriba apenas acabamos de ponernos el equipo y ya Zoom y Hello desaparecían por el agujero practicado involuntariamente por Oso. Yo, medio horrorizad, medio encantado, no hacía si no mirar, ora la agujero, esperando que dejaran una cuerda libre, ora al alud, que amenazaba con borrarme del mapa, con la misma facilidad con la que se acaba con un mosquito.
  • ¡Vamos, vamos…! esto se pone feo, grité, al tiempo que Zoom llegaba al fondo, seguido por Hello.
  • ¡Vamos Raquet no te entretengas!, no había terminado Hello de darme esta recomendación, cuando ya me encontraba a mitad de la cuerda. En ese momento

Los primeros copos de nieve, como si fueran las gotas que preceden al chaparrón, pegaron en mi cabeza, cuando todavía estaba descendiendo. El ruido dentro de aquel abismo de hielo, multiplicado pro el eco, era ensordecedor. Ya casi estaba abajo, cuando el alud se encargó de desprender, el que parecía solido agarre, haciéndome caer a plomo los tres últimos metros. Gracias a Dios la caída fue en blando y los brazos de Zoom y Oso se comportaron como el mejor de los colchones. ¡Cuidado, apartaros! – grité-. Aún no había puesto los pies en el suelo y estaba rodando por la pendiente que formaba la grieta, que como bien indicó Príncipe, se dirigía exactamente hacia el Norte.

  • ¡Por todos los diablos!, un poco más y nos aplasta -dijo Oso-. Efectivamente, el alud estaba pasando justo por encima   nuestro   y   las   pequeñas   e   insignificantes ¡toneladas de nieve y de hielo! que le iban robando las grietas de la montaña, constituían una amenaza para todos.

La grieta, silenciosa y misteriosa, se había convertido en una ruidosa cascada de todas las cosas con que el alud iba obsequiándonos. Sin parar de correr, tropezando aquí, cayendo allá, huimos de una muerte cierta.

  • ¿No querías ver tu alud?, pues nada hombre, como no has podido salir, ya se encarga él de venir a buscarte. ¡Ala toma hielo, venga nieve…! no vaya a ser que Príncipe se quede sin su alud… -remató Oso-. Pero bastante ocupado estaba Príncipe, en seguir corriendo, con para contestar al irónico Oso. Durante un buen rato, no hicimos otra cosa que correr, correr y correr…, Aquello no parecía tener fin.

Una larga lengua de nieve iba poco a poco comiéndonos terreno. Al doblar una curva, del  cada  vez más angosto túnel, por el que transitábamos, apareció ante nuestros ya poco impresionables ojos…, una  inmensa galería helada que a punto estuvo de dejarnos paralizados. Pero no estaban las cosas para entretenernos con paraditas , y aquel titubeo fue lo suficientemente grande, como para venos envueltos en una ola de nieve y piedras, con la que hicimos una entrada triunfal y ruidosa, en aquel santuario de hielo, con apariencia de nos haber escuchado en sus existencia ni no el más leve zumbido de una mosca.

Este retumbar, tuvo sus inmediatas consecuencias: ¡una lluvia de carámbanos! increíblemente afilados, se desprendían del techo de la galería. El nuevo peligro que vino a amenazarnos la verdad es que pasó desapercibido, pues bastante teníamos coser arrastrados por la nieve, rodando como pelotas, para tener que ocuparnos de esquivar los afilados aguijones, que caían del techo. en esta situación continuamos hasta que afortunadamente la cosa fue remitiendo, permitiéndonos respirar un poco entre trago y trago de nieve. Efectivamente, la amplitud de la galería hizo esparcirse a la lengua de nieve logrando que fuera perdiendo su intensidad. Además -¡el alud de Príncipe!- como Oso, iba a bautizando a todos los fenómenos de la naturaleza, que ponían en peligro nuestras vidas., el alud de Príncipe -digo-, estaba afortunadamente para todos pasando de largo y esta pequeña muestra que había tenido la “delicadeza” de dejarnos, tocaba a su fin. permanecimos tumbados semiconscientes.

Los ladridos de Fox, que había logrado escapar de la avalancha, hicieron que me incorporara de un salto. A mi lado, aturdidos pero con buen aspecto, teniendo en cuenta que llevábamos media hora de revolcones carreras y saltos, estaban Zoom y Oso. Príncipe se encontraba a unos treinta metros más adelante , pero… ¿y hello?. ¡Hello no estaba! Recorrí rápidamente la galería con la vista, girando en redondo, sobre mis talones pero todo lo que alcanzaba a ver era nieve.

  • Pronto, ¡arriba, arriba! Los puntapiés surgieron efecto y antes de que oso protestara, dije… ¡Falta Hello!
  • ¿Que falta Hello? ¿Cómo?
  • ¡Qué falta Hello! no está. Vamos hay que buscarle.
  • Príncipe, por todos los diablos, levántate. ¡Hello ha desaparecido! El vozarrón de oso provocó una nueva lluvia de carámbanos, a la que esta vez, sí que le la prestamos atención. Nuevamente saltamos para salvar la vida la mortal lluvia de témpanos escampó, sin que por suerte tuviésemos que lamentar alguna desgracia.
  • Bueno Oso, -le musitó Principe al oido- en lo sucesivo te gradarás muy mucho de pegar semejantes voces. Una es hora de que alguien te enseñe educación… Y antes de que Oso contestara con algún juramento de su mejor cosecha…
  • Venga, basta de palabrería y a buscar. Hello tiene que estar sepultado por esta lengua de nieve.
  • Vamos chucho, busca, busca… todos animábamos a Fox, a la vez que abriéndonos en abanico, buscábamos por nuestra cuenta. De pronto…
  • ¡Aquí, aquí…! Por lo que más quieras, Oso no des esas voces. Inmediatamente dirigimos todas las miradas al techo, pero esta vez solamente dos  carámbanos  se dejaron caer a varios metros de distancia.
  • ¡Aquí, aquí!, repitió Oso, con voz pausada mientras mostraba en su mano derecha el gorro de zorro con la inconfundible cabeza de murciélago, que servía de amuleto al desparecido Hello. El gorro estaba lleno de sangre, lo que nos alarmó sumamente temiendo lo peor. De un manotazo Zoom lo cogió dándoselo a oler a Fox. Este metió su hocico tan profundamente a la vez  que hacía tan fuertes inspiraciones, que por un momento pensé que se lo iba a comer. Después sin dejar de mover n e r v i o s a m e n te su e n o r m e ra b o, su b i ó y b aj ó repetidamente la cabeza girando a un lado y a otro. Por fin pareció orientarse y se dirigió en línea recta hacia la entrada de la galería. Al principio despacio… y luego a la carrera apuradamente y seguido por todos, hasta que frenando en seco comenzó a escarbar como si le fuera la vida en ello.
  • ¡Lo ha encontrado…! ¡lo ha encontrado! -repetía Zoom- ayudando con sus manos al inteligente animal. Efectivamente, completamente enterrado y con la cabeza envuelta en sángreme apareció Hello.
  • ¡Vive! -exclamó Príncipe- escuchando el débil latido de su corazón.
  • Pronto traedme mi saco. Tengo algunas pócimas del brujo Ocap que nos vendrán a las mil maravillas. El resultado fue de lo mas positivo y Hello, completamente aturdido estornudó con fuerza volviendo a la vida.
  • Tranquilo Hello, no es nada, un buen chinchón en tu cabezota y como nuevo. La herida de la cabeza aunque aparatosa, no revestía gravedad. Un corte, producido sin duda por el propio hielo habla abierto limpiamente su ceja izquierda, haciéndole un brecha de dos dedos. Llevado en volandas caminamos hasta la zona d la galería en la cual el techo no tenía los mortales carámbanos de hielo
  • Esta noche -dije- la pasaremos aquí, ya tendremos tiempo de averiguar dónde estamos. Mientras Príncipe atendía al herido, el resto organizamos el campamento. Las ramas y troncos arrastrados por el alud nos vinieron estupendamente para hacer una agradable hoguera, la cual iba haciendo falta, pues si bien la tarde había sido ajetreada, la inactividad de la noche nos recordaba que la temperatura no debía subir de los siete grados bajo cero. Oso se encargó de encender la hoguera que se resistía a prender. Sin duda la humedad de la madera sumada a la poca destreza que Oso tenía para esta labor hacían difícil saltar la más mínima chispa.
  • Bueno…, esto parece que arde… -dijo al fin-.
  • Pronto nuestras pieles extendidas en la nieve se mostraban tan agradables, que no tardamos en estar todos sentados alrededor del fuego.
  • Bien, lo primero cenaremos algo, -dije- notando como me rugían las tripas.
  • Ya es hora que oiga algo sensato, apoyó Oso. Mientras comíamos apenas hablamos.el cansancio se hacía notar y parecía como si quisiéramos apurar en silencio cada uno de los bocados. La humeante pipa de Príncipe fue como tantas veces la señal encargada de abrir el diálogo…
  • Se puede decir que hemos tenido suerte, amigos. Salvo ese chichón de Hello estamos sanos y salvos, ni siquiera el equipo ha sufrido desperfectos ni extravíos. El humo de la hoguera, subía verticalmente denunciando la total ausencia de viento. El silencio era impresionante, bastaba musitar las palabras para que se nos oyera a la perfección.
  • Algo curioso hay que me ha llamado poderosamente la atención -apuntó Príncipe-.
  • ¿Pues como sea otra de tus maravillas…? más vale que no nos la cuentes -dijo Oso-.
  • Me parece que sé a lo que Príncipe se refiere – interrumpí yo-. ¡ La luminosidad de la galería!
  • En efecto Raquet, veo que también lo has notado. A pesar de que cuando entramos por la grieta empezaba a oscurecer, al llegar a la galería en que nos encontramos y después de unas cuantas carreras y caídas…
  • No me lo recuerdes -corto Hello-, llevándose la mano ala cabeza.
  • Bien, pues calculo, -continuó Príncipe- la noche en el exterior tendrá que ser cerrada y sin embargo la luz aumentó.
  • Y qué, -cortó Oso- mejor ¿digo yo? Sí, si… mejor…, sí pero curioso también. Sin duda el techo no  puede  ser muy espeso, permitiendo el paso de la luz pero parece que el hielo hiciera las veces de acumulador de luz, en lugar de filtro como serán lo lógico.
  • Vamos que tú en el momento que algo se pone de nuestra parte, ya estas reventado. No, si ya digo yo que estás de atar… Hasta el chiflado ese de Ocap es más normal -concluyó Oso-.
  • Bueno todo eso está muy bien -dijo Hello-, animándose en la conversación, inequívoca señal de su pronta recuperación. Pero tenemos que tener algo en cuenta: primero, que no sabemos dónde estamos. Segundo el agujero por el que entramos seguramente estará tapado por toneladas de nieve y desde luego las cuerdas que utilizamos habrán desaparecido. Y tercero… los alimentos. Tendremos que racionarlos hasta que encontremos modo de salir de aquí, o bien algo que se pueda comer en este palacio de cristal, lo que me extrañaría mucho que exista.
  • En vista de la situación, lo mejor será descansar y mañana trataremos de encontrar respuesta a tus preguntas.
  • Estoy de acuerdo con Raquet -dijo Oso-. Basta de charlas y a dormir y no creo que tengamos necesidad de montar ninguna guardia. Conque imitemos a Zoom, que hace un buen rato que está roncando.

El sueño se adueñó de la situación y pronto todos roncábamos a pierna suelta -incluido Fox-, en aquellas profundidades heladas llenas de misterio. La mañana con sus rayos de luz se encargó de devolvernos a la vida uno a uno. Todos pudimos observar como Príncipe tenía razón, una vez más. La claridad era posiblemente mayor que la que habría fuera. Este fenómeno, nunca  me  lo  pude explicar y en la actualidad sigue siendo un misterio para todos. Después de apurar el improvisado desayuno, decidimos buscar una salida la agujero en el que nos encontrábamos.

-El norte está por allí, -indicó Hello- y parece que el camino está libre con que adelante. Con muchas precauciones emprendimos la marcha. El suelo era sumamente  resbaladizo,  pero  tengo  que  reconocer  que  el e spec t áculo era fasc inante L os c arámbanos que peligrosamente pendían del techo, al hacerse éste más bajo formaban maravillosas columnas de hielo, con caprichosas formas, a cada cual más extraña.

  • Todo esto es increíble, -indiqué-.
  • Desde luego, contestó Zoom, aquí no encontraremos ni un kilo de carne que llevarnos a la boca. Naturalmente no quise hacerle ver que no me estaba refiriendo a la comida. Lo cierto es que unos por una cosa y otros por otra, todavía no acabábamos de creernos dónde estábamos. De pronto…
  • Muchachos, tenemos un dilema. Esta galería acaba en dos túneles parecidos al que utilizamos para entrar. Bueno, tendremos que echarlo a suertes, ¿cual escogemos? -pregunto Hello.
  • Yo os metí aquí y yo os sacaré. ¡Por mil millones de truenos cogeremos el de la izquierda! Y sin más explicaciones todos seguimos a Oso el cual convertido en improvisado guía se había puesto a la cabeza y ya se perdía por el interior del primer agujero.
  • Está bien, sigamos al genio. Pero está vez no seré yo que vaya atado contigo -dijo Príncipe- desconfiando de la elección de Oso.

En realidad, tanto un túnel como el otro nos ofrecían las mismas seguridades, esto es: ninguna. Conque no teniendo nada que reprochar y desde luego dando la razón a Oso en lo que se refería, a quién nos había metido en el hoyo en que nos encontrábamos, le seguimos sin más dilación. El túnel amplio al principio, fue poco a poco estrechándose. La sensación de estar enterrados vivos, se hacía cada vez más insoportable. Apenas cruzamos palabra alguna. El ruido producido por nuestra marcha se iba a convertir en el único compañero de viaje durante más de tres kilómetros de interminable túnel. Finalmente todas la esperanzas infundidas por la larga caminata, que parecía indicar llevarnos a alguna parte, se vieron rotas al doblar un recodo y ver que el túnel terminaba bruscamente en una impenetrable pared de hielo.

  • ¡Por todos los demonios! Ahora sí que nos hemos lucido. De poco iba a servir indicar a Oso que el lucimiento en el que generosamente nos englobaban se debía única y exclusivamente a su persona, ya que sólo a él parecieron iluminarle los Dioses a la hora de elegir túnel. Mientras Oso se desahogaba, recordando todas la maldiciones posibles, a la vez que arreaba  alguna  que otra patada; que desgraciadamente, esta vez no iba a abrirnos paso, Príncipe y yo pudimos comprobar que el brusco corte del túnel se debía sin duda alguna a un derrumbamiento del techo, opinión compartida  por Hello; pero eso no hacía si no complicar las cosas.
  • Esto se pone feo, amigos, aquí no hacemos más que perder el tiempo y consumir las antorchas que hemos encendido, ¡volvamos! Y sin más comentario, el práctico Zoom, con la decisión del que lleva razón, giró en redondo y comenzó a desandar el camino.
  • Más vale que sigamos a ese “charlatán”, -indiqué- tratando de levantar un ánimo que se hacía cada vez más pesado. Efectivamente las improvisadas antorchas que alumbraban la marcha, se iban poco a poco consumiendo y privados de la luz de la garría no resultaba muy agradable la idea de quedarnos a oscuras en semejante lugar. Si el camino de ida resultó callado, el de  vuelta  fue  una auténtica marcha de mudos. Todos reservábamos las energías que sin duda iban a sernos necesarias y excluyendo alguna que otra maldición por parte de quién ya sabemos, la vuelta terminó rápida y silenciosamente.
  • Bien ya estamos otra vez en la galería
  • Iba siendo hora -Raquet- apenas sí teníamos luz ahí dentro.
  • En efecto Príncipe y esta vez no va a ocurrirnos lo mismo -dijo Hello-. Cojamos varias teas para fabricar antorchas que utilizaremos a medida que las vayamos necesitando Al rato teníamos antorchas suficientes para recorrer veinte veces el primer túnel.
  • Bueno muchachos, ¿todos listos?, pues en marcha y confiemos en encontrar una salida. Aunque nadie contestó al ruego de Hello, pude ver cómo Oso cruzaba los dedos al tiempo que Zoom. Esta era una vieja costumbre de la posada del Feo, a la hora de arrojar los dados, siempre jugador se inspiraba confianza cruzando los dedos. – ¡Ah, el viejo garito del Feo!, nunca pensé que lo echaría en falta.
  • A los cien o doscientos primeros metros, tuvimos que encender nuestras antorchas, pues la luz había desaparecido por completo. Fox caminaba al lado de Zoom con sus orejitas atentas al más leve ruido. A pesar de las pruebas en las que se estaba viendo metido, debo confesar que fue el único miembro del grupo al que nunca escuché quejarse. De pronto… ¡Guauuuu! ¿pero que haces Oso?, no me empujes – grité-.
  • Que más quisiera yo, ¡me caigo …! y dicho esto empezamos a deslizarnos por el oscuro túnel por el que íbamos.
  • ¿Ya estamos otra vez? ¡Cuidado, allá vamos! Después de ocho o nueve metros logramos frenar.
  • ¡Pero te has vuelto loco!, casi me aplastas, has apagado las antorchas. ¿Qué pretendes, matarnos? -le dije-.
  • No me lo explico, me he caído, Raquet y como no te has quitado cuando te avisé…
  • ¿Cuando me avisaste dices?, pero si no te habías caído y ya me estabas agarrando.
  • Venga dejad de discutir y arriba. No será la primera caída ni la última; observad esto. -Hello- se inclinó iluminando el suelo del túnel y vimos que en el punto donde cayó Oso, arrastrándome con él, comenzaba una pequeña pendiente que poco a poco se iba acentuando. Después de volver a encender las socorridas antorchase Hello continuó diciendo:
  • A partir de aquí extremaremos las precauciones. No sabemos a dónde nos llevará este túnel, pero de lo que no hay duda es que está bajando y por lo que se ve, el desnivel aumentará a medida que avancemos con lo que el riesgo de caídas será mayor. ¿Alguna sugerencia?
  • Yo tengo una …
  • No estoy de acuerdo, -contestó Oso- sin dejar explicarse a Príncipe.
  • ¡Cállate Oso! bastante haces con caerte al suelo -cortó Zoom-.
  • Esa es precisamente mi idea, -dijo Príncipe-
  • No si ya sabía yo que estás loco y desde que te fumas esas malditas hierbas de aquel judío de Seranaznam, también te has vuelto idiota -dijo Oso-.
  • Bueno, ahora que el “genio” se ha vaciado voy a tratar de explicarme.
  • Por mí como si revientas…
  • Ya está bien. No adelantamos nada con discusiones inútiles. Adelante Príncipe, ¿cual es tu idea? -pregunto Hello-.
  • Pues verás, si de lo que se trata es de no caernos lo mejor será no levantarnos.
  • Como no te expliques mejor, voy a creer que Oso tiene razón, -comentó Zoom- el cual también veía con extrañeza la afición de echar humo por la boca.
  • ¿No te digo? Hasta el “mudo” se da cuenta de que te falta un tornillo…
  • ¿Qué has querido decir con eso de mudo?
  • Bueno, bueno…, no empecemos otra vez. Termina de explicar tu teoría, – le pedí a Príncipe-.
  • Gracias Raquet. A ver si no tengo más interrupciones. Decía que si el problema está en las peligrosas caídas capaces de romper un hueso decualquiera la mejor forma de suprimirlas es no levantarse. Si el desnivel como creo continua aumentando, podemos aprovecharlo para deslizarnos. Y diciendo esto, Príncipe extendió su negra piel de oso en el suelo y se sentó encima.
  • Zoom por favor, empuja un poco…
  • ¡Con cuidado… animal…!
  • Bravo Zoom, a eso le llamo yo empujar -festejó Oso- felicitándole con una soberana palmada que a punto estuvo de tirarle al suelo. Afortunadamente, el desnivel no era grande y Príncipe pudo parar su improvisado trineo, cien metros más adelante. La idea, aunque arriesgada, era buena y sobre todo rápida factor que convenía tener en cuenta si no queríamos pasar a formar parte de los chuzos de hielo que adornaban la galería.
  • Ante nosotros una nueva experiencia se presentaba. Locura o no, merecía la pena probarla. Caminamos aún uno dos kilómetros, comprobando que el desnivel aunque se había acentuado permitía sin aparentemente grandes riesgos poner en practica la idea de Príncipe. ¡Qué idea!
  • ¡Ah, qué idea…! Las pieles no tardaron en verse extendidas y todos nos acomodamos lo mejor posible. Príncipe, como precursor, abría camino, le seguía Hello. Zoom llevaba consigo al ya poco impresionable Fox y cerrando la marcha, Oso y yo. Las antorchas iluminaban tenuemente el tubo de hielo por el que descendíamos. Lo que empezó en un suave paseo, acabó convirtiéndose en un descenso suicida minado por los gritos de unos y la maldiciones de otros. Por si fuera poco la luz de las antorchas que en un principio cuidamos en conservar había desaparecido dejándonos en la más absoluta de la tinieblas. Todos ocupábamos manos, pié y boca en agarrarnos a nuestras correspondientes pieles, que hacían las veces de caballo salvaje en el caos en que se había convertido aquel descenso a lo desconocido. Oso no tardó en darme alcance, a su vez Zoom y Fox se emparejaron con con Príncipe, y Hello y por ultimo todos en un puño, descendimos dando tumbos y dejando una estela de bultos y material de equipo a nuestras espaldas. Cuando todo parecía presagiar un final inminente, volvió a divisarse una débil luz que fue convirtiéndose en una claridad meridiana.
  • – ¡Agarraros fuerte… esto se acaba! El aviso de Príncipe sobraba pues Oso prácticamente me venía estrangulando desde que nos quedamos sin luz – ademas de dejarme completamente sordo- y me imagino que los demás estaríamos haciendo lo propio. Incluso a Fox, me pareció ver mordiendo la peluda bota de Zoom. Una curva muy cerrada, la cual tomamos completamente verticales al suelo, fue seguida por una corta recta que terminó , con un salto, bruscamente con el descenso. Efectivamente, la luz que empezó a divisarse no era otra cosa que la salida. Salida por otra parte cegadora, pues el habernos acostumbrado a la oscuridad del túnel nos obligó a cerrar completamente los ojos, impidiéndonos de esta forma, ver dónde íbamos a parar. ¡El batacazo fue tremendo! y al corto salto siguió un rodar pendiente abajo, envueltos por completo en nieve.

Hello world!

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