C A P I T U L O III

La   marcha   transcurría   a   buen   ritmo,   El   tiempo acompañaba   y   nada   sobresaliente   ocurrió   en   el camino. Después de varias semanas de viaje por terrenos aptos para expediciones de peso como era la nuestra nos encontramos frente al “Lago Aleuzalp”. Al noroeste vivía un  singular  personaje,  “Seranaznam”.  Era  necesario  dar con   él,   pues   nos   proporcionaría   la   embarcación   que íbamos a utilizar para atravesarlo. Nos costó  un par de días el  dar  con  él,  y  si  no  fuera  por  lo  imprescindible  de  su colaboración,  no  creo  que  hubiera  importado  tardar  dos años en localizarle.

Extraño personaje que vivía con cinco mujeres,  a  cada cual más misteriosa. Seranaznam, era un hombre delgado de pequeños ojos calculadores y avispados, capaces de adivinar el oro que llevabas en la bolsas antes de que pronunciaras su largo nombre.

Mezcla de moro y judío, vivía como un moro. Su harén, entre otras cosas, lo demostraba. Le gustaba fumar extrañas hierbas exóticas e ingerir constantemente pequeñas tazas de café negro. Sin embargo, a la hora de crear un  trato era  un auténtico  judío capaz  de  dejarse matar antes que vender algo más barato que su cotización personal, que normalmente excedía en cinco veces el precio justo. Siempre llevaba un gorro terminado en un gracioso pom-pom, que se agitaba alegremente al compás de sus secos y rápidos movimientos de cabeza. Una larga túnica que impedía adivinar si usaba algún tipo de pantuflas, completaba su decorado.

Desde que llegamos me inspiró poca confianza. Estuvimos en su casa dos días, suficientes para reponer fuerzas y para que el Oso, en un descuido de nuestro avispado anfitrión le cortara su gracioso pom-pom; aunque siempre he pensado que la puñalada, si no llega a haberse agachado le hubiera cortado algo más que su ya fastidioso pom-pom. Zoom, trató de comer y beber todo lo que pudo, sin que el astuto Seranaznam lo advirtiese. Príncipe, estuvo bastante ocupado procurando esquivar a  las  cinco  diosas del amor. La más pequeña pesaría los ciento veinte kilos y dudo que hubiera podido aguantarlas ni el propio Zoom. Hello y yo, ultimamos detalles con nuestro arpío proveedor. Pronto nos hicimos de su balsa por un precio que hubiese servido para llevarnos toda la cabaña, con el harén inclusive.

Era una balsa amplia, con una vela mayor, timón y una pequeña caseta en la guarnecerse del frío de la montaña y la humedad del lago. A remolque llevábamos otra balsa más pequeña con trineos y perros, que iban a ser de vital ayuda cuando abandonáramos el lago. Continuamos en compañía de Seranaznam y sus bien dotadas mujeres durante una semana, Mientras aprovechamos el tiempo estudiando el recorrido a seguir. El lago de Aleuzalp no estaba explorado. Las explicaciones de nuestro judío, indicaban que se formó a costa del continuo deshielo de las montañas del norte, su profundidad tampoco se sabía a ciencia cierta, pero se estimaba en unos doscientos cincuenta metros en su parte mas profunda y una media de noventa metros en su extensión. Como casi todos los lagos, su navegación era peligrosa. Su fondo se encontraba cubierto por una espesa alfombra de algas, algunas alcanzaban los quince metros de longitud y la posibilidad de quedar atrapados convenía tenerla en cuenta. El lago no estaba muerto. La pesca era abundante. Toda clase de peces vivían es su interior, lo cual nos proporcionaría comida fresca y abundante.

Nunca me pude explicar como un hombre como Seranaznam podía vivir con cinco mujeres, que le doblaban en peso y que sin embargo mantenía sumisas y disciplinadas, haciendo toda clase de tareas para él, desde proporcionarle comida y calor hasta incluso, defenderle y a fe mía, que lo hacían bien.

Un día el bueno de Zoom se encontraba saboteando la despensa cuando el astuto Seranaznam que ya tenía fundadas sospechas, lo descubrió infraganti. En un supremo esfuerzo por ocultar el maravilloso pastel de nuez que una de sus mujeres, -de las cuales nunca supe sus nombres-, le había preparado, se lo introdujo en la boca y se le quedó mirando inmóvil, con  la  cara  redonda  como una bola, al gesticulante judío, que no paraba de elevar sus brazos al cielo a la vez que se lamentaba con el mismo tono de un gato hambriento. En ese momento llegó Oso, que volvía de dar una batida por los alrededores, y viendo a Zoom como una estatua y al judío hecho un basilisco, optó por solucionar el problema, de la forma que solía hacerlo: propinando a Zoom una sonora palmada en la espalda. El resultado no se hizo esperar: las fauces de Zoom, como si de un volcán se tratara escupieron más de dos kilos de nueces y crema, que pusieron a nuestros amigo Seranaznam hecho un auténtico asco. Las risas de Oso atronaron la cabaña. Príncipe fue el primero en entrar, y viendo el dantesco espectáculo con el judío en el suelo cubierto de nueces, el Oso golpeando su puño al estilo de la taberna del Feo, en la mesa que será de comedor muerto de risa, y al Zoom quieto como una estatua no pudo por menos que abrir la boca dejando caer su inseparable pipa en la túnica del pobre Seranaznam, la cual no tardó en empezar a echar humo. Cuando Hello y yo quisimos entrar era tarde; el ejercito femenino armando hasta los dientes llegaba al rescate de su amo.

Príncipe, trató de explicar lo que no había visto, pero ni los encantos de éste, ni la fuerza de Zoom, ni por supuesto les espectáculo que suponía ver al Oso reirse, pudo calmar su ímpetu. Por lo que sin dudarlo, optaron por salir a escape sin más explicaciones, llevando detrás a las enfurecidas mujeres. Nosotros, en vista de su belicosa actitud optamos por no intervenir, limitándonos a ocultarnos discretamente. Una larga carrera entre divertida y peligrosa acabó por cansar a la horda femenina que después de emplear toda clase de armas arrojadizas, – incluida la pipa de Príncipe-, volvieron consolar a su desgraciado amo.

Al día siguiente, decidimos adentrarnos en el apacible y misteriosos lago. Seranaznama y sus cinco pimpollos, nos fueron a despedir. Estas entonaron un cántico que me hizo mirar interrogante al cielo y aunque lucía un espléndido sol. Hubiera jurado que a lo lejos se dejaba oír un amenazador y ronco sonido, preludio de monumentales tormentas. Mientras las mujeres rezaban a los dioses, Zoom y Oso terminaban de coloca a los mulos en la basa sin dejar de mirar recelosos al coro que les estaba despidiendo. debo decir que nuestro amigo, medio judío, medio moro no era rencoroso y para nuestra sorpresa, nos obsequió con una excelente tarta de nueces que hizo abrir la boca a Zoom y Fox al mismo tiempo. A Príncipe, le regaló unas hierbas, con ciertas propiedades curativas, que éste agradeció correspondiéndole con una de sus mejores pipas.

Sin más dilación, Hello ordenó la marcha. Una leve inclinación de cabeza fue la corta despedida. Fox de ágil salto se subió a la balsa y con un formidable aullido, como queriendo indicar que también él sabía cantar. Dejamos atrás a un curioso sexteto que sería difícil borrar de nuestras cabezas. La vela mayor se hinchó con el suave viento, fijamos rumbo al norte y nos dejamos deslizar por las tranquilas aguas de Aleuzalp.

Por detrás tampoco se perdía el tiempo. Cerdo y su gente no tardaron más de dos días en llegar a la cabaña de Seranaznam, quien sin duda se alegraría viendo la posibilidad de timar a nuevos viajeros. Pronto Sordo y Selol sonsacaron al judío toda la información necesaria desde nuestro número el cual, sin duda, no les reportaría ninguna sorpresa, hasta nuestro rumbo así como, imagino, una amplia serie de detalles referentes a nuestras provisiones. El judío, que no tenía un pelo de tonto, advirtió el interés que estos daban a su información y como buen comerciante supo sacar partido de ello. Cerdo de  buena gana una vez informado hubiera ajustado cuentas a Seranaznam, pero su objetivo era otro y no había tiempo que perder. De todos modos siempre  podía  volver  a visitarle a la vuelta del codiciado “Atnas Aniram”. Dos días estuvieron acampados, bebiendo maldiciendo y peleando entre sí. Durante este tiempo ninguna de las mujeres de Seranaznam se aventuró a salir sola de la cabaña. Una vez preparada su balsa, pusieron rumbo al  norte  en  pos nuestro.

Esta vez no hubo cánticos de despedida, ni intercambio de regalos, incluso hasta el cielo dejaba entrever algún negro nubarrón atraído, probablemente, por los “trinos” que hacía cuatro días nos habían despedido.

Al quinto día de navegación el tiempo cambió bruscamente. La brisa que venía acompañándonos cesó de soplar y terminamos envueltos en una calma chicha que presagiaba una fuerte tormenta. La humedad del aire  se hizo densa, la temperatura aumentó de una manera alarmante pues nos encontramos a dos mil ochocientos metros de altitud y no en época de calores.

-Revisad todo, bajad el “trapo”, o cuando esto empiece nos arrancará el palo de cuajo. Hello no paraba de dar instrucciones que rápida y eficazmente fueron cumplidas. Por un momento, sólo el ruido de la maniobra preventiva se dejó oír en un radio de muchas millas. Era tal el silencio que nuestros movimientos no encontraban eco; parecía como si estuviéramos flot ando en el aire. Pero desgraciadamente, pronto un ruido parecido a cien mil barriles de ron rodando por una cuesta empedrada, inundaron el hasta entonces, silencioso espacio. Los blancos rayos daban al cielo ennegrecido un aspecto fantasmagórico.

– !Turbón, turbón¡, era Zoom, cuya potente voz de alarma casi nos sorprendió tanto como la propia tormenta. Apenas el vozarrón de Zoom se había apagado cuando los “cien mil barriles de ron”, explotaron en una especie de traca final descargando toneladas de agua.

¡Pronto, adentro!, grité. Hay que amarrarse. En un santiamén fuimos zarandeados como si una gigantesca mano nos golpeara una y otra vez. Las aguas del lago se encresparon, formándose olas de  cuatro  metros Afor tunadamente todos los c abos habían sido meticulosamente revisados y la balsa del viejo judío se mostraba sólida. El ruido de la tormenta era tan ensordecedor que impedía comunicarnos entre nosotros. Solo nos quedaba rezar y esperar el final. cuando el fin parecía inminente y con la misma rapidez que se presentó, la tormenta desapareció y todo quedó sumido en una desconcertante calma. El lastimero aullido de Fox interrumpió el silencio. Estábamos completamente empapados, nuestros huesos continuaban en su sitio, pero el cuerpo nos dolía por todas partes, como si hubiéramos   sido   apaleados.   Rápido,   dijo   Príncipe, aprovechemos esta calma para reparar los desperfectos.

¿Cómo esta calma?, preguntó Oso, ¿pero esperas que continúe la tormenta?

Por supuesto, mi querido Oso, y con más violencia si cabe. Lo que tan rápidamente nos ha sorprendido nos es otra cosa que un tifón y en este momento estamos en el centro geométrico del mismo, donde la calma es absoluta El tiempo que tarde en volver la tempestad nos dará idea de la magnitud del tifón.

No es otra cosa que un tifón, -repetía burlonamente Oso-.

Pues entérate bien sabiondo … espero que tu tifón sepa lo que hace, porque …

Todo en orden, indicó Hello interrumpiendo a Oso. He largado otro cabo a la balsa de remólque espero que resista el segundo envite.

Treinta segundos … y empieza otra vez el turbón -para Zoom todo lo que no era normal era un turbón-.

Lástima, cinco segundos más y seria el tifón más grande de todos los tiempos.

¡Loco! Este Príncipe está completamente loco. Nos jugamos olvida y se preocupa por batir records dijo Oso, pero ya la tormenta volvió a incomunicarnos. No sé el tiempo que duró aquello, pero me pareció eterno. El techo de la caseta desapareció como por arte de magia, estábamos calados hasta los huesos medio ahogados y a punto de ir a hacer compañía a los peces del lago. “El tifón del  Príncipe”,  como  Oso había  querido  bautizarle desapareció tan pronto como se había  prestado  y  ésta vez afortunadamente para siempre. Permanecimos durante cinco minutos que me parecieron horas, inmóviles, incapaces de movernos, ni mucho menos hablar. Fox fue el primero en  reaccionar  sacudiéndose con fuerza el agua y arrojándonos una fina lluvia artificial sobre nuestras empapadas ropas.

¿Os encontráis bien?, dijo Hello.

Un concierto de murmuraciones contestaron a su pregunta. Al irme a incorporar, un fuerte dolor en el hombro casi hace que me desmaye.

Raquet , ¿te encuentras bien?

Es como si me hubieran arrancado el hombro no puedo moverlo. –

Dejame ver. El diagnostico de Principe fue concluyente. Lo tienes dislocado, habrá que inmovilizarlos.

Príncipe, atiende a Raquet, mientras vemos los daños que tenemos. El destrozo fue  enorme, el palo se  había roto y parte de los fardos con comida habían desaparecido la balsa que llevábamos a remolque milagrosamente se había salvado, pero de los cinco mulos, dos habían ido a reunirse con el techo de nuestra caseta en el fondo del lago. Pronto hicimos balance de los daños infligidos y la situación comenzaba a complicarse.

Si tu “amigo” llega a batir el récord, a estas horas estaríamos haciendo compañía a los mulos.

Príncipe no contestó a Oso, el cual tampoco esperaba contestación. Todos se afanaban en la reconstrucción las balsas, unos improvisados remos y la construcción de otro palo más pequeño , pero bastante efectivo fueron las tareas que ocuparon el día siguiente a la tormenta. Todo lo que había a bordo se puso a secar en los obenques, que actuaron de improvisados tendales y solo cuando Zoom preparó una fría, pero suculenta comida, nos dimos cuenta del tiempo que llevábamos sin meternos otra cosa en la boca que no fuera agua. Mi hombro aunque perfectamente vendado por Príncipe, me impedía colaborar en las tareas de la tripulación; fue entonces cuando decidí ir tomando nota de todo lo que nos iba ocurriendo en aquel alucinante viaje. La temperatura volvió a descender a sus cauces normales, situándose entre cuatro y seis grados centígrados, lo que nos aconsejó empezar a utilizar prendas de abrigo.

No tardamos mucho en ver los primeros témpanos de hielo; flotando al principio, distantemente y de pequeño tamaño, tamaño que fue aumentando conforme íbamos acercándonos al final de lago. La temperatura pronto se situó en cero grados y la navegación empezó a verse seriamente amenazada por los continuos icebergs que aumentaron en número y tamaño de manera alarmante. Como era de esperar, pronto vimos tierra. Hello fue, quien subido en lo alto del palo, divisó con ayuda del catalejo el final de recorrido. Saltamos a tierra o mejor dicho: a nieve; pues prácticamente todo se hallaba cubierto por un gran manto blanco De esta manera abandonamos el inhóspito lago de Aleuzalp. Reparamos y dejamos de la mejor forma protegidas las dos balsas que tendríamos que utilizar en el viaje de vuelta. Ocupamos el día entero descansando y revisando las armas. Fox y Oso se revolcaron en sus amistosos juegos por la nieve. Zoom, terminó junto con Hello de montar las tiendas para pasar la noche. Príncipe, encendió una hoguera que ya iba haciendo falta. La noche empezaba a caer y con ella la temperatura, que no subía de los cero grados. Pronto Zoom, volvió a sorprendernos con uno de sus guisos: comimos, charlamos, comentamos las consecuencias del tifón y lo que aún nos quedaba por delante. Príncipe no tardó en fumarse una pipa, por cierto que esta vez empleó el tabaco que el viejo Seranaznam le había regalado, y bien pronto notamos, que no era tabaco corriente; su olor a viejo roble, apolillado fue le primer síntoma pero no el más curioso, puesto que apenas había dado cuatro chupadas a la pipa cuando se levantó nos miró a todos my serio y dijo: tranquilos, que no pasa nada …, voy a refrescarme un poco. No había terminado de decirlo cuando: cayó tendido todo lo largo que era.

Está loco, está completamente loco, -decía Oso- mientras lo llevábamos a su tienda, -¡cada vez que se encuentra a gusto, está a punto de diñarla!-.

-Loco, completamente loco-, -repetía mecánicamente Oso-, mientras los demás no podíamos por menos que reírnos del estado en quedó la elegante pluma que adornaba el gorro de Príncipe, después de su caída. Pero volvamos un poco hacia atrás. ¿Qué había sido de de Cerdo y sus compinches? “El amigo» de Príncipe, como burlonamente le llamaba Oso, les había sorprendido con igual rapidez y fuerza que lo hizo con nosotros. Cerdo, no dejó de maldecir durante la tormenta por lo que estuvo a punto de morir ahogado. Sordo se salvó por los pelos, ya que, siendo el último en enterarse de lo que se les venía encima; de no ser por la rápida intervención de _Selol, que lo sujetó por su cabello habría caído irremisiblemente al agua. Laif, Ocín y sus perros, tan inmutables como siempre se limitaron a sujetarse bien y no hacer ningún comentario sobre los acontecimientos, si bien es verdad que Cerdo los hacía amplia y sonoramente por todos. No tuvieron tanta “suerte”, con el tifón, como nosotros. Su balsa acabó dando vuelta; pasando un momento de auténtico peligro para todos ellos y mal lo habrían pasado, si no llega a ser por la rapidez del tifón en retirarse.

Con los restos del naufragio, como buenamente pudieron, hicieron una almadía, y en ella, como auténticos náufragos, y de no haber sido  porque el tifón cambió su rumbo, acercándolos a tierra a una velocidad vertiginosa, y consiguiendo ponerse a salvo. Mala hierba nunca muere y hasta en esto tuvieron suerte. Poco habrían durado en caso contrario, pues prácticamente perdieron todos sus utensilios en el viaje, por lo que no les quedó más remedio que practicar el noble oficio de la caza, para poder subsistir. Cazar no era problema, pues todos eran expertos en el manejo del cuchillo y no digamos de las armas de fuego. Armas que no hubieran utilizado de sospechar lo cerca que nos encontrábamos; tanto que no tardamos en oír, en las primeras horas de la mañana siguiente,  sus disparos. Hello, fue el primero en escuchar el ronco sonido. Pronto fueron a investigar; quedándonos Zoom y yo al cuidado del campamento. Su regreso no se hizo esperar y la mala noticia de nuestros visitantes corrió como un reguero de pólvora.

-Bien, no hay tiempo que perder, el enfrentarnos a esos desalmados como sería nuestro deseo no  haría  otra  cosa que retrasarnos. Ignoro cómo han averiguado nuestras intenciones peor el hecho es que están ahí y no podemos permitirnos el lujo de enfrentarnos en un incierto combate que sin duda representaría bajas entre ambos bandos, impidiéndonos nuestro principal objetivo.

-¡Con qué, en marcha! A regañadientes obedecimos a Hello comprendiendo que tenía razón, pero bien sabe Dios que en otras  circunstancias la cosa  no terminaría en  una súbita desaparición. Pronto el campamento fue  recogido. Los tres mulos supervivientes fueron, quizá excesivamente cargados, pero no irían así por mucho tiempo ya que la
nieve, a medida que avanzábamos, nos fue cubriendo; permitiéndonos usar los trineos y liberar de la carga a los mulos, que en lugar de llevarla a cuestas, la arrastraban siguiendo fielmente el camino abierto por Fox y Zoom en la cabeza del grupo. Así el peso no representaba ni la mitad de esfuerzo. El plano del curioso Sr. Nílotnip, se ajustaba con exactitud a los accidentes del terreno, lo que junto con la certeza de vernos seguidos por Cerdo y sus secuaces aumentó, si cabe, nuestro ritmo. De esta forma, comenzó una larga marcha en pos de las altas montañas del norte, que nos había de conducir al ansiado «Atnas Aniram»

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Una respuesta

  1. Toño, veo las grandes posibilidades de esta plataforma, que bien puede convertirse en un redivivo «local virtual del Gallinero del siglo XXI» En cuanto al Atnas Aniram sería bueno que no tuvieses tú que reescribir lo que yo ya te envío. Seguro que lo puedes arreglar cuando consultes a ese técnico que tienes en mente, así podrás emplear tu, inagotable ingenio, en aportar valor, que dirían en nuestra antigua casa», a este bonito proyecto.

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